Del 15 al 18 de febrero habrá
una convención mundial de anarquistas en Acapulco. La palabra anarquista trae
rápidamente a la memoria imágenes como la de jóvenes encapuchados queriendo
quemar la puerta central del Palacio Nacional en la Ciudad de México en noviembre
de 2013. O a los Monos Blancos italianos, que nacieron con el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas y cobraron fama mundial al
enfrentarse brutalmente con la policía durante la Cumbre del G-8 en Génova en
2000. Poco después, el Frente Nacional Animal, una organización internacional
clandestina, sacudió con explosivos empresas multinacionales y bancos en
México. Anarquistas conectados con grupos chilenos y españoles, refugiados en
el auditorio “Justo Sierra” –o “Ché Guevara”- en Ciudad Universitaria, guiaron
a estudiantes y provocadores a chocar con la policía durante el primer año y
medio turbulento del Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Pero en Acapulco, lo que
habrá es un anarquismo distinto. No es el inspirado por la izquierda radical,
sino por la nueva derecha global. La ideología es la misma, y se deriva de un
término griego que significa “sin autoridad ni poder”, pero ya no es, como
históricamente sucedió, una de las corrientes del socialismo, donde el marxismo
ocupaba a la izquierda en las sociedades más industrializadas, mientras que en
países con menos desarrollo económico, lo que predominaba era el anarco
sindicalismo. La radicalización llevó a la violencia y a la beligerancia
mortal, como cuando en marchas de la disidencia magisterial, grupos anarquistas
buscaron quemar en vida al jefe de la policía de la Ciudad de México, o se
enfrentaron con palos, piedras y bombas Molotov a los grupos antimotines.
La violencia no provocó la
desestabilización que se buscaba. El Estado siempre fue más fuerte que los
grupos anarquistas. A ese anarquismo se le sumaron nuevas tendencias, como el
anarquismo ecológico y el animalista. La más reciente es la que se le ha dado a
llamar anarco capitalismo, en el extremo opuesto de la geometría política al
anarquismo histórico, pero que pretende igualmente la libertad individual, que
pasa por el rechazo de cualquier tipo de autoridad. Precisamente, el anarquismo
capitalista, que responde a un pensamiento de la nueva derecha internacional,
busca la demolición del Estado mediante otros canales, ubicados no en las
calles y la vida clandestina a salto de mata, sino en las computadoras, sin más
clandestinidad que una dirección IP. Este es el grupo que llegará a Acapulco
para su cuarta conferencia anual llamada “Anarchapulco”, que tiene como
leyenda, parafraseando al Presidente Donald Trump, “Make Anarchy Great Again”
(“Hagamos la Anarquía Grande Otra Vez”).
No son las piedras o las
bombas caseras lo que utilizan. Cientos de personas que se están registrando
para la convención en Acapulco quieren compartir ideas “para vivir libres y
construir un mundo mejor”. El temario tampoco es el que uno podría esperar de
un anarquista clásico, entrenado en subvertir, resistir embestidas policiales y
desarrollar estrategias insurgentes. Incluye en cambio, temas que podrían pasar
como convencionales, como la actividad empresarial, las inversiones, la
política, la filosofía, o temas de salud, educación, sustentabilidad y estilos
de vida. “¿Estás cansado de tango bla bla bla gubernamental?”, dice la
invitación. “Sé el presidente de tu propia vida”. El planteamiento es
provocador y quizás, en estas épocas donde la lucha armada y la beligerancia
callejera han perdido fuerza como opción de cambio, el anarquismo de la nueva
derecha tiene más posibilidades de alcanzar sus objetivos bajo el disfraz de
libertario, progresista o izquierdista.
Es fácil caer en el engaño.
Por ejemplo Trump, que tiene como objetivo la protección de los intereses de la
clase trabajadora en Estados Unidos y evitar que las fuerzas capitalistas del
mundo, sangren la economía de los estadounidenses y deterioren su calidad de
vida, maneja una ideología incubada por su ex consejero Stephen Bannon, raya en
el ultranacionalismo, pero comparte propósitos con planteamientos de la
izquierda. Esa defensa de los que menos tienen, equivale a posturas como
“primero los pobres”. Pero comparar ideológicamente a Trump y Bannon con el
precandidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, es un pecado capital.
En el fondo dicen lo mismo,
aunque no sean lo mismo. Sus objetivos coinciden en dirección, aunque difieran
significativamente en aplicación. Ninguno de los dos, sin embargo, se enmarca
en la ideología anarquista. Pero los exponentes de la anarquía capitalista tienen
vasos comunicantes involuntarios con los dos. Por ejemplo Rick Falkvinge,
fundador del Partido Pirata Sueco, ponentes en la conferencia “Anarchapulco” y
uno de los ideólogos de esa tendencia, llegó al anarquismo a través del asco
que le producía la corrupción de los políticos. Su trabajo se ha destacado por
la argumentación histórica de cómo gobiernos emanados de esa corrupción,
lograron preservarse a través de la censura de prensa y el control del
conocimiento y la información. Otro de sus gurús, ponente también en Acapulco,
es Derrick Broze, un periodista de investigación free lance y activista, que se
ha enfocado en la resistencia de las comunidades indígenas y en denunciar la
vigilancia del gobierno sobre los ciudadanos.
Estos anarquistas de la nueva
derecha global evocan a grupos mexicanos. Se asemejan a varias organizaciones
no gubernamentales animadas por la nueva derecha mexicana, cuyos objetivos
estratégicos coinciden, aunque no lo admitan, con los que se asumen de
izquierda social. Son dos lanzas que se han esterilizado en su bandera moral
que apuntan en la misma dirección: quitarle a gobiernos corruptos el poder,
destruir el sistema vigente, y gobernar con sus visiones. Y hasta ahora, les va
funcionando.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 19/01/2018 | 04:05 AM)
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