Una
manifestación contra el TLCAN convocada la semana pasada en Ciudad de México.
Estados Unidos comenzó la renegociación del tratado con Canadá y México. Credit
Brett Gundlock/Bloomberg
¿Se
puede rediseñar el TLCAN para aumentar los salarios de los trabajadores? Las
organizaciones laborales en Estados Unidos esperan que sí. En el arranque de
las negociaciones entre Estados Unidos, México y Canadá para reformar el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los sindicatos han depositado
sus esperanzas en los pronunciamientos nacionalistas del presidente Trump,
apostando que podrá brindarles lo que Bill Clinton dejó pendiente hace casi un
cuarto de siglo: una protección real contra la mano de obra barata procedente
de México.
Desengañados
sobre la efectividad del “acuerdo complementario” en materia laboral que el
gobierno de Clinton agregó al TLCAN para conseguir la aprobación del sector
laboral —una medida que tuvo escaso impacto sobre salarios o las condiciones de
trabajo— esta vez los sindicatos quieren una medida más fuerte: que los
signatarios del tratado, y en especial México, se comprometan a aumentar los
salarios, para asegurar de que haya un “campo de juego nivelado”.
Entre
un gran número de recomendaciones que le fueron presentadas al representante
comercial de Estados Unidos, la Federación Estadounidense del Trabajo y el
Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por su sigla en inglés) pidió
que el TLCAN garantice que “todos los trabajadores —sin importar el sector—
tengan derecho a recibir un salario que pueda solventar un nivel de vida decente
para ellos y su familia, en la región del país signatario en que residan”.
Un
nivel de vida decente incluye comida, agua, vivienda, educación, atención
médica, transporte, vestimenta y otras necesidades esenciales, entre ellas la
capacidad de ahorrar para el retiro y las emergencias, especificó la federación
laboral. De aprobarse esta propuesta, exportar productos fabricados por
trabajadores que ganan menos que este salario vital —en cualquier punto de la
cadena de producción— sería una violación del TLCAN que estaría sujeta a
procedimientos punitivos.
Sin
duda los trabajadores mexicanos apreciarían tener un sueldo que les permitiera
pagar todo eso. Por otro lado, exigir esta clase de piso salarial es el tipo de
presión directa que le gusta a Trump. Sin embargo, intentar que el tratado
proteja los trabajos estadounidenses ordenando que se mejore el nivel de vida
de los empleados mexicanos es una idea bastante desquiciada.
“Estipular
que los países deban pagar salarios superiores a los del mercado cuando
producen bienes de exportación para Estados Unidos parece un imperialismo
económico escandaloso”, señaló David Autor, un economista del Instituto
Tecnológico de Massachusetts. “¿Alemania también tendría que imponerle estas
reglas a Estados Unidos? Claramente nuestros trabajadores manufactureros ganan
menos que sus colegas alemanes, quienes trabajan bajo acuerdos laborales
sectoriales”.
No
es la primera vez que los sindicatos plantean esto. A comienzos de la década de
1990 —cuando el TLCAN todavía no se había convertido en ley— la Alianza para el
Comercio Responsable, un grupo asociado al sector laboral, argumentó que los
salarios mínimos en los sectores de los bienes negociables en los tres países
norteamericanos debían “moverse lo más rápido posible hacia el salario del país
que lo tuviera más alto” con el fin de que los empleados tuvieran una calidad
de vida decente.
No
obstante, en esta oportunidad las organizaciones laborales se sienten en una
posición más fuerte. Hace un cuarto de siglo aceptaron a regañadientes el TLCAN
con base en la premisa de que los trabajadores estadounidenses se llevarían la
mejor parte del trato: nuevos trabajos altamente especializados y bien remunerados
en una cadena de producción regional que enviaría al sur de la frontera solo
los empleos que requerían menor capacitación y con menores sueldos.
Además,
se pensaba que la mano de obra barata en México se pondría más cara con el paso
del tiempo. Las inversiones de las multinacionales aumentarían el nivel de vida
de los trabajadores mexicanos, cerrando la brecha salarial con sus vecinos del
norte, y los mexicanos se convertirían en ávidos consumidores de productos
hechos en Estados Unidos.
Pero
no pasó. En cambio, Estados Unidos ha perdido millones de empleos en la
industria manufacturera, y los ingresos promedio han aumentado menos de medio
punto porcentual por año. Lo más preocupante para los trabajadores
estadounidenses sobre el futuro del TLCAN es que la brecha salarial con México
no se ha cerrado, a pesar del bajo incremento salarial de Estados Unidos.
Un
vehículo durante la fase de pruebas en la ensambladora de Kia ubicada en
Pesquería, México Credit Susana Gonzalez/Bloomberg
Por
ejemplo, desde que arrancó el TLCAN la industria automotriz mexicana ha
recibido miles de millones de dólares en inversiones para construir relucientes
fábricas con tecnología de punta. Sin embargo, sigue pagando salarios que
oscilan entre un sexto y un octavo de los que reciben los trabajadores en
Estados Unidos.
“Los
sueldos son realmente bajos tanto en términos absolutos como en términos
relativos. Se encuentran entre los más bajos de América Latina”, afirmó Ben
Davis, director de Relaciones Internacionales del sindicato de los trabajadores
de la industria de acero. “Los salarios bajos en el sector manufacturero no se
deben a la baja productividad”, señaló Davis, sino a la política mexicana “de
mantener los sueldos bajos como un incentivo para que las empresas se instalen
ahí”.
Ante
la nueva oportunidad que se les presenta para renegociar el aspecto laboral del
TLCAN, los sindicatos estadounidenses quieren una garantía firme de que ahora
sí la brecha salarial se va a cerrar. “En 1990, se habrían reído de nosotros si
hubiéramos discutido un salario vital”, comentó Thea Lee, quien renunció en
mayo a su puesto de jefa adjunta de Personal de la AFL-CIO, después de estar
dos décadas en la organización. Sin embargo, “muchas de las partes
reconfortantes del cuento no se cumplieron.”
Los
salarios mexicanos persistentemente bajos son, sin duda, un potente símbolo de
las limitaciones del TLCAN como herramienta para promover el desarrollo
económico. Ponen en duda la propuesta simplista de que liberar el comercio y
las inversiones es la receta para sacar de la pobreza a los países en
desarrollo.
No
obstante, la propuesta de la AFL-CIO no ofrece los beneficios para los
trabajadores que parece prometer. Es cierto que el TLCAN no ha construido un
México rico y próspero. Pero la demanda de la federación laboral de que suban
los salarios mexicanos tampoco lo lograría. En realidad, probablemente
impediría el desarrollo mexicano. Y tampoco mejoraría la calidad de los empleos
y los salarios en Estados Unidos.
La
idea de un salario vital, señaló Dani Rodrick de la Escuela de Gobierno John F.
Kennedy de la Universidad de Harvard, “es muy difícil de definir y puede ser
dañina para el empleo si su ejecución es demasiado estricta”.
La
mala reputación del TLCAN es inmerecida. No detuvo la destrucción de empleos en
la industria manufacturera de Estados Unidos, pero tampoco contribuyó mucho al
debilitamiento. Hasta los críticos más persistentes reconocen que el tratado
solo afectó a una cantidad muy pequeña de empleos estadounidenses. El TLCAN
tampoco tuvo mucho efecto en los salarios al norte del río Bravo, según la
mayoría de los estudios.
Algunos
investigadores que han estudiado los sectores más vulnerables sí han
identificado pérdidas sustanciales en los salarios de algunas industrias
limitadas como la textil y la del calzado. Pero tiene poco sentido el argumento
de que proteger las industrias tradicionales de baja capacitación deba guiar la
política comercial al futuro.
Los
deprimentes salarios de México son un problema urgente que se debe resolver.
Pero no aumentarán por un decreto, sino mejorando la productividad en toda la
economía. La productividad de la mano de obra mexicana ha crecido menos del 10
por ciento desde que entró en vigor el TLCAN, según la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos. Eso equivale a menos de un tercio del
crecimiento de la productividad de Canadá y menos de un cuarto de la de Estados
Unidos.
La
causa de que los sueldos mexicanos se mantengan bajos no es el TLCAN, sino la
vasta economía informal de México, la cual se encuentra fuera de los límites de
las leyes y regulaciones, donde la mitad de la fuerza laboral se emplea en
trabajos de baja productividad en fabricas de pequeña escala produciendo para
el mercado doméstico, servicios de baja capacitación, entre otros factores.
Las
organizaciones laborales están en lo correcto al preocuparse de los salarios
bajos que tienen tanto Estados Unidos como México, señaló otro economista,
Gordon Hanson de la Universidad de California en San Diego. “Pero una ley de
salario vital solo podría funcionar en el sector formal, y provocaría que ese
sector se volviera todavía más pequeño”.
El
principal desafío es encontrar maneras para que crezcan en América del Norte
más industrias productivas y competitivas. Esto es algo que ponerle un piso a
los salarios mexicanos no puede lograr.
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ EDUARDO
PORTER 24 DE AGOSTO DE 2017)
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