El pueblo colonial de San Cristóbal de
las Casas en Los Altos de Chiapas. En 1994, cientos de zapatistas con el rostro
cubierto ingresaron al pueblo con rifles y declararon la guerra al Estado
mexicano. Credit Mauricio Lima para The New York Times
Los zapatistas, los
revolucionarios con mayor poder en México en casi cien años, están deponiendo
las armas tras décadas de oponerse al gobierno por una sencilla razón: México
está tan plagado de violencia, dicen, que el país ya no puede con más.
La decisión es una crítica
mordaz a la condición en la que está hoy el país, dicen los analistas. Los
rebeldes no lograron llegar a un acuerdo de paz con el gobierno ni lograron la
protección y garantía de los derechos indígenas por la que tanto lucharon. Los
homicidios en México aumentan tan rápido que hasta un movimiento iniciado como
una lucha armada se siente obligado a renunciar a la violencia.
“Esto demuestra hasta qué
punto los mexicanos están cansados de la violencia”, comentó Jesús Silva-Herzog
Márquez, profesor de Ciencias Políticas en la Escuela de Gobierno y
Transformación Pública del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de
Monterrey. “Hoy el radicalismo político tiene que ser pacífico porque la vida
pública, económica y social de México ha estado manchada de sangre demasiado
tiempo”.
El subcomandante Marcos, el
líder que se convirtió en un fenómeno mundial en 1994 cuando los zapatistas
irrumpieron en los poblados del estado de Chiapas, apareció unos momentos en un
estrado hace algunos meses, detrás de una multitud de combatientes, jóvenes con
piercings y simpatizantes indígenas que llevaban blusas bordadas a mano.
Tras algunos aplausos,
fotografías y cantos revolucionarios, Marcos abandonó el escenario en silencio,
una acción austera comparada con los encendidos discursos sobre la desigualdad
y la revolución armada que alguna vez le hicieron ganar fama internacional y
atrajeron a reclutas entusiasmados.
El subcomandante Marcos, uno de los
líderes zapatistas, en 2006 Credit Adriana Zehbrauskas para The New York Times
Pero ahora, dicen los
zapatistas, más violencia, independientemente de la causa, es lo último que
México necesita.
En cambio han decidido
trabajar dentro del sistema contra el que alguna vez se rebelaron, dando su
apoyo a una candidata a la presidencia en las elecciones del próximo año.
“Llegamos a un punto de
quiebre”, dijo Carlos González, vocero del Congreso Nacional Indígena, una
organización que representa a distintos grupos indígenas en México y también
habla por los zapatistas.
“Descartamos tomar las
armas”, dijo. “No nos gustaba, era una opción muy sangrienta”.
La violencia es una plaga
desde hace mucho tiempo en México, donde más de 100 mil personas han sido
asesinadas y más de 30 mil han desaparecido en la guerra contra las drogas, que
ha durado más de una década.
No obstante, este año las
muertes llegaron a cifras sin precedentes: en mayo y junio la cantidad de
homicidios en todo el país fue la más alta en 20 años.
Dejando a un lado la
identidad revolucionaria que alguna vez los definió, los zapatistas, cuyo
nombre completo es Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se están
aventurando a la política. Anunciaron su respaldo a María de Jesús Patricio
Martínez, una médica tradicional del pueblo Nahua, en las elecciones
presidenciales del año próximo.
María de Jesús Patricio Martínez, una
médica tradicional del pueblo indígena Nahua, ha sido propuesta por los
zapatistas para contender en las elecciones presidenciales de México en 2018.
Credit Mauricio Lima para The New York Times
“En México ser indígena
significa que te traten como si fueras mitad persona, y si eres mujer, ni la
mitad de eso”, dijo la mujer de 57 años, que no es zapatista.
El objetivo de los
zapatistas, aseguran, no es ganar, sino usar la elección de 2018 como
plataforma para expresar los problemas más urgentes en las comunidades
indígenas de México.
“La presidencia es lo de
menos; las elecciones son por excelencia la fiesta de los arriba. Queremos
colarnos a la fiesta electoral y echárselas a perder”, dijo González, el vocero
del CNI.
El gobierno mexicano dice que
da la bienvenida a “todas las expresiones políticas y sociales”, incluyendo a
la candidata con respaldo zapatista, argumentando que contribuye a fortalecer
más la democracia.
Sin embargo, no todos se
creen el discurso zapatista. Algunos de sus opositores lo ven como un grupo
guerrillero oportunista que podría fracturar aún más el voto de la izquierda.
Uno de sus principales
críticos es el candidato presidencial populista de la izquierda, Andrés Manuel
López Obrador, un puntero en las primeras encuestas que ha dicho que la
candidatura independiente apoyada por los zapatistas es una maniobra para “hacerle
el juego al gobierno”.
Una mujer indígena tzotzil carga leña en
las afueras de San Juan Chamula, un municipio en el sur del estado mexicano de
Chiapas. Credit Mauricio Lima para The New York Times
Cuando los zapatistas
aparecieron por primera vez en 1994, la confrontación armada era parte del
programa. Una nación paralizada observó cómo un ejército de campesinos
indígenas, que llevaban pasamontañas y armas de asalto, aparecía en varios
poblados del estado sureño de Chiapas y le declaraba la guerra al Estado
mexicano.
Los rebeldes exigieron el
reconocimiento y la protección de las comunidades indígenas, que de manera
persistente se encontraban en lo más bajo de la escala socioeconómica. Con su
insurrección armada, pasamontañas de color negro y discursos enardecidos, los
zapatistas obligaron a México a lidiar con su larga historia de desigualdad.
El levantamiento llegó en un
momento especialmente delicado, ya que México estaba en pleno proceso de
globalización y su relación con Estados Unidos se profundizaba. El Tratado de
Libre Comercio de América del Norte entró en vigor el mismo día que inició el
levantamiento.
Tras una confrontación de 12
días entre las tropas gubernamentales y los combatientes zapatistas, tuvo lugar
una primera tregua. Pronto se vino abajo, cuando el presidente de aquella
época, Ernesto Zedillo, emitió órdenes de aprehensión para los líderes de los
zapatistas, incluyendo su único vocero no indígena, el subcomandante Marcos.
Con los discursos apasionados
de su misterioso líder, los zapatistas rápidamente atrajeron a legiones de
seguidores locales e internacionales. Algunos clamaban que la lucha rebelde era
la primera “revolución posmoderna”.
Luego vino un proceso de
negociación difícil con el gobierno, del que emanaron los Acuerdos de San
Andrés, firmados en 1996. Los acuerdos prometían una reforma constitucional que
otorgaría cierta autonomía a las comunidades indígenas, incluyendo el derecho
de elegir juntas de gobierno locales para sus tierras.
Una mujer indígena tzotzil elabora un
brazalete mientras otra lava ropa en las afueras de San Cristóbal de las Casas.
Credit Mauricio Lima para The New York Times
Sin embargo, cuando la
reforma finalmente se aprobó en 2001, excluyó el derecho de las comunidades al
gobierno autónomo sobre sus territorios, lo cual motivó al EZLN a romper con el
gobierno y los partidos políticos.
Su fuerza comenzó a menguar.
Los rebeldes desaparecieron del radar público y regresaron a sus escondites en
la selva lacandona, donde organizaron en silencio sus propias comunidades en
lugar de buscar publicidad.
Entonces, hace tres años, el
subcomandante Marcos dio un discurso en el que reflexionaba sobre el ejército
zapatista y describía el que acabaría por convertirse en el nuevo camino a
seguir para los rebeldes.
“Contra la muerte, nosotros
demandamos vida”, dijo en el discurso. “En lugar de construir cuarteles,
mejorar nuestro armamento, levantar muros y trincheras, se levantaron escuelas,
se construyeron hospitales y centros de salud, mejoramos nuestras condiciones
de vida”.
Los zapatistas estaban
cambiando y él también. Cambió su nombre a subcomandante Galeano, para honrar a
un camarada caído. Y anunció la muerte del subcomandante Marcos, su identidad.
Su existencia ya no era necesaria, dijo, describiéndose como “una botarga
mediática”.
Los años siguientes, los
territorios controlados por los zapatistas ejercieron una autonomía de facto,
brindando un acceso amplio a la educación y a los servicios de salud. La
delincuencia organizada no ha podido ingresar en el área.
Murales en el estado de Chiapas muestran
a los zapatistas, al líder rebelde Ernesto "Che" Guevara y a Emiliano
Zapata, uno de los líderes de la Revolución mexicana. Credit Mauricio Lima para
The New York Times
A menos de 26 kilómetros al
norte desde la ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas, un enorme letrero
da la bienvenida a los forasteros a Oventik, un enclave zapatista. El cartel
dice: “Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”. Los guardias vigilan el
acceso las 24 horas, cuestionan rigurosamente a todos los extraños sobre sus
motivos para ir ahí, y con frecuencia niegan la entrada.
Las tiendas venden camisetas
con la conocida imagen del subcomandante Marcos con pasamontañas y fumando una
pipa, con consignas como: “Disculpen las molestias. Esto es una revolución”.
Enormes murales de colores
vivos con consignas revolucionarias, tanto en tzotzil como en español, cubren
cada uno de los muros. No se permite el alcohol ni tampoco el cultivo de drogas
ilegales. En cambio, los campesinos cultivan café, miel y flores. Fabrican
zapatos, venden tortillas y viven en un sistema comunitario, compartiendo las
responsabilidades y la toma de decisiones en las llamadas Juntas de Buen
Gobierno.
“Estados Unidos parece estar
destinado, por la providencia, a llevar la miseria a Latinoamérica en nombre de
la libertad”, dice un letrero desgastado que cuelga en medio de un comedor
polvoriento.
Este modelo zapatista de
organización comunitaria, y el nuevo movimiento político que apoya a María de
Jesús Patricio para que sea presidenta, ha dado esperanza a algunos mexicanos
marginados de que la forma de gobernar puede ser diferente, y mejor, con un
sistema más democrático, libre de la política de los pactos y el clientelismo
que existe en casi todos los niveles de gobierno.
“Son los que mantuvieron y
alimentaron nuestras esperanzas durante todos estos años”, dijo Maribel
Cervantes, organizadora comunitaria del estado de Veracruz, refiriéndose a los
zapatistas.
“Son un vivo ejemplo de lo
diferentes que pueden ser las cosas”, agregó. “Y ahora esta candidata puede ser
un rayo de luz en la oscuridad”.
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ PAULINA VILLEGAS/ 29 DE AGOSTO DE 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario