El papa Francisco fijó este
sábado la fecha en que visitará el santuario de la Virgen de Guadalupe en la
Ciudad de México y dio a conocer la agenda de un viaje que tomó por sorpresa al
Gobierno mexicano cuando el jefe de la Iglesia católica se invitó a visitar
este país. En efecto, la próxima gira de Francisco no estaba cocinándose en la
estufa diplomática, que se había apagado desde el invierno pasado cuando el
deseo de oficiar una misa en Ayotzinapa, para recordar a los normalistas
desaparecidos, canceló la gestión. Si el Gobierno mexicano quería imponer las
reglas, ¿qué pasaría si el dialéctico Francisco cambiaba los términos?
Eso hizo cuando viajaba de
Santiago de Cuba a Washington en septiembre pasado. Acababa de tener una
reunión con religiosos en La Habana, a donde acudieron los jesuitas mexicanos,
hermanos de obra, con quienes habló sobre su país. Fuentes vinculadas con la jerarquía
eclesiástica mexicana no precisaron si en ese momento tomó la decisión de
autoinvitarse a México, pero en el avión, cuando la prensa le preguntó porqué
se había saltado al país con el segundo mayor número de católicos en el mundo,
justificó que haber ido a Ciudad Juárez, por donde quería entrar a Estados
Unidos, y no visitar a la Virgen de Guadalupe, habría sido una cachetada para
el país.
La dinámica cambió. Por
oportunismo o sagacidad, la clase política mexicana asumió el gesto como una
apertura, y rápidamente quiso quedarse con un trozo de la visita. Laicos y
republicanos se convirtieron en siervos de Dios con lo que cualquier gestión
discreta del gobierno para enfriar el lance papal y evitar la avalancha que les
había causado Francisco los dejó en una posición débil en la negociación de la
agenda.
Las fuentes religiosas
dijeron que las negociaciones sobre qué lugares serían visitados, fueron
constante fuente de tensión y presiones. El Gobierno federal dijo que a
Guerrero no podía ir, y pidió que si lo iba a hacer, se refiriera a los
desaparecidos en México, pero que no personalizara en los 43 normalistas de
Ayotzinapa. Como mucho se han referido en el Vaticano y México al crimen en
Iguala, y criticado al Gobierno, se aceptó la propuesta, pero sobre
desaparecidos se espera que hable en Tuxtla Gutiérrez.
El Papa estará en la capital
chiapaneca la tarde del 15 de febrero, tras haber estado en San Cristóbal de
las Casas. En la capital indígena mexicana el obispo Saúl Vera, coadjutor del
obispo Samuel Ruiz en San Cristóbal de las Casas hasta que por presiones del
Vaticano, en los años del conservadurismo, lo trasladaron a Saltillo, quería
que Francisco realizara ahí el tercer Encuentro Mundial de Movimientos
Populares, que como se autodefinen, son “una alternativa popular a la
globalización excluyente”.
Vera, el segundo mejor amigo
en México de Francisco, que propuso el año pasado una constitución ciudadana
cuyo punto de partida es la petición de renuncia del presidente Enrique Peña
Nieto, buscó la continuidad de esa reunión con grupos antisistémicos que han
sido realizados, por iniciativa de Francisco, en el Vaticano el año pasado
–donde estuvo el líder de los electricistas, Martín Esparza– y en Bolivia en
julio. El Gobierno dijo “no” y, además, pidió que se cambiara Chiapas por
Campeche.
Las fuentes religiosas
preguntaron la razón de ello y lo único que recibieron como respuesta era que
“en Campeche el Gobernador lo iba a tratar muy bien”. Además, agregaron sin
sentido, jamás un Papa había estado en ese estado. Tampoco, por cierto, en
Chiapas. Los cambios de ciudades en la agenda no se limitaron a Guerrero y
Campeche. Por petición de Los Pinos, pidieron que Francisco incluyera a Toluca
como uno de los destinos para una misa. Ni siquiera se llegó a evaluar esa
posibilidad. Las ciudades estaban prácticamente preseleccionadas desde antes de
que llegaran los enviados papales para revisar la agenda. Juárez, que se quedó
esperándolo en septiembre, sería una; Morelia, en donde nombró en enero
cardenal a Alberto Suárez Inda, a quien tiene en muy buena estima, es otra. Y
la siguiente de su rápida visita pastoral, sería en el Estado de México, pero
Ecatepec.
La decisión sobre Ecatepec se
tomó sobre dos factores sociales y uno personal. Los sociales es porque ese
municipio conurbado de la Ciudad de México es punto de tránsito intenso de
centroamericanos indocumentados presos en las redes de trata que manejan Los
Zetas, que es uno de los temas de mayor preocupación de Francisco; el otro
social es que es el emblema funesto de los feminicidios no sólo en el estado,
sino en toda la nación. Pero la personal es la más importante. La Diócesis de
Ecatepec pertenece a la jurisdicción de la Arquidiócesis de Tlalnepantla, que
encabeza monseñor Carlos Aguiar, dos veces presidente de la Conferencia del
Episcopado Mexicano y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Aguiar
es el mejor amigo del papa Francisco en México, aunque no lo es del Gobierno.
En todo el sexenio el presidente Peña Nieto nunca le ha concedido una cita para
que puedan hablar en privado.
Francisco llegará a México la
noche del 12 de febrero y regresará a Roma el 17. Su visita será pastoral, pero
no por ello menos política. El papa Francisco retó al Gobierno federal meses
antes de llegar a México y lo doblegó. Progresista, abogado indómito de las
causas sociales, Francisco es, además, jesuita, los religiosos que han sido
fuertes protagonistas del movimiento antipeñista desde la campaña, cuando en su
casa universitaria se inventó el movimiento #YoSoy132. Está lista la visita, de
pronóstico reservado, como dirían los cronistas deportivos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
/ twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 14 DE DICIEMBRE 2015)
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