Jorge Carrasco Araizaga
MÉXICO, D.F. (apro).- La ciudad de México es desde hace
tiempo centro de la delincuencia organizada. Ha sido refugio o escondite
temporal de capos del narcotráfico, ofrece infraestructura para el
lavado de dinero y existe tráfico de personas, trata de blancas y otros
delitos que ninguna retórica puede negar.
La desaparición de los jóvenes de Tepito en la Zona Rosa es una
expresión de esa realidad y no un hecho aislado como dice el jefe de
Gobierno, Miguel Ángel Macera.
Ahí, en esa zona turística de la capital
del país, no sólo hay bares ilegales como el Heaven, donde se
vio a ese grupo por última vez. Desde hace tiempo han existido clubes
nocturnos donde operan bandas internacionales de traficantes de mujeres.
Europeas del este, rusas, brasileñas y otras extranjeras viven
cautivas en el área, donde trabajan como bailarinas y las retienen en
casas y departamentos de los que no salen sino de noche hacia los
centros nocturnos.
No lejos se encuentra Tepito, donde en los años noventa comenzó la
distribución de cocaína en la ciudad de México. Hace dos décadas que es
territorio en disputa. Sólo han cambiado los actores y los grupos.
Lo mismo ocurre en Iztapalapa, donde la década pasada la
confrontación entre grupos relacionados con el narcotráfico llevó a los
vecinos a bautizar a la unidad habitacional Ejército de Oriente,
territorio en disputa, como “la pequeña Colombia”.
En esa demarcación se ubica la Central de Abastos, que además de
vender alimentos, por las noches se convierte en un centro de
comercialización de drogas y armas, a decir de quienes han dirigido el
que es el centro de abasto más grande de América Latina.
Pero la delincuencia organizada va más allá de las zonas populares.
La delegación Benito Juárez ha sido refugio de jefes del narcotráfico.
En julio de 2011 la Marina cateó en la colonia Del Valle el que era uno
de los departamentos de Héctor Beltrán Leyva, El H, jefe de una de las
principales organizaciones del narcotráfico en México.
Dos años antes, en diciembre de 2009, fue asesinado en un café de la
cadena Starbucks el expolicía federal Edgar Enrique Bayardo, quien era
testigo protegido de la Procuraduría General de la República en contra
del cártel de los Beltrán Leyva.
En octubre de 2008, en la colonia Lindavista de la delegación Gustavo
A. Madero, fue detenido Jesús Zambada García, “El Rey”, hermano de uno
de los jefes del cártel del Pacífico, Ismael “El Mayo” Zambada.
Tampoco se puede olvidar lo ocurrido en el Bar-Bar de avenida
Insurgentes, la principal del país. Ese lugar del sur de la ciudad de
México, en la delegación Álvaro Obregón, era centro de concurrencia de
estrellas de Televisa, como el futbolista Salvador Cabañas, y de
miembros del cártel del Pacífico Sur, que encabezó Édgar Valdez
Villarreal, “La Barbie”, exsocio de los Beltrán Leyva.
Estas no son anécdotas. Son hechos que ilustran la presencia del
narcotráfico en la ciudad de México, por no hablar del crecimiento del
mercado de distribución y consumo, en especial en los bares y
restaurantes de las delegaciones Cuauhtémoc, Álvaro Obregón y
Cuajimalpa, al poniente de la ciudad.
Si se trata de la zona conurbada, esa realidad es inocultable.
Ecatepec, Nezahualcóyotl y Naucalpan han sido escenario, ya por años, de
numerosas ejecuciones y vendettas.
La ciudad de México no se puede perder en la vorágine de la
delincuencia organizada, como ocurrió en Monterrey, centro financiero e
industrial que por años permitió la llegada de narcotraficantes a San
Pedro Garza García, el municipio más rico del país. Mientras llegaron
sólo con sus millones no pasó nada. El problema fue cuando lo hicieron
territorio en disputa.
Ni el gobierno federal ni el del Distrito Federal pueden permitir que
se repita esa historia. Se trata del centro político, administrativo y
económico del país.
Además es sede de instalaciones estratégicas para la
seguridad nacional. Un escenario de confrontación de ese tipo para el
mundo sería el símbolo de la derrota del Estado mexicano ante la
delincuencia.
El gobierno federal dice que va ayudar a Mancera para resolver la
crisis desatada por la desaparición de los tepiteños. Más vale que lo
haga.
Pero Mancera tendrá que actuar pronto para que la desaparición no
devenga en venganza y evitar que la ciudad entre en la espiral de
violencia que ha padecido el resto del país en la fracasada “guerra a
las drogas” de la última década.
jcarrasco@proceso.com.mx
Twitter: @jorgecarrascoa
/ 13 de junio de 2013)
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