Juan Pablo Proal/sinembargo.mx
No es un escenario irreal: su gobernador en estos momentos puede estar ahogado de borracho, ordenando la encarcelación de un líder social.
En una alteración demoníaca debido a la sobredosis de metanfetaminas,
su presidente municipal, aliado de algún grupo del crimen organizado,
tomaría el teléfono para decretar el asesinato de una madre que reclama
la aparición de su hijo.
El diputado que representa su distrito podría estar inhalando cocaína
en el baño del Congreso, mientras aguarda para votar una ley que
seguramente no será favorable para el electorado.
Ellos, los dueños del presupuesto, con un par de firmas pueden hacer
que toda su descendencia viva en la opulencia. Con una llamada ponen fin
a una vida o encarcelan otra. Pueden conducir borrachos sin que el
agente de tránsito los detenga. Amos y señores del país, las leyes,
nuestros impuestos y pesadillas. ¿Cuántas decisiones estarán tomando
desde la inconsciencia, embriagados por alguna sustancia tóxica?
Es bien sabido que los políticos, por regla de convivencia, son por
lo regular amigos del alcohol. En sus barrocas y zalameras comidas,
donde el abrazo hipócrita es la única forma de saludar sus egos, no
faltan las mejores botellas. Es ahí, embriagados de poder, donde no
pocas veces toman sus decisiones. A quien desplazar, a quien borrar, a
quien encumbrar.
No partimos de suposiciones. La historia ha brindado casos
emblemáticos: Churchill, Bill Clinton, Yeltsin y Kim Jong-II. Menos
representativos e ilustres tenemos a los mexicanos Emilio González
Márquez, piadoso hasta decir salud, el amante del coñac Mario Marín, el
siempre enfiestado y jamás noqueado Jorge Kahwagi y el torturado hasta
los testículos Félix Salgado Macedonio.
Youtube nos ha regalado preciosas historias de políticos embriagados
hasta la lengua, crudos de venganza. Muestra de que el tráfico de
influencias no es sólo una práctica común, sino actividad necesaria para
perpetuar los excesos que sus patologías requieren para sobrevivir.
En Uruguay, el pasado 6 de julio, el diputado José Carlos Cardoso
propuso un análisis antidoping periódico para políticos. Expone en sus
motivos:
“Para enfrentar el control del tráfico ilícito y el lavado de
activos, es imprescindible que quienes integren instancias de decisión
de políticas o tengan la posibilidad de incidir en ellas, o quienes
participan en la ejecución de políticas vinculadas con el narcotráfico,
con responsabilidades administrativas, relevantes en el campo político o
judicial, tengan la libertad de enfrentar su combate sin ningún tipo de
condicionamiento.
“Obviamente, si la comercialización está prohibida, quien consume
drogas ilegales, necesariamente tendrá alguna forma de contacto con el
mercado del narcotráfico, porque hay que comprar y por alguna vía- por
más débil que sea- se producirá el contacto.
Muchas veces esto genera
condicionamientos, que incluso en el Uruguay no lo hemos visto con mucha
atención o con mucha claridad, pero se han dado casos de funcionarios
que cumplen funciones muy importantes, vinculados a la droga o incluso
atrapados por consumo.
Si queremos dar una lucha frontal y abierta la
tenemos que dar en todos los campos y partir del supuesto de que la
relevancia de la función no exime a nadie a estar expuesto al consumo de
droga”.
El uruguayo tiene razón. Son esos funcionarios, desde el púlpito de
la moral convenenciera dictada por Washington, quienes nos pretenden dar
lecciones de buenas costumbres. Vive sin drogas, nos sermonea el
establishment, mientras atascan de mierda tóxica la programación
oficial. No uses sustancias ilegales, al tiempo que se sientan a pactar
con un cártel.
El 10 de enero de 2009 fue publicado el Nuevo Código Electoral del
Distrito Federal, en el que se le obliga a los candidatos a puestos de
elección popular a someterse a dos pruebas antidoping. Por bizarro que
parezca, en Veracruz se tipificó por ley la aplicación de exámenes
antidoping periódicos a los funcionarios públicos.
El discurso oficial nos bombardea de publicidad contra el uso de
sustancias tóxicas. En honor a la congruencia, los funcionarios públicos
deberían someterse de manera periódica y sin previo aviso, a exámenes
que nos garanticen que toman decisiones de manera consciente, o, al
menos, sin la influencia de sustancias tóxicas y que no son juez y parte
en esta, su guerra contra la droga.
Las adicciones a las llamadas drogas duras tienen un sinnúmero de
efectos perjudiciales. Abstinencia, ansiedad, impulsividad, ausentismo
laboral, violencia, problemas mentales, alteración del estado de ánimo.
El adicto, fuera de sí, puede robar y hasta matar para conseguir las
sustancias que su organismo exige para sobrevivir.
El abuso de sustancias tóxicas es, además, un problema público
estrechamente ligado a una urgente discusión: la necesidad de que exista
transparencia respecto al estado de salud de los funcionarios públicos.
Los doctores Pierre Rentchnick y Pierre Accoce estudiaron a varios
mandatarios de primer grado; en uno de sus descubrimientos hallaron que
el presidente Franklin D. Roosevelt padecía de presión arterial alta, lo
que afectó su lucidez durante las negociaciones territoriales en la
Segunda Guerra Mundial. De este tamaño es la relevancia de conocer el
estado de salud de quienes nos gobiernan.
En Estados Unidos, desde 1972 los líderes de los partidos tienen la
obligación de informar sobre el estado de salud de los funcionarios.
Si
bien existen restricciones sanas y necesarias para proteger la intimidad
de los servidores públicos, como la reserva del historial clínico, es
imprescindible que los ciudadanos sepamos si nuestros gobernantes están
en condiciones intelectuales y físicas óptimas para ejercer su
desempeño.
Los contribuyentes tenemos el derecho de saber si nuestros
representantes padecen algún padecimiento intelectual, adicción o una
alteración súbita que, en un momento de embriagues, aniquile millones de
vidas.
(EL PORTAL DE LA NOTICIA/ Juan Pablo Proal/sinembargo.mx/ Domingo, 04 de Agosto de 2013 10:03)
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