Daniel Centeno
En una entrega
pasada se habló de los asesinos seriales. Eran los desadaptados que tanto
dinero le dan a Hollywood en muchas películas temáticas. También se dijo que
estos criminales matan a tres o más personas en un mes o poco más, con la
consabida etapa de “enfriamiento” entre cada baja. En casi todos los casos las
víctimas comparten una característica: raza, sexo, edad, apariencia, etc. Los
expertos dicen que la motivación psicológica de estos seres se basa en impulsos
sexuales o de poder.
Un ex agente del
FBI, Robert Ressler, acuñó el término, y los dividió en organizados y no
organizados. El Paso tuvo un personaje con estas características. Fue apodado
‘Night Stalker’, aunque su verdadero nombre es Richard Ramírez.
Ahora está condenado
a prisión en San Quintín, y recordar sus brutales asesinatos hace replantearse
muchos temas de justicia humana. Ramírez daba miedo de solo mirarlo. En las
fotos sale desafiante. En sus juicios no se cortó ni un pelo para gritar
alabanzas a Satán ante el terror de la concurrencia. Sin embargo, hay
desadaptados que tienen otra estampa, que parecen inofensivos y que ni miedo
inspiran. El que sigue entra en el caso sin mayores problemas.
La historia del “Railroad Killer”
El 13 de julio de
1999 un mexicano de apariencia humilde se dirigió a la policía norteamericana
en uno de los puentes internacionales de El Paso. El hombre era de los que
pasaba desapercibido: aspecto aindiado, del tipo chaparro, tampoco forzudo, con
mirada esquiva y de unos 39 años. En pocas palabras, un señor como tantos otros
que se pueden ver por las calles de la ciudad. La cosa fue que llegó, pidió la
palabra y se presentó con nombre y apellido a los oficiales que lo atendieron:
“Soy Ángel Maturino Reséndiz y vengo a entregarme”.
Cuando dijo eso la
nueva noticia cogió forma con titulares como el que sigue: “Atrapado el asesino
de las vías del tren”. Las agencias difundieron la información, los juicios se
sucedieron sin pausa y las conjeturas sobre el personaje tampoco cesaron. Por
fin le habían echado el guantazo a este poblano que no hizo otra cosa que
sembrar el terror. Parecía mentira que un hombre tan salvaje fuese a entregarse
con esa mansedumbre. Lo cierto fue que refrescar su caso hace visible muchas
atrocidades del ser humano, pero también torpezas del sistema.
Otra presentación
Entre el año 1997 y
1999 este señor acabó con la vida de muchas personas en suelo norteamericano.
Ya se habló de los asesinos organizados y no organizados. Reséndiz era de los
segundos. Su único método era bordear las urbanizaciones cercanas a las vías
del tren para lograr su cometido. De esta forma, asesinó a Christopher Maier,
Leafie Mason, Claudia Benton, Norma y Karen Sirnic, Noemí Domínguez, Josephine
Convicka, George Morber, Carolyn Frederick, Jesse Howell, Wendy VonHuben y
Michael White. Su historial de fechorías trazó una línea que se detuvo en
sitios como Kentucky, Texas, Illinois y Florida.
Pero también habría
que decir que Reséndiz, dejando de lado los asesinatos, había entrado y salido
varias veces de suelo norteamericano de forma ilegal desde los 16 años con un
historial para coger palco. En 1979 fue sentenciado a 20 años de prisión en Florida
por robo, pero a los seis fue su liberación y deportación a México. En 1986
pagó 18 meses de cárcel por portar ciudadanía falsa. Dos años después lo
metieron en cana en New Orleans por posesión de arma de fuego. En San Luis pasó
otra temporada de 30 meses entre barrotes por defraudar a la seguridad social.
En alguna ocasión, cuando ya empezó a ser buscado por cosas más brutales, un
error en las bases de datos de la policía logró que lo deportaran nuevamente. Y
lo más delirante de todo es que Reséndiz volvió a entrar a Norteamérica de
manera ilegal para seguir matando. ¿Habría que decir que este elemento era un
adicto a las drogas y el alcohol? ¡Cuántas equivocaciones en tan poco tiempo!
Ya se dijo que el
hombre no era organizado en sus métodos. Reséndiz entraba a robar, y mataba a
sus víctimas de golpes en la cabeza con lo que fuera (muy pocas veces disparó
un arma de fuego). En algunos casos las violaba, y en casi todos tomaba el
carro para irse del sitio. Su torpeza era tan brutal como sus asesinatos. El
criminal fue descuidado, nunca tomó precauciones con los restos de sangre, las
huellas dactilares y otras tantas “minucias” que suelen borrar estos
desadaptados. Por el contrario, se dejaba ver. Los carros usados para su fuga,
a veces, mostraban ADN de varios crímenes pasados.
Cuando la cosa se
puso insoportable fue su esposa quien entregó algunas joyas que le había dado
su consorte, y con ellas los familiares de las víctimas hicieron la relación
con sus antiguos dueños. Otro pariente, una hermana de Reséndiz, negoció con el
FBI la rendición de su hermano. Ella solo quería que no lo mataran (la zona
estaba cundida de cazarrecompensas que no iban a dudar en ajusticiarlo), que lo
encerraran y que le aplicaran alguna prueba psicológica.
Fin del cuento
Todo se hizo como se
había acordado. Sólo que había un pequeño detalle que la hermana de Reséndiz no
había calculado: Texas es famosa por sus cortes de carne vacuna como por su
pena capital. Y el asesino de las vías del tren no se salvó de esto último.
En 1999 fue cuando
se entregó aquí en El Paso (aunque ya se sabe que no era “hijo ilustre” de la
ciudad). El criminal pasó en el bote siete años de juicios, pensamientos,
enmiendas y mil cosas más. Fue el sexto mexicano ejecutado en suelo
norteamericano desde 1976. Eso fue el 27 de junio de 2006. Dicen que antes de
serle suministrada la inyección letal, Reséndiz dijo estas palabras: “Dejé que
el diablo manejara mi vida. Perdóname mi Dios, Diosito santo, aquí vengo, mi
Diosito”. Luego vio a los familiares de las víctimas antes de disculparse:
“Sólo quiero saber que existe en su corazón perdón para mí”.
Quién sabe, quizás
David Leonard Wood, “El asesino del northeast” de El Paso, diga algo parecido
cuando le llegue su hora. Fueron seis mujeres que jura no ató, violó, mató y
enterró en el desierto de esta ciudad: Ivy Williams, Desiree Wheatley, Karen
Baker, Angélica Frausto, Rosa María Casio y Dawn Smith. A muchas les dio un
aventón desde el northeast de El Chuco. Algunas no superaron los 14 años. La
evidencia que lo incriminó se halló por todos lados. Wood aún jura y perjura
que no fue él quien acabó con la vida de ellas, en un periodo comprendido entre
el 13 de mayo y el 27 de agosto de 1987, pese a su historial con la policía por
indecencia con un niño, violación a otro y agresión sexual. Y pensar que para
muchos políticos y ciudadanos de este país el enemigo de USA se encuentra fuera
de sus límites. (Daniel Centeno/Especial para El Diario de El Paso)
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