Raymundo Riva Palacio
La “casa blanca” es sinónimo
popular de corrupción. Es también la debilidad de carácter de los políticos
mexicanos que desconocen lo que es un conflicto de interés, y navegan en la
ausencia de leyes que sancionen actos ilegítimos aunque sean legales.
La casa blanca perseguirá de
por vida al presidente Enrique Peña Nieto, al que el imaginario colectivo
señalará de corrupto –aunque la propiedad no sea de él–, porque no supo atajar
la avalancha de acusaciones y establecer un parteaguas a partir de su propia
experiencia: lo que es ilegítimo en los funcionarios públicos, pudo haber
dicho, tiene consecuencias legales.
No lo hizo porque no tiene el
gen ético de las sociedades maduras, y porque su entorno se alimenta de la
soberbia donde se asume que todos sus yerros y deficiencias son tormentas que
siempre pasan.
La “casa blanca” es, por
encima de muchas cosas, un ejemplo continuo de que lo que sucedió se puede
volver a repetir y que sus actores principales pueden seguir burlándose de los
mexicanos.
Hay un documento, del que se
tiene una copia a la vista, que demuestra tal afirmación: Contra lo que se
acepta oficialmente, en el inicio del gobierno de Peña Nieto se siguieron
triangulando las operaciones a través de una subsidiaria de Higa, de acuerdo con
ese documento, y se hicieron pagos en efectivo, no grandes, pero que si uno se
atiene al rigor de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de
Hacienda cuando hay un caso político qué perseguir, tendrían que haber sido
clasificado como dinero de procedencia ilícita y, por lo tanto, merecedora de
una investigación. Se puede argumentar que la soberbia en Los Pinos es
inagotable.
Lo que se puede documentar en
pequeño estudio de caso sobre la casa blanca y la cultura del poder se
encuentra en el juicio oral mercantil 755/2014, donde una empresa privada
demandó Miguel Ángel Aragonés Pardo, dueño del despacho Taller Aragonés, quien
brincó a la fama pública porque fue el primer arquitecto y diseñador con quien
comenzó a trabajar la primera dama, Angélica Rivera, la remodelación de su casa
y su ampliación en las Lomas de Chapultepec.
El diferendo surgió en tres
trabajos cuya beneficiaria fue la señora Rivera:
* El primero, con un
presupuesto fechado el 2 de marzo de 2011, era para instalar una unidad
climatizada en la recámara principal, colocar un sistema de extracción de
sanitarios con desfogue de campana, ventilación de cocinas y aire acondicionado
en el gimnasio.
El costo fue de 10 mil 301
dólares y 148 mil pesos.
* El segundo, del 29 de junio
de ese mismo año, fue para trabajos adicionales en la casa blanca: un aire
acondicionado y calefacción para el cine, una extracción de toilet del cine,
otra extracción en las áreas de estar del chofer, y una más de extracción de
humos de la caldera.
El costo fue de 3 mil 600
dólares y 105 mil pesos, que como en el primer caso, era por concepto de
materiales nacionales y de importación, y por la instalación.
* El tercero fue el 23 de
marzo de 2012, donde sólo se solicitó un sistema de extracción del asador por
18 mil pesos.
Los trabajos corresponden al
andamiaje que tiene cualquier familia de altos ingresos, como sucedía con la
señora Rivera y su esposo, quien gobernaba en el Estado de México cuando se
solicitaron esos trabajos para su residencia. Pero las operaciones realizadas
no fueron como las de un ciudadano ordinario. Todos los pagos se hicieron en
efectivo, 271 mil pesos, y 13 mil 631 dólares, que al tipo de cambio aproximado
en esas fechas equivalía a unos 160 mil pesos.
Es decir, Aragonés Pardo pagó
alrededor de 430 mil pesos en efectivo y, como se aprecia en el juicio
mercantil, casi todos los pagos fueron facturados a Ingeniería Inmobiliaria del
Centro, la empresa filial de Higa que se constituyó para poder ejecutar la
compra de la conocida casa blanca.
Estas operaciones son
marginales en efecto e insignificantes en términos de costo frente al valor
total de la propiedad, pero hablan mucho del carácter de quienes nos gobiernan.
El gobierno de Peña Nieto se
ha embarcado en una política de terrorismo fiscal para aumentar la recaudación,
cuando en su vida privada, se puede decir, evadió al fisco –¿de dónde salió el
dinero en efectivo para las obras en su casa? ¿Quién lo molestó fiscalmente por
ello? En el juicio se establece que la señora Rivera aprobó tanto los
presupuestos como las obras y los pagos.
Ese carácter se refuerza con
otro dato, motivo del juicio. En mayo de 2013, con Peña Nieto como Presidente,
Aragonés Pardo dejó de tomarle la llamada a los abogados de la empresa y ya no
les pagó el saldo por las obras. La empresa, que decidió que por el hecho de
que los propietarios de esa residencia fueran también los inquilinos en Los
Pinos, demandaron. Su querella no prosperó hasta que se pidió al juez llamar a
declarar a la señora Rivera como testigo.
En ese momento, se solucionó
todo y se les pagó. Es decir, sólo hasta que estuvo a punto de hacerse público,
dejaron de cometer arbitrariedades. No fue el temor a la ley, sino el que
quedaran expuestos.
La solución legal no resuelve
el uso de dinero en efectivo con origen desconocido, motivo por el que varios
políticos se encuentran en la cárcel.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PESONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 24 DE NOVIEMBRE 2015)
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