Existen
un ambiente óptimo para la creación de una banda de secuestradores: la prisión.
Las claves para sostener esta tesis están en las decenas de expedientes y en
los partes policiacos consultados, en las entrevistas que en voz baja dan los
carceleros y en los documentos internos de diagnóstico.
Una
gran estirpe de plagiarios ha sido forjada en las prisiones o, más
precisamente, en el sistema de impartición de justicia y, más notoriamente,
mediante las varias fugas logradas por ladrones que mutaron en libertad en
secuestradores.
Es
el caso de Andrés Caletri y José Luis Sánchez Canchola, quienes en 1995
salieron con plomo y sangre de la prisión de la ciudad de México. Pero
volvieron, no como si la cárcel los vomitara, más bien como si los quisiera:
ésta les da relaciones, les integra una nueva banda y les permite orquestar
secuestros tras la rejas de las que criminales capaces de infundir el peor de
los suplicios salen y entran, por las buenas y las malas, de maneras aparentemente
legales y también por métodos francamente ilegales.
Porque
las cárceles mexicanas, como bien sabe Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y como
se verá a continuación, están construidas con muros imaginarios.
José
Luis Canchola Sánchez. Foto: Especial, SinEmbargo
LAS LIBERTADES DEL CANCHOLA
Ciudad
de México, 29 de julio (SinEmbargo).– Si se quiere ver el progresivo
envejecimiento del carpintero José Luis Canchola Sánchez y del sistema penal
mexicano sólo hace falta ver los expedientes judiciales del Canchola.
El
18 de febrero de 1984, con 22 años de edad encima, caminó por la colonia Ramos
Millán, su rumbo. Se detuvo. Miró hacia la derecha y la izquierda y se sintió
seguro. Apoyó el cincel en la chapa de una tienda de discos y regalos. Le dio
un martillazo. Uno más y otro. No abría. Tres policías escucharon el ruido
inusual para la madrugada y lo detuvieron. “Lo hago por necesidad”, explicó.
Fue
condenado a dos meses de prisión y multa de 900 pesos o un día más de prisión.
Como era un delincuente sin antecedentes, el juez le propuso pagar una multa de
cuatro mil 900 pesos y tres mil pesos más para reparar del daño. El Canchola,
“ladrón por necesidad”, pagó el dinero sin objeción alguna y salió libre el 7 de
mayo de 1984.
El
24 de octubre de 1984, un taxista conducía su Volkswagen sedán en la colonia
Agrícola Oriental. Un hombre, que cargaba un bulto blanco, le hizo parada.
Torres se detuvo y, al poco tiempo de circular, El Canchola sacó del paquete un
revólver calibre .32.
“¿Qué
tal si te paras?”, le sugirió al conductor y lo asaltó, pero el asuntó terminó
con Canchola preso y condenado a dos años de prisión. Salió bajo fianza de 30
mil pesos y se acogió al beneficio de condena condicional el 6 de agosto de 1985.
En
1986 y 1987 quedó libre por dos asuntos diferentes de drogas; el Canchola, como
Caletri, es fumador de marihuana. En 1989 fue condenado a 38 años de prisión
por homicidio calificado, robo calificado y disparo de arma de fuego. Fue
absuelto el 30 de octubre de 1989.
Al
poco tiempo fue detenido y condenado a ocho años de prisión, pero más pronto se
le otorgó el beneficio de tratamiento preliberacional y pasó la Navidad de 1990
en casa.
Raúl
Ojeda Mestre, entonces director general de Prevención y Readaptación Social del
Distrito Federal —y quien fuera jefe de asesores de Fernando Gutiérrez Barrios,
hombre emblemático del espionaje político mexicano—, escribió el 21 de
noviembre de 1990 la decisión por la que el Canchola era nuevamente un hombre
libre:
“En
ejecución del Programa Nacional de Solidaridad Penitenciara, instituido por el
C. Lic. Carlos Salinas de Gortari, Presidente constitucional de los Estados
Unidos Mexicanos, se concede el tratamiento preliberacional al interno José
Luis Canchola Sánchez […] Al interno deberá exhortársele a tomar conciencia de
la responsabilidad que tiene al formar parte nuevamente de la sociedad, así
como del compromiso que adquiere con las autoridades que confían que ha logrado
asimilar positivamente la experiencia pasada”.
En
1993 y 1994, Canchola participó en al menos cinco asaltos bancarios. En 1995
integró una banda de secuestradores con un sobrino político, José Alberto Rocha
Martínez El Niño y otros. Fue detenido durante el robo al banco Somex del
Instituto Politécnico Nacional.
Nuevamente,
un juez lo declaró absuelto por el delito de robo calificado en pandilla, pero,
con el resto de asuntos pendientes, se fugó el 30 de diciembre de 1995 con
Andrés Caletri y Las Víboras.
Cuarenta
y dos días después regresó a las cárceles del DF, pero otro juez le fijó fianza
para seguir el proceso en libertad firmando presencialmente cada semana en el
juzgado.
Cuando
se vio en la calle, se esfumó.
Entre
1997 y 1999, la banda ejecutó, que se tenga registro, seis secuestros, todos
millonarios, y atracaron tres bancos.
En
abril del 99 plagiaron a Aristeo García García.
El
Canchola tenía su estilo para secuestrar. Lo mostró cuando habló con el padre de
Aristeo, después de cobrar el rescate de dos millones y medio de pesos.
—¿Ya
llegó tu hijo? —preguntó el secuestrador.
—No,
todavía no…
—Pues
no me vas a agarrar de tu pendejo, y si lo quieres ver de nuevo me vas a pagar
otros dos millones y medio de pesos.
El
hombre perdió contacto con los secuestradores y noticia de su hijo. Alguien le
habló y dijo: “Tu hijo está secuestrado en la calle de Apologistas, Manzana 11,
Lote 47, en la colonia Santa Rosita, delegación Iztacalco” y colgó de
inmediato. Habló a la policía y rescataron al muchacho.
El
Niño fue detenido junto con dos mujeres reclutadas para atender a los
secuestrados, una de ellas vendedora de marihuana en las cárceles de la Ciudad
de México que introducía oculta en el interior de su vagina cuando visitaba a
su marido recluido. A estas mujeres se les llama “aguacateras” en el argot
carcelario. Uno de sus clientes fue El Canchola.
El
Canchola tiene otra relación en las prisiones del Distrito Federal.
Se
trata de Manuel Ávila Luna, preso por robo simple, robo calificado, robo
calificado en pandilla, robo a empresas y secuestro. Aunque siempre ha negado
relación con El Canchola, se casó con una hermana suya, Laura Patricia, quien
también se encuentra en reclusión.
Cuando
lo arrestaron de nueva cuenta, El Canchola declaró: “Quienes me detuvieron me
dijeron que si entregaba a [Andrés] Caletri me dejarían ir. Yo les dije que
desde la fuga cada quien había agarrado por su lado y desde entonces no lo he
vuelto a ver”.
Canchola
recibió una condena de 42 años y medio de prisión. En noviembre de 1999, las
autoridades penitenciarias de la ciudad de México no querían saber más del
Canchola y resolvieron enviarlo al Centro Federal de Readaptación Social Número
Uno de Almoloya de Juárez, considerado como el de más alta seguridad en el
país.
Las
autoridades argumentaron: “Se evadió el 30 de diciembre de 1995 del módulo de
alta seguridad utilizando para ello armas de fuego junto con 12 internos, entre
ellos Nicolás Andrés Caletri”.
Pero,
el 12 septiembre de 2000, la jueza federal Olga Sánchez Contreras tuvo otra
opinión: “El traslado (…) se traduce en un claro acto de molestia”.
Y
lo amparó. El Canchola regresó al Reclusorio Oriente del DF, considerado de
seguridad media en el que hoy conviven 13 mil reos, mezclados secuestradores y
multihomicidas con ladrones de galletas en el supermercado.
Por
si fuera poco, en junio de 2001, el juez que siguió el delito de la fuga de
1995 resolvió:
“Se
declara extinguida la acción penal por prescripción en favor de José Luis
Canchola Sánchez. Se ordena su inmediata y absoluta libertad”.
A
los pocos días ocurrió lo mismo respecto al delito de portación de arma de
fuego reservada para uso exclusivo de las Fuerzas Armadas, aunque siguió
interno por los asuntos de secuestro
No
obstante, el Canchola es un hombre que entra y sale de prisión con plata, plomo
o tinta. Recuperó su libertad con el primero de esos materiales y se fugó del
Reclusorio Sur del Distrito Federal el 29 de marzo de 2003.
Explicaría
él mismo en alguna de sus declaraciones ministeriales:
“Planeé
la fuga solo, sólo me ayudó un custodio al que apodan el Negro. Salí vestido de
mujer”.
En
enero de 2004 la policía buscaba una banda dedicada al robo de autos, pero se
encontraron con El Canchola, pez más gordo, estaba en la misma búsqueda para
comprarles dos vehículos camuflados de patrullas para secuestrar y también
fugar a su sobrino el Niño y a su cuñado. Ya había introducido una cámara
fotográfica para tomar imágenes de los puntos vulnerables del penal.
Los
policías supieron que la entrega de los autos se haría el 23 de enero en el
área de mariscos de la Central de Abasto. El Canchola era definitivamente un
pez más gordo que el Nabor. La banda además vigilaba a un comerciante por quien
calcularon pedir tres millones de pesos. Los federales esperaron el día y lo
encontraron. En uno de los vehículos llevaban un fusil de asalto AK47 color
negro de fabricación china y un revólver calibre .38 especial Colt plateado.
También
detuvieron a Carlos Juárez Nieves El Kamala, quien estuvo preso seis años y un
mes en la penitenciaría. Salió en enero de 2002. Carlos es hermano de Roberto
Juárez Nieves, aquél que se había fugado de la penitenciaría el 16 de enero de
1992 en compañía de Caletri, El Duby, El Brady y otros.
“Me
enteré de que Canchola se fugó en 2003. Me habló y me dijo que ya me tenía
ubicado y me amenazó que si no me le unía mataría a mi familia”.
Además
apresaron a Roberto Martínez del Castillo, ex convicto en 1988 por robo y
portación de arma prohibida. En el presidio conoció al Canchola.
Fue
absuelto por robo, pero condenado por portación de arma prohibida a tres años
de prisión. Salió de la cárcel en 1989. Se reunió con El Canchola cuando éste
se fugó del Reclusorio Sur.
Pero
los muros de las prisiones son imaginación pura.
El
19 de julio de 2005, El Canchola dirigió desde la Penitenciaría del DF el
secuestro de Rubén Omar Romano, entonces director técnico del equipo de futbol
Cruz Azul, por quien reclamó cinco millones de dólares.
Romano
fue rescatado ileso el 22 de septiembre de ese año por la —ya disuelta al ser
incontrolable su corrupción— Agencia Federal de Investigación (AFI).
El
Canchola, según las autoridades, formó un grupo con ex compañeros de prisión y
visitas familiares. El operador del plagio fue Omar Sandoval Orihuela El
Japonés que, en 1986, siendo menor de edad, estuvo involucrado en un asesinato;
había obtenido su libertad tres meses antes, el 5 de abril de 2005.
Otro
de los secuestradores del entrenador fue Miguel Ángel Cruz Mercado, también con
paso por las cárceles del Distrito Federal.
En
ese tiempo, El Canchola estaba confinado en el módulo ocho, zona cuatro y
estancia diez de la Penitenciaría. Las medidas de seguridad para que El
Canchola realizara llamadas telefónicas y saliera a las áreas comunes estaban
reservadas para después de que lo hicieran los demás presidiarios.
Sin
embargo, “las conversaciones que tenía no eran escuchadas por nadie que
estuviera presente por la privacidad a la que tienen derecho los internos y las
realizaban en el teléfono público dentro del mismo dormitorio. No existe
registro de las llamadas telefónicas de los internos de ningún dormitorio ya
que éstos son teléfonos públicos y se desconoce si hay registro o no por parte
de Telmex”, explicó el gobierno penitenciario.
En
junio de 2007 un helicóptero aterrizó en el reclusorio.
El
Canchola dejaría, quizás para siempre, una prisión de la ciudad de México. Lo
sabía y, literalmente, se aferró de los barrotes y arañó puertas. Lo debieron
arrastrar. Gritó amenazas de muerte.
El
policía que lo conducía lo puso en pie, lo abofeteó y lo gritó a un palmo de la
cara.
—¡Aquí
la única verga parada es la mía, cabrón!
El
Canchola y su ave fénix tatuada volaron de regreso a la cárcel federal de
máxima seguridad entonces llamado Almoloya de Juárez. Tenía 45 años, el doble
que los cumplidos cuando lo detuvieron por primera vez, la noche solitaria
cuando no podía abrir una cerradura a martillazos.
Hoy,
el nombre de esa prisión es El Altiplano y de ahí se fugó Joaquín El Chapo
Guzmán.
Andrés
Caletri López. Foto: Especial, SinEmbargo
EL HERMANO CORAJE
Pasaban
las seis de la tarde y el año de 1995 terminaba en el Reclusorio Oriente.
Nicolás
Andrés Caletri miró a los suyos y asintió con la cabeza.
Conocía
bien el momento, el del revólver hormigueando en su mano derecha. Los demás
apretaron las armas pasadas de contrabando en las últimas semanas.
Avanzó
con Héctor Cruz Nieto y otros cinco. Amagaron a los custodios del dormitorio.
Los ataron de pies y manos con alambres y vendas para salir de la crujía.
Sometieron
con un cachazo en la cabeza al guardia que encontraron y forzaron la puerta que
da a la exclusa del módulo.
Encañonaron
a cada guardia que encontraron y llegaron al área de visita íntima, donde
tomaron como rehenes a dos custodios, convertidos en escudos en la carrera
hacia la caseta 12, frente al área de servicios generales. Ahí dominaron a
otros dos vigilantes.
Se
apoderaron de dos escaleras extensibles para salir al patio de maniobras. Golpearon
a dos supervisores y dos policías. Los encerraron en la caseta de servicios
generales. Ingresaron al cinturón de seguridad.
Tirotearon
las torres seis y siete. Los policías se acurrucaron sobre los talones y
asomaron las escopetas y las R15.
Pero
los amotinados eran cascadas de balas.
Sin
soltar el gatillo, los reos colocaron las escaleras plegables en la muralla
perimetral. Los alcanzó el resto incluido en el plan, entre ellos José Luis
Canchola Sánchez El Canchola, Benito Vivas Ocampo El Viborón y Modesto Vivas
Urzúa La Víbora. Arriba de la barda miraron la calle por primera vez en años.
Se descolgaron con un gancho hecho con varilla y pedazos de tela anudada.
Caletri
se desprendió a metros del suelo.
Cayó
sobre los talones y los sintió convertidos en talco al instante. Ya sabía que
el cuerpo es también un obstáculo. Ignoró el dolor.
Corrió.
Estaba
libre de nuevo y otra vez tenía banda.
Corrió
con las puntas de los pies, como los velocistas.
Iniciaba
su carrera de secuestrador.
Héctor
Cruz Nieto. Foto: Especial, SinEmbargo
***
Caletri
nació en Guerrero el 3 de enero de 1956. Apenas terminó la primaria, donde
aprendió a escribir en la letra manuscrita que mantiene hasta hoy. Bebía poco,
prefería la marihuana.
Trabajó
de 1973 a 1976 en Servicios Especiales de la Armada de México. Ahí aprendió a
boxear y solicitó su baja voluntaria al poco tiempo de la muerte de su madre.
Con el dinero ahorrado y con el que recibió por su cese, compró máquinas de
coser y abrió un pequeño taller de costura que quebró luego de aceptar unos
cheques sin fondos.
Unos
amigos de su costurera le propusieron asaltar la casa del dueño de una
rosticería de pollos en Los Reyes La Paz. Caletri aceptó.
Esa
primera vez permaneció en el auto. Los demás entraron en la casa y salieron con
varios objetos, dinero y alhajas. Hicieron tres robos por el estilo, pero las
ganancias eran tan raquíticas y el riesgo tan alto que pensaron asaltar bancos.
Faltaba
el método y Manuel comentó que podrían pedir trabajo a un auténtico
profesional. Se citaron con él afuera de la fábrica de Pedro Domecq, que
también se ubicaba en Los Reyes La Paz. Cuando Nicolás llegó, Manuel estaba con
dos hombres. Uno era Leonardo Montiel El León, el otro, enorme y fornido, era Alfredo
Ríos Galeana, recién fugado de la cárcel de Pachuca, Hidalgo.
Después
conoció a José Bernabé Cortés Méndez El Marino, ex integrante de la Armada de
México, y Álvaro Darío de León Valdés El Duby.
Caletri
y Ríos Galeana platicaron durante 10 minutos. Quedaron de verse al día
siguiente en el puente de Los Reyes La Paz, en el oriente del Estado de México,
territorio perfectamente conocido por Ríos Galeana, “El Enemigo Público Número
Uno”.
Cuando
Caletri llegó, ya estaban todos. Era lunes, alrededor de las ocho de la mañana.
Ríos Galeana los llevó a un banco del centro de Ixtapaluca que asaltaron en
cuestión de minutos.
Caletri
contó millones por primera vez en su vida: exactamente 150 millones de pesos
viejos y, como a cada uno de los demás participantes, le correspondieron 15
millones de pesos, porque, y esta fue otra lección de Ríos Galeana, la plata se
repartía en tantos iguales.
Siguieron
a otro banco en Chiconcuac, Estado de México, al parecer un Bancomer vigilado
desde días antes. Nuevamente se robaron 150 millones de pesos. Caletri recibió
20 millones de pesos entregados en alguno de los parques de cemento y tierra de
Ciudad Neza y exploraron el Distrito Federal.
Álvaro
Darío Díaz de León. Foto: Especial, SinEmbargo
***
La
suerte terminó para Caletri en 1982. Fue detenido por la Dirección Federal de
Seguridad frente a su familia en la colonia Maravillas de Ciudad Neza, cuando
esta parte del Estado de México era un llano tierra salada y basura. Era
Gobernador Alfredo del Mazo González, tío consanguíneo y primer padre político
del actual Presidente Enrique Peña Nieto.
La
cárcel fue el inicio de la carrera de Caletri y el final de su relación con
Ríos Galeana. Entró al Reclusorio Sur del DF donde pasó los siguientes cinco
años de su vida. En 1987 fue trasladado a Santa Martha Acatitla, donde estuvo
cuatro años más. En la Peni, Caletri tenía una cafetería, un restaurante, y se
convirtió en prestamista.
Ahorró
dinero y, más importante, conoció gente.
Héctor
Cruz Nieto, el compadre de Ríos Galeana, fue detenido y sentenciado en mayo de
1991. Entró en la penitenciaría y se reencontró con los viejos amigos.
Planearon la fuga de inmediato. Usaron de correo con el exterior a una mujer
llamada Juana Catalina Corona Landa, quien llevaba y traía información al
Marino. Tras varias cancelaciones, decidieron abandonar Santa Martha el 16 de
enero de 1992 a las siete de la mañana.
El
plan incluyó al Duby, Bernabé Guerra Villalobos El Rambo, El León, Roberto
Malváez Brady El Brady y Adrián Gutiérrez Torner.
El
Brady ya conocía la libertad ganada a la brava. El 22 de noviembre de 1986 huyó
del Reclusorio Sur con Eduardo Rosey Lira, Ríos Galeana, Ignacio Pérez
Gutiérrez El Zalacuaz y José Antonio Bautista Conde el Conde, quien de guardia colaborador
pasó a criminal fugitivo.
En
las cárceles de la Ciudad de México se sabía que El Brady ya había escapado
también de chironas estadounidenses. A partir de la fuga de 1986, el Gringo
Loco, como también se le conocía al Brady, se había integrado a la banda y
había participado activamente.
Esta
vez, el 16 de enero de 1992, la señal serían tres estallidos en el cielo.
Adrián Gutiérrez Torner debía llevar unas sábanas convertidas en cuerdas.
Minutos
antes de las siete de la mañana, el Marino y Eduardo Carranco Guzmán, ex
convicto y compadre de Caletri, se situaron en la calle y lanzaron los cohetes.
Apenas estalló el último, lanzaron una lluvia de fuego al interior de la
cárcel.
El
custodio apostado en el garitón cinco, vio a varios convictos que corrían hacia
la caseta de vigilancia del dormitorio cinco.
Escuchó
que se rompía un cristal y algo húmedo y caliente escurrió por su cabeza.
Sangraba.
Escuchó
varios disparos hacia su torre, no desde el interior de la prisión, sino desde
afuera. Alcanzó su arma y observó que tres internos avanzaban rápidamente por
el cinturón de seguridad. Disparó. La tempestad que venía de la calle
recrudeció y se combinó con disparos hechos desde adentro por los amotinados.
Las
armas habían sido guardadas y custodiadas con anterioridad por El Gringo Brady
en el dormitorio siete de la penitenciaría. El guardia debió guarecerse
nuevamente. Sintió que las escaleras metálicas de su torre se cimbraban. Con la
mirada baja, sólo vio un pequeño cañón que le apuntaba y escuchó una voz.
“¡A
este ya se lo llevó su pinche madre!”.
Silencio
y luego el escándalo de la alarma general.
El
Brady presintió la calle bajo sus botines negros. Corrió hacia el garitón, pero
perdió el equilibrio y cayó al piso en la zona de seguridad. Quiso levantarse y
fingir que nada había pasado. Pero uno de sus tobillos se había convertido en
un trapo.
Gutiérrez
Torner llegó a la quinta atalaya sin suficientes sábanas. Encontró al Rambo, a
Leonardo Montiel y al Duby.
Hicieron
una torre humana para bajar. Gutiérrez Torner sintió miedo y saltó. Cayó en la
maleza y quedó en silencio con las muelas apretadas, queriendo aullar. Ahí lo
encontraron, con las rodillas partidas.
Todos
los demás lo lograron. Alcanzaron los autos dispuestos para continuar el escape
y fueron a una casa de seguridad.
Cuando
recapturaron al Duby explicó sus motivos para huir: “Sí, acepto que me brinqué
la barda para irme por la presión que hay en este penal, porque hay muchos
locos ahí, drogadictos y de todo eso. No
aguanto yo estar con gente así”.
El
Duby tenía su historia propia. En abril de 1989, la policía encontró un
cementerio clandestino en Matamoros, Tamaulipas, con 15 cuerpos mutilados por
los “ahijados de Satán”, jóvenes sicarios del Cártel del Golfo a quienes se
llamó “Los Narcosatánicos”.
Roberto
Malvaez Brady. Foto: Especial, SinEmbargo
***
Tras
la fuga, el grupo se ocultó 20 días en una casa de seguridad. Los hombres del
Marino les llevaron comida y ropa. El grupo se mudó a Atizapán y regresó al
oriente de la ciudad, a Chiconautla. Ahí planearon los nuevos asaltos. El
Marino organizó al grupo.
En
abril planearon el robo de la sucursal Banamex frente a la Alberca Olímpica y
siguieron varios más hasta que la situación se hizo insostenible, demasiado
caliente, dirían ellos, en la Ciudad de México, así que decidieron enfriar.
El
Duby, uno de Los Narcosatánicos, tenía familia en Matamoros y la banda decidió
tomar vacaciones en Tamaulipas, pero a la semana se aburrieron y regresaron. Se
desviaron a Matehuala, San Luis Potosí, donde El Duby gozaba de la amistad de
Guillermo Jiménez Látigo desde la secundaria.
El
primero se hizo bandido y el segundo agente de la incorregible Policía Federal
de Caminos, ya también desaparecida.
Jiménez
Látigo estaba destacado en Matehuala, donde recibió la llamada del Duby.
Quedaron de encontrarse.
Guillermo
buscó a un compadre suyo propietario del rancho Los Cedrales, en Vanegas, San
Luis Potosí y logró ocultar ahí a los forajidos, seis en total, incluidos los
hermanos Vicente y Andrés Caletri. La visita se convirtió en una venta de armas
ofrecidas por el anfitrión.
El
Marino se interesó en el rifle automático AK47 y pagó sin chistar 4 millones de
viejos pesos por el cuerno de chivo.
El
Duby compró una pistola calibre .45 marca Colt.
Los
hombres estaban de buen humor y como no hay vacaciones sin fotografías, uno de
ellos sacó una cámara fotográfica y toda la banda posó con las armas.
A
la mañana siguiente, dividieron la banda en dos y asaltaron de manera
simultánea dos bancos de Matehuala. Al León le tocó un tiro en la rodilla y no
logró escapar.
La
pandilla se reagrupó. Metieron las armas largas en petacas deportivas y éstas
en la cajuela de la camioneta azul con franjas en los costados del Duby. Herido
El León, el grupo regresó con el presentimiento de la sangre.
El
Duby manejó parte de la madrugada del 31 de agosto de 1992. En Hidalgo, después
de Ciudad Sahagún, una patrulla de la Policía Federal de Caminos los detuvo. El
oficial le pidió los documentos al Duby, y éste le explicó que no traía
licencia, pues el chofer era Caletri, quien descendió para hablar con el
oficial.
Le
mostró una licencia de manejo con un nombre falso y la tarjeta de circulación
al policía federal Gerónimo García Castaño.
Hablaron
tres minutos a dos metros y medio de la patrulla colocada detrás de los
ladrones y ocupada por el oficial Gustavo Sánchez Baylón.
—¿Qué
llevan atrás? —preguntó Gerónimo.
—Nada
—respondió Caletri sin convencerlo.
—Abre
la cajuela —pidió el policía.
Las
torretas de la patrulla pringaban destellos azules y rojos a la fresca
madrugada del campo abierto de Hidalgo. Los faros también estaban encendidos y,
a pesar de los vidrios polarizados, el policía Sánchez Baylón notó las maletas
Lo
comentó y Gerónimo ordenó a Caletri que las bajara. Dentro de la camioneta sólo
se veían sombras. El asaltante dudó.
—¡Ábranlas!
—exigió Gerónimo.
Caletri
trató de argumentar algo, pero esa madrugada no estaba para convencer a nadie.
A
dos metros de distancia, la luz y el plomo alcanzan su destino al mismo tiempo.
En
la primera ráfaga de relámpagos, Gerónimo cayó al suelo, delante de la
patrulla. Sánchez Baylón salió, desenfundó y respondió.
Minuto
y medio de fuego.
Se
quiso guarecer detrás de su vehículo y sintió un marrazo en la cadera derecha.
Rengueó y se ocultó. Cambió el cargador y disparó de nuevo, pero el arma se
trabó. Abrió el mecanismo e hizo un último disparo. Se dejó caer a la cuneta de
la pista y rodó hacia la hierba. Permaneció inmóvil. Trataba de contener el
jadeo, el grito de dolor.
Pasaron
cuatro minutos.
Los
ladrones arrancaron la camioneta y se fueron sin quitar el dedo del gatillo.
Sánchez Baylón volvió a la carretera y buscó a su compañero. Aún estaba vivo.
Trató de arrancar la patrulla. No pudo. Pidió ayuda por radio y llegó una
ambulancia.
El
policía federal Gerónimo murió en el hospital de un tiro calibre.45 que salió
del arma en cuya venta participó el policía federal de caminos Jiménez Látigo,
ahora convertido al cristianismo.
Caletri
sintió cómo el fuego le entraba por la parte baja de la espalda y se le anidaba
en los intestinos. Perdió el conocimiento. Kilómetros adelante, la banda
abandonó la camioneta. Los federales revisaron entre las vestiduras llenas de
sangre y encontraron la cámara fotográfica y dentro el rollo de película.
En
el laboratorio aparecieron los viejos conocidos. En una imagen, Leonardo
Montiel Ruiz posaba con una subametralladora Ingram y a la altura de la cintura
del lado izquierdo una pistola tipo escuadra. Andrés Caletri López cargaba un
fusil M-1 con mira telescópica y en la mano izquierda una granada de mano.
El
Marino presumía una carabina AK47 en la mano derecha y a la altura de la
cintura tenía clavada una pistola escuadra. El Duby mostraba a la cámara una
granada en la mano derecha y en la cintura del mismo lado una escuadra.
Alguien
más apareció en las imágenes: “Es el compadre de Jiménez Látigo”, dijo sin
asomo de duda algún policía federal.
El
1 de septiembre, una de las hermanas de Caletri, María Idalia, recibió una
llamada del Hospital Rubén Leñero para que visitara al enfermo Nicolás Rojas
Hernández. Después recibió varias llamadas anónimas con la aclaración de que se
trataba de su hermano. La amenazaron —en esto coincidirían las declaraciones de
los hermanos Caletri—: si no se hacía cargo del herido, matarían a sus tres
hijos. También debía conseguir una clínica particular para el traslado del
ladrón. María Idalia encontró un pequeño hospital en Nueva Aragón, Ciudad Neza.
Ocho
días después, la PJF recibió una llamada anónima en sus oficinas de Cuernavaca.
El pitazo adelantaba que la banda responsable de la muerte del federal Gerónimo
García Castaño se reuniría en Los Reyes La Paz, sobre la carretera
México-Texcoco, en el restaurante El Texcocano.
Dos
automóviles se estacionaron frente al comedor a las siete de la noche. La
policía reconoció de inmediato al Marino y al Duby. El Marino corrió, disparó y
sacó de una mochila de cintura una granada de mano. Se la llevó a la boca para
sacarle la espoleta.
El
Marino, relacionado con al menos 67 homicidios, más de 50 asaltos bancarios y
dos fugas, murió en el intento de estallar la piña.
***
Al
día siguiente de la balacera en Texcoco, Caletri se dio de alta ante la
insistencia del médico de la clínica privada de dar parte al ministerio
público. María Idalia rentó un cuarto en la colonia Nueva Aragón, a cinco
cuadras de su casa. Lo visitaba dos o tres veces a la semana, y contrató a
alguien de confianza para que alimentara al herido y fuera a la farmacia cuando
algo se necesitara. Ensopado por la fiebre, Caletri podía conciliar el sueño
sólo durante algunas horas. Únicamente dormía en paz si tenía dos alacranes
debajo de la cabeza. Dormía con un revólver .38 y una escuadra .45 debajo de la
almohada.
La
policía siguió a María Idalia. La detuvieron junto a su hermano Vicente y ambos
llevaron a los oficiales al cuarto.
—
¡Hija de la chingada, me traicionaste! —aulló Caletri, ignorante de la muerte
del Marino y la detención del Duby.
Se
revolvió y sacó una pistola debajo de la almohada y disparó sin importar que
entre él y los policías estuvieran sus hermanos. No hirió a nadie. Él mismo
estaba demasiado herido y volvió a la prisión, esta vez con una bolsa de
plástico en el costado derecho por donde defecaba sin control.
Convaleciente,
permaneció hasta el cuarto o quinto mes de reclusión en el área de celdas de
nuevo ingreso.
En
ese tiempo entró a prisión un policía judicial del Distrito Federal llamado
Camerino López, a quien pronto rodearon varios internos con la idea de matarlo,
pues lo acusaban de haberlos detenido. Sin conocerlos, Caletri se refirió a los
hombres como sus amigos. A partir de ese momento, los policías se escudaron en
el ladrón.
“Esto
lo hice con otros policías y comandantes de quienes no recuerdo sus nombres,
pero entre ellos había un comandante acusado de dar protección [al
narcotraficante] Rafael Caro Quintero”, declararía Caletri.
Mejoró
su salud y fue trasladado al módulo de máxima seguridad del Reclusorio Oriente.
Se
encontró con José Luis Canchola Sánchez El Canchola, otro asaltabancos. Y, más
importante, conoció a Modesto Vivas Urzúa La Víbora y sus familiares Benito
Vivas El Viborón, recluidos por secuestro.
Y
si Ríos Galeana le enseñó a Caletri el método para el asalto, el Viborón le dio
cátedra de secuestro.
Las
Víboras y sus principales socios, los hermanos José, Francisco y Liborio Colín
Domínguez, se conocieron de niños en la milpa de Tlayca, municipio de
Jonacatepec, Morelos. Era un pueblo de 500 personas cuyos niños dejaron de
soñar con ser campesinos o migrar a Estados Unidos.
Su
fantasía fue el secuestro.
Los
secuestros y los secuestradores, como si fueran parte de una red infinita,
nunca terminan de tejerse.
La
herencia de Las Víboras es un árbol genealógico de al menos 107 secuestradores,
uno de ellos, fundamental en el crecimiento de la Hidra, fue Nicolás Andrés
Caletri.
***
Andrés
Caletri se recuperó en el Reclusorio Oriente del balazo en la parte baja de la
espalda. Estaba en proceso por asociación delictuosa, daño en propiedad ajena,
defraudación fiscal, evasión de presos, homicidio calificado, lesiones leves,
portación de arma prohibida, posesión de armas para uso exclusivo del Ejército
y robo simple. Muchos años.
Resurgió
la idea de la fuga. El Canchola y Héctor Cruz Nieto tenían las armas de fuego.
Se fugaron el 30 de diciembre de 1995 y se ocultaron en una casa de Aragón
durante 25 días. El Canchola y Héctor Cruz Nieto bebían demasiado y andaban por
cualquier parte en un auto robado.
El
resto del grupo se imaginó de regreso a la prisión y se separaron. Las
declaraciones de Caletri y Canchola son coincidentes en esto: nunca más
volvieron a trabajar juntos. La policía insiste en que sí y en que Canchola
quedó subordinado a Caletri. En los expedientes de uno y otro, la única
concurrencia es la fuga de 1995.
Veinticinco
días antes de la fuga del Reclusorio Oriente, las autoridades carcelarias ya
sabían de los planes de evasión. Pero el rumor soplaba hacia Eduardo Carranco
Guzmán, Néstor Williams Galindo y Efraín Montes de Oca, cuñado de Caletri y
también aprendiz de Ríos Galeana; entonces se ordenó que éstos fueran
trasladados.
Pero
los demás se fugaron y al poco tiempo tomaron caminos diferentes.
Tras
separarse del Canchola y La Víbora, Caletri, Cruz Nieto y El Viborón siguieron
al siempre socorrido Estado de México.
Se
ocultaron un mes en la casa de un amigo de Caletri, en Amecameca. El receso
terminó y, como El Viborón conocía cada metro de Morelos, escogieron asaltar la
sucursal de Bancomer en el centro de Cuautla.
Cruz
Nieto sumó dos miembros a la banda, Héctor Peralta Vázquez El Papis y Erick
Sánchez Chávez el Erick. Se llevaron un millón 100 mil pesos.
El
Viborón planteó que el secuestro era más rentable y más seguro que los asaltos
bancarios.
Fue
convincente y Caletri se hizo secuestrador a mediados de 1996.
Caletri
vivió la siguiente separación de su banda a finales de ese mismo año. El
Viborón propuso a Caletri y El Alacrán el plagio del agricultor de cebollas a
cuyo hijo habían levantado y asesinado los mismos Víboras 12 años atrás.
Liborio se rascó la cabeza.
—Ese
señor tiene familiares en el Ejército y la policía —sentenció y se negó a
participar. Caletri siguió el ejemplo.
Al
día siguiente, Cuautla se llenó de los rumores del secuestro del cebollero.
Caletri y El Alacrán subieron a las cuevas donde vivían, a dos kilómetros y
medio del caserío. Desde la altura veían todas las entradas del pueblo. A los
tres días, como si fuera un hormiguero pisado, observaron Tlayca infestado por
policías corriendo por todos lados.
Caletri,
según las versiones policiacas, es retratado como el dueño de un conjunto de
bandas de secuestradores. Pero a la vista de los expedientes era más bien un
comodín que sólo participaba en dos de las partes más comprometedoras del
secuestro, la negociación, por el registro de voz, y el cobro, pues ya no
existe la ventaja de la sorpresa y la presencia de un secuestrador es obligada.
Otro segmento de alto riesgo es la compra de protección con las autoridades.
Por eso las bandas que más perduran no son simples células, sino estructuras
donde sólo algunos saben con certeza quiénes son todos los cómplices.
Si
Arizmendi dio una lección sobre el uso de la violencia como el principal valor
de su empresa y la constitución de ésta a partir de la familia, la carrera de
Caletri es muestra de cómo las prisiones mexicanas son el mejor medio para el
establecimiento de una red criminal flexible, en la que algunos de sus
integrantes se relacionan con cierta independencia y se convierten en verdaderos
seleccionados nacionales del crimen.
Dos
hombres son ejemplo de esto: El Papis y El Jarocho, compadres entre sí.
Trabajaron bajo las órdenes del Marino, brazo derecho de Ríos Galeana; Caletri;
El Negro Anduaga, y El Coronel.
El
Papis operaba los secuestros y asaltos en el terreno físico sin asomo de miedo,
entendiendo perfectamente el estado de ánimo del resto del grupo y motivándolo.
El Jarocho es el doctor Jekyll y míster Hyde y la pócima que convierte a uno en
el otro es un arma de fuego. De carácter introvertido a pesar de su origen
veracruzano, se transforma con cualquier tipo de arma de fuego en la mano, como
si el pedazo de metal se hiciera parte de su cuerpo, útil no sólo para
disparar, sino como objeto contundente. Y es excelente al volante. La
combinación le resultaba intimidante a los policías en los enfrentamientos.
El
Papis y el Jarocho estuvieron nuevamente juntos en la Penitenciaría del
Distrito Federal. Y las historias que salen de ahí difieren de la idea
construida de Caletri, de quien se dice que hasta hizo fajina, sin habilidad de
planear, disparar ni manejar. Pero cada gramo suyo estaba hecho de coraje.
Uno
de sus empleadores fue Alejandro Acevedo Ventura, El Guerrero.
Alejandro
Acevedo Ventura, El-Guerrero. Foto: Especial, SinEmbargo
***
El
Guerrero es o era un hombre de un metro 79 centímetros de estatura, y de 85
kilos de músculo forrado de grasa. Como esos cuerpos que parecen de astronauta
en su traje espacial. Nació el 2 de enero de 1974 en Guerrero, el estado de
Caletri y Ríos Galeana.
A
los 18 años de edad, El Guerrero conoció la cárcel y el plomo ardiente en la
espalda.
Fue
condenado a cuatro años y seis meses de prisión. Ahí se relacionó con Eduardo
Cervantes González El Severo, considerado como el principal vendedor de drogas
y dirigente de una banda de extorsionadores presos en el módulo de máxima
seguridad del Reclusorio Norte.
El
28 de enero de 1993 se acogió al beneficio de trabajo a favor de la comunidad.
Regresó a la cárcel en 1998, ya convertido en secuestrador.
Alejandro
Acevedo se fugó de la Penitenciaría del Distrito Federal el domingo 24 de junio
de 2002. Entre los custodios de la Peni existen dos versiones al respecto. En la primera, un apodado El Chupacabras
obtuvo la ropa de civil —cualquier cosa que no sea azul ni beige— para El
Guerrero.
Las
prendas habrían sido colocadas en una almohada cosida por la esposa del Chupacabras.
A las 3.15 de la tarde, dos custodios lo sacaron tras pactar el pago de 500 mil
pesos, la mitad entregada por adelantado. El resto se pagaría cuando entregaran
libre, sano y salvo al Guerrero a un grupo armado apostado en la calzada Ermita
Iztapalapa, muy cerca de la cárcel.
Los
custodios cumplieron, pero los cómplices del Guerrero no: los encañonaron y los
guardias entendieron que en el mejor de los casos terminarían dentro de la
prisión que custodiaban.
En
la segunda historia la fuga fue apoyada únicamente por los custodios asignados
al dormitorio seis. Un visitante del Guerrero le proporcionó un gafete, ropa de
paisano y salió a las 3.15 de la tarde. Pasó las casetas del Centro Escolar,
conocido en la prisión como “puesto de tacos”, atravesó la puerta negra y las
aduanas de personas sin dificultades. Algún guardia le aplicó los sellos de
tinta detectable bajo luz negra en la muñeca. En el último punto de revisión,
el vigilante lo detuvo y comentó su notable parecido con su hermano.
En
la Penitenciaría del Distrito Federal, la cárcel más dura de la Ciudad de
México, se dice que se fue a su pueblo natal, Playa San Buenaventura. También
se dice que Acevedo murió en un accidente automovilístico en la Autopista
México-Acapulco.
***
Andrés
Caletri pensó en el retiro y se ocultó en la ciudad de Puebla con un millón de
pesos, pero su pasado lo perseguió hasta alcanzarlo en Pinotepa Nacional.
El
21 de febrero de 2000, bajo el sol de mediodía que incendia cada átomo de
polvo, Caletri salió de su parcela.
Manejó
el Renault 18 modelo 1980 color negro, su último auto, y se detuvo frente a la
caseta telefónica de Rancho Viejo. Sacó de su cartera negra un papelito
amarillo donde tenía anotado el teléfono de la caseta de Chalco, Estado de
México, a la que se comunicaba con su hijo.
Chalco,
el pueblo tragado por la ciudad y la miseria en el que Carlos Salinas de
Gortari lloró cuando subió el interruptor para declarar la existencia de la
electricidad.
Caletri
pidió que lo comunicaran con su hijo, como hacía cada mes. La mujer que
contestó le pidió hablar nuevamente en 10 minutos para ir por el niño.
Caletri
esperó. El calor derretía el horizonte.
Miró
su reloj y pidió de nuevo la llamada. Padre e hijo se saludaron, iniciaron la
rutina sobre las clases de natación, ayudar a su madre, portarse bien. De la
tierra chamuscada apareció una estampida de policías.
Soltó
el auricular.
Dijo
llamarse Fernando Ramírez García, les mostró una credencial de elector y una
licencia de conducir, pero al poco tiempo admitió su verdadero nombre.
Esculcaron su auto y encontraron sus últimos ocho mil 100 pesos y, al lado, la
vieja Colt .38 súper, tipo escuadra y cromada, como el alacrán que lo arrullaba
en las noches de fiebre y pedazos de estómago saliéndole por el cuero.
“Coopero
con la autoridad y por ello he manifestado todos los hechos que son de mi
conocimiento y en los que he participado con el objeto de que no se inmiscuya a
mi esposa ni a mi hijo. Me han dicho que si colaboro la situación de mi esposa
se resolverá conforme a derecho”.
En
el único momento en que se mostró altivo durante el interrogatorio, Caletri
diría:
“Personalmente
jamás utilicé protección de la policía. No confío en la policía […] Que yo
sepa, nunca he tenido un apodo. Nunca he permitido que me digan de ninguna
manera distinta a mi nombre”.
Pero
Caletri, como con todos los habitantes de su mundo ocurre, también fue rebautizado.
Se le llamó el Hermano Coraje.
Caletri
pasaría los siguientes años de su vida en el penal de Almoloya, luego
renombrado como de La Palma y finalmente como El Altiplano, el mismo del que se
fugara, con menos plomo y más plata, Joaquín El Chapo Guzmán.
NOTA:
Este
reportaje está elaborado a partir de entrevistas con funcionarios y
exfuncionarios penitenciarios, internos y exconvictos y las declaraciones,
peritajes y partes policiacos contenidos en los siguientes expedientes:
NICOLÁS ANDRÉS CALETRI
–Averiguación
previa PGR/UEDO/006/00.
–Averiguación
previa IZP/70-9/1020/02-06 iniciada por el delito de evasión de reos
–Causa
penal 37/82 en el Juzgado 29 de lo Penal.
–Toca
penal 16/94 instruida por el Tribunal Unitario del Primer Circuito.
–Causa
penal 26/94 por portación de arma de fuego reservada para uso exclusivo del
Ejército, Armada y Fuerza aérea instruida por Fernando Hernández Piña, juez 2
de Distrito en Materia Penal del Distrito Federal.
–Causa
penal 124/92 por homicidio, portación de arma de fuego reservada para uso
exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza área, asociación delictuosa, cometido
contra funcionarios públicos, lesiones y portación de arma de fuego resuelta
contra Andrés Caletri y Álvaro Darío de León Valdez; sentencia de 14 años de
prisión por la juez 3 de Distrito en Materia Penal del Distrito Federal, Olga
Sánchez Contreras.
–Causas
penales 12/92, 88/92 y 92/92 por los delitos de evasión de presos, robo y
asociación delictuosa instruidas por el juez 16 de lo Penal del Distrito
Federal, Roberto Martín López.
–Causa
penal 165/92 por robo instruida por el juez 16 de lo Penal del Distrito
Federal, Roberto Martín López.
–Causa
penal 28/2000 resuelta por Octavio Bolaños Valadez, juez 3 de Distrito en
Materia de Procesos Penales Federales en el Estado de México. Sentencia dictada
el 17 de octubre de 2008.
–Causa
penal 124/92 Juzgado 3 de Distrito.
JOSÉ LUIS CANCHOLA SÁNCHEZ
–Averiguación
previa 59/010199/99 07.
–Toca
penal 1524/2001 resuelto por la Octava Sala del Tribunal Superior de Justicia
del Distrito Federal.
–Causa
penal 202/99 y su sentencia dictada por el juez 1 de lo Penal del Distrito
Federal, Manuel Alvarado Lara.
–Averiguación
previa 50/01019/99 07.
–Averiguación
previa DGSP/03/99-01.
–Averiguación
previa DGSP/186/98-12.
–Toca
penal 1731/2000 resuelta por la Octava Sala del Tribunal Superior de Justicia
del Distrito Federal, magistrados Aurora Gómez Aguilar, Francisco Chávez
Hochtrasser y Javier Raúl Ayala Casillas.
–Toca
penal 424/2007 resuelta por el Cuarto Tribunal Unitario en Materia Penal del
Primer Circuito.
–Denuncia
de hechos del 10 de marzo de 2006 averiguación previa F12P/12P-9T2/911/06-03.
–Averiguación
previa 59/010199/99 07.
–Causa
penal 17/04 instruida por el delito de delincuencia organizada por el juez 56
de lo Penal del Distrito Federal, José Eligio Rodríguez Alba.
ALEJANDRO ACEVEDO
–Causa
penal 212/98 instruida por la juez 27 de lo Penal, Leticia Alejandra Pliego
Ruiz, quien condenó al Guerrero a 48 años y nueve meses de prisión por el
secuestro de los Zaga; ya había estado por robo de auto en 1994 en el
Reclusorio Oriente y aún tenía otro proceso por robo en la causa penal 40/90 en
el Juzgado 11 de lo Penal, por lo que en 2001 tenía una sentencia total de 57
años, un mes y 15 días.
–Causa
penal 28/2000 resuelta por Octavio Bolaños Valadez, juez 3 de Distrito en
Materia de Procesos Penales Federales en el Estado de México. Sentencia dictada
el 17 de octubre de 2008.
(SIN
EMBARGO.MX/ Humberto Padgett /julio 29, 2015 - 00:00h)
No hay comentarios:
Publicar un comentario