Sé que los guardianes le solicitaron sus papeles. Y me informaron que
los traía, pero no en regla. Entonces lo detuvieron por estancia
ilegal. Me imagino que cuando los agentes le encarcelaron consultaron su
sistema de cómputo. Se llevaron la sorpresa: Antonio Vera Palestina,
acusado de homicidio en Tijuana, Baja California. Inmediatamente
funcionaron los mecanismos de enlace con la policía mexicana que
confirmó identidad y delito. Lo siguiente fue puro trámite. Guardianes
estadounidenses se fueron con él hasta la Línea Internacional. En el
último medio metro del territorio de Estados Unidos le quitaron las
esposas. Y en el primer medio metro de suelo mexicano, policías
bajacalifornianos le pusieron otras. Como escriben los reporteros de la
página roja, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad, fue
transportado e internado en la Penitenciaría del Estado, en La Mesa de
Tijuana. No informaron nada a los periodistas.
Al día siguiente de su encarcelamiento, muy de mañana, el entonces
Gobernador del Estado, Licenciado Ernesto Ruffo Appel, me llamó
telefónicamente a casa para transmitir la noticia. Es que Vera Palestina
era perseguido como uno de los asesinos de mi compañero columnista y
socio, Héctor Félix Miranda. El capturado fue guardaespaldas personal
del Profesor Carlos Hank González. Perteneció al famoso “Grupo Jaguar” en el Distrito Federal, aquel tan cercano al abusivo “Negro” Durazo. Y según referencia de la policía bajacaliforniana, es muy rápido y certero en el manejo de las armas.
Cuando cometió el asesinato, era guardaespaldas principal de Jorge
Hank Rhon, el hijo del profesor. Cuéntase que al enviar el señor
ex-regente a su heredero para administrar el hipódromo de Tijuana,
comisionó especialmente y para cuidarlo a Vera Palestina, su hombre de
confianza.
Encarcelado este hombre, un juez ordenó catear sus oficinas en las
instalaciones propiedad de los Hank. Se encontraron armas tan potentes
como finas. De todas. Pero Hank Rhon no podía comisionar a uno de sus
muchos abogados para defenderle. Hacerlo sería tanto como echarse la soga al cuello,
reconociendo que había ordenado a su guardaespaldas de confianza
cometer el asesinato.
Por eso apareció otro que no era de su staff:
Rodolfo Flores Ezquerro. El inmediato antecedente público de este
profesional del derecho era su amistad cercanísima al exgobernador
Xicoténcatl Leyva Mortera, pariente lejano del expresidente de la
República, Miguel Alemán. Colaboró oficialmente en su administración.
Normalmente bien vestido. Baja estatura. Hiperactivo. No se le caían los
lentes de vidrio amarillo, mismo tono del usado por los practicantes
del tiro al blanco. Cabellera envaselinada. Baja estatura y siempre
oliendo a penetrante lavanda. Era un secreto a voces su vicio por el
juego y sus constantes visitas a Las Vegas. Tenía fama de galán.
Antes de entrar de lleno en su faena a favor del acusado, me visitó
para informar que lo defendería, ofreciendo que si yo no lo aprobaba se
retiraba. Sentí aquella postura como una trampa. Por eso nada más le
contesté que como abogado tenía el mismo derecho para actuar, que el
acusado para defenderse. Recuerdo haberle dicho que desde ese momento “pintaba mi raya” y con la mayor cortesía que pude le abrí la puerta para decirle “que le vaya a Usted muy bien”.
Me dio la impresión que Flores Ezquerro se sintió con todo el apoyo
de Hank y eso le permitiría un triunfo cómodamente. Pero las condiciones
como acostumbraba su trabajo no eran las mismas en los juzgados. Estaba
funcionando el primer gobierno panista en la historia. Ya no se podía
maniobrar tan fácilmente en los tribunales.
Creo que esta situación y la ausencia de influencia hankiana ante un
gobierno de oposición, fueron debilitando su defensa. Dos factores tenía
insalvables: Primero, las pruebas de la Policía Judicial del Estado que
logró inmediatamente para retirar de toda sospecha al gobernador en
turno. Y segundo, los periodistas. Aunque algunos se hicieron
desentendidos obedeciendo a Hank Rhon, todos los estadounidenses le
pusieron especial atención. Eso preocupó al señor Flores Ezquerro.
Una muestra fue primero contratar a otro abogado para reforzar su
tarea. Lo malo de su colaborador era que cuando llegaba a las audiencias
inundaba el juzgado con su tufo alcohólico. Neutralizaba el aroma de la
infaltable lavanda de su jefe.
Entonces le dio a Flores Ezquerro por litigar en la prensa cómplice
de Hank Rhon. A veces con notas, otras en desplegados pero normalmente
censurando al gobierno panista o enderezando críticas personales contra
mí. Gastó mucho en esa estrategia.
Naturalmente, en aquellas condiciones no podía quedarme callado. Tuvo
respuesta a cada una de sus publicaciones. Eso lo enojó. Olvidó una de
los proverbios de su profesión: “Nunca odies a tus enemigos. Te harán perder el juicio”.
Por eso cuando se le agotó la pólvora para lanzar sus insultos y le
escasearon los recursos, ordenó insertar en la prensa media plana para
lanzar un reto sin tener una base: Si perdía el juicio, quemaría su
título en la plaza principal de la ciudad y dejaría de litigar. Pero si
ganaba, debía retirarme del periodismo no sin antes reconocer
públicamente que estaba equivocado. Ni siquiera me tomó parecer.
Cuando llegó la hora de la sentencia el juez condenó al
guardaespaldas de Hank a prisión por casi treinta años. El abogado
inmediatamente apeló al Tribunal Superior del Estado donde ratificaron
la sentencia. Promovió un amparo directo. Supuso que en el ámbito
federal podría maniobrar mejor por depender de un gobierno priísta, pero
no fue así. Confirmaron el veredicto.
Lo que vino después fue el incumplimiento del abogado Flores
Ezquerro. No quemó su título. Ni siquiera lo descolgó de alguna pared en
su despacho. Siguió litigando. No se disculpó públicamente así como lo
hizo para retar.
A querer o no, Andrés Manuel López Obrador me hizo recordar todo
esto. Hace poco leí sobre su enojo. Su inconformidad. No le gustó
aparecer tercero en una encuesta electoral para el gobierno del Distrito
Federal. Por eso retó a los periódicos que así lo publicaron. Igual que
el abogado, el político puso condiciones sin pedirle parecer a nadie:
Someterse a otro sondeo. Si se confirma su tercer lugar, se retira de la
candidatura. En caso contrario, que durante tres meses no circulen los
diarios que informaron de su baja calificación. No puedo creerlo pero es
cierto. El odio le está haciendo perder el juicio.
Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 1 de febrero de 2000; propiedad de Jesús Blancornelas.