Mariana Benítez, diputada federal
Puedo asegurar que me gané el respeto de
varios senadores de entonces, como (Carlos) Navarrete, Silvano (Aureoles),
Manlio Fabio Beltrones o Rafael Moreno Valle. Por eso cuando llegué a la
subprocuraduría, a nadie le pareció tan descabellado, acepta la abogada.
Mariana Benítez Tiburcio fue
una subprocuradora singular: fue una subprocuradora embarazada. Sebastián, su
primer hijo nació el 30 de septiembre de 2014, tres días después de la masacre
de normalistas enAyotzinapa. Cuando el niño cumplió veintiún días de nacido, la
madre estaba de vuelta en la oficina.
“Resolvía todo lo demás para que
Murillo (Karam, su jefe) se concentrara en Ayotzinapa”. Cuando cumplió la
cuarentena, Sebastián la acompañaba. Le acondicionó un cuarto de descanso anexo
a su despacho para amamantarlo y, si el día le daba tregua, pasar un momento
con él.
Mariana fue niña de escolta
en la Carlos Gracida, una escuela privada y católica, con fama de ser la mejor
de Oaxaca. Era irracional en su autoexigencia. Vivía con la determinación de
demostrar quién era ella. Su único hermano, un año mayor, era un muchacho
estudioso y destacado. Pero Mariana quería escuchar sobre sí misma lo que
escuchaba sobre él. Estaba harta de ser la niña graciosa, la niña alegre.
Quería reconocimiento intelectual. Quería dieces en matemáticas.
Alrededor de los nueve años,
una amiga tan pequeña como ella le preguntó qué hacía su papá.
—Ingeniero civil—, le dijo.
—¿Y el tuyo?
—Abogado.
Aquella palabra prendió.
Abogado. Eso iba a ser ella, Mariana Benítez. Así lo decretó, sin saber de qué
se trataba esa profesión. No había abogados en su familia. Encontró su vocación
por suerte.
Cuando le llegó el momento,
Mariana Benítez siguió a su hermano a la Universidad Nacional. Sus padres les
habían dicho siempre que ahí iban a estudiar. El examen de Mariana la colocó en
las condiciones más “kosher” que ofrece la UNAM: le tocó Ciudad Universitaria,
en el turno matutino. En ese ciclo fueron aceptados unos trescientos
estudiantes, entre tres mil aspirantes.
“Me lo había ganado. Y estaba
fascinada”.
En 1999, cuando cursaba el
cuarto semestre, estalló la huelga estudiantil. Los Benítez, como otros miles,
pensaron que tendrían dos semanas de vacaciones forzosas y ahí acabaría el
problema.
En esos meses trabajó en la
notaría 219, de Marco Antonio Ruiz Aguirre, y se inscribió al ITAM con otros 40
estudiantes. “Muchos todavía recuerdan esa oleada migrante de unamitas, que
elevó el nivel de los estudiantes”.
Benítez terminó su carrera en
el ITAM. “Estaba dolida con la Universidad. Nadie podía asegurarme que no iban
a cerrarla de nuevo. Pero al final, agradezco la experiencia. En la UNAM tuve a
los maestros del prestigio histórico, a las famosas vacas sagradas y compañeros
brillantísimos. El espíritu universitario es incomparable. En el ITAM también
tuve grandes profesores y la oportunidad de hacer networking. Tomé lo mejor de
los dos mundos”.
Benítez se movió de la
notaría al despacho de un maestro suyo, el constitucionalista Carlos Abelardo
Cruz Morales, en el que concluyó su pasantía. Graduada con mención honorifica,
se pasó al despacho de Salvador Rocha Díaz, donde litigó durante siete años.
Su vida profesional cambió
cuando se le asignó, junto con el abogado José Luis Zambrano, la redacción de
una reforma a la ley de telecomunicaciones. En mayo de 2006, Manuel Bartlett,
Dulce María Sauri y Javier Corral presentaron la acción de inconstitucionalidad
de la famosa ley Televisa. La muchacha se echó un clavado en el mundo
legislativo, y le encantó. “Me encerré una semana en mi casa para aventarme la
mitad de la demanda. Me despertaba, me bañaba, desayunaba y a chambearle sin
parar. Después de eso, me rehusé a volver a mis viejos casos entre
particulares”.
Un profesor itamita la
recomendó en el Senado. Estaba ahogándose en la oficialía de partes, arrepentida
de haber dejado el despacho, hasta que alguien le dijo que Jesús Murillo Karam,
entonces presidente de la Comisión de Gobernación, necesitaba un secretario
técnico porque el suyo no era abogado. “Fui a Xicoténcatl con mi currículum por
delante”.
Mariana Benítez habla con
confianza, sin asomo de falsa modestia: “Hicimos una gran mancuerna. Él se
consolidó como un senador con autoridad en temas de justicia y seguridad, pero
la que estaba atrás escribiendo y chambeándole era yo. Murillo me dio mucho
juego. Me lanzó al ruedo. Llegué a negociar yo misma una reforma constitucional
con el secretario de Gobernación. Era una secretaria técnica, pero no era
gratuito que estuviera sentada ahí”.
-Estabas jovencísima…
-Creo que muy al principio
decían “Ay, Marianita…” pero ahora puedo asegurar que me gané el respeto de
varios senadores de entonces, como (Carlos) Navarrete, Silvano (Aureoles),
Manlio Fabio Beltrones o Rafael Moreno Valle. Por eso cuando llegué a la
subprocuraduría, a nadie le pareció tan descabellado”.
Después de dos años como
representante del PRI ante el Consejo General del IFE, Benítez viajó a Boston
para estudiar una maestría en derecho internacional en la Escuela de Derecho y
Diplomacia de Fletcher, en Massachusetts. Mucho tiempo antes había rechazado un
lugar en Berkeley porque se la jugó para ser diputada federal y no obtuvo la
nominación.
Se reincorporó con Murillo
Karam –quien a la fecha le habla de usted–, a pesar de que él le reprochó que
había tomado la peor decisión posible. Pero Mariana deseaba vivir la
experiencia de vivir en el extranjero. Además, estaba en edad para hacerlo. Era
soltera y no tenía hijos.
Se fue acercando cada vez más
a los asuntos partidarios porque su jefe entonces también era secretario
general del PRI (por tercera vez) y más adelante se integró al equipo de
campaña del entonces candidato Peña Nieto.
Benítez fue secretaria
técnica de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados brevemente, mientras
Murillo la presidió, antes de que fuera nombrado Procurador General de la
República y él a su vez la designó como Subprocuradora Jurídica y de Asuntos
Internacionales de la PGR. “Es una institución a la que quiero muchísimo. Algún
día me gustaría volver a trabajar ahí”.
Quiso ser candidata del PRI
al gobierno de su estado, Oaxaca, y en su lugar fue elegido Alejandro Murat.
Pero ha dejado de asesorar legisladores para convertirse en uno de ellos.
-Uno siempre siente que tiene
algo que demostrar. ¿Tú todavía lo sientes?
-Cada vez menos.
(DOSSIER POLITICO/ Tomado de: María
Scherer Ibarra / El Financiero/ 2016-04-03)
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