CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Desde la fundación del México republicano se ha asignado al
Presidente la obligación de disponer de las fuerzas armadas para la seguridad
interior y la defensa exterior de la Federación.
Ya
desde Apatzingán (1814: art. 160) se hacía este planteamiento. El Acta
Constitutiva de la Federación de 1824 (art. 16) fijó la redacción actual. El
único cambio ha sido (2004) agregar la obligación presidencial de preservar la
“seguridad nacional” según ley expedida por el Congreso, con el fin de dar
cobertura jurídica al CISEN y a la “inteligencia” gubernamental, pero se dejó
igual el resto de la fracción VI del artículo 89 de la Carta Magna.
Si
durante casi 200 años no ha sido necesario hacer una interpretación del término
“seguridad interior”, ¿qué lo requiere ahora? El gobierno y los militares están
viendo esa fracción VI como si ahí estuviera una facultad conferida a las
fuerzas armadas, pero eso no es verdadero. Lo que tal precepto establece es una
obligación del Presidente de la República de usar la fuerza armada para la
seguridad interior de la Federación es decir, del poder constituido en el país,
frente a rebeliones armadas. Aquí se encuentra una de las dos funciones del
Ejército y la Armada: defender al poder, impedir su derrocamiento violento. La
otra es rechazar una agresión extranjera, tal como el mismo precepto
constitucional lo refiere bajo el término de “defensa exterior”.
¿Para
qué hacer una ley que convierta al Ejército y la Armada en cuerpos policiales?
Pues para otorgarles facultades que no tiene la policía y que serían contrarias
a los derechos fundamentales y sus garantías, establecidas en la Carta Magna.
Eso es lo que se busca.
El
fracaso del gobierno se ha convertido en ocasión para otorgar a las fuerzas
armadas las prerrogativas que éstas han estado exigiendo, tales como retención
de detenidos, intervención de comunicaciones, acceso a datos protegidos,
detenciones sin orden judicial, etcétera. Es la “guerra” que fuera declarada
por Calderón. Sin embargo, la crisis de violencia que padecemos es otro
fenómeno.
Bajo
un Estado de derecho el gobierno no puede declarar la guerra a sus propios
ciudadanos que no están levantados en armas, sino que frente a la violencia
debe otorgar garantías a todos para que la ley se cumpla y se logre defender a
la sociedad, en especial la vida de las personas. La idea de esa falsa guerra
es tan odiosa porque atenta contra los derechos humanos.
Calderón
pidió al Congreso allanamientos y detenciones sin orden de juez. “La chota en
tu casa”, le llamé entonces. La Cámara de Diputados ya las había aprobado
cuando en el Senado ocurrió un milagro el día de su discusión y el precepto
regresó a San Lázaro donde finalmente se declaró rechazado. Ahora lo está
planteando el PRI, con el recíproco apoyo del PAN, bajo el pretexto de que los
militares ya que no están de acuerdo en seguir siendo policías si no se les
garantiza impunidad.
Lo
ha dicho a su modo el general secretario, Salvador Cienfuegos. Él afirmó que
los militares podrían preferir ser acusados de desobediencia a tener que
enfrentar procesos por delitos relacionados con violación de derechos humanos.
Dijo que les podía salir más barato. Es decir, que por cumplir órdenes se
atropellan derechos. Pero entonces la solución debería consistir en que no se
emitieran órdenes contrarias a la ley y se respetara a los seres humanos. Nada
más elemental bajo un Estado de derecho.
El
proyecto del PRI para otorgar preeminencia inconstitucional a los militares
debería transmutarse en una reforma para instaurar en las leyes el protocolo de
relación entre militares y población civil como ya lo había intentado la Armada
de México. Tlatlaya es el paradigma de ejecuciones de “rebeldes” que aun en la
guerra están absolutamente prohibidas.
Al
mismo tiempo, el artículo 129 constitucional señala que en tiempo de paz la
autoridad militar no puede ejercer más funciones que las militares. En México
no hay guerra interior ni con el exterior. El mismo jefe del Ejército admite
que no están actuando como soldados y, por tanto, se encuentran al margen de la
Constitución, pero pide una ley que resuelva el problema. Pues no, no se puede.
Se tendría que hacer una subversión de la Carta Magna para inventar una
institución que fuera, al mismo tiempo, policía y ejército, pero además al
margen del respeto de los derechos de la gente. En esto último estriba en
realidad el mayor problema.
Habría
sin embargo una solución aunque diferente a la que se pide ahora. Debería
revisarse la última minuta sobre el tema, enviada por el Senado a la Cámara e
ilegalmente congelada por ésta, pues nunca se votó en San Lázaro debido a la
inconformidad de los militares y de Calderón.
(PROCESO/
ANÁLISIS/ PABLO GÓMEZ / 16 DICIEMBRE, 2016)
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