Raymundo Riva Palacio
En los primeros
meses del gobierno de Enrique Peña Nieto, la Oficina de la Presidencia diseñó
lo que sería el toque de pueblo del presidente: mítines con centenares de
personas, donde se sintiera en su viejo hábitat mexiquense y en el terreno en
el que más cómodo se encontraba. Así se hizo. Pero no fue espontáneo. Fueron
totalmente coreografiados, se depuraban las listas de asistentes, y se hacían
acarreos fáciles para el grito pronto y las selfies pintadas de cariño. Cuando
las cosas se le complicaron abiertamente en octubre del año pasado, cada vez
que había razones para el decaimiento anímico, una gira al Estado de México era
la solución. Ahí sí lo quieren, dijo hace no mucho tiempo. Pero la realidad no
es así. Los mexiquenses figuran entre los estados que más bajo aprueban su
gestión presidencial y más alto porcentaje registra de indignados. En su propia
tierra enfrenta el mayor desprecio.
¿Cómo recuperar la
fe del pueblo? Eso, con otras palabras, se preguntan algunos en Los Pinos desde
hace meses. Habría que reformular la pregunta, para recordar que Peña Nieto
ganó la Presidencia con seis de cada 10 electores en su contra. Obtuvo 38.15%
de la votación, pero el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador
logró 31.64%, y Josefina Vázquez Mota, pese la decepcionante campaña que
realizó la panista, 25.40 por ciento. La mayoría de los mexicanos no lo quería
como presidente, y no hay que olvidarlo en el análisis. A casi dos años y medio
de gobierno, su votación en 2012 es casi idéntica al nivel de aprobación actual
de su gestión. Es decir, mantiene a los votantes, pero nunca convenció a
quienes optaron por otra opción. Peor aún, alienó aún más a ese grupo, que
crecientemente lo desaprueba como mandatario.
Su problema, por
tanto, es bastante más complejo de lo que piensan. La fe se puede recuperar
mediante el advenimiento de un líder con perfil teológico –López Obrador, que
todo lo ve en un universo de buenos y malos, es el único con esas
características en el paisaje nacional–, o con uno que administre expectativas
–algo que Peña Nieto no logró durante los primeros 18 meses de gobierno y sus
reformas fundacionales, cuando sus positivos seguían a la baja y subían sus
negativos–. Quienes recuerdan el esplendor de ese momento –agosto y septiembre
2014–, soslayan que la propaganda y la mercadotecnia escondió la realidad del
descontento, pero no la cambió.
La fe es aquello
en lo que cree una persona o una comunidad, a partir de la certidumbre y el
concepto positivo que se tiene de una persona. Liderazgo, por otra parte, es la
capacidad de un individuo para persuadir e influir en una persona o en un grupo
social para motivarlo y seguirlo. A decir por los números en las encuestas,
Peña Nieto no ha logrado ni lo primero, ni lo segundo. Juan Gabriel Valencia,
un agudo analista, parafraseó a un funcionario de Los Pinos en su columna
sabatina en “Milenio”, que se preguntaba en dónde había perdido el Presidente
la conexión con la gente. Seguramente, ese funcionario recordaba sus tiempos de
político mexiquense donde la gente –este reportero lo atestiguó años antes que
se convirtiera en un producto de televisión–, genuinamente se le echaba encima
y lo colmaba de abrazos y besos.
El Peña Nieto de
Los Pinos no es el Peña Nieto del Palacio de Gobierno mexiquense. Aquél tenía
alma, instinto, reflejos; el actual, vive encapsulado y aislado. A Enrique Peña
Nieto lo despojaron –lo permitió y lo tolera– de su alma social. Su gobierno
igual. Son distantes, fríos, déspotas en muchas ocasiones. Al país lo ven en gráficas
y láminas de Power Point, en spots con propaganda centralizada en él, como los
líderes autoritarios.
La multicitada
declaración del jefe de la Oficina Presidencial, Aurelio Nuño, a “El País” de
Madrid, donde mostró el desprecio frente a quienes piensan diferente a “ellos”,
sólo reflejó la insensibilidad social de la cúpula en el poder. Fue la
exclusión por decreto metaconstitucional de casi 30 millones de mexicanos que
optaron por otro candidato en 2012, y de los dos de cada tres mexicanos que hoy
en día desaprueban al Presidente, que disienten de su proyecto de nación. La
lógica de “si no están conmigo no existen”, no funciona.
El acto de
gobernar se ha convertido en una permanente puesta de escena presidencial. En
el comienzo fuela escenografía imperial. Luego, insertaron en el guión los
“baños de pueblo”. Después controlaron más los eventos públicos y seleccionaron
mejor a las audiencias. En el camino, achicaron al Presidente. Ninguna de sus
reformas convenció siquiera al 50% de los mexicanos, y en algunas hay dos veces
más rechazo nacional que apoyo. Peña Nieto no ha concitado respaldo, y su
gobierno es visto como incompetente en materia de seguridad y económica, más
corrupto y más impune.
Cuando se
preguntan en Los Pinos cómo revertir la tendencia negativa del Presidente,
tendrían que verse introspectivamente y revisar qué hicieron con el Peña Nieto
del Estado de México, y por qué le quitaron el alma. Pero nadie puede estar
seguro si el Presidente quiere o no romper el yugo aislacionista en el que ha
vivido en Los Pinos, y si le importa o no lo que suceda a su gobierno durante
el resto del sexenio. Hasta ahora, todo indica que la mayoría de los mexicanos
le importan un bledo.
(ZOCALO/ COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 29 DE ABRIL 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario