Mientras las guardias comunitarias y agentes federales buscan a La Tuta
–último capo original de Los Caballeros Templarios–, el líder de las
autodefensas de Tepalcatepec y vocero del movimiento, José Manuel
Mireles, le resta importancia a los plazos que impuso el comisionado
federal Alfredo Castillo para el “desarme”. Por el contrario, anuncia la
próxima toma de importantes municipios y señala que el gobierno quiere
sólo una “paz mediática”: borrar el nombre de “autodefensas” porque
expresa su incapacidad para garantizar seguridad y justicia a la
población.
ARTEAGA, Mich. (Proceso).- Los abrojos son parte del pueblo donde Servando Gómez Martínez, La Tuta,
nació, se educó como maestro rural y luego se convirtió en el zar de la
droga de todo Michoacán. Hace unos meses nadie lo imaginaba huyendo por
este monte árido, perseguido por los grupos de autodefensa que
decidieron terminar con su imperio de terror y muerte.
Hoy las
calles laberínticas de Arteaga son vigiladas por la Policía Federal
(PF), el Ejército y los ciudadanos armados, quienes no obstante
respetaron a la familia del jefe de Los Caballeros Templarios. La huella
de El Profe, como también llamaban al único jefe sobreviviente del cártel, se nota en todo el pueblo y alcanza hasta el camposanto.
A
la entrada del panteón municipal se levanta un mausoleo de cemento
pintado de amarillo, columnas romanas blancas y puertas de cristal con
dos gallos labrados en actitud de pelea. Contiene los restos de
familiares de La Tuta: su padre Luis Felipe, sus tíos Arcadio y
Bolívar, y sus abuelos Felipe y María Soledad, todos en criptas de lujo,
apartadas de las tumbas de tierra y piedra.
En la parte alta del
pueblo se ven las casas de la madre del capo, María Teresa Martínez
Castañeda, y sus hermanos Flavio, Aquiles, Alejandra Sayonara y Luis
Felipe Gómez Martínez. A diferencia del resto de las viviendas locales,
cada una abarca media manzana.
Ante la vigilancia de los civiles
armados de las autodefensas y la PF, que revisa autos en la calle
principal, nadie habla del exprofesor, quien ha sido señalado como
coordinador operativo y uno de los líderes de Los Caballeros Templarios,
junto con Enrique Plancarte Solís El Kike y Nazario Moreno, El Chayo.
Al recorrer el poblado se encuentra fácilmente la escuela primaria
Melchor Ocampo, donde dio clases hasta 2000, así como la Escuela Normal
Rural de Arteaga, con murales de maestros enseñando a niños, misión para
la cual se educó cuando era joven.
Ahí está el Club de Gallos,
donde le gustaba apostar; a un lado, el salón de fiestas El Cepillo,
donde citaba a los comerciantes, empresarios, hoteleros y restauranteros
para que entregaran sus “cuotas”; las casas donde vivían sus amantes y
hoy ocupan las autodefensas, lo mismo que el rancho a la entrada del
pueblo.
A una semana de que cerca de 3 mil autodefensas armados
tomaron el pueblo, la gente comienza a formar sus consejos para
adaptarse a su nueva normalidad, sin el yugo del jefe del narco. Pero
aún no se atreven a hablar de La Tuta.
Todos los días hay
operativos para descubrir a los cómplices del único líder sobreviviente
de Los Caballeros Templarios. Pero poco o nada han logrado. Al huir,
Gómez Martínez se llevó su arsenal, con el que ya contaban los grupos de
autodefensa para reforzarse.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1957, ya en circulación)
/ 3 de mayo de 2014)
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