MÉXICO, D.F., 22FEBRERO2014.- Un gran
operativo de seguridad por parte de las fuerzas armadas federales se registro
en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México tras el traslado de
Joaquin Guzman Loera alias el "Chapo Guzman" al hangar de Secretaria
de Marina y Armada de México, lugar donde fue anunciado en conferencia de
prensa por el gabinete de seguidad federal. Guzman Loera, fue trasladado en un
helicoptero de la Policia Federal escoltados por dos más de la Marina. FOTO:
SAÚL LÓPEZ /CUARTOSCURO.COM
Pelo corto y un cuerpo
compacto, como de brazos y tórax blindados. Recuerda esa vez que les dieron el
pitazo: ahí, en esa casa blanca de pilares rojos, está El alacrán, un narco
pesado de la localidad. Lo mandaron a él y a varios de su grupo. Cuando
llegaron, el hombre estaba desarmado, sentado en la silla del comedor, junto a
su esposa y un hijo. El hombre quiso brincar, tomar el fusil y enfrentarlos. No
tuvo tiempo: ya lo tenían encañonado y varios uniformados encima.
Ellos llegaron gritando
Secretaría de Marina. Pum. Tumbaron la puerta. Dos pasos, tres. Ya estaban
frente a él, sometiéndolo. La esposa llorando, abrazándose al niño, que también
chillaba. Vengo por él. Vengo por él. Gritó dos veces, viendo a la esposa y al
hijo, intentando que no se preocuparan. Pero el cielo de hogar ya estaba
quebrado, igual que la vida de esos tres. Salieron de ahí con la misma
efectividad y el cincho atando las muñecas de ese hombre, uno de los más
buscados por la autoridad.
Misión cumplida, le dijo a su
superior. Era una de sus primeras encomiendas y la había atendido, como reza
ese discurso tan usado por los políticos cuando anuncian una detención, sin disparar
un solo tiro. Varios años en la marina y demasiada teoría en los salones de
clase. A él le hubiera gustado más adiestramiento en cuanto al uso de armas,
tácticas, enfrentamientos y casos de rehenes, francotirador, uso de explosivos,
cuerpos de elite, etcétera. Pero no, poca formación militar y mucha teoría.
Para él, los mejor adiestrados en cuanto al combate y operativos, son los
militares. Los ve con envidia y añoranza.
Ese día que le dijeron que
los iban a trasladar a Tamaulipas el suelo se le movió. Habían participado en
un enfrentamiento: los civiles pusieron tres muertos, ellos ninguno. Su esposa
estaba embarazada y la de su compañero tenía un bebé que apenas iba a cumplir
el año. Y ellos ahí, mirando el abismo y pensando que iban a pisar el fuego del
infierno: ahí, todos, uniformados y sicarios, alimentan las fauces de la
muerte, que no tiene llenadera.
Él la pensó y la pensó. Ir a
Tamaulipas, estar en medio de la guerra entre dos o tres organizaciones
criminales. Patrullar con su gtrés en calles oscuras y zonas deshabitadas,
propicias para la emboscada y para que les perforen el uniforme y los trocen la
piel, los músculos, sus órganos intestinos. No le gustó nada. Se puso nervioso
y se lo contó a su esposa. Ella lloró y le dijo no te vayas, agarrándose la
panza. Al día siguiente él se presentó al cuartel a renunciar.
Su amigo le dijo yo me voy.
No me va a pasar nada. Se despidió de su bebé y de su esposa de veintitrés. Lo
sorprendieron patrullando, cuando hacía guardia. Les dispararon desde todos
lados y ni siquiera tocó el gatillo. Su esposa le llora. Su hijo pregunta
cuándo va a regresar su papá.
(RIODOCE/ COLUMNA “MALAYERBA” DE JAVIER
VALDEZ/ 29 mayo, 2016)
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