Desilusionados de exigir freno a la impunidad sin
obtener resultados, familiares de las víctimas de la ola de homicidios en
Culiacán dejan de protestar
Azucena Manjarrez
Su lucha duró tres
años. Alma Trinidad Camacho organizó marchas por las principales calles de la
ciudad, plantones en la Casa de Gobierno, en la Unidad Administrativa, en el
Zócalo capitalino junto al poeta Javier Sicilia. Quería justicia por el
asesinato de su hijo Cristóbal Herrera Camacho.
Él fue uno de los
nueve hombres abatidos con armas de grueso calibre en un taller mecánico de la
Colonia Los Pinos, el 10 de julio de 2012.
Tenía 16 años y
había acudido a reparar los frenos de un automóvil. No debía morir. Desde
entonces el dolor y la impotencia llevaron a Alma Trinidad a espetar a los
poderosos, a mover lo que no se mueve. Lo hizo desde la soledad de una madre
desesperada, así como en 1996 lo realizaron familiares de los primos Abraham
Hernández Picos, Jorge Cabada Hernández y Juan Emerio Argüelles, los
desaparecidos en Las Quintas.
También los amigos y
familiares de la maestra universitaria asesinada, Perla Lizet Vega; las
asociaciones de periodistas por las muertes de Óscar Rivera y Humberto Millán,
y la luchadora social Meché Murillo por la de su hermano Ricardo.
En el caso de la
maestra Perla Lizet Vega, hay una persona detenida como presunto responsable
del asesinato.
De la lucha al silencio
De lucha social,
Alma no sabía nada. Sólo salió a las calles con pancartas a protestar, a decirles
a las autoridades que no se estaba trabajando.
El recorrido siempre
fue el mismo. Lo llegó a conocer como la palma de su mano. Desde La Lomita
hasta Catedral, a la Procuraduría, a la Casa de Gobierno. La intuición le decía
que algo lograría, aunque a su hijo no lo vería más. Se encontró con otras madres
en la misma situación, la creación del grupo Voces Unidas por la Vida, sirvió
para ello.
También para que el
caso fuera atraído por las autoridades federales, pero la sensación de sentirse
sola, abandonada, abatida, desmoralizada, nunca se alejó.
Hace más de un año
decidió parar, ya no exponerse a que los mismos que asesinaron a su hijo, le
hagan daño al resto de su familia. Alma lo justifica: "Yo quise salir a la
calle a protestar, a decirle a nuestra autoridades que no se está trabajando y
todos se hacían de oídos sordos.
Fueron casi tres
años de marchas, me sé el recorrido como la palma de la mano".
En ese trayecto hubo
gente que la apoyó, en el Congreso se formaron comisiones, que para resolver el
caso no fueron útiles, fue entonces cuando se preguntó para qué seguir.
"Con todo esto
me di cuenta del País en el que vivimos, ya no quise seguir, tuve miedo, tú
sabes cómo se manejan las cosas en Sinaloa, porque afectas intereses, la
autoridad no te protege.
Te das cuenta que no
hay más seguridad para nadie, que pedir justicia, es pedir favores",
detalla. "Uno se deja de todo esto porque no hay apoyo, a veces ni de la
familia, quienes salimos a las calles a pedir justicia no tenemos seguridad,
para las autoridades yo andaba de revoltosa; yo quisiera seguir pero tengo
miedo, la misma familia me dijo '¡ya párale!'".
Duelo eterno
En 2008, Dionis
Obregón perdió a su hijo Ernesto Uzeta Obregón, de 25 años. Fue asesinado
cuando platicaba con un amigo en la Colonia Nuevo Culiacán. Tampoco debió
morir.
Desde entonces vivió
el duelo. A los 15 días de la muerte de su hijo acudió a las autoridades. Le
dijeron que fue mala suerte, que investigarían.
No regresó. Sabía,
que lejos de encontrar respuestas sufriría ante tanta impunidad. Vivió la
ausencia con terapias tanatologícas, diplomados, apoyo espiritual, sicológico.
Después de la pausa en la que se envuelven los deudos, lo único que buscó fue
sanar. No salir a las calles a pedir una justicia, que no llegaría.
"Cuando uno
pierde a un hijo entra en una etapa de shock, de pausa, no tenemos opción para
pensar, menos para exigir el esclarecimiento de su asesinato, menos cuando uno
ve tanta injusticia", critica.
"Todos los que
perdemos a un familiar que tienen una muerte inesperada, no tenemos la
capacidad de pensar en hacer pancartas, marchas, lo que uno hace es buscar
apoyo y aceptar lo que le tocó a uno, porque hay un camino que recorrer".
Estelas de la injusticia
El 2012 dejó a
Sinaloa mil 465 homicidios dolosos. Mil 465 duelos. Mil 465 ausencias.
Familias con heridas
abiertas y silencios profundos, aquéllos surgidos por la impunidad, el miedo y
la indiferencia.
La muerte pareciera
tener permiso. Las vidas truncadas son el diario acontecer, y pocos piden
justicia. Las calles no se toman, los reclamos son pocos.
De lo contrario la
imagen, según la luchadora social Mercedes Murillo, sería la siguiente:
"un gobierno más justo y una sociedad más participativa".
Si en las marchas
contra la violencia que se han realizado contáramos tan sólo con dos personas
de cada muerto, se llenaría la Avenida Álvaro Obregón, pero la idea de que ya
se murió y no lo voy a revivir, no lo permite".
Y eso para Meché, no
es producto del miedo, sino de la comodidad. Las personas prefieren ver las
telenovelas, dice.
"A lo mucho
nosotros hemos reunido 150 personas, que si sacamos cuentas, apenas son los
muertos de un mes; se confunde la solidaridad con la política, es un error
pensar que nuestros muertos estuvieron en el lugar equivocado", resalta.
"En Sinaloa a
nadie le importan los muertos inocentes, no hay solidaridad, se piensa que
salir a las calles para manifestarnos, es estar en contra del Gobierno, y eso
no es así".
No es extraordinario
El sicólogo social
Tomás Guevara dice que el silencio ante la muerte en Sinaloa tiene sentido. La
sociedad tiende a naturalizar los procesos que se repiten. Se vuelven
familiares. La muerte es uno de ellos.
Desde mediados de
los 70, los sinaloenses vivieron en este ambiente, incluso a Culiacán se le
llegó a nombrar como el Chicago de México. "A un joven que desde que nació
oye balazos, ambulancias, noticias, piensa que morir es como llover o que los
árboles son verdes, es parte de su vida cotidiana, no tienen referencia y es
muy difícil que se conmocione con tanta muerte", asegura.
Esto explica, según
Guevara, que en otros países u estados la gente sea más participativa en la
búsqueda de la justicia.
En los últimos 15
años se ha visto cómo los homicidios dolosos han crecido de manera proporcional
al de la población, son parte de la vida social, una situación que no se vive
en otros lugares.
"Es muy difícil
que en Sinaloa se vean marchas concurridas, incluso que la gente salga a las
calles a pedir justicia, claro que hay otros estados con violencia en los que
la gente sí se organiza, pero son lugares sin un pasado tan violento como el
sinaloense".
Guevara señala que
lo terrible de vivir la ausencia de los deudos en silencio no es extraño, lo
triste es que ya nada espanta, al menos que sea algo extraordinario.
(NOROESTE/
IONSA/ AZUCENA MANJARREZ/21 DE ENERO 2013)
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