Los
militares vieron el maizal tupido y con elotes listos para ser cosechados. Iban
en dos patrullas y el jefe le dijo al chofer de la que iba adelante: deténgase.
Se bajó de la camioneta y se dirigió al plantío. Los elotes erguidos, apuntando
al cielo, ofrecidos, envueltos en esas verdes hojas como un regalo incitante
que espera ser desempacado.
Tomó
dos. Uno en cada mano, pesándolos. Hacia arriba y hacia abajo, con ligeros
movimientos de sus brazos. Se antojan, dijo. Peló parcialmente uno y lo mordió.
Con un ademán invitó al resto a que hicieran lo mismo. Pelaron, mordieron,
saborearon, acopiaron para llevarse unos cuantos que luego fueron varias
decenas.
Las
cajas de las patrullas tenían el tapiz verde fresco de los elotes recién
arrancados. Uno más y otro y otro y otro. Penetraron los muros de plantas.
Parecían orugas disciplinadas, avanzando, recolectando, expropiando el
territorio ese y venciendo el maizal y sus frutos. Inspirados, cortaron y
cortaron y cortaron. Ya estaban a quince pasos del camino vecinal, donde los
esperaban las camionetas verde olivo. Habían avanzado silentes, crujiendo
apenas algunas ramas y aplanando los surcos con esas góndolas de cuero que
vestían sus pies. Fue así que en ese ir y venir escucharon.
Voces
queditas. Voces como ecos. Voces lejanas, de esas que arropa el viento.
Hicieron señas. Un puño, los dos dedos del capitán apuntando sus ojos:
exhibición de medidas de seguridad y prevención. Dejaron de cortar y morder y
de avanzar con torpeza. Levantaron sus fusiles hasta abdomen, pecho y hombros.
Metros adelante, no muchos. Siete hombres jóvenes, con aspecto de rancheros y
desarrapados, cuidaban un plantío de mariguana, entre las espigadas matas de
maíz. Traían armas pero no todos. Un ruido, un movimiento, una silueta. Algo
los delató y los dos grupos se tuvieron de frente, y empezaron los chingazos.
Disparos por allá y por acá. Ráfagas. Detonaciones separadas por silencios de
adrenalina. Gritos, tracatera y corredera.
Alguien
dijo alto el fuego. Tres hombres estaban en el suelo, boca abajo. Uno de ellos
tenía la bota de un militar sobre la espalda. Cuatro armas decomisadas y unas
trescientas plantas de yerba de follaje tupido, tipo cronic. El área fue
asegurada y el mando recibió el reporte de dos patrullas que recorrían la zona
y que en actividades de reconocimiento fueron agredidos.
Mi
comandante. Los efectivos íbamos realizando labores de vigilancia y
reconocimiento en la zona. Vimos gente sospechosa y antes de que pudiéramos
darnos cuenta ya nos estaban disparando. Dos semanas después, en ceremonia, los
soldados fueron condecorados. No dijeron en sus informes que todo empezó porque
estaban robando elotes.
(RIODOCE/COLUMNA MALAYERBA DE JAVIER
VALDEZ/ EPTIEMBRE 28, 2014)
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