El expresidente catalán, Carles
Puigdemont, hace campaña por su partido Junts per Catalonia a través de
transmisiones en video desde Bruselas. Credit Manu Fernández/Associated Press
BARCELONA — Hay disputas por
un asiento. Gente que se intenta aposentar en las escaleras. Decenas de
personas que se quedan fuera. El teatro Can Rajoler, en la pequeña localidad
catalana de Parets del Vallès, está lleno de humanidad este domingo 10 de
diciembre.
Pero el contacto más esperado
es virtual.
“En una situación de
normalidad, yo tendría que presentar al número dos de la lista, Jordi Sánchez,
y él debería presentar a quien os hablará ahora”, dice sobre el escenario Jordi
Turull, ex consejero de Presidencia del Gobierno catalán que estuvo un mes
encarcelado. Tengo el honor de presentarles a todos ustedes al presidente de
Cataluña, ¡el presidente Puigdemont!”.
Se desatan los aplausos, los
gritos de “President!” e incluso los silbidos, como si fuera una estrella de
rock. Un Puigdemont gigante aparece en pantalla. Apenas sonríe. Está aquí y
todo lo ve: hace incluso un gesto tímido para que la gente se siente y deje de
aplaudir.
“Me gustaría que vierais el
sitio donde hago cada día estas conexiones en directo”, dice el expresidente
catalán, que fue destituido por el gobierno español, desde el lugar donde está
haciendo campaña a distancia: Bruselas. Es una habitación oscura que permite
hacer la conexión, pero que no invita a sonreír. “Me dicen que tengo que
sonreír un poco más, que estamos en campaña y que las cosas van bien. Pero me
cuesta”.
En el fondo de la imagen hay
un croma gris oscuro y el logo de Junts per Catalunya, la marca bajo la cual se
presenta Puigdemont. Hay retraso de la imagen en algunos tramos de la
intervención, pero en general se mantiene estable. Para Puigdemont el plasma es
frío, pero para la multitud agolpada en este teatro el plasma es caliente: el
president está cerca, es real.
“Intentaré que no se noten
mucho las circunstancias en las cuales tenemos que echar adelante una campaña
electoral en la que alguien se conjuró para que lo tuviéramos todo en contra”.
Puigdemont sigue con su mitin
por plasma, otra innovación de ese laboratorio de las nuevas formas de sentir
la política del siglo XXI en que se ha convertido el aquí conocido como procés
(proceso independentista). No detiene su discurso para recibir aplausos, como
se hace habitualmente.
“Es evidente que tenemos que
hacer una campaña en condiciones muy adversas. Pero estamos contentos, aunque
nos cueste sonreír por fuera”.
Este jueves 21 de diciembre,
Cataluña celebra unos comicios convocados por España y marcados por la
polarización: independencia, sí o no.
Tras el referéndum
independentista del 1 de octubre, declarado ilegal por la justicia española y
que se celebró pese a las cargas policiales, el parlamento catalán declaró la
independencia de Cataluña el 27 de octubre. El Senado español votó enseguida
para aplicar el artículo 155 de la Constitución, en virtud del cual el
presidente español, Mariano Rajoy, suspendió esa declaración, destituyó a
Puigdemont y a su ejecutivo, y convocó elecciones autonómicas en Cataluña para
el 21 de diciembre.
Puigdemont y varios de sus
consejeros se marcharon a Bruselas. En paralelo, la Fiscalía española querelló
por rebelión, sedición y malversación a Puigdemont y a todo su gobierno. El ya
expresidente catalán no se presentó a declarar ante la Audiencia Nacional y
reclamó desde Bruselas “un juicio justo”. Otros de sus colegas de gobierno
—como el exvicepresidente Oriol Junqueras, ahora su principal rival electoral
en el campo independentista— sí que acudieron y acabaron en la cárcel.
Ante la convocatoria
electoral, pronto quedó claro que la coalición independentista Junts pel Sí,
que había gobernado hasta entonces Cataluña, se esfumaría. Esquerra Republicana
de Catalunya (ERC), el partido de Junqueras, partía como favorito en las
encuestas y quería presentarse por separado. A su derecha estaba el
descompuesto partido de Puigdemont, el PDeCAT.
Tras no pocas tensiones con
su partido, el entorno de Puigdemont lanzó una campaña personalista con el
expresidente como candidato. Su figura es omnipresente: en la página web de la
campaña, la candidatura de Junts per Catalunya lleva un nombre revelador: “La
lista del president”.
Pero quizá personalista es un
eufemismo, una palabra que no lo dice todo. Porque no hay aquí un culto
mesiánico a un político de Girona que con su candor guía los designios del
pueblo en la distancia. La pasión va más allá y conecta con la historia
sentimental del país: con la figura institucional y reverenciada del president,
tenga el rostro que tenga. Y más si el gobierno español lo ha destituido.
“Queríamos subrayar que esta
es una situación anómala”, dice tras el mitin Jaume Clotet, director adjunto de
campaña de Junts per Catalunya. “Y esta es la mejor visualización de ello”.
La ausencia de Puigdemont no
es un problema. Es su fortaleza, porque no es un candidato: es el president. En
Junts per Catalunya sienten que la campaña está funcionando y que están
recuperando terreno frente a ERC. En cada acto electoral, Puigdemont hace una
conexión en directo o aparece en pantalla.
Credit Javier Soriano/Agence
France-Presse — Getty Images
“Una campaña así no habría sido viable
hace diez años”, dice Clotet. “Usamos el simbolismo y las nuevas tecnologías.
Es un lío logístico. A veces, Puigdemont tiene retorno y le cuesta hablar a
pantalla. Pero no queremos que sea una campaña para dar pena. No somos mártires
ni héroes”.
La emotividad —que Clotet
describe como “inevitable”— es un ingrediente esencial de la campaña. Este acto
se celebra en Parets del Vallès, localidad de la que procede un emocionado
Turull, que antes de presentar a Puigdemont agradeció a sus conciudadanos las
muestras de cariño a su familia durante el mes que pasó en la cárcel de
Estremera, provincia de Madrid. También entregó sobre el escenario una flor
amarilla, color que pide libertad para los presos, a Susana Barreda, mujer de
Jordi Sánchez, el número dos de la lista. Encarcelado por sedición, Sánchez es
presidente de la Asamblea Nacional Catalana, una entidad fundamental de la
órbita independentista.
Turull y Barreda se fundieron
en un abrazo.
LA CAMPAÑA AMARILLA
Mientras Puigdemont estaba en
Bruselas, la Audiencia Nacional española decretó prisión provisional sin fianza
para Junqueras y los otros consejeros que acudieron a la citación. Cuatro de
ellos fueron liberados tras acatar el 155 un mes después, pero el juez mantuvo
en la cárcel a Junqueras y al ex consejero de Interior Joaquim Forn, además de
a Sánchez y a Jordi Cuixart, líder de otra entidad soberanista clave, Ómnium
Cultural.
Junqueras se perdía la
campaña electoral.
“Esta es la candidatura que
quería Oriol, que representa a Oriol. Porque es una candidatura que se viste,
se construye, desde la diversidad del país. Sumando: aquello que tanto nos
había enseñado a hacer Oriol Junqueras”.
Es una fría mañana de domingo
en Badalona, la tercera ciudad más poblada de Cataluña. Estamos en un acto de
campaña de ERC. Con un jersey amarillo y una camisa blanca, la número dos de la
lista, Marta Rovira, lanza ataques contra el gobierno español. No hay apenas
esteladas (banderas independentistas). Lazos amarillos cubren el acto: en
solapas, en abrigos, incluso en la cinta de un sombrero o en la correa de un
perro que ladra cada vez que se habla del 155.
La presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell,
y el exconsejero de la Generalidad de Catalunya, Raül Romeva, durante un acto
electoral de Esquerra Republicana de Cataluna (ERC), cuyo líder, Oriol
Junqueras, se encuentra preso en la cárcel de Estremera. Credit Javier
Etxezarreta/European Pressphoto Agency
“Estamos tristes”, dice
Rovira. “Junqueras, desde la cárcel de Estremera, está triste por esta
injusticia, pero está satisfecho por su obra de gobierno”.
La melancolía en este acto es
tan indisimulable como la excitación digital en Junts per Catalunya. La
ausencia de Junqueras, tótem de una ERC que en los últimos años se ha querido
convertir en el partido transversal del soberanismo, es devastadora.
“Desde que hace un mes pasé
una noche en la cárcel de Alcalá Meco, mucha gente me pregunta cómo estoy”,
dice en el mitin la presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell. “Estoy
como el país: triste y esperanzada. Es normal que estemos tristes, porque hay
cuatro personas inocentes en la cárcel”.
Este es el primer acto de
campaña de Forcadell, quien presidió antes que Sànchez la Asamblea Nacional
Catalana y es una figura esencial del movimiento independentista. Su presencia
logra levantar de forma momentánea los ánimos del público, que lanza algunos
gritos de “¡Libertad!”.
Si Puigdemont dice encabezar
la lista “que mejor refleja el sentimiento” de los catalanes, ERC habla de la
candidatura “que busca representar a este país desde la diversidad”. En el
partido de Junqueras se les nota satisfechos por una lista cremallera con incorporaciones
independientes interesantes, como Ruben Wagensberg, portavoz de una gran
campaña en Cataluña a favor de la acogida de refugiados, o la escritora Jenn
Díaz. Una lista para robar votos a izquierda y derecha, confeccionada desde la
racionalidad electoral, pero que no alcanza la carga emotiva de Junts per
Catalunya.
“No es justo que el candidato
que todas las encuestas apuntan que puede ser presidente esté en la prisión y
no pueda conceder entrevistas, ir a debates o hablar con la gente en la calle”,
dice Raül Murcia, asesor de Junqueras. “Es una injusticia brutal”.
El equipo de Junqueras usa
sobre todo mensajes a través de Twitter y Facebook: otras acciones
comunicativas se antojan más difíciles.
“Hacemos entrevistas pero son
muy complejas: el medio me envía las preguntas, las mando por correo
certificado especial, Junqueras las responde a mano y me las reenvía”, dice
Murcia. “Eso para la prensa. De momento no nos han permitido hacer entrevistas
[en radio o televisión] desde la cárcel”.
¿Hacia un parlamento
ingobernable?
Tanto en el caso de
Puigdemont como en el de Junqueras, hay confusión sobre qué pasará después de
las elecciones si pueden aspirar a la presidencia.
En ERC recuerdan que
Junqueras está en prisión preventiva y que aún no ha sido condenado, lo cual
sobre el papel no lo inhabilita. “Desde la cárcel puedes recibir el acta de
diputado y presidir el país. Desde el exilio, no”, dice el asesor de Junqueras,
en alusión a Puigdemont.
En cada mitin de Junts per
Catalunya se insiste en la idea de que los votos harán que Puigdemont pueda
volver y ser “restituido”, aunque a nadie se le escapa que la justicia actuará
de forma inmediata en cuanto ponga un pie en territorio español.
“Junqueras es nuestro
candidato”, dicen desde ERC.
“Puigdemont es nuestro
candidato”, dicen desde Junts per Catalunya.
La incertidumbre se cierne
sobre los candidatos, sobre los que no están, pero también sobre la estrategia
independentista. Las encuestas dicen que es difícil, pero ¿qué pasaría si las
fuerzas soberanistas lograran mayoría absoluta? ¿Vuelta a la casilla cero? Uno
de los temas más discutidos en campaña es si esos partidos —con distintas
sensibilidades— apostarían o no por la vía unilateral, lo cual podría propiciar
de nuevo la activación del 155, y así hasta el infinito.
“En Madrid algunos tenían la
fantasía de que con el 155 y metiendo a gente en la cárcel todo esto se
acabaría”, dice el filósofo y analista Josep Ramoneda. “El independentismo está
aquí y está para quedarse. Pero seguramente cambiará de estrategia, porque esta
experiencia le ha permitido entender que no tenía fuerzas para llegar más allá
de lo que ha ido”.
La gran paradoja para el
independentismo es que estos meses de alta temperatura política podrían
desembocar en una victoria electoral de Ciudadanos, partido que defiende a
ultranza la Constitución española. Y no necesariamente porque los soberanistas
pierdan apoyos, sino por la pugna ERC-Junts per Catalunya, que está dividiendo
el voto independentista.
Las encuestas sitúan a ERC y
Ciudadanos en cabeza, seguidos por la lista de Puigdemont, con una tendencia al
alza. En el campo soberanista se ha desatado una batalla sin cuartel por el
voto útil para que Ciudadanos no gane los comicios. Pero aunque la lista más
votada tendrá la aureola de la victoria, eso no es lo fundamental: la mayoría
de encuestas dice que ninguno de los dos bloques llegaría a la cifra mágica de
la mayoría absoluta (68 escaños).
“La situación es muy
complicada y hay un riesgo importante de que no sea posible configurar una
mayoría de gobierno”, dice Ramoneda. “Alargar esta provisionalidad deterioraría
mucho la situación de Cataluña, tanto desde el punto de vista económico como
social. Es importante que se forme un gobierno, aunque cueste”.
El bloque independentista
(ERC, Junts per Catalunya y CUP), que formaba el anterior gobierno, tiene muy
difícil reeditar la mayoría absoluta. El bloque constitucionalista (Ciudadanos,
Partit dels Socialistes de Catalunya y Partido Popular, que gobierna en España)
lo tiene casi imposible. Los votos que prevén las encuestas a un lado y al otro
son bastante estables.
“Da la sensación de que se
formarán dos bloques sin una mayoría absoluta para gobernar”, dice Ramoneda.
“Los comunes pueden tener un papel clave”.
La política catalana siempre
se ha movido en dos ejes: el identitario y el social. La polarización actual ha
hecho que Catalunya en Comú, hermana de Podemos —la formación española que
lidera Pablo Iglesias— se quede en tierra de nadie. Las encuestas dicen que
será una fuerza minoritaria, pero es posible que su papel sea determinante:
ninguno de los dos bloques podría conseguir gobernar sin su, al menos,
abstención.
Los comunes ya han dicho que
no darán apoyo a un gobierno independentista que apueste por la unilateralidad
ni a uno en el que estén los partidos que aprobaron el artículo 155.
¿Será un parlamento
ingobernable? ¿Habrá otras elecciones?
“Es posible, pero creo que
sería catastrófico”, dice Ramoneda.
(THE NEW YORK TIMES EN ESPAÑOL/ AGUS MORALES 18 DE
DICIEMBRE DE 2017)
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