No quería salir. Estaba
triste y atrapado en esas paredes de diabetes e hipertensión. Se sentía débil y
triste. A qué salía si sentía que había perdido la sal de la vida, el azúcar de
la diversión, del amor y la felicidad. La dieta era rigurosa, igual que las
recomendaciones: no te excites, no brinques, no bailes, no te asustes ni te
pongas muy feliz ni muy triste.
Pero esa tarde le insistieron
tanto sus amigos que accedió. Eran los que nunca lo habían dejado de buscar,
los de las fiestas, de borracheras hasta el amanecer, de escuchar música y
cantar, de confidencias y apoyo mutuo. Eran los dilectos en su arcoíris de
lazos. Los de siempre y los de nunca.
Está bien, vamos, les dijo
con la sonrisa tímida. Los anfitriones eran más amigos de ellos que de él, pero
la podía pasar bien. No beber refrescos ni comer grasas ni alimentos muy
condimentados ni sal ni refresco ni alcohol ni siquiera cerveza laic. Era su
receta, la odiosa. Debía respetarla. Debía. Cuando llegó ya sonaba fuerte la
música y pasaban las charolas de salchichas y queso con sal, chile y limón.
Papitas fritas en una de las esquinas y en otro plato papas adobadas. Refrescos
para todos, güisqui, cerveza y tequila de sobra. Ceviche camarón, servido en un
recipiente grande y azul, de plástico.
No pudo negarse a ese paladar
que se le hacía agua. Chingue a su madre, pensó. Y estiró la mano para alcanzar
las salchichas, luego las papas adobadas. Pidió que le sirvieran una ambarina y
luego un chivas y regresó a la cerveza. Estaba un poco alterado, emocionado,
excitado. Le dijeron, cálmate güé. No respondió. Ei cabrón, no te aceleres.
Acuérdate que tienes que cuidarte. Siguió sonriendo, con esa sonrisa chueca: ya
enervada. Bailó con sus amigas y luego hicieron rueda y lo hizo al centro.
La novia del dueño de la casa
pasaba y pasaba. Sus prendas con holanes, volaban. Ella se contoneaba como ola
de mar: lucida, faralá de pasarela, mostrando muslos y más arriba, y prendas
íntimas y grasa suelta y coqueta. Pasó y pasó. Él emocionado la veía. El novio
por allá, con invitados y el vaso de alcohol con rocas de hielo en la mano.
Pasó a su lado. Ya tenía la mezcla dipsómana en la cabeza y no pudo evitar
estirar el brazo, para alcanzar los patios carnosos de ella. Ella lo vio y le
dijo a su novio, y éste le reclamó. Casi lo agarra a chingazos, pero los amigos
intervinieron. Los separan y le dice Me las vas a pagar.
Cuando terminó la fiesta, él
se quiso ir caminando. Le ofrecieron llevarlo, pero no quiso. Estaba cerca. Lo
perforaron varias veces, a oscuras y a solas, y a rastras llegó a su casa. No
alcanzó la puerta y en el lugar de la fiesta varias lavaban el rojo del piso en
el patio y la banqueta.
(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ 12 JUNIO, 2016)
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