Observaciones
realizadas durante una visita al basurero El Papayo, donde los sicarios de
Guerreros Unidos habrían asesinado y quemado a los normalistas de Ayotzinapa,
contradicen la versión oficial. La gente que siempre está allí asegura no haber
visto ni escuchado nada, mientras que otros testigos confirman que la noche del
26 de septiembre llovió. Lo único que pudo quemarse hasta convertirse en ceniza
es la historia de la PGR, junto con la endeble “reconstrucción” de hechos que
difundió el fatigado funcionario encargado de procurar justicia.
COCULA, Gro.
(Proceso).- El anciano pepenador Eduardo González, del pueblo de La Mohonera,
dejó de ir al basurero de El Papayo porque todo el tiempo encontraba a otros
del oficio que le ganaban lo valioso.
“Mi suegro dejó de
ir porque decía que encontraba gente a las tardadas, que ya le había ganado.
Siempre había otros que llegaban temprano”, explica José Ángel Baldera, el
yerno de don Lalo, él también pepenador y quien, como todos los que se dedican
a esto, sabe que los recolectores como ellos queman siempre plásticos en los
basureros municipales. La razón es sencilla: “Porque las vacas se comen la
náilan y se mueren, y las náilan se vuelan, por eso dan permiso de reciclar, de
mantener el basurero limpio”.
El Papayo es el
lugar donde el procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, dijo
que los sicarios asesinaron, quemaron con diesel, llantas y leña a un “número
abundante” de personas, que pudieran ser los 43 normalistas de Ayotzinapa.
El procurador señaló
que los asesinos usaron este hoyo para ejecutarlos –unas 14 personas: tres
capturadas y confesas–, habrían quemado y requemado los cuerpos hasta dejarlos
convertidos en carbón. Dos horas después de esperar a que se enfriaran los
habrían fracturado en pequeñas piezas, depositado en bolsas negras de basura y
esparcido en el río San Juan, a más de 10 kilómetros de ahí. Como apoyo mostró
videos donde los asesinos reconstruyeron cómo habrían matado a sus presas y
fotos de los supuestos hallazgos en el fondo de El Papayo: casquillos de bala,
pedazos de tierra quemada, llantas a medio derretir, dientes y fragmentos de
huesos.
Fue un operativo
sofisticado para borrar evidencias con un nivel de degradación de los huesos
que hará difícil su identificación genética. Una operación maestra para borrar
evidencias que contrasta con la exhibición del cuerpo desollado del normalista
Julio César Mondragón Fontes, exhibido como trofeo de guerra, mientras sus
compañeros fueron ocultados. Aún no se sabe la razón de esa diferencia.
Cuando un reportero
le preguntó a Murillo Karam qué avances se tenían en la investigación del
asesinato de Mondragón, el funcionario no pudo dar una respuesta. Sólo expresó:
“En cuanto al desollado, también le voy a pedir al área que se lo plantee
porque la verdad he estado 24 horas trabajando en esto” (el caso de los 43
desaparecidos).
(Fragmento
del reportaje que se publica en la revista Proceso 1985, ya en circulación)
(PROCESO /
Marcela Turati/ 15 de noviembre de 2014)
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