CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El
8 de julio de 1976, un grupo de integrantes de la cooperativa de Excélsior
junto con otro de infiltrados enviados por el gobierno de Luis Echeverría
Alvarez dieron el “golpe final” al equipo de reporteros, columnistas,
caricaturistas, intelectuales y trabajadores que encabezó el periódico más
importante de América Latina, bajo la dirección de Julio Scherer García.
El pretexto fue lo de menos:
el 10 de junio de 1976 ejidatarios encabezados por el diputado priista Humberto
Serrano, líder del Consejo Agrarista Mexicano invadió los terrenos de Paseos de
Taxqueña, desarrollo urbanístico que pertenecía desde décadas atrás a la
cooperativa de Excélsior.
En las páginas del mismo
periódico, Miguel Angel Granados Chapa advirtió lo que se avecinaba: “La
invasión a Paseos de Taxqueña no es un ataque a la propiedad. No es sólo eso,
por lo menos. Se ha buscado como el detonador contra el modo de hacer
periodismo que se ha instituido en esta casa”.
No era un problema agrario.
Era un ensayo para dar el golpe final a un equipo de periodistas que incordiaba
al presidente de la República, Luis Echeverría, que transformó a
contracorriente al periódico de mayor circulación en una empresa plural,
crítica, que cuestionaba tanto al poder político como económico, que le apostó
a la calidad con los primeros reportajes de investigación, que innovó con
Revistas de Revistas, bajo la dirección de Vicente Leñero, o tuvo al poeta
Octavio Paz al frente del suplemento cultural Plural.
Manuel Becerra Acosta, otro
protagonista de ese episodio, recordó en su libro Los Dos Poderes que
Echeverría, calculador y frío, esperó al desenlace de la sucesión presidencial
de 1976 para cobrarle la factura a Julio Scherer García por romper con la
tradición del periodismo dócil:
“El presidente patrocinador
del derrocamiento de Scherer García calculó que el golpe encabezado por Regino
Díaz Redondo –sostenido por grupos parapoliciacos y apoyado por trabajadores de
talleres, personal de administración y casi la totalidad del grupúsculo de la
edición vespertina- fue dado después de la elección presidencial a causa de un
temorcillo indefendible, no obstante la ausencia de opción en las urnas”.
Amigo y contemporáneo de
Scherer García, Regino Díaz Redondo, quien fraguó la traición con el poder
presidencial para quedarse con la cooperativa periodística, escribió su propia
versión del “golpe” en su libro La Gran Mentira: Ocurrió en Excélsior.
Según Díaz Redondo, “llegó el
8 de julio de 1976. La mañana calurosa se hacía casi irrespirable en el
interior del periódico. El bullicio se expandía por todas las áreas de
Excélsior. Cómo no podría ser así si dentro de dos horas se iniciaría la
asamblea convocada por todos los miembros del Consejo de Administración, que yo
presidía, y por el Consejo de Vigilancia”.
Díaz Redondo justificó su
papel esquirol afirmando que los afines a Scherer García “comprobaron que no
tenían la gente ni podían realizarla de acuerdo con los estatutos y fueron
desalojados del lugar, se dispersaron por las escaleras; unos entraron en sus
departamentos, recogieron papeles sin ton ni son y en pequeños grupos
procedieron a abandonar el edificio cariacontecidos”.
EL DESPLEGADO, LOS PERIODISTAS
Omite el autor de La Gran
Mentira mencionar que el mismo día de aquella fatídica asamblea general armada
a modo de Díaz Redondo y de los intereses del gobierno, el 8 de julio de 1976,
49 colaboradores del periódico firmaron una página que apareció en la página 22
de Excélsior con la leyenda “¡Libertad de Expresión!” para denunciar claramente
la maniobra:
“Hoy la frecuente embestida
contra Excélsior llega a límites nunca antes alcanzados.
“Urge informar a la nación:
se quiere cumplir cabalmente y pronto una agresión al ejercicio de la prensa
libre en México. Se trata de desprestigiar a nuestro periódico y a quienes lo
dirigen, presentándolos como enemigos del país…
“Excélsior ha logrado ser el
medio de información de los acontecimientos nacionales y situaciones que
configuran nuestra realidad, y foro abierto a los que examinan y enjuician con
buena fe esos mismos acontecimientos y situaciones…
“Sin ignorar que Excélsior de
hoy es fruto de una tarea colectiva, resultado de los afanes de sus trabajadores,
afirmamos hoy aquí nuestra adhesión a Julio Scherer García y a Hero Rodríguez
Toro, cuya dirección y cuya gerencia responden enteramente a nuestra exigencia
de un periodismo responsable y libre, único de veras, útil a la sociedad
mexicana”.
Entre otros, firmaron esa
página histórica Heberto Castillo, Alejandro Avilés, José Antonio Alcaraz,
Miguel Ángel Granados Chapa, Antonio Delhumeau, Salvador Elizondo, Francisco Fe
Álvarez, Gastón García Cantú, Ricardo Garibay, Juan José Hinojosa, Jorge Ibargüengoitia,
Armando Labra, Pablo Latapí, Carlos Monsiváis, Froylán López Narváez, Miguel
López Azuara, Ángeles Mastreta, Samuel Máynez, Enrique Maza, Rogelio Naranjo,
José Emilio Pacheco, Francisco Paoli Bolio, Carlos Pereyra, Abel Quezada,
Rafael Rodríguez Castañeda, Esther Seligson, Samuel del Villar, Abelardo
Villegas.
La gran mayoría de estos
firmantes fueron colaboradores, cartonistas y articulistas de Proceso, la
revista que nació en noviembre de 1976, bajo la dirección de Julio Scherer
García, en clara respuesta a la venganza echeverrista.
En su inmejorable crónica
novelada sobre esos días, Vicente Leñero rememora en Los Periodistas que hubo
un último intento de frenar el “golpe” del reginismo y sus secuaces de Humberto
Serrano. El escritor Ricardo Garibay, cercano aún a Echeverría, se ofreció
hablarle al primer mandatario para frenar la embestida que hacía peligrar el
periódico.
“El secretario privado del
presidente recibió el mensaje de Ricardo Garibay, pero éste no obtuvo contacto
telefónico con el primer mandatario, quien, según le informaron, asistiría a
una premiación de niños aplicados”.
La maniobra se cumplió en la
asamblea espuria convocada por Díaz Redondo. Scherer García, relata Leñero en
Los Periodistas, se atrincheró en la dirección, alentado por varias
colaboradores. Una comisión reginista encabezada por Víctor Payán fue a hablar
con Scherer y decirle que les daban 15 minutos para abandonar las instalaciones
de Reforma 18.
Muchas voces le decían a don
Julio que no abandonaran el recinto.
“Miguel Angel Granados alzó
la voz, y aunque muchos no alcanzaban a verlo, oculto por la multitud que
abarrotaba la oficina de la dirección, todos lo escucharon:
“Un enfrentamiento tendrá
consecuencias trágicas y nada ganaremos porque no podremos hacer el periódico
ni mantenernos acuartelados aquí por mucho tiempo. Yo pienso que debemos salir
ahora dignamente, pero ésta es una decisión y una responsabilidad personales.
Yo asumo la mía y me voy…
“Yo quiero salir de tu brazo,
Julio –dijo Abel Quezada.
“Del brazo tuyo y del brazo
de Gastón y del brazo del licenciado Hero y del brazo de todos. Salgamos todos
juntos, dijo Julio Scherer encaminándose a la puerta de su oficina”.
Así se tomó la decisión de
abandonar el Excélsior y quedó para siempre la histórica foto de Scherer
García, con el gesto adusto, la mirada perdida, enlazado a Abel Quezada,
caminando sobre la avenida Reforma, sin retornar a la casa editorial que lo
formó, lo transformó, lo convirtió en el mejor periodista de su generación.
En el prólogo a Los
Periodistas, don Julio Sherer recordó ese momento eléctrico:
“Al abandonar el edificio de
Excélsior, en Reforma 18, me sentí perro sin dueño. Sin saber qué hacer con mi
cuerpo, no había más mundo que el mundo interior”.
LA TERCA MEMORIA
Scherer García sacó de su
mundo interior aquel golpe. En sus numerosos libros fue aportando pinceladas de
ese episodio. Reconstruyó, revaloró y narró los acontecimientos desde distintos
ángulos.
Reportero de tiempo completo,
Julio Scherer nunca abandonó el tema del “golpe” no sólo por obsesión sino como
compromiso periodístico contra la tentación censora del poder.
De ese episodio, el
protagonista de primera línea, el expresidente Luis Echeverría, aún vive,
encerrado en su versión inamovible a sus 94 años.
“Fue una determinación de los
cooperativistas y no ha intervenido el gobierno de México y nunca lo hizo menos
al final, absolutamente. Parece ser que allí una mayoría determinó lo que se
hizo después”, declaró Echeverría, cinco días después, en las mismas páginas de
Excélsior.
Scherer García le respondió
así en su gran obra, Los Presidentes:
“No podía ser más clara la
parcialidad del presidente de México. La verdad era una y estaba en Reforma 18.
No valía la pena considerar la denuncia de 50 periodistas, escritores,
profesores, investigadores, artistas y funcionarios cuyo derecho a la libre
expresión de sus ideas había quedado conculcado precisamente la madrugada del 8
de julio de 1976…
“Puedo ser soberbio,
excluyente, ángel exterminador y todo lo que a Echeverría se le ocurra, pero
salí de Excélsior señalado como un ladrón. Convencido de mi ‘absoluta honradez
profesional’, no pronunció el presidente una palabra en mi descargo. Al
contrario, atizó la hoguera”, remató Scherer García en este libro escrito a una
década de distancia de “el golpe”.
Dos décadas después de Los
Presidentes, en La Terca Memoria, Scherer García hizo su último ajuste de
cuentas con aquellos que salieron de Excélsior durante el golpe, enlazados a
él, especialmente Gastón García Cantú y Abel Quezada. Rememoró que la expulsión
se preparó desde el boicot de anunciantes en 1972, azuzado por el propio Luis
Echeverría. Subrayó que lo más duro después de la salida de Excélsior fueron
las secuelas de otros “golpes” derivados de la deslealtad.
“La lealtad es un valor que
no se cuestiona, y se es fiel a los amigos, a los compromisos, a los amores
bien ganados. No se puede vivir con una doble cara y no todo se resuelve en el
mundo de las altas ideas y es falso, como arguyó Gastón, que la traición sea
tema que sólo le compete a la patria”, sentenció Scherer García.
El “golpe a Excélsior” marcó
un parteaguas en la historia de la prensa en México. Ese es el gran consenso
entre críticos y seguidores de Scherer García, entre miles de lectores que le
agradecieron siempre su imperativo categórico a favor de un periodismo sin
concesiones.
Desde entonces, como escribió
Carlos Monsiváis en Tiempo de Contar, “la protección evidente del gobierno a
una publicación resulta el beso de la muerte”.
(EXCELSIOR/ JENARO VILLAMIL/ 8 JULIO, 2016)
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