MÉXICO,
D.F. (apro).- Ni tenía forma de suicidarse en su celda. Lo mantenían
prácticamente desnudo, sin nada a su alcance, porque tras un “estudio
criminológico” –que consistió en dos preguntas: su nombre y su edad– los
médicos dedujeron que Jesús Lemus era reo de máxima peligrosidad, capaz
de fabricar un arma a partir de todo lo que caía en sus manos.
El
juez le ordenó seguir una “terapia de reeducación”. Esto justificó el
traslado del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Puentecilla,
Guanajuato, a Puente Grande, el famoso penal federal de Jalisco. Una
“cárcel de exterminio”, según Lemus, donde le atribuyeron la matrícula
1568, que portó durante sus tres años de reclusión.
En Puente
Grande caminan con la cabeza gacha “los malditos” del Centro de
Observación y Clasificación (COC), la sección de confinamiento de los
presos más peligrosos, donde Lemus quedó encerrado seis meses. El nombre
“los malditos” proviene de los insultos de los guardias. Lemus asegura
que los reos se lo apropiaron, ya que “no tienen derecho a nada”.
Dicen
los exprisioneros que en la cárcel se tejen lazos de fraternidad y de
solidaridad incomprensibles por los de afuera. Presentado por los
guardias como reportero, Lemus tuvo que ganar poco a poco la confianza
de sus compañeros en el penal federal.
En el COC, lo único que le
entregaban eran dos cuadros de papel sanitario. Una persona le
proporcionó una puntilla de grafito, “para que se entretenga, dibuje en
la pared y luego lo borre”.
Para no caer en la locura por el
aislamiento en el que le confinaba su celda, se puso a escribir los
recuentos de sus compañeros en las hojas de papel sanitario. Cada 12
días, sacaba las hojas frágiles plegadas en sus zapatos y las entregaba a
su esposa, que venía a visitarlo.
Así nació el libro Los Malditos –crónica negra desde Puente Grande–
que hoy presentó Jesús Lemus. El libro se presenta como una recolección
de testimonios e historias más impactantes que le contaron los mayores
delincuentes mexicanos: entre ellos Daniel Arizmendi El Mochaorejas, un lugarteniente del Lazca, Alfredo Beltrán Leyva o Rafael Caro Quintero.
Nunca
recogió las historias durante entrevistas, confesó, sino en charlas
informales, entre dos partidos de dominó o durante la hora de
“distracción”. Tampoco investigó los casos, los transcribió tal cual en
“una fotografía de cómo se vive ahí adentro”, precisó.
Durante su
encarcelación era imposible comprar a los guardias para mejorar su
bienestar y sus condiciones de encarcelamiento, afirmó Lemus. Aun
personas de gran poder económico como Rafael Caro Quintero comían igual
que todos, al contrario de la época cuando estuvo preso en Puente Grande
Joaquín El Chapo Guzmán (hasta su evasión el 19 de enero de 2001, un mes después de la llegada a Los Pinos de Vicente Fox).
Uno de los compañeros de Lemus, El Gato, le relató que El Chapo
Guzmán gozaba de una reputación “increíblemente buena” entre los
presos, ya que les ayudaba a todos gracias al poder que ejercía dentro
de la cárcel.
Algún día, uno de los reos le dijo “¡Pinche
reportero! Con todo lo que escuchaste tienes material para un libro”.
Pero antes de escribirlo tenía que salirse de un proceso jurídico
manchado de irregularidades.
El peso del Estado
Jesús Lemus, periodista y exdirector del diario local El Tiempo,
ubicado en La Piedad, Michoacán, fue sentenciado por cumplir con su
labor en “una región dominada por el PAN, El Yunque y la Iglesia”,
afirmó.
El 7 de mayo de 2008, su fuente policial habitual le citó
en el estado vecino de Guanajuato prometiéndole una nota. La llamada
ocurrió dos semanas después de que Lemus publicara un comunicado de la
Procuraduría de Justicia de Michoacán sobre una red de pederastia que
involucraba a un diputado local y un diputado federal.
Sin
sospechar nada, el periodista tomó su carro y llegó a las instalaciones
de la comandancia. Ahí lo esperaba un grupo de encapuchados que le
sometió. “No lo tomes contra mí, te piden en Guanajuato” le explicó su
fuente como para aliviar su conciencia.
Al terminarse la primera
ronda de golpes, palizas, choques eléctricos y periodos de sofocación,
trataron de hacerle firmar un documento en el cual reconocía formar
parte de una célula en contacto con el capo Osiel Cárdenas Guillén. Se
negó. Después de la segunda, le presentaron un acta de pertenencia a Los
Zetas de Guanajuato. Rechazó otra vez. La última acta que le
presentaron bajo tortura lo identificaba con La Familia Michoacana. En
vano, no firmó.
La inquietud de sus familiares y colegas le salvó
la vida, aseguró. Al no verlo regresar, llamaron a Malvina Flores,
integrante de la organización Reporteros Sin Fronteras, que pronto se
enteró de la visita de Lemus a la oficina policial de Guanajuato.
El
Ministerio Público lo acusó de narcotraficante. El juez lo mandó a la
cárcel de mediana seguridad de Puentecillas. Al recibir la información,
la prensa lo abandonó: en el mejor de los casos se quedaron callados; en
el peor felicitaron la detención de un “narcoperiodista”. Sólo
Reporteros Sin Fronteras denunció un juicio sin pruebas, afirmó Lemus.
Lo
trasladaron a Puente Grande mientras su juicio se llevaba a cabo en
Guanajuato. Cualquier solicitud pasaba por un procedimiento de exhorto:
el juez de Guanajuato mandaba una carta por correo ordinario al juez de
Jalisco para convocar a Lemus a una audiencia. Tras dicha audiencia, el
magistrado jalisciense retornaba una carta por correo ordinario. “El
proceso se dilató. Cada prueba que podía desahogarse en una semana me
aventaba de tres hasta cuatro meses”, recordó Lemus.
Abogados acribillados
El
periodista dudó que el gobierno de Guanajuato pudiera trabar el juicio
por sí solo. “Las órdenes vinieron de muy arriba, desde Felipe Calderón,
a petición del gobierno local”, estimó.
En agosto de 2010, las
autoridades encontraron el carro y los cuerpos de sus tres abogados
originarios de La Piedad, acribillados, en la carretera que recorre el
camino de Michoacán a Guanajuato. Iban juntos al estado vecino para
atender el caso de Lemus. Las investigaciones concluyeron a un ajuste de
cuentas ligada al crimen organizado.
Tras la noticia, Lemus tuvo
que designar un abogado de oficio entre los nombres que aparecían en la
lista que le presentó el juez. Las solicitudes tomaban dos meses –por
correo ordinario– y nunca resultaban positivas. Después de ocho meses de
desesperación, pidió al juez que éste escogiera un abogado de oficio,
“el que sea”.
“La única prueba que me tenía detenido era el
señalamiento del comandante que me detuvo, quien afirmó que formaba
parte de una célula del crimen organizado. Su argumento se basaba en que
me había visto con mucha gente. No ofrecía mayor prueba, por lo que no
podía defenderme”, deploró Lemus.
Pese a la debilidad del testigo,
al juez le pareció suficiente para condenar a Jesús Lemus, el 26 de
enero de 2011, a 20 años de prisión. Diez años por delincuencia
organizada, diez más por “fomento al narcotráfico”. Lemus, sin
resignarse a la idea de pasar tanto tiempo en la cárcel, apeló en
Guanajuato. Otro juez tomó el caso… y confirmó que carecía de sustento
jurídico.
En este entonces, Lemus se encontraba desde hace dos
años y medio en la zona “población” de la cárcel de alta seguridad de
Jalisco. El 12 de mayo de 2011 le anunciaron su liberación.
“No lo
podía creer”, confesó Lemus. “A veces se equivocan. Algún día me
convocaron y me anunciaron que tenía un juicio pendiente en Chihuahua.
‘¿Cómo?’, les pregunté, ‘nunca he ido a Chihuahua’. Se habían confundido
de nombre. Era terrible para quienes anunciaban la liberación pero
luego los decían que era un error”, aseveró.
El periodista salió
del penal en una situación de pobreza total. Perdió su periódico, y
mientras se encontraba en la cárcel lo demandó un grupo de empleados por
una procedencia de despido, “una orden de una autoridad local”, asumió.
Mandó
solicitudes a todos los periódicos, pero al notar su pasaje por la
cárcel todos le contestaron lo mismo: “Después”. Una amiga le prestó una
laptop, gracias a la cual pudo escribir su libro.
Hoy teme
por su vida. Al recibir amenazas de muerte se fue de La Piedad. Sigue
una terapia psicológica. La cárcel nunca abandona su mente y no logra
dormir bien a causa de las fobias que le surgieron. Algunos colores y
olores se vuelven insoportables, le recuerdan el encerramiento. La
“reeducación” a la que le sometieron consistía en quebrar su voluntad
mediante golpes y humillaciones.
Puso una denuncia en un tribunal
federal en Morelia, que se negó a seguir el caso y le obligó a
entregarla al tribunal de Guanajuato, el mismo que le agravió. Hoy está
trabajando sobre una demanda a la Corte Interamericana de Justicia
(CIJ).
“Fui víctima del peso del Estado sin justificación”,
denunció. Aseveró que todo esto pasó cuando se encontraba la “extrema
derecha” en el poder, antes de añadir: “Fue nefasto el gobierno de
Felipe Calderón, ojalá nunca su vuelva a repetir algo así”.
/ 16 de julio de 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario