El viaje de Jared Kushner a México fue, bajo
cualquier valoración, intempestivo. Surgió la necesidad de hacerlo urgentemente
en algún momento esta semana, y la Secretaría de Relaciones Exteriores preparó
el arribo del principal asesor del Presidente Donald Trump con escasas 24 horas
de antelación.
No hay secreto del porqué
Kushner tomó con premura un vuelo comercial el martes y viajó casi seis horas
en la noche para amanecer en la Ciudad de México para tener una reunión de
trabajo con el Canciller Luis Videgaray.
El carácter explosivo de
Trump y su aventurismo político, habían colocado una vez más al estado de las
relaciones bilaterales, en la orilla del excusado. Kushner salió de la
Cancillería para visitar al Presidente Enrique Peña Nieto, a quien entregó un
mensaje de su suegro cuyo contenido aún no trasciende. Terminada la encomienda,
regresó por la tarde a la capital de Estados Unidos.
La apurada visita de Kushner
tuvo prolegómenos de alta tensión. En la semana y media previa, las renegociaciones
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte se dieron un frentazo, al
que se añadió conflictividad por el anuncio de imponer aranceles al acero y
aluminio al mundo. El jefe de la Casa Blanca, sin razón alguna, también amagó
al Gobierno mexicano por no hacer nada, dijo, para frenar el tráfico de drogas.
La hostilidad no carecía de contexto. El 20 de febrero recibió una llamada del
Presidente Enrique Peña Nieto en donde la conversación entre jefes de Estado se
convirtió en una especie de monólogo con un hombre iracundo. La conclusión de
la llamada fue de gran utilidad para Peña Nieto, al cancelarse una programada
reunión con Trump en la Casa Blanca. Con ello, se pagó el costo de la
posposición, contra la posibilidad de que lo mismo, pero en público, hubiera
sucedido al término de la planeada visita.
La posibilidad de que Peña
Nieto se reuniera con Trump surgió durante el último viaje de Videgaray a
Washington, días antes, pero antes de concretarse la fecha del encuentro se dio
una deliberación en varios niveles del Gabinete peñista. Quienes hablaron sobre
los pros y los contras del viaje en una primera instancia con Peña Nieto,
fueron, además de Videgaray, el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, y
el director de Pemex, José Antonio González Anaya, quien sin pertenecer al
kitchen cabinet del Presidente sus puntos de vista son bien apreciados en Los
Pinos. González Anaya primero, y Guajardo después, expresaron su posición a que
sería mejor esperar a que se terminara de negociar el Tratado de Libre Comercio
para que Peña Nieto se reuniera con Trump. Videgaray argumentó que se había
abierto una posibilidad de encuentro, y que habría que aprovecharla.
La preocupación de Peña Nieto
fue la que ha venido arrastrando desde la campaña presidencial en Estados
Unidos, el pretendido pago del muro fronterizo por parte de México. Las
reflexiones de Peña Nieto sobre qué garantías habría de que Trump no tocara ese
tema concluían en lo mismo. Como comentó en una conversación aparte el
Secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, no habría forma de impedir
que Trump abordara el tema. Videgaray le dijo al Presidente que la única
persona que podría plantearle a Trump que ese tema, donde saben desde 2016 que
no hay forma de que exista un punto de encuentro, no se discutiera, ni privada,
ni públicamente, era él. Era la única forma como, cuando menos con un pacto
frágil, como en anteriores ocasiones, Peña Nieto estaría menos incómodo de
reunirse con Trump. Decidió entonces llamarlo por teléfono.
La plática se prolongó por 50
minutos, y la parte más intensa fue cuando el Presidente de México abrió el
tema de su mayor interés para sondear el ánimo del jefe de la casa Blanca, y
Trump explotó. Desde entonces, lo único que pareció suceder con la relación
bilateral fue su desmoronamiento.
No era la primera vez que
sucedía por la creatividad explosiva y delirante del Presidente Trump, quien
tiene una posición que se contrapone de manera sistemática con sus principales
asesores, que ven una utilidad estratégica el mantener a México como aliado
sólido. Los hombres fuertes en la Casa Blanca, John Kelly, jefe de Gabinete, y
H.R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, han insistido en esa línea,
como también el Secretario de Estado, Rex Tillerson. Trump, de alguna manera,
percibe la importancia de la relación, al tener a su yerno como responsable
directo de las relaciones México.
El viaje de 12 horas de
Kushner tuvo su parte formal en la Secretaría de Relaciones Exteriores de
revisar la agenda bilateral, aunque el énfasis de esa sesión de trabajo fue ver
la manera como se podrían destrabar algunos de los temas, particularmente
comerciales, que han colocado piedras en el camino. Pero lo importante fue el
encuentro con Peña Nieto y lo que, en nombre de Trump, le dijo. No habría que
tener expectativas de que sería algo diferente a lo conocido.
Si nos atenemos a su plática
telefónica con el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, hace dos días, el
mensaje sería su compromiso con el pacto norteamericano siempre y cuando sea
“justo” para los tres países y reduzca el déficit comercial de su nación. Sin
embargo, la visita en sí mismo es un mensaje. Hay dificultades, antipatía de
Trump con Peña Nieto y los mexicanos, si se quiere, en general, pero no hay
interrupción real y formal de las relaciones bilaterales, que se mantienen por
la ruta institucional. Esto, en sí, es ganancia para México.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 08/03/2018 | 04:07 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario