Le llamaron la “Operación
Piña” y se ejecutó la tarde del 24 de marzo de 1980, cuando el arzobispo de San
Salvador, Óscar Arnulfo Romero, oficiaba una misa privada. Unos matones bajo
las órdenes del mayor Roberto D’Aubuisson, acribillaron a monseñor Romero, un
sacerdote que había sido conservador hasta que un sacerdote muy cercano,
Rutilio Grande, fue asesinado por predicar por los pobres. Romero se
concientizó y cambió de rezar por las élites a los que más necesitaban, con una
prédica contra la violencia. Su asesinato aceleró lo que urgía frenar y se inició
una larga noche donde fueron cayendo religiosos, líderes sociales,
sindicalistas, maestros, defensores de derechos humanos y políticos. Todo
aquello que significaba peligro para la Junta Militar, fue eliminado. Nadie con
capacidad dialéctica, habilidad para organizar y recursos persuasivos,
sobrevivió. La dictadura no permitía desafíos.
Aquellos eran los
prolegómenos de una década de terror en América Central donde los líderes
sociales aparecían asesinados o degollados en las orillas de las carreteras.
Los escuadrones de la muerte, organizados por D’Aubuisson, liquidaban a quien
no se plegara a la dictadura militar. El método de descabezar a quienes mejor
preparación tenía y mayor capacidad intelectual mostraban, se extendió por la
región. En Guatemala, los líderes sociales fueron los primeros en caer. Siguió
Honduras, donde como en El Salvador y Guatemala, la verdadera guerra fue contra
las ideas. No hay arma más letal que la mente, cuyo arsenal era visto por los
regímenes militares incubado en la disidencia social.
Los recuerdos de esas
dictaduras caen como premonición en la realidad mexicana. De acuerdo con un
seguimiento informativo de Eje Central, durante el gobierno del Presidente
Enrique Peña Nieto se ha incrementado el número de asesinatos contra líderes
sociales y activistas. En 52 meses de administración, sintetizó la reportera
et-biraí Nieto Morales, se cometieron 261 asesinatos: 17 contra sacerdotes, 123 contra líderes
sociales —en su mayoría relacionados con la defensa de los derechos humanos—,
83 contra presidentes municipales y 38 contra periodistas.
A diferencia de lo que
sucedió en el llamado Triángulo del Norte, donde las acciones represivas fueron
emprendidas por los gobiernos militares, en México, “la mayoría de los ataques
ocurrieron en municipios y regiones que coinciden con los lugares donde el
crimen organizado estableció una estrategia para apoderarse del territorio. En
todos los casos el común denominador es el contexto de violencia en la región
en que se cometieron, ya sea por cambios en las administraciones
gubernamentales estatales y municipales o por la presencia de nuevos grupos de
organizaciones criminales”. Eje Central citó el informe “La Violencia de las
Drogas en México”, del proyecto Justicia en México de la Universidad de San
Diego, que afirma que en la mayoría de los homicidios contra alcaldes y sus
familiares se usaron métodos del crimen organizada, que repercute en el aspecto
social, dado que “el asesinato de posiciones políticas amenaza el proceso
democrático y socava el imperio de la ley”. No es el sector político, sin
embargo, el más afectado.
Periodistas y religiosos son
los más atacados. De acuerdo con el reporte Panorama de homicidios en el actual
sexenio del Centro Católico Multimedial, los sacerdotes son vulnerables a
diversos ataques en la creciente ola de agresión, asesinatos y desapariciones
“acaecidos bajo la mirada indiferente de las autoridades, sobre todo, en las
zonas de alto riesgo, donde prolifera la inseguridad y operan los grupos del
crimen organizado”. Nieto Morales explicó que el papel e influencia que llegan
a tener los clérigos en las comunidades, los convierte en blanco del crimen
organizado, pues los ataques en su contra generan temor entre los pobladores.
En el caso de los periodistas, según la organización no gubernamental Artículo
19, “su labor diaria de informar a la población hechos que atañen a toda la
sociedad, suelen incomodar a actores políticos, privados o del crimen
organizado que buscan que sus intereses no sean expuestos ante una sociedad
cada vez más harta de los abusos e ineficacia de las autoridades”. Lo
inquietante es que el grueso de las agresiones no provino del crimen
organizado, sino de gobiernos: en 2016 hubo 226 agresiones contra periodistas
por parte de funcionarios públicos y 17 de los grupos del crimen organizado.
Las agresiones cometidas por grupos criminales contra periodistas disminuyeron
51.43 por ciento, mientras que la de los gobiernos, se incrementó 37 por ciento
(para un total de 53 por ciento) con respecto a 2015.
“Aunque los homicidios contra
periodistas y sacerdotes llegan a ser los más difundidos e indignan a varios
sectores sociales, los ataques contra activistas y líderes sociales representan
el mayor número de crímenes contra personajes comunitarios clave en el país,
pues ascienden a 123 en este sexenio”, indicó la reportera Nieto Morales. “Es
decir, desde diciembre de 2012 hasta la actualidad, han sido asesinados cada
mes dos líderes en promedio en el territorio nacional”. La numeralia de la
muerte en México de quienes piensan, hacen y organizan, son un mal presagio, si
se recuerdan las experiencias en América Central.
Ocho meses después del
asesinato de monseñor Romero, seis líderes políticos del Frente Democrático
Revolucionario, una organización paraguas que representaba a los diferentes
sectores de la sociedad, fueron secuestrados, torturados y asesinados en San
Salvador. La historia de ese país comenzó a reescribirse con la partición de
ese pequeño país que se vio inmerso en una interminable guerra civil. Ese
momento de inflexión no se necesita en México. El conflicto interno se vive
todos los días, sin que nos demos cuenta del ecosistema mortal en el
respiramos.
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 18/05/2017 | 04:00 AM)
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