El Altiplano, que debería ser una
prisión federal de alta seguridad, en realidad es un espacio controlado por los
custodios, esos hombres uniformados de azul que son, para los reos, tanto
marchantes –consiguen cualquier cosa que el interno pueda pagar– como verdugos.
Ahí no hay más que corrupción y muerte, denuncia un hombre que acaba de salir
libre tras más de cinco años en esa cárcel.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
Según el gobierno federal, el Centro Federal de Prevención y Readaptación
Social (Cefereso) número 1, El Altiplano, es una fortaleza impenetrable donde
los presos permanecen bajo los más estrictos códigos de seguridad y control,
pero se respetan sus derechos humanos.
No obstante, una vez que el
recién internado recibe el número que lo identificará en el penal, se vive otra
realidad. Los responsables de la administración, vigilancia y custodia
encabezan una red de corrupción y abusos, revela a Proceso un interno que hace
días salió libre tras cinco años de reclusión.
En El Altiplano, afirma, un
teléfono celular, un gramo de cocaína, viagra, antidepresivos, medicinas y
hasta una cucharada más de arroz tienen precio, y sus principales vendedores y
distribuidores son empleados de la prisión. En cambio, la vida de un reo no
vale nada.
Durante el tiempo que él
estuvo interno, asegura, murieron al menos cuatro reclusos: dos por negligencia
médica, uno por la brutal golpiza que recibió de autoridades federales en su
traslado de otro cefereso al Altiplano, y el último fue Sigifredo Nájera
Talamantes, El Canicón, líder zeta a quien, según el testigo, los directivos
del penal dejaron morir en su celda.
“Desde que vas ingresando, te
suben a una camioneta en la que te sientan con las piernas abiertas y te doblan
por completo los custodios. Te van golpeando, insultando; te van diciendo que
no vas a salir de ahí, que jamás vas a salir, que ahí llegaste para quedarte.
Fragmento del reportaje que se publica
en la edición 2054, ya en circulación
(PROCESO/ REPORTE ESPECIAL/ ANABEL
HERNÁNDEZ/ 12 MARZO, 2016)
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