La Jornada
En la Procuraduría General de la República (PGR) presionaron de manera ruin
y cobarde a los generales Roberto Dawe y Ricardo Escorcia, así como al mayor
Iván Reyna, para que firmaran declaraciones que el Ministerio Público ya tenía
elaboradas. Querían que nos acusáramos unos a otros, afirmó Tomás Ángeles
Dauahare, ex subsecretario de la Defensa Nacional. Y sostuvo: siempre pensé: mi
problema es político, no criminal, y ahora lo demuestra la realidad.
En entrevista con La Jornada, realizada horas después de su liberación,
reveló que durante los 79 días que pasó en instalaciones de la PGR sólo en dos
ocasiones compareció ante el Ministerio Público Federal (MPF), una de ellas
cuando escuchó las imputaciones en su contra y se le notificó que estaba
detenido.
Ángeles Dauahare afirmó que su detención dañó la imagen del Ejército y
causó inseguridad en los mandos que tienen la responsabilidad de combatir a la
delincuencia organizada.
–¿Cómo ve usted el
panorama nacional?
–Bien, en cuanto a la aplicación del estado de derecho, como lo anunció el
presidente Enrique Peña Nieto. Hay pruebas de ello: lo que sucedió con (Noé)
Ramírez Mandujano (ex titular de la Subprocuraduría de Investigación
Especializada en Delincuencia Organizada, hoy conocida como Seido), y mi propio
caso.
“Se está cumpliendo con esa parte primordial, fundamental, que es el apego
a la ley, porque constituye uno de los factores que más seguridad da a los
ciudadanos.
En la administración pasada se cambiaron las reglas; el ciudadano era
responsable de demostrar su inocencia. Así ocurrió en mi caso, con infamias
ruines, tan poco bien armadas y con estos testigos protegidos.
–¿Qué significa para
usted que el general Salvador Cienfuegos sea el secretario de la Defensa
Nacional y no el general Guillermo Galván Galván?
–De mucha esperanza. Lo conozco desde hace unos buenos años. Es otro tipo
de persona, más profesional, con más esencia y reciedumbre castrense. Tiene una
experiencia fabulosa y un currículo estupendo.
Prácticamente no hay cargo importante que no haya desempeñado. Tiene
experiencia y sensibilidad. Y en nuestro caso (como integrantes de las fuerzas
armadas), el secretario no solamente debe ser sino parecerlo también, y él
tiene la presencia necesaria.
–¿Considera que su caso
se resolvió rápido?
–Cinco meses (estuvimos) prácticamente en el limbo. En un tribunal unitario
en Toluca, el expediente durmió dos meses. Después lo turnaron a León, desde
luego, de manera tendenciosa. Así pasaron otros tres meses para que se
confirmara la formal prisión. Fue hasta enero de este año cuando comenzó
prácticamente la lucha jurídica.
–Ahora, ya libre, ¿piensa
que su detención fue un ardid político para evitar que llegara a ser secretario
de la Defensa Nacional?
–Yo no iba a ser secretario de la Defensa Nacional ni de Seguridad Pública
como se rumoraba.
–Usted era uno de los
aspirantes más fuertes, ¿eso provocó que lo bloquearan por intereses políticos?
–Sí, algo hay de eso. No quiero recordar porque daña mi salud. La infamia
me generó mucho coraje. No quiero revivirlo. Por otro lado, la vida sigue
adelante, olvidando lo que pasó y las personas que lo motivaron.
En todas las circunstancias negué lo que me atribuían, lo que me imputaban.
Siempre dije: esto es político, no criminal; mi problema es político, no
criminal, y en esta tesis me mantuve siempre y ahora lo demuestra la realidad.
–¿Las acusaciones en su
contra mancharon la imagen del Ejército Mexicano, que es la principal fuerza
contra la delincuencia organizada?
–Desde luego que se daña la imagen del Ejército. Se generó inseguridad en
los militares en activo que tenían la responsabilidad de los mandos
territoriales, de región, de zona o de guarnición.
–¿Cómo fueron las
primeras horas de su detención?
–Mi familia y yo veníamos de Cuernavaca. Cuando llegamos a la entrada del
conjunto habitacional, se nos acercaron unas personas, se identificaron como
policías judiciales federales militares, y me dijeron a qué iban. Subí a su
coche. Me llevaron a las instalaciones de la Policía Judicial Militar, me
hicieron un examen médico y luego me trasladaron a la Seido.
“Allí, me condujeron a la declaración prácticamente de inmediato. Me dio
mucha tranquilidad escuchar las tonterías que leyó como acusaciones el agente del
Ministerio Público Federal.
“Después me dijo que estaba detenido y ahí estuve casi 48 horas. Luego pasé
77 días en el centro de arraigo, con el general Roberto Dawe de compañero. De
allí nos enviaron al penal del Altiplano.
–¿Cuándo estuvo en la
Seido o bajo arraigo, Marisela Morales y Cuitláhuac Salinas platicaron con
usted?
–Solamente tuve contacto con el agente del Ministerio Público Francisco
Jorge Rubio Salgado, y sólo comparecí dos veces ante él. La primera, el 15 de
mayo; la otra, el 20 de junio (de 2012).
–¿No hubo más, nunca le
informaron de más pruebas ni le pidieron que aclarara algo ante el Ministerio
Público?
–Así es. En la Siedo solamente leyeron las imputaciones que me hizo el
superhombre, Jennifer, quien tenía una memoria privilegiada. Su testigo se
acordaba de cientos de detalles, de las personas a las que inculpaba, decía
fechas y todo.
“Jennifer tenía el fabuloso don de la ubicuidad. Casi al mismo tiempo, con
pocas horas de diferencia, declaraba haber estado en el estado de Guerrero y
luego en Morelos, y un poco más tarde en Cancún.
“Las acusaciones que me hacían eran del superhéroe, del delincuente
beneficiado, de nombre Roberto López Nájera, con clave Jennifer. También había
supuestos señalamientos que había hecho el mayor Iván Reyna Muñoz, a quien de
manera ruin, de lo más cobarde, de lo más infame, presionaron para que firmara
la declaración que el Ministerio Púbico ya tenía elaborada. Lo coaccionaban con
su familia. Fue una cosa que no tiene nombre”.
–¿Torturaron al mayor?
–Lo presionaron para que firmara las declaraciones que eran en contra mía.
Para imputarme.
“Platiqué varias veces con el mayor Iván, estábamos en la misma causa penal
y prácticamente juntos en una estancia en el penal del Altiplano. Nuestras
celdas eran contiguas.
“Pero no fue sólo una vez, fue víctima de una infamia. En una visita que le
hicieron también lo presionaron para que firmara la declaración que prepararon
inculpándome.
Lo mismo le sucedió al general Ricardo Escorcia Vargas. También lo
presionaron para que firmara su declaración, amenazando a la familia. De esa
manera obligaron a los dos.
–¿Qué les decían?
–Que detendrían y consignarían a su familia. En el caso del general
Escorcia, a sus hijos; con el mayor Iván, a su esposa.
–¿Con el general Roberto
Dawe no ocurrió eso?
–Al general Dawe lo coaccionaron para que declarara contra el teniente
coronel Isidro de Jesús Hernández Soto.
–Unos contra otros…
–Sí. Pero debo decir que yo no fui presionado de ninguna manera.
–¿En el penal del
Altiplano ocurrió algo?
–Tengo entendido que a los generales Escorcia y Dawe los golpearon cuando
llegamos al penal. No me consta; yo iba adelante y enseguida ellos. Son
comentarios que me hacen.
–¿Qué hacía en el
Altiplano?
–A las cinco y media nos levantaban; a las 6, dos custodios pasaban lista;
uno nos nombraba y otro confrontaba nuestra cara con las fotografías que tenían
en un listado. A las 8, pasaban con un carrito y nos daban el desayuno. Después
teníamos tiempo libre para leer textos de una biblioteca ambulante. Cada libro
te lo prestaban durante una semana.
Escribía, hacía ejercicio, caminaba o corría en el patio. Al principio sólo
con el general Dawe; luego nos dejaron salir a los seis militares, y jugábamos
futbol o basquetbol.
–Ahora que se encuentra
libre de las acusaciones de delincuencia organizada y delitos contra la salud,
¿ya platicó con el secretario Cienfuegos?
–Todavía no. Lo haré en unos momentos, mediante una llamada telefónica,
para informarle que ya estoy en casa, lo que tengo planeado. Luego pediré una
audiencia con él.
–¿Buscará al presidente
Enrique Peña Nieto?
–A ver qué instrucciones me da el secretario de la Defensa. Como todo buen
soldado, debo reportarme con mi mando, y le plantearé que quiero solicitar una
audiencia al Presidente para agradecerle todas sus atenciones y gentilezas.
–¿Cree que pueda abrirse
la vía de la participación política para usted; podremos verlo como senador o
diputado?
–El mecanismo que se ha seguido es que los partidos le digan al secretario
que un militar tuviera representación en la Cámara, de Diputados o de
Senadores. Una vez que le plantean la necesidad, él consulta a quien debe
hacerlo, y entonces propone algún nombre.
–¿Le disgusta la idea de
hacer política?
–No me disgustaría. La verdad, con el único deseo de ser útil.
La Jornada
(RIODOCE.COM.MX/ LA
JORNADA/ Redacción/ abril 19, 2013)
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