En la parte superior de su
primera plana, el lunes pasado, El Universal publicó una tabla de la encuesta
trimestral sobre aprobación presidencial de la empresa demoscópica
Buendía&Laredo, cuyo titular fue positivo: Recupera Peña Nieto Aprobación.
No es la primera vez que ese diario, por hacer ver bien al presidente Enrique
Peña Nieto, utiliza un verbo que no es necesariamente preciso ni correcto.
Visto asépticamente podría leerse de esa manera: si en la encuesta previa, en
agosto –que por cierto no publicó El Universal–, la desaprobación del
Presidente era de 57% y en noviembre de 51%, aritméticamente sí fue una
reducción. Pero no es así. Dos más dos, en este caso, no dan cuatro.
La encuesta de Buendía&Laredo
revela, más bien, que se mantiene la tendencia negativa en el apoyo a Peña
Nieto, registrada desde agosto del año pasado cuando se cruzó la aprobación
presidencial (46%) con la desaprobación (45%). Es decir, cada trimestre el
número de mexicanos que dice que no aprueban la gestión de Peña Nieto es
superior a los que lo avalan. Desde hace 22 meses, en febrero de 2014, el
Presidente cayó por debajo
del 50% de aprobación. Esto fue antes de la desaparición de los normalistas de
Ayotzinapa y del escándalo por la casa blanca. Aún en el momento de su mayor
gloria, con la conclusión legislativa de sus reformas, los dos datos casi
empataban. En agosto de 2014, su mejor mes del sexenio, 46% de los mexicanos
aprobaba su gestión, y 45% la desaprobaba.
¿Por qué el negativismo? En
varias ocasiones, el Presidente ha dicho que todo proceso de reforma genera
resistencia de los afectados por los cambios. Es cierto, y no es el primer
líder en sufrir los embates de quienes perdieron espacios y poder. En los
últimos meses, sin embargo, el Presidente cambió el discurso. Ya no se queja de
quienes reaccionaron al cambio de status quo, sino de los mexicanos en general,
de
quienes lamenta, no aprecian
lo que se ha hecho. Le duele cómo ha cambiado la opinión sobre su persona, que
cayó 30 puntos (equivalente a la pérdida de confianza de unos 15 millones de
mexicanos) desde febrero de 2013, cuando 55% tenía una buena opinión de él,
contra 25%, que piensa bien de él actualmente.
No es todo, por supuesto, lo
que revela la encuesta de Buendía&Laredo. De mayo de 2013 a noviembre de
2015, prácticamente se duplicó el número de mexicanos que piensan que el país
bajo Peña Nieto va por un mal camino (de 30% a 58%), mientras que el número de
mexicanos que sienten que va por un buen camino cayó de 44% a 22%. Peores son
los datos cuando se pregunta si se piensa que tiene control de la situación del país. En el peor registro de
su sexenio, casi ocho de cada 10 mexicanos dicen que está rebasado por los
problemas, mientras que menos de dos de cada 10, creen que tiene todo bajo
control.
¿Cómo se explica la caída
sostenida? Una respuesta se encuentra en el mensaje permanente que transmite a
la nación. Peña Nieto habla todos los días en escenarios prácticamente
idénticos, espacios controlados y coreografiados. Es decir, quien lo vio una
vez, lo vio siempre y pierde interés. Pero más importante, no hay jerarquías de
acuerdo con la relevancia del mensaje que quiere transmitir, pues la homogenización diseñada por el equipo
presidencial ha logrado que todo sea plano. Puede declarar la guerra o el amor
en el mismo escenario, que de cualquier forma, sin contraste ni variaciones en
la forma y el fondo, pocos ya lo escuchan. La respuesta a quien lo dude se
encuentra en la misma encuesta.
La probable razón de esta
caída es la tozudez en el discurso. Cada vez que habla el Presidente menciona
la palabra “reformas”. Cuando Buendía&Laredo preguntó qué es “lo peor” que
ha hecho Peña Nieto, la mayoría respondió que las “reformas”. Si esa palabra
genera negativos, ¿por qué insiste en pronunciarla? Ignora que en comunicación
política no se habla de enunciados, como sería la palabra aislada de “reforma”, sino de sus efectos y
consecuencias. Por tanto, no son las reformas lo relevante, sino lo que
produjeron. Lo ha dicho Peña Nieto, pero en efecto, no lo escuchan.
La aprobación del Presidente
en febrero de 2013 era de 56%, contra un nivel de aprobación de 29 por ciento.
A Peña Nieto lo escuchaban y generaba expectativa. No hay que olvidar que el
arte de gobernar es la administración de expectativas. Pero para febrero de
2014, lo que escuchaban de él, discurso desgastado, ya no gustaba. La aprobación
era de 44% contra una desaprobación de 46 por ciento. Logró recuperarse en los dos siguientes trimestres,
pero desde hace un año se invirtió la ecuación. Recuperó a 42%, dijo El
Universal, después del 35% de aprobación en agosto, 40% en mayo y 37% en
febrero, contra una desaprobación oscilante entre 50 y 57% desde hace 12 meses.
La tendencia negativa es clara.
El problema de Peña Nieto no
parece estar sólo en las resistencias o en la incomprensión, sino en cómo
frasea sus discursos y cómo los presenta. Ya lo dijo el canadiense Marshall
McLuhan hace casi medio siglo en uno de los aforismos más penetrantes de la
historia moderna: El medio es el mensaje. ¿Por qué no lo han aprendido Peña
Nieto y su equipo? Ese es otro mensaje.
(ZÓCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 26 DE NOVIEMBRE 2015)
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