Nunca oí las
grabaciones, pero sí leí sobre las ordenadas por el señor Hoover, director que
fue de la peliculesca FBI. Sí, la famosa oficina federal norteamericana de
investigaciones. Espiaba y captaba desde los irrefrenables gemidos de cierta
artista cuando le hacía el amor un notable senador, hasta las pláticas
personales de los presidentes norteamericanos. Nadie se le escapaba. Las
atesoraba. No las hacía públicas. Simplemente procuraba que los supieran
poseedor de las grabaciones. Eso le daba poder. Permitía doblarles las manos a
los políticos, o protegerse para no ser despedido. Por eso cuando Hoover murió,
muchos brincaron de alegría en lugar de entristecerse.
Grabaciones famosas
las del norteamericano Richard M. Nixon. Le costaron la Presidencia. Las cintas
fueron su veneno pero son un tesoro.
Creo que el
espionaje telefónico nació con los mismos aparatitos. Las operadoras podían
escuchar las pláticas sin que los usuarios se dieran cuenta. Luego hubo varias
formas que en México arrancaron desde “colgarse del alambre”, como se llama a
conectar otro cable igual a la línea del espiado, hasta el sofisticado sistema
inalámbrico a prudente distancia, aun teniendo de por medio pared o vidrio.
Pero el espionaje en
política no ha sido solamente telefónico. En los años sesentas, setenas y
empezando los ochentas, la Secretaría de Gobernación se metía en nuestras vidas
cuando se le antojaba y ni siquiera nos dimos cuenta. Ese trabajo sucio lo
realizó la DIP (Dirección de Información Política). El Hoover mexicano fue don
Fernando Gutiérrez Barrios. El verdadero padre de la policía política mexicana.
Hoy, curiosamente es el árbitro de la elección para candidato presidencial en
el PRI (Partido Revolucionario Institucional).
En la época de don
Fernando tenían a un “inspector” en cada partido político. Y en las
universidades alumnos en cada salón trabajaban como “informantes especiales”.
También supe que la
Dirección Federal de seguridad investigaba más a los sindicalizados y partidos
de oposición. Hay constancias en la Cámara de Diputados que en esas oficinas se
conocieron vida y milagros de muchas personas.
En 1979 el líder del
sindicato universitario del Distrito Federal, Evaristo Arreola, narró un
simpático episodio: Cuando estaban en plena huelga jugaban fútbol americano
para entretenerse. Entonces, entre carreras y derrumbes, a un militante
laborista de confianza se le cayó una credencial de la Dirección Federal de
Seguridad y así descubrieron al “soplón”.
De los primeros
espionajes que supe en Tijuana, fue a los panistas cuando sus oficinas estaban
en la calle Ocampo de Tijuana en el 68. Años después tuve la fortuna de
escucharlas en un despacho defeño. Nada grave ni confidencial. Simplemente
temores de fraude electoral y nerviosismos.
Agentes de la
Policía Judicial Federal fueron descubiertos con las manos en la grabadora
cuando interceptaban las llamadas del Gobernador Ernesto Ruffo (1989-95).
Estaban en un túnel del Centro Cívico de Mexicali. Los detuvieron. Les
confiscaron sus aparatos. Se presentó una denuncia penal que nunca prosperó en
la PGR (Procuraduría General de la República). Naturalmente, estos señores no
se auto-investigaron.
A Ruffo también lo
interceptaron priistas cuando ordenó despertar a Héctor Terán Terán que era
candidato a senador de la República (PAN). Reposaba cuando debía defender los
votos. Lo festinaron en la prensa pro-PRI. Por eso el gobernador estableció un
sistema de comunicación satelital que no podía ser interceptado.
En tiempos de
Xicoténcatl recibí la grabación de una plática entre cierto jefe policiaco y el
acusado de un asesinato. En 94, otra del
Fiscal Especial del caso Colosio, Licenciado Miguel Montes, hablando pestes de
ZETA. Y a mí como a otros periodistas, nos hicieron llegar en un sobre sin
remitente, la cinta con la plática telefónica grabada entre el Fiscal Especial,
Juan Pablo Chapa Bezanilla y Martín Holguín de El Imparcial de Hermosillo. El
periodista presentó una denuncia en la PGR que como la de Ruffo, jamás
prosperó. Otro espionaje fue descubierto y hecho público: a panistas del comité
nacional, los escuchaban y grabaron en Michoacán pared de por medio, en la
habitación que ocuparon para discutir sus planes.
Periodistas de
Tijuana se quejaron en años pasados. Entre ellos se metían sujetos aparentando
ser reporteros. Grababan las entrevistas y fueron identificados como “orejas”.
Por fortuna desaparecieron.
Sam Dillon,
corresponsal de The New York Times en la ciudad de México, se enteró que
alguien le intervino su fax.
Los políticos tienen
el síndrome del espionaje. Unos no quieren hablar por teléfono normal y que
creen que el celular no puede ser interceptado. Otros dicen lo contrario.
Conocí a un funcionario que cuando me comentaba algo y quería referirse al
Presidente de la República, si estábamos en su despacho me señalaba la foto
oficial colgada en la pared sin pronunciar su nombre. Y si no, me hacía una
seña con índice y pulgar subiendo su brazo derecho a la altura del hombro
izquierdo y bajándolo en diagonal a la altura de la cintura. Con eso figuraba
la banda presidencial. De ese tamaño era su temor a ser grabada su voz.
A Milton Castellanos
lo identificaban como “Maestro Carpintero” por aquello de las iniciales o
“Bigote Blanco”. A Osuna Millán “Doce de Diciembre” y en fin, por nombres no
quedaba para efectos de espionaje.
La mafia del
narcotráfico debe tener un muy moderno sistema aparte de las “orejas” que aún
permanecen en la PGR. Normalmente sus segundos hablan desde teléfonos públicos,
pero los cabecillas manejan celulares que cambian continuamente.
Contrario a esa
suposición de que todo teléfono está intervenido, hay una realidad: solamente
es a ciertos aparatos y no es posible hacerlo todos los días a tantos
funcionarios, empresarios, políticos o periodistas. Se necesitarían muchas
personas para la instalación del espionaje. Más para escuchar las grabaciones.
Otras tantas para clasificar las verdaderamente importantes. Y un amplio
sistema de computadoras para imprimir y presentar las pláticas. En ZETA hay una
revisión periodística y no hemos encontrado huellas.
No creo que alguien
del PRI o del gobierno federal esté practicando el espionaje en el Ayuntamiento
de Tijuana. De hacerlo sería entre los propios funcionarios panistas. Pero
inexpertos como son muchos de ellos, llegados al poder simplemente por tenerlo,
por amistad o casualidad, denunciaron el pecado, pero no el pecador en la PGR.
O como dicen por allí, pusieron la Iglesia en manos de Lutero. Ahora, si los
federales quieren y se les antoja, podrán decir que existe el espionaje y
exhibirán a los panistas como políticos incivilizados. También podrán
determinar que no existe y quedarán en ridículo los que presentaron la
denuncia. O le harán como a Ruffo y al periodista Holguín: sepultarán la denuncia.
A lo mejor sucede igual que “la intervención” descubierta en la oficina del
Subprocurador General de Justicia del Estado en Tijuana, Licenciado Sandoval
Franco. Un mini-aparato en el techo y sobre su cabeza. Se hizo un escándalo y
hasta el entonces gobernador Terán se espantó y dijo que era obra de la mafia.
A la hora de examinar el artefacto no servía para nada.
Ahora en el
Ayuntamiento de Tijuana, cierto o no el espionaje telefónico, cualquier
ciudadano desconfiará en el futuro cuando hable al Palacio Municipal de
Tijuana. Seguramente pensará: “Me están grabando”. Sentirá la oreja de un
desconocido frente a sus labios. Pocos tendrán confianza.
Tomado de la
colección Conversaciones Privadas de Jesús Blancornelas.
(SEMANARIO
ZETA/ J. Jesús Blancornelas / 27 de
Julio del 2015 a las 12:00:45)
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