¿Acaso
la forma en que un hombre se proyecta frente a las demás mujeres revela
cómo trata a las de su entorno? Ésta es una pregunta que me arrebató el
sueño luego de leer este libro.
¿Acaso cuando un
hombre deja a su paso migajas que son huellas, huellas que son atisbos,
esos atisbos revelan la filosofía detrás de su poder público? Acaso
gobierna como vive: con el desprecio a la vida de las otras que no son
sus mujeres, sus fieles seguidoras. Las suyas como pertenencia política,
cultural y física. Acaso el trato que dio en el pasado a las mujeres
que consideró propias revelaba ya la importancia que como presidente
daría a la violencia brutal contra niñas, adultas y ancianas.
Me atrevo a decir que sí. Que Enrique
Peña Nieto, el niño bonito de la política mexicana, no ha sido develado
antes como en este libro. Porque no es sólo la corrupción –la suya y la
de su partido, que comparten muchos otros políticos bajo cualquier
insignia–, es la elección que de manera informada llevó a cabo durante
los 2 mil 190 días de su mandato como gobernador del Estado de México:
eligió no mirarlas, ni vivas ni en riesgo ni muertas. Después intentó
desaparecerlas nuevamente.
Eligió ignorar lo que las voces más
conocedoras y prestigiadas en materia de violencia contra las mujeres le
dijeron en foros públicos, en redes sociales, en sesiones privadas, en
artículos periodísticos, en informes de derechos humanos: su estado,
señor gobernador, se está convirtiendo en un sembradío de cadáveres
femeninos. Su Estado, señor gobernador, ignora la violencia sexual que
en muchos casos conlleva feminicidio. Su estado, señor gobernador, ése
que usted maneja como el terrateniente de una finca propia, ha rebasado
la tragedia de los asesinatos de mujeres y niñas en Chihuahua. Pero el
joven político eligió repudiar las voces y ordenó, como lo hace hoy a
nivel federal, que sus subalternos recortaran cifras, que fabricaran
bochornosos discursos plagados de equívocos insostenibles, todo para
negar la muerte: la muerte que no conviene a un político en ascenso. Esa
muerte que se suma, que crece como una montaña de papel en las
procuradurías, que encarna en el dolor íntimo, gélido en los
refrigeradores del servicio forense.
Las mujeres no son desechables, le dijimos. Pero él siguió sonriendo.
Las niñas no son objetos de placer, le dijeron. Pero él siguió sonriendo.
Y se rodeó de mujeres lindas para que todos vieran que a él esas mujeres sí le interesan.
Una vez harto, dio órdenes: Quienquiera
que sea el responsable, que se encargue de resolver este escándalo.
Porque para el señor gobernador cada asesinato, cada violación, cada
mujer raptada y mutilada era un escándalo: las quería acarreadas,
votantes, fans, bellas y maquilladas, sólo así. Y la mayor parte de la
prensa local hizo su tarea, habló de “lo importante”, retomó los
boletines oficiales; hizo, vamos, lo que le pagan por hacer, bailar al
son del que paga para que no le peguen, y los boletines se convirtieron
mágicamente en noticia. Y la telenovela subió el rating.
Luego ya no hubo silencio y las voces
regresaron. Entonces mandó traer a la “caballería buena”: sacó la
chequera pública y Rosario Robles, exjefa de Gobierno del Distrito
Federal, llegó con las cubetas, el trapeador y la escoba a limpiar como
los anteriores afanadores las cifras reales, a borrar la sangre de las
muertas.
Entonces pagaron más a los medios
electrónicos para entrevistar a la experta, al fiscal, a los
recientemente entrenados, para que se asimilara el discurso de las
notables criminólogas que saben de violencia contra las mujeres; luego
de asimilado lo mutilaron, lo hicieron confuso, lo maquillaron con
lugares comunes.
Eduardo Loza, fotorreportero, hace honor
a su trabajo como comunicador: este libro hace patente la mirada
empática del investigador, que nos muestra en imágenes lo que ya ninguna
voz puede repetir sin quebrarse. Aquí están las niñas frente a la tumba
de Nena, el corrido escrito a mano para la niña asesinada; aquí los
moños, los padres tristes como paisajes desolados, las madres cansadas y
en pie de lucha.
Aquí las declaraciones de amor rasgadas
en una pared, canto a la desesperación que no olvida el nombre ni la
sonrisa de su muerta; crucifijos, ángeles, cristos piadosos, santos
protectores de la infancia, moños de luto, muñecos de peluche sobre una
cama fría que no volverá a sentir el peso de la pequeña cuya vida
arrebataron los explotadores de mujeres. Lotes baldíos, como baldía
sigue siendo la política pública para revertir el fenómeno de la
violencia misógina. Baldío: despoblado, inerte, infestado de yerba mala
que bajo la tierra oculta basura, basura bajo la cual se escondieron los
cuerpos de ellas.
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