Raymundo Riva
Palacio
De regreso de la
gira por Asia, cuya decisión de no suspender fue política y económicamente
acertada, el presidente Enrique Peña Nieto tiene que recuperar urgentemente el
liderazgo y la iniciativa, que se le escurrió de las manos en 50 días de
zozobra por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa.
Son varias las
tareas que le urgen para mostrar que sus manos sí conducen el país, como
resolver penalmente los hechos en Iguala –jurídicamente el caso está resuelto-
y restaurar el orden y la ley para evitar la anarquía y la indefensión que
vivió la sociedad en el centro del país en los últimos días.
Estos pasos no son
de solución inmediata. Otro sí lo es, que le abrió en medio de esta crisis un
flanco innecesario pero, que en el largo plazo, es más destructor que todos: la
creciente percepción de corrupción y nepotismo en su gobierno.
El presidente Peña
Nieto ya recibió dos golpes consecutivos por debajo de la línea de flotación.
El primero, derivado
de la fuerte presión empresarial, fue la revocación del tren rápido
México-Querétaro; el segundo, la exhibición de su casa ampliada en la zona de
mayor elegancia y abolengo en el país, las Lomas de Chapultepec, adquirida por
su esposa Angélica Rivera a una empresa constituida un día después de que el
Presidente formalizó su relación con ella, que resultó ser propiedad de uno de
los empresarios más cercanos a Peña Nieto, Juan Armando Hinojosa, quien era el
promotor del grupo que ganó la licitación del tren rápido, en parte, de acuerdo
con fuentes con conocimiento del proceso, porque recibió información
confidencial de la convocatoria 13 meses antes de hacerse pública, en un claro
ejemplo de tráfico de influencias.
No es casual que el
nombre de Hinojosa esté en el centro de los dos escándalos. Los hechos están
concatenados y personas cercanas al empresario están convencidas que vienen más
revelaciones cuyo objetivo es el Presidente.
En el caso de su
casa –que no registró dentro de su declaración patrimonial-, él se oponía a la
ampliación de la propiedad de la señora Rivera, lo que provocó incluso una
agria discusión entre la pareja.
Pero al final Peña
Nieto cedió porque dejó de hacerle caso a sus instintos.
Lo más valioso e
insustituible que ha tenido Peña Nieto en su vida, lo cedió.
En esta
claudicación, de buena manera, se puede entender parte de la crisis de
liderazgo en la que se encuentra.
El diseño de
operación trifásica de su Presidencia lo despojó de los instintos y lo
convirtió en un político distinto al que era antes de llegar a Los Pinos.
Las propiedades no
se pueden ocultar y tendrá que aprender a manejarlas con la mayor
transparencia, porque la opacidad es lo que aniquila.
Pero donde sí puede corregir
inmediatamente el rumbo y mandar una señal de que hay cosas donde será
indómitamente intolerante es en casos donde exista siquiera algún dejo de
corrupción.
Ya lo dijo
implícitamente cuando ordenó la revocación de la licitación del tren rápido, con
el argumento que se repondría el proceso por la falta de opacidad que había.
El golpe fue directo
contra el secretario de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza, quien horas antes
había defendido vehementemente el proceso ante dos comisiones en el Senado.
El Presidente lo
descalificó y Ruiz Esparza, si en este país existiera ética institucional,
tendría que haber presentado su renuncia.
Hizo incluso lo
contrario. En una declaración de radio cuestionó la decisión presidencial.
La revocación, dijo,
“no está en el mejor interés de México”. Si en este gobierno los amigos en el
servicio público fueran tratados como servidores, tendría que haber sido
cesado.
A diferencia de las
propiedades personales, es un asunto que el Presidente sí puede encauzar.
La principal crítica
a su gobierno por temas relacionados con corrupción y nepotismo encuentran
siempre el camino de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Carreteras y obras
públicas para los amigos y concesiones para los mexiquenses de Atlacomulco.
Desde hace más de un
año en el sector empresarial mexicano hay enojo porque, aseguran, a muchos les
piden comisiones hasta del 25% en algunas áreas del Gobierno federal, en una
rapacidad que, subrayan, no habían visto antes.
Dentro del Gobierno,
dicen no saber nada. Dos secretarios de Estado en el primer gran círculo
presidencial a quienes se les ha consultado en las últimas semanas sobre la
corrupción en el Gobierno, aseguran no haber oído nada al respecto.
El Presidente, por
su decisión sobre el tren rápido, sí escuchó de realidades o percepciones y
actuó.
Sin embargo, una
acción no hace primavera. Un golpe de timón que le urge para recuperar
liderazgo y enviar la señal de que hay gobierno y que él lo encabeza, es el
ajuste en su Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Ruiz Esparza es
insostenible. Por omisión o comisión, dejó de ser el activo que fue para el
Presidente desde los tiempos del Estado de México, y se convirtió en un lastre.
Su relevo será una
ayuda a rescatar al gobierno y una señal hacia un sector, de sí agraviado por
la política fiscal, que no hay nepotismo.
Esto puede ser el
principio de la recuperación presidencial, que tanto necesita Peña Nieto.
(ZOCALO/ Columna
Estrictamente Personal de Raymundo Riva Palacio/ 18 de Noviembre 2014)
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