Anna G. Lozano
GUADALAJARA, Jal.(Proceso Jalisco).- Una socióloga que colabora con organizaciones civiles para fomentar la educación sexual de grupos vulnerables en Tlajomulco revela el tortuoso camino que la llevó a su relevante ocupación: desde que era veinteañera y sufría el acoso de su jefe en la maquiladora de IBM en El Salto, pasando por su década como trabajadora sexual y su breve pero estrujante periodo como mula del narco. Varias vidas en una, que a fin de cuentas revelan dónde están las oportunidades que el país le está ofreciendo a su juventud.
“Mi historia comienza cuando entro a trabajar al Kaos en 1997. Era el boom de
los table dance en la ciudad, y yo en mis veintes… me quería comer el
mundo”.
Ámbar, la mujer de piel dorada, recuerda así sus inicios en el negocio del
baile erótico, que la llevaría a la prostitución y al tráfico de drogas. Sentada
en un equipal café, desnuda sin prisa sus palabras.
“Era joven, delgada y desempleada. Una amiga me dijo que ella me podía ayudar
y me citó afuera de un negocio. En la marquesina alcancé a leer que decía: Kaos
Bar & Show Girls, y entonces supe que se trataba de un bule.”
Los requisitos eran sencillos: credencial de elector, zapatos de trabajo,
nombre de batalla o “artístico” y arrojo para desnudarse.
“No me pidieron ni siquiera que supiera bailar –dice como si aún estuviera
asombrada–. Me preguntaron mi nombre, y lo dije con todo y apellidos, pero se
rieron. ‘No, chula, tu nombre de batalla. ¿No tienes uno? No importa, serás
Ámbar. Ahora desvístete para ver tu cuerpo’. Quedé contratada y esa primera
noche gané 3 mil 800 pesos: ocho veces más de lo que obtenía en mi anterior
trabajo. Me sentía soñada.”
Meses antes, cuando todavía no brillaba de noche, aquella joven bajita se
deslomaba como empacadora en la planta de computación IBM que está en el Parque
Industrial de El Salto, a un costado de la carretera a El Castillo.
Su jefe la
acosaba sexualmente. Tras recibir la enésima propuesta indecorosa explícita,
ella se defendió con una bofetada. Fue despedida y le quedó claro desde entonces
que con un antecedente así jamás podría volver a conseguir un trabajo en ese
circuito industrial.
Por eso el trabajo en el bule parecía la inauguración de su libertad. Se
cambió el gastado uniforme gris de obrera por una minifalda y una blusa
escotada, se maquilló con esmero y ocultó su cabello oscuro bajo una peluca
rubia.
Aprendió a desnudarse ante el público de los antros. Entendió que decirse
madre soltera y novata en el negocio era su mejor gancho. Pronto caminó con
naturalidad y erguida pese a sus zapatillas transparentes de tacón y
plataforma.
A diferencia de sus 150 compañeras, esta teibolera de pechos grandes no era
casada ni tenía hijos. Ya tenía claro que era lesbiana, y dice que esto le
facilitó la venta de placer sexual sin complicaciones.
Entre las más cotizadas bailarinas y prostitutas estaban las extranjeras.
Colombianas, brasileñas, venezolanas y puertorriqueñas trabajaban de dos a
cuatro meses, para luego seguir a su ambición hacia Estados Unidos.
Al Kaos
llegaban oleadas de estas migrantes ilegales que viajaban como edecanes y a las
que un manager les negociaba el precio, tal vez con la promesa de conseguirles
después un contrato en Hollywood o un sueño parecido.
También tenían éxito las menores de edad, quienes entraban en la nómina con
falsas credenciales del IFE pero manejaban a los clientes a su antojo, dominaban
el escenario y se robaban los aplausos más fervientes.
“Es una industria que deja mucha lana. Además de lujos materiales a mí me dio
seguridad y apropiación de mi cuerpo. Claro que yo, a mis familiares y amigos,
les dije que estaba trabajando en una agencia de modelos y que los eventos eran
en la noche, aunque también es cierto que después me llegué a encontrar hasta a
mi hermano”, confiesa.
El lugar puede albergar hasta 500 personas y el número fuerte es el baile de
tubo que hacen varias muchachas desnudas en la pista general.
Pero el verdadero
negocio del table dance, revela con picardía, estaba en “los privados”, cuartos
reservados en los que se realizan los pedidos sexuales de uno o varios
clientes.
Mientras en la sección pública la regla es no tocar, en los privados la regla
es que no hay reglas, dice.
Además existe un cubículo que se mantiene fuera del
alcance de los inspectores de reglamentos porque se destina a clientes VIP:
políticos, actores, deportistas y hasta sacerdotes, que por muchas razones no
quieren exhibirse pero son clientes asiduos.
Pero lo verdaderamente oscuro del negocio se lo contaron después, ya en
confianza, sus compañeras: que en un lugar inaccesible incluso para el personal
del establecimiento se satisfacían “los encargos especiales”, supuestamente sexo
con menores de edad, pero una parte importante de su trabajo siempre fue la
discreción.
Además, a diferencia de otras teiboleras, Ámbar nunca fue obligada a
prostituirse; lo hizo porque así lo decidió. Como su peor experiencia relata que
la contrató un hombre casado, integrante de una organización de ultraderecha,
que después le gritó que se iba a ir al infierno por vender su cuerpo.
Durante casi una década trabajó 364 días del año, de lunes a domingo, de
nueve de la noche a cinco de la mañana. En su mejor noche ganó 120 mil pesos.
Pero después vino la sobreexplotación: aparte del table dance empezó a vender
sexo por internet y a atender llamados de “agencias de modelos”.
“Comenzó a haber más apertura (en la sociedad jalisciense) y se ofrecía sexo
hasta en el periódico, pero también yo me hice vieja para el lugar, subí de peso
y me sacaron de bailar. Así dejé de recibir el sueldo, pero ahora me querían
cobrar por ir a trabajar: 300 pesos por uso de suelo cada noche. Ya no me
convenía. Decidí mandarlos al carajo y conseguir clientes por mi cuenta.”
Los pasos difíciles
Del baile en Kaos pasó a los masajes eróticos en una estética para caballeros
que ofrece relajar y producir un “final feliz”. En las casas de citas, narra, la
mayor parte de las ganancias eran para la dueña, quien organizaba la repartición
de tarjetas de chicas desnudas entre los automovilistas en los semáforos.
Los
interesados llamaban al número telefónico impreso y la dueña daba precios y
seleccionaba en su directorio a la trabajadora que prestaría el servicio, ya
fuera como dama de compañía, bailarina exótica, modelo para fiestas privadas,
despedidas de soltero o sexo a domicilio.
“A mí nada más me hablaban cada que había un cliente. Un taxi pasaba por mí y
me dejaba en el lugar donde se solicitaba el servicio. El taxista cobraba y
después me recogía para llevarme a la agencia o a mi casa, dependiendo de si
tenía más servicios o no.”
La dirección de una casa de citas, explica, es cambiante. Usualmente son
departamentos que se rentan por un periodo no mayor a un año y se disfrazan de
oficina o de agencia de modelos.
El lugar no se amuebla y nadie lo habita; sólo
tiene una línea telefónica que contesta exclusivamente la dueña. Suelen tener
dos cuartos, que las jóvenes usan después de cada servicio.
Esta modalidad pronto fue opacada por la oferta de servicios sexuales en
internet. Ahí los clientes buscan servicios directamente en páginas o foros en
los que se muestran sin tapujos las fotos, datos de contacto, el costo por
servicio y hasta las habilidades sexuales de cada escort. Los anuncios se
encuentran fácilmente en la red, en sitios sin regulación como zonadivas.com,
sexoengdl24hrs.blogspot.com, chicasdemexico.com, entre otros.
En esa circunstancia Ámbar “ya no la armaba para la prostitución. Tenía que
atender 10 por día para poder sacar el mínimo. La dueña se llevaba todo y las
modelos más jóvenes eran mejor vendidas. Me di cuenta de que no había trabajo
para las mujeres mayores de 28 años y yo no me iba a ir a la calzada
(Independencia, zona San Juan de Dios, donde se concentra la oferta callejera).
La mano de obra se había abaratado mucho, así que después decidí entrarle al
negocio del transporte de drogas”.
Esto sucedió cuando conoció a alguien conectado con el narcotráfico, que la
contrató para hacer vuelos a Venezuela, Brasil, Colombia y Panamá, en los que
trasladaba la droga en maletas negras de doble fondo. Ámbar prefería los viajes
sencillos, pues aunque la paga era mejor en los dobles, el riesgo era mayor.
Los negocios ya estaban arreglados y su labor consistía en proteger la
mercancía para entregarla completa en el motel u hotel ya determinado. Sin
embargo, intuía que si en algún momento alguien tenía que caer, sería ella, no
sus jefes.
Cada vez que en la banda del equipaje de un aeropuerto esperaba la Samsonite
negra, Ámbar enfrentaba su realidad, que era también su pesadilla. Relata como
ejemplo una de sus llegadas al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México
desde Colombia:
“Me encontraba esperando mi maleta y vi una negra igual. La
tomé, pensé que era la mía, pero un joven a mi lado palideció de pronto, me dijo
que era de él y que por favor se la devolviera.
Forcejeamos un poco porque
pensaba que era la mía: era de la misma marca y color, sólo que le faltaba la
pulsera gay que yo le ponía de distintivo.
En eso llegó un policía, lo miró y lo
esposó. Mi maleta llegó después, con la pulsera. Fue un mensaje claro para mí:
nos habían tendido una trampa y ese chivo expiatorio pude ser yo”.
En ese tiempo Ámbar ya se acercaba a los 30 años y cursaba la carrera de
sociología. Si bien portaba un piercing en el labio y otro en la nariz, cargaba
siempre en su maleta “de trabajo” su credencial de estudiante, un cambio de ropa
del table dance y un par de libros de sociología que le permitían decir a los
policías o militares en retenes y aeropuertos que viajaba por asuntos
relacionados con sus estudios.
“Sólo una vez me tocó viajar por tierra. Dije que estaba haciendo mi
investigación sobre las mujeres y la prostitución. Eso funcionó. Logré pasar más
de cinco retenes desde Guadalajara hasta Hermosillo. El tiempo se me hacía
eterno, vomité cuatro veces, y después de eso preferí viajar en avión.”
Conforme se adentraba en el negocio, se incrementaban sus ahorros pero
también el miedo.
Comenzó a tener pesadillas y paulatinamente cayó en la cuenta
de que no podía continuar con ese trabajo. El pretexto ocurrió pronto:
“Fue el último viaje que realicé y me detuvieron en el aeropuerto del
Distrito Federal cuando iba para la ciudad de Cali, Colombia. El de seguridad me
detuvo justo antes de abordar y le dije:
‘Ay, no mames, mi subida sí está pagada
(el viaje está arreglado) pero seguramente a ti no te avisaron; háblale a tu
jefe y pregúntale, porque la neta se me va a ir el avión’. Se me quedó viendo y
me cerró la maleta. No sé como lo hice, pero ahora sé que me tocaba a mí…”
Abordó y decidió que era la última vez. Luego consiguió salirse del negocio
así, sin más. Después tuvo que renunciar a la personalidad que se construyó bajo
el nombre de Ámbar para dedicarse a su relación con Carolina, su pareja. Y vaya
si cambió de giro: con su licenciatura y su experiencia colabora con
asociaciones civiles para fomentar la educación sexual de las mujeres en el
municipio de Tlajomulco.
“No manejo mucho la teoría, pero mi experiencia me ha permitido entender los
principales fenómenos sociales que rodean a las mujeres, y al ser yo parte de
una minoría de las minorías de las minorías, creo que tengo mucho que aportar a
la sociedad, por eso ahora me dedico a dar pláticas sobre educación sexual a
aquellos con menores recursos.”
Con una sonrisa, reitera que no se avergüenza de lo que ha sido, pero
concluye la entrevista enfatizando que su tranquilidad vale más que cualquier
billete.
Oferta y demanda
Para María de los Ángeles González Ramírez, investigadora de Estudios de
Género del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara, la
transacción sexual se sujeta a las leyes de la oferta y la demanda; en ese
contexto el cuerpo se maneja como una mercancía cuya fecha de caducidad depende
del tiempo que se logre preservar la juventud.
En entrevista con Proceso Jalisco, la académica explica que actualmente la
sexualidad se comercia con una mayor apertura y a una edad más corta:
“En esta cultura perteneciente a un sistema económico capitalista, los
cuerpos se compran aun por la fuerza, y la representación del cuerpo de una
mujer se basa en meros estereotipos de belleza que han sido reforzados por la
publicidad, en donde nos hacen creer que un cuerpo hermoso es joven y
deseable.”
Reitera que en los últimos años el número de jóvenes que se dedican a alguna
actividad relacionada con el sexo ha ido en aumento, en gran parte por la falta
de oportunidades laborales y ante una inminente necesidad económica y de
reconocimiento en donde la dinámica consumista las empuja a querer acumular
bienes materiales en el menor tiempo posible.
En esto coincide el psicólogo y jefe del departamento de clínicas de Salud
Mental del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la universidad de
Guadalajara, José de Jesús Gutiérrez Rodríguez, quien explica en entrevista que
la falta de oportunidades para el sector femenino ligado a la promesa de éxito
envuelve a jóvenes entre 15 y 24 años en las redes más vulnerables que se
asocian a delitos sexuales, narcotráfico y a la trata de personas.
“Se va creando un círculo vicioso en donde además de la prostitución, surgen
nuevas oportunidades que las retan económicamente, como pasar a convertirse en
mulas (transportadoras de drogas) por una mayor suma de dinero, esto les da
hasta para pagarse su carrera universitaria, por lo cual muchas ya no salen y
resisten incluso todo tipo de maltratos.”
Para Jaime Montejo, presidente de la organización de Brigada Callejera de
Apoyo a la Mujer, A.C., cada vez es más común que la prostitución se dé en casas
de citas disfrazadas. Advierte que en Jalisco una de cada 10 agencias de modelos
ofrece servicios sexuales.
Explica que por la belleza de las mujeres de la región, ese tipo de
establecimientos ha estado en auge aquí desde hace unos años y que incluso
empresarios de estados como Sinaloa, Sonora y Chihuahua han invertido en
“agencias” de la zona metropolitana de Guadalajara, principalmente en López
Mateos, la avenida Vallarta, Lázaro Cárdenas y la colonia Independencia.
Según sus estudios, la mayoría de las trabajadoras son reclutadas mediante
anuncios de trabajo en el periódico y en internet, o bien por recomendación
directa. Confirma que el costo de los servicios sexuales oscila entre 700 y 5
mil pesos, de los cuales las agencias se quedan con más de 40%.
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