Más de 500 personas salieron de Tetela del Río hace una semana, luego de que hombres armados se llevaron a varios campesinos.
Guerrero • Abrazando a su hijo de seis meses,
Rosa Torres enmudece y llora cuando se le pregunta sobre su tierra,
Ixtayotla, donde vivió 18 años hasta el martes 30 de julio, cuando las
mujeres de la comunidad le dijeron: “¡Agarra a tus hijos, porque nos van
a caer!” El miedo la obligó, junto a una decena de familias, a tomar el
camino a Huautla y dejarlo todo —animales, milpas—. Este grupo es parte
de los desplazados que huyó la semana pasada de la zona serrana de
Guerrero.
El miedo tiene origen: Tetela del Río. Hasta esa población, cuentan
los desplazados, llegaron hombres armados el 29 de julio para pactar un arreglo
con ganaderos y campesinos. Querían cobrarles derecho de piso. Los
convocaron, pero éstos se negaron a ir y entonces fueron por ellos.
“Dicen que venían armados, que los maniataron y así se los llevaron”,
cuenta Leticia Rifas, quien habla de la desaparición de su esposo, Juan
Hernández Villa, su cuñado Félix Hernández Villa y su suegro Pedro
Hernández Mendoza. Leticia tuvo miedo. Y más cuando los demás vecinos le
advirtieron que “los malos” volverían.
“Uno no puede esperar nada bueno de ellos. Dicen que toman a las
mujeres si quieren y qué hago si tengo pura hija”, destacó. No tuvo más
opción: empacó algo de ropa para seis niñas y un niño y, sin más, subió a
una camioneta de redilas para hacer el trayecto de más de tres horas
hacia Tlacotepec, municipio de Heliodoro Castillo.
Los tres integrantes de la familia Hernández no fueron los únicos a
los que se llevaron. La Oficialía Mayor de Tlacotepec reportó un total
de seis personas; para el viernes, el alcalde Mario Chávez hablaba de la
desaparición de 14. Los habitantes de la sierra —que los dirigentes
sociales y políticos buscan convertir en la octava zona de Guerrero— no
quisieron esperar otra agresión y esparcieron la alerta: los armados
podrían volver.
El miedo llegó como una ola a las comunidades de Tepetlapa, El
Órgano, Capire, Ixtayotla, Tecolote, Rodeo, Amecahuite, San Pedro
Tezonpa, El Caracol, Buenavista, Pericotepec y Espinazo del Diablo. Los
desplazados se movieron como podían: en camionetas, a pie.
Atrás iban dejando solo el caserío de madera y adobe, las huertas,
los sembradíos de maíz, calabaza y frijol, y sus burros, vacas, bueyes y
puercos.
Una parte, alrededor de 500 desplazados, llegó hasta la comunidad de
Huautla, donde la gente les prestó la iglesia de San Francisco para que
la usaran como hogar temporal. Ahí montaron un comedor al aire libre y
convirtieron las bancas de la capilla en camas. Para los más de 60 niños
desplazados —menores de 10 años y hasta un recién nacido—, un montón de
cobijas y cobertores sobre el suelo sirvió de cuna.
“Nos ayudan, nos dan de comer frijol o lo que tienen. No podemos
regresar, uno qué más quisiera, estar en sus milpas, con sus animalitos,
pero no podemos”, narra Agustín, un hombre de más de 80 años a quien
también el miedo lo obligó a huir.
“Toda la gente se fue”
A este campamento llegó también María Gloria Moranchel, madre de un
pequeño de cuatro meses. “Como toda la gente se fue, pues nosotros
también. ¡A qué nos quedábamos! Ojalá no nos hubiéramos ido”, cuenta. Y
cuando habla de lo que espera del Ejército, responde en seco: “Ojalá
mataran a los maleantes”.
La situación escaló a tal punto que el Ejército montó una base en esa
zona, mientras la policía estatal desplegó 80 hombres de esa comunidad
hasta Tetela del Río. Los militares realizan patrullajes en las
comunidades que se quedaron solas y cuando se les pregunta si es seguro
ir, aconsejan: “Ahorita estamos nosotros, no lo recomendamos”.
“¿Y de qué nos sirve, de qué sirve que anden acá los guachos
si cuando se vayan otra vez pueden volver (los delincuentes)? Si
primero fueron por los demás, ¿qué pasará con nosotros, quién sigue?”,
cuestionó molesto José, un habitante de Huautla, quien ayudó a la
comunidad de desplazados. “¿Qué nos quedará a nosotros, adónde nos vamos
a ir?”
En el refugio de la Comisaría de Bienes de Tlacotepec hay 130
desplazados, pero al principio llegaron más de 500. El oficial mayor,
José Manuel Mercado, explicó que muchos se fueron a vivir con familiares
o amigos a Chilpancingo.
“La gente se salió porque estaban extorsionando a algunas personas.
Este tipo de situaciones viene rebasando todo a escala nacional. Son
cosas que se pueden ver en otros estados. Todos estamos expuestos a ese
tipo de inseguridad”, explicó durante el trabajo de supervisión del
albergue. El funcionario no quiere hablar del grupo armado que motivó el
desplazamiento, pero advierte que no es originario de Guerrero.
Junto a él, un grupo de niños juega a perseguirse entre sí. Otros
—vaya ironía— juegan con soldaditos de juguete, otros duermen. En el
centro del refugio las mujeres pasan el tiempo armando figuras de papel,
mientras personal del municipio y de la Dirección de Protección Civil
de Guerrero instalan una pantalla para proyectar una película de Disney,
Cenicienta, para entretener a los desplazados.
En una esquina Leticia Rifas cuida a sus hijos y piensa a qué se va a
dedicar para mantenerlos si su esposo y sus familiares no regresan a
Tetela del Río. “Lo que quiere uno es que los devuelvan, vivos o
muertos, de perdida saber qué fue de ellos”, dice ya sin conmoverse. Ya
ni siquiera le queda el llanto.
(MILENIO/Adriana Esthela Flores/ 7 Agosto 2013 - 1:55am )
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