
Chihuahua • Búfalo
es un poblado 251 kilómetros al sur de Chihuahua. Pertenece al municipio de
Allende, pero está más cerca de Jiménez: a 35 kilómetros de distancia. Es un
lugar pequeño. Se recorre en 10 minutos. Tenía algo más de 700 habitantes en
sus mejores épocas, a mediados de los ochenta —en 1984—, en los tiempos de
Rafael Caro Quintero y sus enormes sembradíos de mariguana que circundaban al
lugar. Para 1990, Búfalo tenía poco más de 500 pobladores, según el censo del
INEGI. En 2005 contaba con solo 350 personas. Ahora serán acaso 250, aseguran
sus pobladores. Perdió la mitad de su gente en 11 años y habrá perdido dos
terceras partes en menos de 30 años. La resaca de la bonanza mariguanera…
Hoy sus calles
terregosas y silenciosas están desiertas. Al arribar no había un ruido, un
sonido, como no fuera el siseo del viento. Solo un perro que no ladraba vimos
por la mañana. Nadie asomaba el rostro, hasta que por la tarde seis niños
aparecieron para juguetear en una tienda de abarrotes, cuyo surtido es magro:
unos cuantos refrescos, un poco de comida chatarra. No había jóvenes por ningún
lado. Emigraron. La mayor parte de las casas están abandonadas: siete, ocho de
cada 10, según la calle polvorienta recorrida. Muchas viviendas son de adobe y
lucen en ruinas.
En la placita
central, poco después, hallamos a dos ancianos sentados en una banca a la
sombra de un árbol. No platicaban entre ellos. Ahí estaban nada más,
respirando, añorando. Un tercero, que caminaba trabajosamente apoyado en un bastón
desde una calle remota, se les uniría minutos después. No tenían muchas ganas
de hablar de Caro Quintero y las plantaciones de mariguana que desarrolló en la
zona: mil hectáreas, 10 millones de metros cuadrados de mota. En total, el capo
contaba con 6 mil hectáreas divididas en seis “ranchos” donde, además de la
droga, tenía 5 mil cabezas de ganado.
“Eran otros
tiempos”, dice José Carmona, uno de los viejos. Hoy los ejidatarios, algunos de
ellos, tienen unas cuantas vacas para producir asadero, ese queso típico de la
zona que venden en unos cuantos pesos en Ciudad Jiménez.
—¿Les afectó la
historia de la mariguana?
—A lo mejor sí… Sí,
sí nos ha afectado, porque no hay trabajo ni nada de eso. Está muy crítico
aquí. Estamos olvidados… —responde don José—. Hay que aguantarse ahora. No
tiene remedio. Estamos quebrados, de a tiro… —agrega con mirada triste,
desolada.
Andrés, su amigo del
bastón, dice que no conocieron a los narcos, que ellos nomás pasaban rumbo a
los campos.
—Nosotros no nos
arrimábamos, porque no teníamos negocios allá. Y ahora todos los de aquí ya
están en el panteón… —cuenta con ojos pícaros, como queriendo bromear sobre el
abandono de su pueblo.
Al otro lado de la
plaza está el bar Búfalo Bill. Tiene puertas del viejo Oeste, como de película
de vaqueros, esas abatibles que se abren con un empujón y regresan a su sitio
gracias a un mecanismo con resorte. Nadie anda ahí, en la oscuridad interna, ni
en las mesitas ni ante la avejentada mesa de billar. Nadie ha venido a observar
a las voluptuosas mujeres de calendario que están pegadas en las paredes. Solo
el nieto del dueño del bar y su socio, un hombre al final de sus años 40. Ambos
escuchan el silencio. Están ahí, acodados en la barra, sin poner música en la
antigua rocola. El más viejo de ellos tampoco quiere hablar del narco. Sólo
apunta:
—Este es un pueblo
medio pirata…
—¿Cómo pirata?
—Parece pueblo
fantasma…
Sí. Eso parece. Ni
un vestigio de aquellas épocas en las que algunos capataces de las plantaciones
venían a jugar billar al Búfalo Bill. “Eso fue en tiempos de mi abuelo y ya
nada de eso queda aquí”, dice el nieto. Nada. No queda nada de aquellas
incontrolables derramas de dinero de los años 80.
Algunos pobladores
sí guardan sus tesoros de antaño que fueron a recoger allá, a los “ranchos”, a
los sembradíos, cuando el 6 de noviembre de 1984 el Ejército ocupó el lugar y
miles de hombres que hacían la pisca para Caro Quintero se fueron (hasta 10 mil
personas trabajaban ahí, en las tierras mariguaneras). Como Hilario, de 65
años, que no solo recuerda que se trajo todas las latas de comida que pudo,
sino 30 cobijas de figuras cuadradas que trepó en su caballo. “Podía hacer un
colchón con ellas”, dice. Solo le quedan cuatro. Su esposa y él extienden y
exhiben una:
—Olían a mariguana,
pero estaban nuevas. Y sí que nos han servido muy bien para el frío, están
buenas… —cuenta muy sonriente.
—¿Sabe? Todo Búfalo
tuvo de estas… —interviene su mujer.
Todos los pobladores
fueron a recoger lo que quedó del imperio de Caro Quintero: cobijas y latas.
—¿Y mota, ni una
plantita les dejaron?
—Na, ni pal uso…
—ríe el hombre.
—¿No tienen miedo
que ahora que anda libre venga él, o alguien de su parte, a reclamar la tierra?
—se les pregunta, en referencia a las 6 mil hectáreas de Caro Quintero que en
1985 el gobierno federal entregó a 12 ejidos.
—Pos ojalá y viniera
para conocerlo bien —se carcajea el fortachón campesino—. Y no, miedo de qué.
Si viene y esto es de él, ¿qué? Ahí está, sin problemas, sin miedo. A nosotros
nos dio las tierras el gobierno. A lo mejor Caro viene y nos dice: “Vente a
trabajar conmigo, te voy a dar jale”, y a poco no… —sigue riendo el
chihuahuense, que vive justo al lado de la única construcción de adobe y
láminas que queda en pie de aquella época: un barracón donde Caro Quintero
guardaba pantalones de mezclilla para sus campesinos y algunas pacas de mota,
dice.
Los campos remotos,
donde el narcotraficante sembraba mariguana, como los del ejido El Álamo, de
200 hectáreas, distante a 30 minutos de terracería de Búfalo, todavía gozan de
aquellas maravillas tecnológicas construidas por los agrónomos del sinaloense:
al lado de tierras semiáridas, sequísimas, las de El Álamo se ven verdes por
los sistemas de riego que el hombre de Badiraguato, Sinaloa, implantó aquí.
Ahora los ejidatarios siembran chiles jalapeños y cultivan nueces de los
nogales. Algunos barracones que se usaron entonces todavía están de pie y son
usados por mujeres indígenas que son traídas para la pizca y que huyen al ver
las cámaras de MILENIO.
Todo se mira
verde-verde aquí. Como entonces, porque, de hecho, así empezó la caída de Caro
Quintero: cuenta la historia que el entonces embajador de Estados Unidos, John
Gavin, quien ya sabía de las plantaciones, ubicadas previamente por el agente
de la DEA Enrique Kiki Camarena, gracias al piloto mexicano Alfredo Zavala
(ambos asesinados por el capo meses más tarde del decomiso del Búfalo), viajaba
en avión por esa zona con el gobernador chihuahuense Óscar Ornelas Küchle,
cuando le dijo al mexicano:
“Desde la ventanilla
del avión Chihuahua se ve muy verde, señor Gobernador…”
Poco después ocurrió
el gigantesco decomiso, la huida de Caro Quintero, su posterior aprehensión en
Costa Rica y reclusión en México. Hasta ahora, que ha quedado libre y que se
esfumó sin que haya regresado aquí, al mítico y fantasmal Búfalo de campos
verdes-verdes junto a tierras secas. Búfalo de Caro Quintero y sus tesoros…
EU no se lo puede
llevar: ex abogado
La orden de
detención con fines de extradición que giró un juez mexicano contra Rafael Caro
Quintero carece de sustento legal y no existen argumentos jurídicos para que
sea enjuiciado en una Corte de Estados Unidos, afirmó su ex abogado José Luis
Guízar.
En entrevista con
Carlos Zúñiga en Más MILENIO, dijo que los delitos por los que estuvo 28 años
en prisión son los mismos por los que el gobierno estadunidense pretende
encarcelarlo, por lo que tendrían que “inventarle” otros cargos para llevárselo
de México, de lo contrario se violaría la Constitución y los tratados
internacionales.
—¿Los delitos de
Rafael Caro Quintero ya prescribieron?
—No para mí, lo dice
la ley. En aquel tiempo, cuando sucedieron los hechos, la penalidad era de 12 a
18, que sumándolas son 30 años, y el término medio son 15, más la cuarta parte,
viene siendo menos de 20 años. El señor duró 28 años (en la cárcel), entonces
esos ilícitos ya están prescritos. Y apegados a derecho, no pueden ser de
ninguna manera vueltos a juzgar.
Caro Quintero obtuvo
su libertad el 9 de agosto tras cumplir 28 años de prisión, de una pena de 40.
El gobierno de Estados Unidos lo busca por narcotráfico y el asesinato del
agente de la DEA Enrique "Kiki" Camarena, perpetrado en 1985.
(DOSSIER
POLÍTICO /Milenio/ 2013-08-21)
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