David Joel Kaplan protagonizó
en 1971 la llamada “Fuga del Siglo”. Tan espectacular como la que recientemente
realizó Joaquín Guzmán Lorea, “El Chapo”, del penal de El Altiplano, la del
estadounidense David Kaplan, recluido en el penal de Santa Martha Acatitla,
entonces considerado el de más alta seguridad del país, fue planeada con
precisión milimétrica por su propia hermana.
Un helicóptero Bell 47 dotado
de una turbina sobrealimentada y piloteada por un ex combatiente de Vietnam fue
su vehículo a la libertad.
Como también hizo “El Chapo”
en su fuga del penal de Puente Grande, Kaplan intentó escapar antes escondido
en un montón de ropa sucia que sería llevada, con él adentro, a la lavandería
por un camión repartidor. El plan se frustró por alguna delación.
Otra huida considerada por
Joel David fue ocultarse en un compartimento falso colocado en la defensa de un
camión por otro reo estadounidense de la época, un tipo de apellido Church,
preso por asesinar a un policía mexicano con sus propias manos. Trambién se
frustró.
Hasta que el 18 de agosto de
1971, cerca de las 18:30 horas lo logró. Y también, como “El Chapo” Guzmán
Loera, lo hizo en las narices de los guardias.
Ficha-de-David-Kaplan-y-gafete-de-su-esposa-Irma
Ciudad de México, 31 de julio
(SinEmbargo).– Diez: Un helicóptero Bell 47 dotado de una turbina
sobrealimentada aparece por encima del muro de la Penitenciaría de Santa Martha
Acatitla, en la Ciudad de México.
Nueve: —¡Mira, Kaplan! Allí
viene. ¿Lo ves? ¡Es el helicóptero que se acerca! —alardea Castro. —¡Oh,
Carlos, tengo miedo! —tiembla Kaplan, protagonista de una decena de fugas
frustradas.
Ocho: Quinientos setenta reos
menos dos reos del dormitorio uno pasan la tarde viendo una película.
Siete: La nave, un Bell con
cuerpo de libélula y frente de burbuja desciende entre la lluvia al interior
del patio del tercer sector de la prisión. “(Lo disfruto) de la misma manera
que uno aprecia realmente a una muchacha cuando lleva mucho tiempo el acostarse
con ella”, dirá el piloto del momento.
Seis: David Joel Kaplan,
estadounidense, y Carlos Contreras, venezolano, salen del dormitorio uno y se
protegen del agua junto a los muros. ¿Qué decir cuando les pregunten qué hacen
en el lugar?
Cinco: Los custodios dudan…
El aparato es del mismo color azul metálico en que aparecen y desaparecen los
jefes de la Policía del Distrito Federal.
Cuatro: Kaplan y Contreras
corren por la cancha de basquetbol. Están a nada de lograrlo y de perderlo.
Kaplan está cerca de morir, de suicidarse. Es lo mismo.
Tres: Los custodios no se
convencen. La lluvia, la sorpresa… Algo está mal con el helicóptero: su
matrícula es extraña.
Dos: El vigilante Victoriano
Cruz levanta su arma y jala el gatillo, pero se traba.
Uno: Joel y Carlos reconocen,
entre la barba, la amplia sonrisa de Roger, un piloto de combate de Vietnam con
actitud de volar a través de un arcoíris. El hombre maniobra el ascenso del
aparato. Boquiabiertos, los guardias de la Penitenciaría, la cárcel de mayor
seguridad en México en ese momento.
Cero: Durante 10 segundos de
las 6.35 de la tarde del 18 de agosto de 1971, se ha consumado La Fuga del
Siglo.
10segundos310segundos4
***
La biografía de Kaplan es tan
peculiar que pasa por un productor de cine porno nacido en la Unión Soviética,
bailarinas exóticas, asesinos cubanos,
E incluye un cadáver, el del
hombre a quien acusaron de asesinar, Luis Vidal, Jr., con ojos cafés, en vez de
azules como los tuvo.
O los tiene, pues se afirma
que sobrevivió a su acta de defunción mexicana.
Aun así, la esposa del hombre
asesinado afirmó que se trataba de su esposo y también lo reconoció una
camarera que lo vio algunos segundos sentado en la cama del Hotel Continental
Hilton en que se hospedó antes de desaparecer.
—¿Cómo explica usted el
cambio de color de ojos de su marido? —preguntaron a la esposa de Vidal.
—Seguramente alguien sacó los
globos oculares de mi esposo y puso los de alguien más —explicó ella.
El galimatías de la muerte de
Vidal y el procesamiento de Kaplan, su socio, está relatado en el libro Kaplan.
Fuga en 10 segundos, obra de Eliot Asinof, Warren Hinckle y William Turner,
publicado en español por Lasser Press en 1973. Existe además un relato
autobiográfico de Carlos Contreras, compañero de celda y de fuga de Kaplan,
llamado La Fuga del Siglo, editado por Carnel, en Venezuela, también en 1973.
Además, SinEmbargo posee
copia de los expedientes penales y partes penitenciarios de Kaplan.
La versión más aceptada sobre
Joel David Kaplan es que fue un agente encubierto de la CIA, traficante de
armas y, a la vez, miembro de una familia de empresarios azucareros con
intereses políticos en Cuba, de donde salieron tras el triunfo de la Revolución
Cubana, en 1959. Por su parte, Vidal, Jr., fue hijo de un acaudalado empresario
español con amplias amistades en el Caribe al grado que el dictador dominicano
Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961) apadrinó a Luis Vidal, Jr.
El 22 de octubre de 1971, dos
muchachos encontraron una jauría de perros devorando un cadáver de quien, sería
reconocido como el de Vidal.
Luego de un proceso plagado
de irregularidades —estas ciertas, más allá de la propaganda escrita por
Asinof, Hinkley y Turner a favor de
Kaplan—, el estadunidense y socio de Vidal fue detenido, presentado por la
prensa mexicana como asesino, procesado y sentenciado en 1964 a 27 años de
prisión por el delito de homicidio y a tres años más por el de inhumación
clandestina.
¿Por qué el sistema mexicano
actuó con tal ferocidad contra un estadunidense acaudalado? En la época, el
momento más caliente de la Guerra Fría, se especuló que Kaplan fue víctima de
su tío, el magnate de la melaza y el azúcar, Jacob M. Kaplan, cuyos nexos con
la CIA y de financiamiento a regímenes latinoamericanos de derecha también
fueron ampliamente discutidos.
Se dijo que Kaplan era pieza
o parte de una pieza en el asesinato de John F. Kennedy o un contrabandista de
drogas con conocimiento de la participación en el negocio de políticos de todos
los niveles.
Apuntes-penitenciarios-de-las-sentencias-de-David-KaplanHoja-de-resultados-del-test-de-inteligencia-David-Kaplan
***
A fines de los sesenta y
principios de los setenta, la Penitenciaría de Santa Martha fue destino, según
viejos custodios, de la desaparición de decenas de estudiantes y disidentes
comunistas de las épocas, a quienes se habría incinerado en una fundidora que
ahí existió.
Para la perspectiva de un
judío estadounidense de clase alta, la cárcel mexicana debía ser lo más
parecido a un calabozo medieval. Junto con los reos trasladados de Lecumberri,
se trasladaron a Santa Martha, en ese tiempo a las afueras del Distrito
Federal, el confinamiento en celdas cuyas puertas eran clausuradas con
soldadura.
A estos sitios se les llamó
ZO o zona de olvido y su existencia perduró al menos hasta mediados de la
década pasada, ya bien empezado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
En “Kaplan. Fuga en 10
segundos”, el empresario azucarero es descrito con una piel mortecina, blanca
como el yeso y un olor a moho propio de quienes han vivido el encierro sin sol
ni aire, pero en el mismo libro se hacen constantes referencias de los
beneficios de los que gozó el ex agente gracias a la definitoria corrupción del
sistema carcelario mexicano: mejor comida, visitas conyugales ilimitadas,
noches de póquer, una celda compartida sólo con el venezolano que lo acompañó
en su escape y botellas y botellas de whiskey y ron.
En septiembre de 1967, la
Suprema Corte de Justicia de la nación denegó, en definitiva, la apelación de
Joel David Kaplan.
Si el gringo quería salir de
México, su calabozo, habría de fugarse.
La idea de huir se convirtió
en algo tan presente en su cabeza como el aire en sus pulmones.
Concibió el plan de fingir
apendicitis y convino con el chofer de la ambulancia del reclusorio su salida y
entrega, fuera de la Ciudad de México, a un grupo de dos mujeres estadunidenses
y un canadiense manco con quienes viajaría al norte con aspecto de turistas.
Aceptó el pago de 75 mil pesos y la entrega de un anticipo de la tercera parte.
El proyecto fracasó cuando el socorrista fue despedido por llegar ebrio al
trabajo tras una farra financiada con el mismo dinero de Kaplan.
Siguió la trama ingeniada por
Kaplan en que, luego de repartir sobornos por 100 mil dólares, sería declarado
muerto y su “cadáver” envuelto para salir de la cárcel. Afuera, sería suplido
por un cuerpo verdadero y él seguiría hacia Perú. Pidió el dinero a su tío,
albacea de su fortuna, quien respondió que no.
Judy, una hermana de David,
se unió al propósito de lograr el escape. Buscó ayuda entre exagentes de la
CIA, exmilitares y desertores del régimen cubano y repartió miles de dólares en
cualquier cantidad de ideas que incluyeron el incendio de la penitenciaría.
Algo más viable ocurrió en
octubre de 1970, cuando un joven matrimonio mexicano adquirió, en medio del
llano del ex Lago de Texcoco, un terreno que convirtió en gallinero, justo a
200 metros del patio del dormitorio uno en que Kaplan rumiaba su tragedia en
México. En vez de aumentar el número de pollos, crecía la cantidad de tierra.
El plan era un túnel que se cavó hasta que los picos toparon con lava
volcánica, imposible de retirar con discreción.
Cosas de las cárceles
mexicanas: un agente de la CIA no tendría los mismos beneficios de la
ingeniería de túneles de los que gozaría, casi 45 años después, un
narcotraficante de Sinaloa.
10segundos010segundos1
***
Judy Kaplan logró el apoyo de
Victor Stadter, un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial y contrabandista
de lo que fuera, desde monos capuchinos hasta influencias ganadas en los
burdeles más ostentosos de América
Latina.
Y algo especialmente
interesante sobre Stadter, orgulloso descendiente de prusianos, y el crimen
organizado en el continente: este estadunidense se forjó como uno de los
mayores transportistas de mercancías ilegales volando su propio avión, desde
Guatemala hasta Texas, un par de décadas antes de que Amado Carrillo se ganara
el apodo de Señor de los Cielos.
Nuevamente antes que El
Chapo, esta vez de su fuga del Penal Puente Grande, Kaplan ideó una fuga
escondido en un montón de ropa sucia que sería llevada, con él adentro, a la
lavandería por un camión repartidor. El plan se frustró por alguna delación.
Otra huida considerada por
Joel David fue ocultarse en un compartimento falso colocado en la defensa de un
camión por otro reo norteamericano de la época, un tipo de apellido Church,
preso por asesinar a un policía mexicano con sus propias manos.
Church gozaba la concesión
para la elaboración de remolques de camiones en el interior de la cárcel, cajas
que se vendían en el exterior en un negocio privado llevado desde la dirección
penitenciaria. Acordaron el pago de 100 mil pesos de la época, pero el plan no
prosperó porque Church encaminó el plan hacia la traición, descubierta luego de
cobrar 50 mil pesos.
Otra idea fue conseguir un
traslado a la cárcel de Cuernavaca argumentando razones de salud, la necesidad
de respirar aire limpio y a menor altura. La prisión de la capital de Morelos
es descrita en la época como una “prisión sin puertas” en que “se les permitía
a los presos ir a la ciudad, disfrutando de una gran libertad”.
“Un lugar ideal para Joel
Kaplan”, se lee en el libro.
Paranoides —pero no
necesariamente fuera de la realidad—, los estadunidenses calculaban que la
carretera a Cuernavaca podría escenificar una emboscada mortal contra el reo.
Aun así, decidieron continuar. La noche del traslado se convirtió en mañana
amarga: nada ocurrió, nadie abrió la reja y llamó a Kaplan para irse.
Stadter, entonces, lanzó un
solo mensaje en todas las frecuencias que conocía del sistema político
mexicano: habría plata, mucha plata para quien diera la orden de dejar salir
libre a su cliente. Y la respuesta fue una: no importaba cuánto ofreciera ni
qué tan alto estuviera la mano que recibiera el dinero, siempre habría alguien
más arriba recordando que la puerta debía permanecer cerrada.
El contrabandista contrató un
maquillista de cine en Estados Unidos. Un peluquero de Nueva York diseñó una
peluca de 700 dólares que se adaptaría a la cabeza de Kaplan quien, en la
enfermería de Santa Martha, a donde llegaría luego de tomar una droga que le
haría parecer enfermo de paludismo, se disfrazaría del propio maquillista y
saldría. El verdadero maquillista saldría libre tras demostrar que el reo lo
drogó. Esta vez, con todo listo, Kaplan enfermó en verdad.
¿Huir por aire? Quizá en ese
momento pareció el peor de todos los disparates. Fue una idea haya nacida en la
cabeza de Kaplan, según la investigación de Asinof, Hincle y Turner, por su
conocimiento de las operaciones del ejército estadunidense en Vietnam que
extraían prisioneros tomados por la guerrilla vietnamita detrás de las líneas
enemigas.
Stadter contactó a un viejo
amigo texano, un descendiente de irlandeses de apellido Orville y apodo Cotton
que entonces volaba una avioneta fumigadora y quien contactaría al piloto del
helicóptero, Roger Hershner, un piloto de combate en Vietnam de 29 años de
edad.
Sin que Kaplan conociera
muchos de los detalles, organizaron la fuga. Acaso debió fotografiar el patio
de aterrizaje para conocer la distribución y dimensión del espacio.
Las imágenes no funcionaron,
pero Stadter logró infiltrar a un agente de bienes raíces y familiar suyo como
un criminólogo a quien el propio director de la penitenciaría proporcionó un
recorrido por la cárcel.
Kaplan decidió incluir en el
escape a Carlos Contreras Castro, un narcotraficante venezolano que se las
arregló para desconectar la alarma de la torre de vigilancia, a la que el
venezolano y el estadunidense se referían como “torre de control” durante las
conversaciones, siempre sumergidas en whiskey.
Roger despegó a las 5.53 de
la tarde del 18 de agosto de 1971 de Pachuca, Hidalgo. Arribó a Santa Martha
Acatitla a las 6.35.
DIEZ, NUEVE, OCHO…
El escape, como ahora es el
de Joaquín Guzmán, fue tema internacional y se le otorgó el título de “la fuga
del siglo”.
10SEGUNDOS5
***
Kaplan inauguró, exitosamente,
el uso de helicópteros en fugas de cárceles. Dos años después que él, tres
miembros del Ejército Republicano Irlandés se evadieron de una prisión en Gran
Bretaña luego de que un compañero suyo secuestró una nave con su piloto y lo
obligó a descender en la cárcel de Mountjoy.
Desde entonces, ha habido 42
intentos de escape de esta manera, 30 de estos exitosos. El último se registró
el 7 de junio de 2014 en centro de detención de Facility, Quebec, de donde
huyeron tres hombres quienes volvieron, un par de semanas después, al mismo
encierro.
En 1975, Charles Bronson
interpretó a Nick Colton en Breakout (Dir. Tom Gries) al piloto y héroe en el
rescate de un estadunidense preso en una sucia y corrupta mazmorra mexicana.
Será posible ver la fuga de
Kaplan, un agente de la CIA, gracias al filme La Cuarta Compañía, thriller
mexicano dirigido por Amir Galván y Vanessa Arreola y que se estrenará el
último trimestre de este año.
Galván y Arreola utilizaron
un helicóptero idéntico al empleado por Kaplan, el Bell con cuerpo de libélula
y cabeza de esfera transparente. Rodaron en el interior de la Penitenciaría de
Santa Martha y la escena de la fuga de Kaplan fue lograda en el mismo patio al
que descendió, en 10 segundos, el aparato. Muchos de los extras y parte del
reparto con papeles menores son internos.
La cinta es una ficción
resultante de años de investigación documental y aborda la existencia de un
grupo de ladrones de autos, todos convictos de Santa Martha, quienes salen
todas las noches a robar autos Grand Marquis. La operación criminal era dirigida
desde la Policía del DF, entonces en manos del Negro Durazo.
LA PELÍCULA QUE RECREA LA
FUGA
Uno pensaría que para un
comando de presos de la Penitenciaría del DF, mejor conocida como de Santa
Martha Acatitla, que tienen oportunidad de salir y operar en las calles de la
Ciudad de México de finales de los setenta, una fuga es un suceso que desluce
luego de tanto salir y entrar de la prisión, comentan en entrevista con
SinEmbargo Arreola y Galván, directores de La Cuarta Compañía.
Pero La Fuga del Siglo pasado,
donde Joel Kaplan y su compañero de celda, Carlos Contreras, se elevaron en un
helicóptero en los 10 segundos que les dieron libertad para siempre, produce
fascinación por igual en muchos hombres libres, en los internos del presente y
en los contados sobrevivientes de “la cuarta compañía”, el escuadrón de presos
y a su vez notables jugadores de futbol americano, cuya historia recuperan los cineastas en una
película que llevará el mismo nombre y que se estrena en el invierno de este
año, “el mismo donde la fuga del Chapo ya es la precoz aspirante a ser la gran
fuga en el México de este siglo”, apunta Galván.
La Cuarta Compañía es una
película mexicana de reciente producción donde la pérdida de la inocencia de un
joven y los autogobiernos en la cárcel, trenzan una historia poco conocida pero
tan real y sorprendente como el autogobierno actual en el 65 por ciento de las
cárceles de nuestro país —el control en manos de criminales recluidos, del que
hablan especialistas.
Habla Arreola:
“En nuestra historia
retomamos la fuga de Kaplan como alegoría, como un símbolo asombroso de la
libertad, de la ausencia de presión y también presencia de expansión individual
y unión solidaria con los otros. La fuga es uno de los episodios que recreamos
en la Penitenciaría del DF, el mismo lugar donde se origina el relato histórico
de la cuarta compañía durante el sexenio de López Portillo.
“Lo logramos gracias a la
colaboración y apoyo tanto de la población de internos como de autoridades del
Gobierno del Distrito Federal (GDF) durante la gestión de Marcelo Ebrard. Y,
bueno, el corazón palpita de singular modo cuando hay que recrear una fuga en
una cárcel donde un helicóptero bajó y al elevarse se llevó consigo a dos
presos y dejó a un tercero que se quedó, y se sigue quedando, porque lo
interpreta Raymundo Moreno Reyes, el preso más antiguo, próximo a cumplir medio
siglo en el sistema penitenciario nacional y quien forma parte de nuestro
elenco”.
A Raymundo le llaman El
Burrero, porque vendía la leche de su burra, y ésta, a decir de él, es la
tercera película de su filmografía.
Raymundo llegó a la vieja
cárcel Lecumberri cuanto tenía 21 años, y en la década de los sesenta fue
trasladado a la Penitenciaría.
La tarde del 18 de agosto de
1971, 6.35 miró hacia el cielo y vio
llegar e irse al helicóptero de Kaplan.
(SIN EMBARGO.MX /HUMBERTO
PADGETT / JULIO 31, 2015 - 00:00H)
No hay comentarios:
Publicar un comentario