IGUALA, Gro.
(proceso.com.mx).- El maestro oaxaqueño Nicolás Andrés Juan relató afuera del
Hospital General de esta ciudad, lo que pudo saber sobre la suerte que corrió
su hijo Edgar Andrés Vargas, quien resultó herido en el rostro durante la
cacería de policías a estudiantes normalistas de Ayotzinapa y a quien el
ejército le negó el apoyo.
Esa noche conoció también al
maestro de la CETEG que salvó la vida de su hijo que a punto estuvo de morir
por asfixia.
“Cuando recibí la llamada a
las dos de la mañana del teléfono de mi hijo pensé que era él pero fue que me
enteré a grandes rasgos que estaba herido y no lo querían atender en una
clínica y no había taxis para llevarlo. No entiendo cómo llegó la Marina, el Ejército,
y no permitían que se llevaran a mi muchacho, también lo intimidaban”, dijo el
padre frustrado en la entrevista realizada el martes 7 de octubre.
Para esa fecha el hombre
pedía no ser identificado por su nombre, por temor a represalias. Ayer miércoles,
habló ante el presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete en la reunión que
tuvo con normalistas y padres de familia de los 43 estudiantes normalistas
desaparecidos.
El maestro (quien pidió el
anonimato) guió a Edgar que se desangraba y a otros estudiantes normalistas la
noche del 26 de septiembre para escapar de la muerte. Intentaron parar tres
taxis en las calles, pero ninguno quiso apoyarlo.
El grupo caminó al Hospital
Cristina, una clínica privada de dos pisos, que estaba cerrando. Los estudiantes
intentaban frenar el sangrado de Andrés poniéndole una playera como torniquete.
A la clínica llegó el médico
Ricardo Herrera quien no quiso atender al herido por ser estudiante de
Ayotzinapa. El llamó a la policía municipal para que detuvieran a los jóvenes
(la autoridad que persiguió a los estudiantes hasta matar a seis y herir a 25),
pero en su lugar llegó una veintena de soldados.
El ejército se había
mantenido omiso, adentro de la región militar, durante las tres horas que duró
la cacería de normalistas. No acudió a pesar de que las instalaciones
castrenses están a menos de tres kilómetros de donde ocurrieron los dos
episodios con balaceras.
“Se acerca el ejército”,
gritó alguno de los estudiantes. Todos se escondieron. Entre varios subieron a
Andrés al segundo piso, le limpiaron la sangre de la boca.
Los militares llegaron al
hospital y apuntando con sus armas sacaron a los 26 de sus escondites, los
regañaron por dedicarse a la delincuencia y amagaron con llevarlos detenidos.
“Se metieron a un hospital
privado, es allanamiento, es un delito, vamos a llevar a los municipales para
que se los lleve”, advirtió el que iba al mando de los soldados, según lo que
recuerda el maestro.
“Si llaman a los municipales
nos van a entregar para asesinar porque ellos son los que balacearon a todos”,
respondió el profesor.
Le pidieron que se
identificara y cuando dijo que era profesor le reclamaron: “¿Y esto es lo que
les enseña?”; él les respondió que enseña en Iguala pero acudió a ayudarlos.
Los militares salieron un
momento a hablar entre ellos. Al regresar regañaron al grupo, reclamaron al
maestro que les enseña a ser revoltosos, regañaron a los jóvenes por no
aprovechar la oportunidad que les dan sus padres para que estudien, los
regañaron por problemáticos, les tomaron foto a uno por uno, les pidieron sus
nombres, y se fueron. Antes les aseguraron que pronto pasaría una ambulancia
por el herido. Pero no llegó. Los estudiantes se fueron en un taxi que accedió
a subirlos porque escondieron al herido.
“El ejército ya tomó la zona,
ya están seguros”. Fue lo último que dijo el que iba al mando.
En aquella entrevista en el
hospital el papá Nicolás Andrés Juan dijo a Proceso que su hijo estaba por
cumplir los 20 años.
“Cuando llegamos a Iguala y
vimos al médico nos dijo que estaba a punto de morir por asfixia porque estuvo
mucho tiempo sin atención, esta parte la tenía inflamada, cerrada –se tocó la
garganta–, le hicieron una traqueotomía, por eso salvó la vida, si hubiera
tardado más estaría muerto”, narró.
Durante los primeros días en
los que estuvo internado en el hospital, Andrés tuvo pesadillas, lo durmieron
con sedantes. Perdió la voz y una parte de la cara. Tenía inflamado el rostro,
se comunicaba a través de la escritura.
Sus familiares no querían que
recordara nada. Al día siguiente fue trasladado al DF, al hospital Gea
González, para someterlo a cirugías.
“Mi hijo tenía trazado un
proyecto de vida estable, tener licenciatura, ejercer su profesión, tener una
familia, poder vivir. Desafortunadamente no sabemos cómo va a ser después ni
qué secuela pueda tener. La ciencia ha avanzado pero va a quedar distinto,
inclusive la voz. Nos ponemos a pensar qué va a ser de él, a lo mejor no va a
poder ejercer una docencia, estar frente a los alumnos, cómo va a quedar. Uno
trata de darle una mejor herencia a los hijos”, dijo triste.
Ayer narró esta historia ante
el presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete de seguridad, y reclamó otra vez
que el ejército no ayudó a su hijo.
El día de la entrevista, en
el hospital estaba el hermano de Aldo Solano Gutiérrez el estudiante herido que
sigue en coma. El reporte que dio su familiar es que no se movía, estaba
conectado por ventilador, lo poco que movía del cuerpo era a causa de reflejos.
No pudieron trasladarlo a un hospital de alta especialidad porque requería
estar conectado y su cerebro estaba inflamado.
Aldo, el herido, tiene 19
años. Es jugador de futbol y proviene de Ayutla. Fue herido en la primera
balacera del 26 en la noche, cuando la policía municipal bloqueó el paso de su
camión en el periférico y les disparó mientras los jóvenes estaban intentando
mover la patrulla que obstaculizaba la salida.
“Todos en la familia
estuvimos muy felices cuando supimos que pasó el examen para entrar a la Normal
porque él quería ser algo en la vida, seguir estudiando, tener carrera y apoyar
a mis papás que son de bajos recursos y la única escuela para campesinos es
Ayotzinapa. Su sueño era estudiar, ser maestro. Eso es su sueño”, dijo.
(PROCESO/ Reportaje Especial/Marcela
Turati/ 30 de octubre de 2014)
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