Por razones estratégicas, la
relación con el Presidente Donald Trump se procura mantener con la mayor
cordialidad y con la muy firme intención de que no haya nada que pueda
molestarlo. Esta lógica de subordinación política no tiene como principal razón
de ser que Estados Unidos sea el principal socio comercial de México, y que
cualquier diferencia de fondo que haya entre los dos países, afecta
directamente a la economía mexicana, como ha vuelto a suceder en los últimos
días donde el renacimiento del discurso incendiario de Trump hacia este país
evaporó la recuperación del peso contra el dólar y volvió a poner muy nerviosos
a los mercados. La razón de la estrategia aprobada por el Presidente Enrique
Peña Nieto es otra. Sus principales asesores lo convencieron de que si llevaba
la fiesta en paz con Trump, una vez que dejara la Presidencia garantizaría que
el gobierno de Estados Unidos no buscaría perseguirlo por delitos que le
quieran imputar. Es decir, su postura frente a Trump busca un blindaje jurídico
cuando deje Los Pinos.
El Presidente no entiende muy
bien cómo opera el sistema en Estados Unidos, ni el político, ni el jurídico.
Ubicar a la Casa Blanca en el contexto de Los Pinos, desde donde se pueden
entrometer en los poderes Legislativo y Judicial para alinearlos a sus
objetivos, es un error. Los poderes en aquella nación sí funcionan como
contrapesos uno de otro, autónomos, independientes y de una constante fricción
que produce un mejor gobierno, mejores leyes y mejor justicia. En la mente del
Presidente y sus asesores está la amenaza de que la desaparición de los
normalistas de Ayotzinapa en 2014, sea el pretexto para llevarlo al Tribunal
Internacional de La Haya y juzgarlo por esos crímenes, como se ha venido
ventilando desde entonces.
Por esa razón contrató a dos
respetados abogados que analizaron el caso, concluyeron que no habría forma de
enjuiciarlo. Los abogados, grandes penalistas sin experiencia internacional, le
dieron tranquilidad. El reforzamiento existencial del Presidente, según la
estrategia que avaló, fue aguantar los embates de Trump para no agraviarlo y
que buscara venganza al terminar el sexenio. El Presidente, sin embargo, omite
dos cosas: quienes están armando el caso de genocidio no trabajan en el
gobierno, sino en organizaciones no gubernamentales refractarias a las
presiones de Washington, y que Trump lo que piense, sienta y afecte a Peña
Nieto, le da exactamente lo mismo.
La última señal se dio el
miércoles, cuando el portal Político reveló que Trump está considerando firmar
una orden ejecutiva para salirse del Tratado de Comercio de América del Norte.
La orden fue elaborada por Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de
Comercio de la Casa Blanca, con la colaboración de Stephen Bannon, el estratega
en jefe de Trump. Navarro es uno de los funcionarios con quien mejor relación tiene
el Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y con quien revisaba
los términos de la renegociación del acuerdo. Bannon fue quien insultó a la
primera delegación mexicana que visitó la Casa Blanca de Trump a principio de
año, encabezada por Videgaray, quien estuvo a punto de levantarse de la mesa
ante los agravios. Bannon era el propietario del portal Breitbart News, que al
día siguiente de la elección de 2012, publicó que los mexicanos habían electo a
un Presidente financiado por los cárteles de la droga.
El mensaje de Trump al pedir
la redacción de la orden ejecutiva, vuelve a sacar la parte más negativa del
presidente estadounidense con respecto a México. Político señaló que la
intención es forzar a México y Canadá a renegociar el acuerdo en los términos
que desea la Casa Blanca. La semana pasada, recordó Político, Trump afirmó: “El
TLCAN ha sido muy, muy malo, para nuestro país. Ha sido muy, muy malo para
nuestras compañías y para nuestros trabajadores, y le vamos a hacer algunos
grandes cambios o nos saldremos del TLCAN de una vez por todas”. Esos cambios
incluyen imponer tarifas y barreras arancelarias, que reiteradamente ha
rechazado el Gobierno mexicano. La última vez el martes, en el Congreso, donde
Videgaray le dijo a los diputados que si esa fuera la imposición, México
estaría listo para dejar el acuerdo comercial.
Si Trump firma o no la orden
en los próximos días, como se anticipa, no modifica en absoluto la actitud del
Presidente estadounidense hacia México. Pensar que ser modosos con Trump es el
mejor camino para la paz interna de Peña Nieto, es una equivocación. Si a Peña
Nieto le fincan una acusación internacional por genocidio, no será porque se
llevó bien o mal con Trump. Es irrelevante. Ese caso correría por diferentes
correas. Lo que no es nimio es que se siga manteniendo una actitud pasiva
frente al jefe de la Casa Blanca.
El fin del TLCAN afectaría a
los tres países, muy probablemente más a México en el corto plazo. Pero no será
el fin del mundo. La réplica económica para Estados Unidos, coinciden los
expertos, sería devastadora para muchos sectores económicos e industriales en
aquella nación. México no puede seguir a la deriva por la bipolaridad política
de Trump. Tampoco prolongar la incertidumbre por actitudes pusilánimes
originadas en razones personales. Si Trump quiere usar una pelota dura con
México, que empiece el juego. Incluso, Peña Nieto podría ganar mucho del
capital político interno que ha perdido al enfrentar con dignidad la embestida
del presidente estadounidense. La apuesta, en las condiciones actuales, vale la
pena.
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 27/04/2017 | 01:00 AM)
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