Hace años la colonia Pueblo Insurgente
de Saltillo era un sector conocido a nivel nacional como un polígono de
violencia y delincuencia, todas las noches eran de peleas, botellazos y
riscazos, donde ni la policía entraba; de ese tiempo sobreviven ‘Los Pileros’,
pero ya no se juntan para enfrentar rivales, sino para divertirse echando
cheve, churro y escuchando cumbias colombianas; los vecinos saben que este
grupo también defiende su colonia
Noches inolvidables. Los fines de
semana, después del trabajo, se juntan entre 20 y 30 chavos, de 17 a 35 años,
la mayoría familiares, para agarrar su cotorreo. También llevan chicas y suenan
las cumbias a todo volumen. Fotos: Vanguardia/Orlando Sifuentes
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Orlando Sifuentes
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
Aquí tranqui con “Los Pileros”, “tranqui, mientras
de que no le pisen la cola al perro, porque ai sí está cabrón, que no vengan a
provocar aquí a la gente”.
Dice “El Negro”, una noche
más de cotorreo en el barrio, otra noche inolvidable, una página más en el
libro de vida del barrio.
¿Qué historia se está
escribiendo esta noche, “Negro”?
Una entrevista a “Los
Pileros” por parte de ustedes.
Hace 15 años que las noches
en la Pueblo, cuando se formaron “Los Pileros”, se volvieron inolvidables.
Los vecinos de acá vieron a un grupo de morros, 11, 12
años, que se juntaban alrededor de una pila que está en la esquina y que surtía
de gas a la planta eléctrica de la colonia, y les dio por llamarlos así: “Los
Pileros”, en honor a la pila.
Estaban todos morríos y primero se juntaban sin ningún
nombre, nomás se juntaban por juntarse, ya después la gente: “no, que los
güeyes de la pila” y “que los güeyes de la pila”, pos “Los Pileros”.
Como los veían que se placeaban en la esquina y la
pila, se les quedó así: “Los Pileros”.
“En aquel tiempo todos estábamos morros y nos daba
curiosidad la lumbre, la punta. Ya con el tiempo nos juntamos a tomar cerveza,
un churro de mariguana, cigarros, algo de relajamiento, una expansión de la
mente”, cuenta “El Calamardo”.
Hace 15 años
Jóvenes de 11, 12 años de la Pueblo
Insurgente se
empezaron a juntar en una pila que
surtía de gas a la
planta eléctrica de la colonia; por eso
la gente
Al que respeta, respetamos. Aquí no hay
retén, aquí es libre el paso, afirma uno de los miembros más grandes de la
banda.
Así fue como nacieron “Los
Pileros”, una de las 10 a 15 bandas que han sobrevivido a la urbanización en la
colonia Pueblo Insurgente, al poniente de Saltillo, cuando todo esto era puras
calles de tierra y chabolas de lámina y cartón.
Entonces en la Pueblo, como
le dice la banda, no podía entrar nadie sin que lo “tumbaran”, asaltaran, en
argot de la pandilla, o lo descalabraran.
“Ni las patrullas entraban
aquí, les daba miedo entrar al barrio”, me dirá “El 70”, otra noche de desmadre
con “Los Pileros”.
¿Por qué “70”?
“Desde que estoy morrío así
me han dicho”.
“De repente llegaban güeyes
de otras partes que vendían una madre (droga), rentaban dos tres casas y la
pinche Pueblo siempre quemada, la Pueblo quemada, se hizo de mala sangre, dice
“El Calamardo”.
“A nosotros nos ven en la
esquina y piensan que traemos una madre chida, que traemos mucho pinche
mugrero, cuando nomás es el consumo, lo que es de cada cerebro”.
“El Calamardo” tiene 25 años,
es soltero y soldador en una fábrica, gana mil 700 pesos a la semana y con eso
se conforma, dice.
“Me conformo con una caguama,
con un churro. Con eso estoy bien por el momento”.
Es sábado en la noche y
estamos en un cotorreo más de “Los Pileros”, en el cantón de “El Capricho”, las
cumbias colombianas sonando a todo volumen.
Andrés Landero, Policarpo
Calle, Celso Piña.
El coto es un patio abierto,
un toldo rabón, unas cuantas sillas de plástico, una bocina, bielas, cigarros.
Eso es lo que se ve.
¿Por qué les gustan las
colombias?
“Es un género de música que
escuchamos desde morros. Pura de barrio, como quien dice, las colombias son de
barrio”, responde “El Negro”, uno de los
morros más caludos de la pandilla, tiene 35 años.
Cuando la fiesta ya está
caliente, a “El Chomi” le da por platicar de la secundaria, cuando empezó a
cotorrear, a juntarse con la pandilla.
Ahí fue todo el pedo.
“Empecé loquera y cheve,
cigarros, todos los vicios. Me fui metiendo de una cosa y de otra. Me pongo
churro, mota, acá, relajado”.
“El Bellaco”, otro caludo de
la banda, ha estado ya en dos tres centros de rehabilitación, pero dice que ya
la dejó y ahorita puro trabajo. Es operario.
“Yo era drogadicto, me ponía
un resistol, thinner, mota, piedra”.
¿Tienes tu morra?, ¿tus
morritos?
“Ni vieja pediche ni lepe
chillón, cartera llena de billetes”.
No podías pasar por aquí pie porque se
te amotinaba la raza y más si te veían que traías cachucha o que andabas acá,
bien vestido, te mandaban encuerar”.
JESÚS ROSALES, INSTRUCTOR DE BOX.
Le pido a “El Bellaco” que me
enseñe sus tatuajes: ni uno, y eso que siempre se las vivió en las calles, en
las esquinas, en las tapias, alrededor de una bola de culeros, me dice y luego
me sermonea, como si yo fuera uno más de “Los Pileros”:
“Cuando uno está morro, la
vida se le hace un polvo. Uno va creciendo y va cambiando de mentalidad. Cuando
uno anda en las drogas, uno anda en las esquinas, anda en una tapia con una
bolsa de resistol, uno piensa que eso es vida y no es vida, uno sufre, aunque
tú no lo creas uno sufre. Vida es andar
con la familia, cotorrear con la gente, pero bien”.
Conforme avanza la noche me
doy color de que las historias de los otros morros, unos 20 ó 30 cabrones, de
entre 17 y 35 años, la mayoría familiares, primos, se parecen mucho a las de
“El Chomi” y la de “El Bellaco”.
Pregunto a la bola de morros
que quién es aquí el líder, el jefe, la punta, pero en “Los Pileros” nunca ha
habido líder ni reglas.
Si acaso la única regla que
existe en el código de conducta de esta banda, dice “El Dany”, es la de “no
cagar el palo”.
“O sea, entre los mismos no
hacerla de pedo y defender el barrio hasta que muera. No crecerse uno más que
otro, aquí todos somos iguales, aquí no hay uno más que otro, todos parejos o
nadie”.
“Y ya sabes, broncas por ahí
y broncas por allá y pos ni modo de dejarse, tampoco, y de ahí pa arriba, pos a
levantar el barrio como quien dice y todo el pinche pedo”, dice “El Dany”.
“EL CALAMARDO”, 25 AÑOS.
A veces la misma banda tiene
sus diferencias, pero, añade “El Negro”, se arreglan con unas cheves y un
churro.
Le pido a “El Dany” me cuente
una de esas noches inolvidables de “Los Pileros”.
Han sido tantas que ya ni
recuerda, suelta, como si la memoria se le hubiese nublado con el humo de los
cigarros.
¿Deben calaveras?
“Hasta ahorita gracias a Dios
no y ojalá y no. Dos tres acá tortiados, dos tres camaradas plomeados…”.
“No llegamos a ese grado.
Dos, tres patadas y se abrían”, salta “El Negro”.
En sus comienzos, “Los
Pileros”, como todas las bandas, disputaban territorio con otras pandillas de
motes sonoros como “Los Destroyer”, “Boxer”, “Baikers”, “Chicos”, “Texas”,
“Juniors”, “Homies”, “Power Rockers” e “Inquietos”, la clica rival, la de la otra
esquina, la de la cuadra de arriba.
Con esos güeyes siempre había
bronca hasta que sacaron la bandera blanca, hubo un choque de manos, ellos
tuvieron que venir al barrio a decir que no había pedo, porque requerían de
subir a las empresas de acá para ir a trabajar y “Los Pileros” le querían tirar
a los parques industriales que están en el barrio contrario a buscar jale, pero
no podían bajar porque ahí estaban “Los Inquietos” todos los días en la
esquina, “y nosotros en la nuestra”, dice “El Calamardo”.
Sobrevivientes. “Los Pileros” es una de
las 10 a 15 bandas que han sobrevivido a la urbanización en la colonia Pueblo
Insurgente, al poniente de Saltillo, cuando todo esto era puras calles de
tierra y chabolas de lámina y cartón.
Nos ponemos a trabajar mucho, de a
madre... nos pagan, una cheve, pero ya es dinero ganao, no nos gusta andar
robando”.
“EL CHUQUI”.
Todas las noches eran de
botellazos, palazos, riscazos, ya parecía, novela, “ahorita la transitamos para
allá pa abajo libres y ellos suben”, dice “El Negro”.
De rato “Los Pileros”
desafanaron a todos los que les tiraban pico, los sacaron “juidos” del barrio,
“la mitad del barrio es de nosotros”, presume “El Mego”.
Y estás orgulloso de
pertenecer a la pandilla, ¿no?”, le pregunto.
“Orgullo me hubiera dado
haber estudiado. No debe ser orgullo para nadie pertenecer a una banda, pero
pos es lo que hay en el barrio. Aquí vivimos desde morros, aquí crecimos. No
siento orgullo, pero pos ya me tocó vivir en el barrio, yo quisiera vivir en
Doctores, pero pos… pinches terrenos están bien caros”.
Dice “El Negro”, y un trío de
morras veinteañeras se desternillan, lata de cerveza en mano.
Son las morritas de la banda,
porque ésta, como todas las pandillas, tiene sus morritas.
¿Por qué te gusta juntarte
con “Los Pileros”?, le pregunto a una de ellas que dice llamarse Lupita, y yo
no sé por qué, pero presiento que me está mintiendo: “pos se la cotorrean
chido”, dice.
¿Vienes seguido?
“A veces”.
¿Amaneces?
“Sí, hasta amanecer”.
Dejados
no son, son desmadrosillos los güeyes, pero son chidos… no me ha tocado que
andando pedos o así quieran quitarle cosas a la gente”.
“EL
JEFRY”, TATUADOR.
La estrategia de la banda pa
jalar morritas es así: uno de la pandilla invita una morrita al cotorreo y ésa
invita a otra, y la otra a otra y así, siempre y cuando respeten al barrio,
nomás que no calienten el tramo, “o sea que no anden llevando y trayendo, que
no le estén dando picones a la gente del barrio, que ‘eh, aquel dijo que
ustedes’ y que la chingada. Esas no la arman aquí”, dice “El Dany”.
La primera vez que caí al
barrio de “Los Pileros”, topé con un cuadro de cemento en la esquina de las
calles 27 de Diciembre y Josefa Ortiz, en los intestinos de la Pueblo
Insurgente, la vieja pila de gas que abastecía una subestación eléctrica de
torres metálicas elevadas sobre un páramo bardeado en los límites de la
colonia.
El corazón del barrio
“Pilero” es un perímetro de casas bien pintadas de uno y dos niveles, en torno
a una plaza que es una cuchilla, una isla triangular, arbolada y de senderos
empedrados, que en el día parece un inocente parque y en la noche la boca de un
lobo hambriento.
En alguna de las esquinas del
barrio hay un depósito de cerveza con una bocina a la entrada que siempre está
escupiendo rolas lacrimógenas.
Frente a la pila y la plaza
hay un paredón descolorido y sobre el paredón una placa en letras negras y
estilizadas que dice “Pileros”.
El rostro de un payaso de
ojos saltones y la cara de la Santa Muerte completan el mural.
La pinta es del “El Jefry”,
un morro que no pertenece a la banda, pero que vive en el barrio y que además
es el tatuador oficial de “Los Pileros”, ha rayado a dos tres: el nombre de
“Pileros”, el rostro de una hija, calaveras.
Entre
los mismos no hacerla de pedo y defender el barrio hasta que muera. No crecerse
uno más que otro, aquí todos somos iguales… todos parejos o nadie”.
EL
DANY.
Aunque en esta banda casi
nadie tiene tatuajes.
Otro día atardeciendo, estoy
con “El Jefry”, en su estudio “Arte y Estilo”, de la colonia Saltillo 2000, y
dice que a “Los Pileros” los conoce desde que andaban en pañales.
“Dejados no son, también son
desmadrosillos los güeyes, pero son chidos. No te voy a negar que algunos, de
repente, le entren a todo, pero no me ha tocado que andando pedos o así quieran
quitarle cosas a la gente”.
En cambio “El Jefry” ha visto
en el barrio gente ya vieja, de pandillas de antaño, que en sus buenos tiempos
andaban locos y tumbaban gente.
“¿‘Los Pileros’?, andan en
‘la macabra’, o jalando en la fábrica. Empiezan a caer como a eso de las seis y
media”, me dijo una mañana el dependiente de una ferretera que está en la
esquina de las calles Emiliano Zapata y Josefa Ortiz, en la Pueblo.
Cayendo la noche regresé al
barrio y me puse a esperar sentado en una banca de la plaza, doñas caminando
alrededor y chavales paseando en patín del diablo.
Antes, cuando la Pueblo era
lo que era, un sector conocido a nivel nacional como un polígono de atención y
prevención de la violencia y la delincuencia, ni de chiste se me hubiera
ocurrido venir acá para verme con unos pandilleros.
Noche cerrada a las afueras
del Centro de Atención Integral a Menores, que no es otra cosa que unas celdas,
muy cerca de la Pueblo Insurgente, a donde son llevados los plebes detenidos
por delinquir en la vía pública.
Estos
muchachos son pacíficos. Sí, cuando vienen y les buscan se defienden, pero son
pacíficos… nunca han hecho muertes acá”.
JUAN
VÁZQUEZ, REPRESENTANTE VECINAL DEL SECTOR.
En la pequeña recepción,
apestosa a orines, grupos de madres exigen la liberación de sus retoños.
Un oficial de uniforme
impecable me está platicando de la Rafael Aguilar, una calle sin pavimentar y
más peligrosa de toda la Pueblo, un corredero de drogas y nido de pandilleros
donde persisten los tejabanes, que desemboca en un arroyo de aguas residuales.
Los pocos taxistas que se
atreven a entrar ahí son asaltados y
amenazados con que si no les dan plata a los pandilleros les quiebran
los vidrios.
“Se junta gente problemática,
pandillas y hay drogadicción”.
¿Ha habido muertos ahí?
“Hasta la fecha no tengo
reportes de homicidio, pero han acuchillado”.
Ramón Nava es el entrenador
de box del gimnasio del Centro Comunitario de la Pueblo Insurgente.
Por años ha tratado de jalar
a los morros de las pandillas más conflictivas de la colonia, pero no ha sido
fácil.
Con todo y eso, a diario
vienen aquí unos 50 ó 70 chamacos de sectores como Antonio Cárdenas, Isabel
Amalia, Pueblo Insurgente, Espinoza Mireles y Saltillo 2000.
“Son chavos de barrio,
desordenados. La mayoría de ellos vienen de las calles y estamos tratando de
que cambien, que dejen de ser un problema para la ciudadanía”.
Colombianas para la fiesta. Es un género
de música que escuchamos desde morros. Pura de barrio... las colombias son de
barrio, dice “El Negro”.
¿Diferencias?
Antes de tirar golpes, entre la
banda las cosas se arreglan
con unas cheves y un churro.
¿Enemigos?
Aunque ya hay tregua con antiguos
rivales,
“Los Pileros” dicen que la bronca
continúa
con “Los Puercos”, es decir, la Policía
Municipal.
¿Cómo llegan?
“Con una actitud muy rebelde,
pero tratamos de entenderlos y que vean que aquí somos una gran familia. Les
damos un poco de cariño, comprensión. De eso se trata, de rescatarlos un poco,
de sacar el coraje que ellos guardan. Tratamos de cansarlos para que vuelvan a
sus hogares más tranquilos y se dediquen a buenas cosas”.
Pero la Pueblo, como otras
colonias bravas de la ciudad, ya no es
lo que era, se calmó, o al menos es lo que dice la gente y creo que si no fuera
así, seguro que no estaría yo en este cotorreo con “Los Pileros”.
Culito, pero sanito, como
dice la banda.
Una tarde en el Centro de Arte y Diseño (CAD),
proyecto gubernamental que en 2013 se instaló en la Pueblo, calles Esperón y
Guerrero, un predio conocido como “El Hangar”, antiguo territorio de la
pandilla “Los Texas”, para combatir la violencia y la delincuencia, Jesús
Rosales, otro instructor de box, me cuenta de cuando la colonia era pesada.
“No podías pasar por aquí pie
porque se te amotinaba la raza y más si te veían que traías cachucha o que
andabas acá, bien vestido, te mandaban encuerar”.
Lunes por la mañana en las
canchas del Centro Integral de Prevención y Desarrollo Ciudadano, situadas
junto al CAD, Maribel Vázquez Castillo, la titular de la Secretaría de
Prevención y Participación Ciudadana del Gobierno del Estado, dice que a la
Pueblo se le ha quedado el estigma de las padillas.
Me conformo con una caguama, con un
churro. Con eso estoy bien por el momento, dice uno de “Los Pileros”.
Orgullo
me hubiera dado haber estudiado. No debe ser orgullo para nadie pertenecer a
una banda, pero pos es lo que hay en el barrio”.
“EL
NEGRO”, 35 AÑOS.
“El tema no es si han sido
bravas, han cambiado. Ahora podemos ver que hay total acceso a cualquier hora,
en cualquier momento del día, en cualquier momento de la semana. Es una colonia
segura, en la que se ha generado una cohesión social, la participación
ciudadana y mecanismos para que esos vecinos y vecinas puedan aprovechar los
espacios públicos”.
De vuelta al cotorreo, en el
cantón del “Capricho”, le pregunto a “El
Negro” si a “Los Pileros” les gusta
tumbar gente.
“Aquí es libre tránsito, si
pasas con tu celular y tu buen reloj… Al que respeta, respetamos. Aquí no hay
retén, aquí es libre el paso”, dice.
“El Chuqui”, que nos ha
estado escuchando de lejos, dispara:
“Nosotros no somos de esos,
nos ponemos a trabajar mucho, de a madre para ganar nuestro dinero. Cada sábado
salimos a mediodía, a la 1:00, nos pagan, una cheve, pero ya es dinero ganao,
no nos gusta andar robando, no nos gusta andar tumbando. Todos puro trabajo,
puro trabajo”.
Semanas antes de mi visita al
barrio, Patricia Moreno Domínguez, la coordinadora de la Unidad Especializada
de la Policía en la Atención de la Violencia Familiar (Unepavif) y del área de
Prevención del Delito, me habló de “Los Pileros”.
“Tienen un código de
conducta: protegen a la gente de la colonia, no permiten robos, ellos no pueden
ir a perjudicar a sus vecinos ni siquiera van a otros sectores a dañar. Es una
banda con valores, que es bien difícil encontrar. Trabajan, tienen respeto por
sus familias. No hemos tenido problemas en el sector”.
Según un mapa de la Unepavif,
la falta de alumbrado, los terrenos baldíos, las construcciones abandonadas y
la carencia de transporte son algunas de las condiciones que aún prevalecen en
la Pueblo Insurgente, mismas que aumentan la percepción de inseguridad de los
vecinos del barrio.
“Si tú me arreglas luminarias
y esos terrenos se limpian y se bardean y esas casas abandonadas se aseguran de
una forma u otra, la percepción de seguridad cambiaría. Si te fijas esas no son
cuestiones que le atañen a la policía, son de otras áreas, pero vienen y le
pegan a la seguridad”, dice Moreno Domínguez.
Esta noche de sábado el coto
es en el cantón de “El Jona”, una cochera medio en penumbras, sillas de
plástico, bocina, bielas, cigarros, hip hop al cien.
Y esta noche, “El Jona” anda
como prendido, como alterado y se le ha
soltado la lengua.
DEL MIEDO A LA COHESIÓN SOCIAL
CAMBIOS EN LA COLONIA
Hace años la Pueblo Insurgente era brava, pero ahora
hay total acceso a cualquier hora, afirma la Secretaría de Prevención del
Estado.
CÓDIGO DE CONDUCTA
"Los Pileros" protegen a la gente de la
colonia, no permiten robos, ellos no pueden ir a perjudicar a sus vecinos ni a
otros, reconoce la Unepavif.
ZONA QUEMADA
Son chavos de barrio, desordenados. La mayoría de
ellos vienen de las calles y estamos tratando de que cambien, dice un
entrenador de box del sector.
“De nuestras cosas, problemas
familiares y que ‘mamá’, lo que te quieras desahogar. Que anda una morrita
sobres de uno… platica un camarada: ‘qué onda acá, pos anda una morrita sobres
de mí’, ‘apáñala’, ‘sí, a güevo’”.
¿Con quién se tiran fila,
“Jona”?
La primera (banda) es la de
“Los Puercos”, los polis, la Policía Municipal…
“El 70” me está contando de
una noche que venía de con sus abuelos en la Pueblo y doblando la esquina se lo
cargaron los municipales.
Que traía mota, lo acusaron,
y le sembraron una bolsita con mariguana.
“Decían que me daban pal
bote, ‘no, güey, es que andas con estos batos, y andado entre la mierda, eres
de la mierda’; les dije ‘no somos mierda, güey, simplemente somos chavos que
queremos disfrutar la vida’. Son muy mamones, te dicen que ojete, que se cogen
a tu mamá”.
Otro día cayó la ley en un
cotorreo, “Los Pileros” estaban en la casa de un compa, empezaron a pistear, en
eso llegaron los polis, a ofendernos, querían sacarlos, que porque estaban
haciendo un desmadre, narra “El Capricho”.
Los municipales se metieron
en el cantón sin permiso y se armó la pelotera.
A uno de los camaradas le toco un plomazo en un pie, pero a uno de
los poli también le llovió bien machín, los morros se lo llevaron y le dieron
una chinga.
A don Juan Vázquez, el
representante vecinal del sector donde se juntan “Los Pileros”, no le gusta la
palabra pandilla, él prefiere decir jóvenes de barrio.
“Estos muchachos son
pacíficos. Sí, cuando vienen y les buscan se defienden, pero son pacíficos, no
andan buscando bronca, nunca han hecho muertes acá”, dice una mañana que he
vuelto al barrio para pedirle que me dé razón de esta clica.
Don Juan es de los que
piensan que con una pelota de futbol se puede cambiar a la pandilla, por eso ha
venido luchando para conseguir un terreno y que las autoridades le donen unos
balones, pero hasta ahora nadie lo ha escuchado.
Madrugada y el cotorreo con
“Los Pileros” no tiene ni pa cuándo.
Me despido de la banda con la
promesa de volver pronto para escribir otra noche inolvidable, una página más en
el libro de vida del barrio.
“Aquí estamos pa cuando
quiera caerle a pistear, ya sabe”, me grita “El Chomi”.
“Cuando
uno anda en las drogas...
uno
piensa que eso es vida…
Vida
es andar con la familia,
cotorrear
bien con la gente”.
“El
Bellaco”.
(VANGUARDIA/ JESUS PEÑA/ DOMINGO, ENERO 28, 2018 -
08:06)
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