Las dudas sobre si Ricardo
Anaya, el líder nacional del PAN, va a aceptar someterse a un proceso
democrático y abierto para definir la candidatura presidencial del Frente
Ciudadano por México, que tiene escasa una semana para concluir esos acuerdos y
formalizar una coalición con el PRD y Movimiento Ciudadano en el Instituto
Nacional Electoral, no deben ser motivo de discusión. La biografía política de
Anaya permite afirmar que si él no es el candidato del Frente, va a romper con
sus eventuales socios e ir solo a la elección de 2018.
Anaya no tiene palabra ni
respeta compromisos. ¿Por qué esperar a que cumpla con su palabra con el Jefe
de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, que le disputaría la
candidatura?
Pero sólo para efectos de
argumentación, aún si Anaya entrara a un proceso de competencia real y no de
imposiciones donde ganara la candidatura, no es la mejor opción que pueda tener
el Frente para elección presidencial. En el entorno de Anaya piensan lo
contrario, y de manera indirecta lo avalan expertos en opinión pública, porque
su discurso, como el de Andrés Manuel López Obrador, apela a los inconformes,
que es el principal atributo que hoy se le asigna a cualquier aspirante a la
Presidencia. Según Consulta MItofsky y Buendía&Laredo, entre el 40 y el 50
por ciento del electorado, dan al PRI como la primera respuesta del partido por
cuál partido nunca votarían.
Es decir, el discurso anti
gobierno y disruptivo es lo que da más réditos políticos, por lo que el
enfrentamiento de Anaya con el Presidente Enrique Peña Nieto, le ha aportado
conocimiento nacional -que ha crecido en los últimos meses-, y el perfil
contestatario tan apreciado por el electorado en estos tiempos. Sin embargo, a
diferencia de López Obrador, que ha sido consecuente y consistente en su
discurso de oposición, Anaya se colocó en ese lugar después de acompañar a Peña
Nieto y a su gobierno durante el proceso de implementación legislativa de las
reformas económicas. Su choque con el Presidente obedece a que al incumplir los
acuerdos con Peña Nieto con respecto a la elección para Gobernador en el Estado
de México -aparentemente ser instrumento para restar votos a Morena-, el conflicto
entre ellos se volvió personal.
Después de las elecciones
mexiquenses, Anaya buscó una cita con Peña Nieto, pero nunca se le dio. Por el
contrario, se endureció la campaña de El Universal en su contra. La campaña,
extendida a otros medios, cuestionó la riqueza de su familia política, que
creció a la par de su carrera en la administración pública en Querétaro, de
donde es originario, y se han divulgado documentos de sus gastos en Atlanta,
donde vive su familia, hechos con dinero en efectivo para no dejar rastro de
sus ingresos y egresos en el sistema bancario estadounidense. Anaya siempre ha
defendido su riqueza y asegurado que todos tienen una lógica patrimonial y no
proceden de evasión fiscal ni tienen origen oscuro.
Anaya se encuentra en un
punto sin retorno. La confrontación con Peña Nieto y el PRI seguirá, aunque no
se sabe qué alcances pueda tener. En todo caso, el líder del PAN se está
convirtiendo en un lastre de manera acelerada. Por un lado es la vulnerabilidad
de su figura ante las acusaciones sobre el manejo de su fortuna, y por otro, el
manejo patrimonialista con el que ha manejado el PAN con el único propósito de
alcanzar la candidatura presidencial, que ha provocado fracturas y renuncias en
el partido que lo han debilitado como fuerza política.
En las condiciones actuales,
el análisis es si Anaya y lo que representa en el PAN hoy en día, sigue siendo
un activo o un lastre. Indiscutiblemente, el PAN, suma votos y fuerza al Frente
Ciudadano. El problema estriba en la obsesión de Anaya por la candidatura
presidencial y lo pernicioso de su comportamiento político. El Frente no puede
dudar en estos momentos y debe optar por romper con él. El PRD puede consolidar
sus acuerdos con el Movimiento Ciudadano y abrirse a otros partidos, como Nueva
Alianza, que reclama para sumarse a la coalición que el método sea abierto, y
el Partido Verde, que anda en busca de nuevos aliados.
Según la última encuesta
pública de preferencia por partidos, elaborada en octubre por Consulta
Mitofsky, el Frente ganaría la elección con 21.2 por ciento del electorado,
Morena y el PT detrás con 16.4 por ciento, y el PRI, Verde, Nueva Alianza y
Encuentro Social, con 14.8 por ciento. Visto individualmente, el PAN tiene 19
puntos de preferencia electoral por 5.1 del PRD y 1.2 de Movimiento Ciudadano.
Parecería una locura que si el PAN aporta tanto al Frente -12.7 por ciento-, el
camino debe ser romper con Anaya. Si se ve con la frialdad de la racionalidad
numérica, ciertamente es un error. Sin embargo, a lo objetivo se le tiene que
sumar lo subjetivo en este caso, que es la volatilidad objetiva del carácter de
Anaya en todos los sentidos, menos en la traición.
Separarse de él es la mejor
opción electoral, seguido de un intenso trabajo en los próximos cuatro meses
para elevar el porcentaje de preferencia electoral nacional y convertir la
coalición en una opción de voto real y atractiva en el escenario electoral polarizado
que se pronostica. Mantener la esperanza que Anaya aceptará una competencia
equitativa por la candidatura y reconocerá su derrota, es un suicidio político
que arrastrará a los partidos que decidan apoyarlo, bajo cualquier escenario
posible hoy en día.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 16/11/2017 | 02:00 AM)
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