Los vecinos aseguran que esperaban negociar, pero llegaron
granaderos y fue cuando se suscitó la muerte de dos policías; las
autoridades afirman que las pláticas ya habían fallado y se intuía una
...
San Andrés Tlalamac, Estado de México.- La fuenteovejuna comenzó con un niño como portador de malas
noticias. Eran las 11:30 de la mañana cuando bajó corriendo del cerro
pelón que domina el valle.
Venía gritando:
-¡Lo mataron, lo mataron los policías!
Como
suele suceder en todos los casos de levantamiento pueblerino, alguien
subió al campanario y tañó las campanas de la iglesia en señal de
alarma. Es un recurso casi antediluviano que aparentemente no ha
cambiado ni caído en desuso, aún en la época de las redes sociales y los
celulares. Si hay campana, hay algo.
En San Andrés Tlalamac, una
triste y húmeda mancha de concreto enclavada en el bosque alpino a las
faldas del Popocatépetl, sólo hay dos toques: el que llama a misa y el
que avisaría de una explosión del volcán. Es decir, uno reservado para
asuntos de extrema urgencia. Ese fue el que terminó por atraer a una
turba, que inicialmente se congregó para hacer frente a lo que se
pensaba era una emergencia y que al recibir detalles de la historia de
boca del niño escaló la montaña en busca de los homicidas (la historia
también ha probado que en el México rural parece no haber escasez de
hombres que al calor del momento deciden unirse a una muchedumbre
enardecida).
Para cuando los pobladores regresaron poco después
del mediodía, ya tenían en sus manos a cinco policías mexiquenses
golpeados, sus uniformes raídos y ensangrentados.
"¡Se los va a
cargar a todos!", rugió uno, malherido de un golpe en la cabeza. Junto
con sus compañeros, estaba sentado en el porche del edificio de la
delegación local, un feo inmueble administrativo en donde se despachan
los asuntos legales del pueblo.
Según testimonios recabados entre
los presentes, el policía comenzó a señalar a los pobladores: "¡a ti te
conozco! ¡Y yo sé dónde vives tú! ¡Sé quién eres!"
Al final del
día, el que salió cargado y moribundo fue él: como sus cuatro compañeros
tuvo que ser literalmente sacado en brazos por un equipo de granaderos
que trató fallidamente de rescatarle a eso de las 2 de la tarde.
En
el pueblo se insiste en que si se asesinó a los agentes es por la
llegada e irrupción del cuerpo de granaderos: los locales esperaban
negociar y se enardecieron aún más por el uso de gases lacrimógenos
justo a las dos de la tarde, cuando decenas de niños salían del escuela,
a unos metros de donde se desarrollaba el drama de rehenes.
Está
el anverso: la policía sostiene que envió a los granaderos para rescatar
a los agentes cuando todas las negociaciones habían fallado y ya se
intuía una tragedia similar a la que ocurrió en Iztapalapa hace unos
años, cuando la policía capitalina tardó demasiado y dejó que dos
federales fueran asesinados por una turba.
II
En
términos sintéticos, el detonante fue la muerte de Israel Bautista, un
hombre de 40 y pico de años, una esposa y tres hijas sobre el que
existen en este momento dos versiones: la oficial y la de sus vecinos. Y
ambas son claves. Porque cada una pintaría de cuerpo completo a este
poblado.
La primera, difundida por la Procuraduría General de
justicia del Estado de México, apunta a que se trataba de un talamontes
atrapado in fraganti cuando aserraba un árbol junto con varios de sus
cómplices, o sea, otros habitantes de San Andrés, por extensión
convertido (al menos parcialmente) en un pueblo de leñadores
clandestinos. "Cuando vieron a los policías se silbaron", sostiene el
gobierno mexiquense, que aduce el uso de armas de fuego no a un error de
protocolo policiaco, sino a que la pistola se disparó durante un
forcejeo.
La segunda versión, recopilada entre distintos
pobladores de San Andrés, va en sentido contrario. Habla de que Israel
simplemente era un campesino que estaba recogiendo leña para echar a
andar un horno de basura, un instrumento primitivo con el que por estos
lugares se produce carbón para calentar el hogar y combatir la humedad
de las lluvias.
A los policías linchados no ayudó el hecho de que
Israel fuera una de las personas más populares del pueblo, un personaje
al que las autoridades locales describen como de tan fácil de palabra
que periódicamente era utilizado como animador de mítines políticos para
el PRI, el más reciente en la campaña de Eruviel Avila la gubernatura
del estado.
El caso es que si bien las interpretaciones varían,
los resultados son incuestionables: Tres personas están muertas, una
veintena se encuentran heridas, una está detenida acusada de homicidio y
un pueblo entero se encuentra en pie de batalla ante la aparentemente
inevitable incursión con la que el gobierno mexiquense buscaría detener a
los responsables del asesinato de sus policías.
Típico de
situaciones como ésta, en el pueblo se ha generado una reacción de
colectividad ante lo que se percibe como una amenaza externa.
"Aquí
no vamos a dejar que entre nadie", advirtió un hombre enfundado en una
gorra, una cazadora y lentes oscuros, parte de una muchedumbre que
permanecía en las calles frente lugar de linchamiento.
Un pañuelo
le cubría el resto del rostro. Como otros jóvenes, se había reunido en
torno a las cenizas de una fogata improvisada a unos metros de donde
fueron asesinados los policías. Aún eran visibles rastros de sangre en
la forma de palmas rojas impresas sobre los muros. "Este pueblo
-amenazó- no se va a agachar y nos vamos a morir en la raya".
En
el suelo quedaban también los restos de la refriega: un centenar de
cartuchos vacíos de gas lacrimógeno yacían esparcidos. Tenían la leyenda
"Combined Tactical Systems, Jamestown Pennsylvania" en sus dorsos.
(MILENIO/ Víctor Hugo Michel, enviado/
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