Una fuente vinculada
a la casa presidencial confirmó que, en efecto, la noche del 1 de febrero –en
plena crisis de la tragedia que costó la vida a 37 trabajadores de la Torre
ejecutiva de Pemex–, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, viajó a la
exclusiva playa Punta Mita, en la Riviera de Nayarit.
La misma fuente
ratificó que Peña Nieto se vio obligado a regresar por la tarde-noche del 3 de
febrero, una vez que a través de las redes sociales se generó un escándalo –y
que el tema alcanzó la categoría de trending topic– ante la aparente
contradicción entre el duelo nacional decretado por el propio Peña Nieto y el
hecho de que el Mandatario haya preferido el puente vacacional para acudir a
jugar golf y descansar en la playa.
En su momento, en
las redes sociales dijimos que –en nuestra opinión– no tenía nada de
cuestionable que el Presidente viajara durante el puente vacacional –igual que
miles de ciudadanos y de servidores públicos–, sobre todo porque los
secretarios de despacho de su gobierno están para eso; para encargarse de temas
como la gobernabilidad y la seguridad interna.
Hoy seguimos
pensando lo mismo –porque el Presidente no es ni bombero ni rescatista, sino el
Jefe del Gobierno y del Estado–, y también ratificamos que –como lo dijimos en
esa ocasión– en todo caso el problema no se debió a que Peña Nieto prefiriera
el descanso, sino a una grave falla en la comunicación social del Gobierno
federal. ¿Por qué?
Primero, porque de
manera equívoca se ocultó el hecho de que el Presidente también es un ciudadano
como cualquiera, que requiere descanso, que tiene una familia que también merece
atención y, en cambio, el descanso presidencial pretendió ser visto como si se
tratara de un “pecado” del jefe de las instituciones.
Y, segundo, porque
una vez que el Mandatario fue “pillado” por las redes sociales cuando
vacacionaba –en plena tragedia–, los “genios” de la comunicación social
cometieron un segundo y aún más grave error; el de guardar silencio, ocultar la
verdad y salir al paso con una rápida maniobra política que hizo regresar al
Presidente de manera apresurada de su retiro.
Es decir, que se
hizo ver al Presidente –no como lo que es, un mortal como todos– como
perseguido de las redes sociales. Y claro, como un perseguido de sus miles o
millones de malquerientes, que le tundieron a placer. Y es que, en el fondo –y
en su momento–, ésa fue la más grave falla del control de daños operado por los
estrategas de la casa presidencial.
Dicho de otra
manera, que por fallas en la comunicación social de Los Pinos, se alimentó el
odio y la inquina que habitan en miles o millones de ciudadanos que no votaron
por Peña Nieto y que –a causa de hechos como el de Punta Mita– ratifican su
percepción de Peña Nieto es –según ellos– indigno del cargo. Lo cierto es que,
en el fondo, algunos colaboradores de Peña Nieto parecen no entender que su
papel es ayudar a Peña Nieto a salir del “buró de los más odiados”.
Y otro ejemplo de lo
que pasa con “los más odiados” lo vimos en horas recientes –el pasado domingo–,
cuando un aliado fundamental de Peña Nieto ratificó que es dueño a perpetuidad
no sólo de la estupidez, sino de una franquicia en el “buró de los más
odiados”. Resulta que el “Niño Verde” –al que pocos conocen como Jorge Emilio
González– ratificó su mote al caer en el alcoholímetro –luego de cuatro
tequilas– por cometer la niñería de manejar su propio vehículo cuando presume
por todo el país de ujieres y choferes.
Pero el problema no
es que el senador guste de las mieles de Baco, tampoco que sea un mortal como
miles que caen en el alcoholímetro. No, el problema es la prepotencia exhibida
al pretender evadir el arresto mediante un amparo. Y claro, el escándalo mayor
es la estupidez de justificar el amparo con argumentos ñoños –de niño mimado–,
como el frío, el hambre y la sed.
Todos saben que la
sociedad mexicana no sólo perdona, sino que aplaude la irreverencia y la
audacia. Pero la estupidez y la ñoñería “no tienen perdón de Dios”, como decían
nuestros mayores. Y el “Niño Verde” –al que ahora motejan como el “Ñoño
Verde”–, probó no sólo su pobreza intelectual, sino que es uno de los más
odiados en México; lista en la que también aparece su aliado político, Enrique
Peña Nieto.
Y en la misma
categoría de los más odiados se reveló –también en días recientes– la señora
Elba Esther Gordillo, que llegó al exceso de creerse la mismísima encarnación
de Josefa Ortiz, y hasta anunció su ridículo epitafio. La respuesta en redes
sociales fue contundente. Un crítico y bien ganado trending topic. ¿Cuántos
políticos comparten el “buró de los más odiados”? Al tiempo.
(ZOCALO/Itinerario/Ricardo Alemán/20 DE Febrero 2013)
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