Saltillo,
Coah.- Sus botas pisaron la tierra donde cayó la Gran Tenochtitlán. Escuchó los
gritos de los abatidos por que su voz no fuera más que un eco. Vio un río de
sangre en los canales de las banquetas. Escapó para proteger a su novia de las
balas que surcaron la Plaza de las Tres Culturas. Aun así no emitió un solo
disparo.

Pasó
una noche de angustiosa ansiedad. Necesitaba avisarle a su familia lo que
estaba por suceder. Su novia Alejandra iría al anunciado mitin en la Plaza de
las Tres Culturas. A tres cuadras de esa plaza vivía su familia en el onceavo
piso de un edificio de departamentos.
“Nosotros
lo sabíamos desde el día 1 que acuartelaron a todo mundo, nos enteramos que los
iban a atacar, ya el Presidente estaba decidido a que el movimiento no
creciera, iba a terminar con ellos de manera rápida”, recordó.
Quería
ser ingeniero militar. En sus días libres subía a los balcones de los edificios
del complejo habitacional Nonoalco-Tlatelolco acompañado por su novia. Ahí
platicaban sobre su futuro. El terminaría sus estudios militares y se casarían.
Esos eran los planes que tenía a los 18 años.
Un
año y medio después se encontraba saltando la barda de la escuela militar. Eran
las 2 de la tarde del 2 de octubre de 1968. Su ansiedad lo llevó a solicitar un
permiso para salir horas antes.
“No
hay forma, están prohibidas las salidas. ¿Sabes volar? ¡Pues vuélate la barda
cabrón! a ver si puedes”, le dijo el capitán Montoya, encargado de la
cuadrilla.
LUCES ROJAS EN EL CIELO
Aprovechó
un descuido de sus compañeros y trepó el muro de tres metros. Una vez fuera se
quitó el uniforme. Se fue directo a casa de sus padres. Pasó una hora y media
para ver que su familia estuviese a salvo. .
Luego
corrió al departamento 282-A de la calle Zaragoza. La madre de Alejandra le
dijo que acababa de salir. Iba al mitin. Fue la primera vez que el miedo se
apoderó de su ser.
“Me
arranco hacia Tlatelolco, al llegar a la primer cuadra veo camiones del
Ejército y luego entre los edificios veo grupos de militares, dije ‘aquí va a
valer madre’. Me regreso a la casa, me pongo el uniforme y me voy de nuevo”,
narró.
El
paso a la Plaza estaba obstruido por un retén militar. Ya no dejaban pasar a la
gente. Horacio tuvo acceso por su uniforme. Apenas dio unos pasos y en el cielo
aparecieron tres luces rojas. Era la señal. Se escucharon los primeros disparos
y comenzó el caos.
Abriéndose
paso entre la multitud pudo llegar un puente que unía la Secretaría de
Relaciones Exteriores con la Plaza. En la base se encontraba Alejandra con su
hermana. Horacio llegó hasta ellas.
“Les
digo ‘vámonos, vámonos’. Entonces cuando quiero salir con ellas ya no puedo. Ya
había mucha gente a nuestro alrededor y les dije ‘aquí nos quedamos’. Pasaban
soldados y no me agredieron, quizá el hecho de ir uniformado impidió que nos
mataran. Los estudiantes pues lo único que querían era salvarse, corrían por
todos
lados”, señaló.
SOBREVIVIR EN SILENCIO
Horacio
bajó la vista. Por la orilla de la banqueta corría sangre. Alejandra sufrió una
crisis nerviosa y gritó “¡los muchachos, los están matando!”. Horacio la calló
“déjalos, piensa en ti, tenemos que salir de aquí, quédense calladas no se
muevan, no digan nada, no hagan nada”. A donde volteaban veían cómo caía la
gente, la sangre pintaba las banquetas de Tlatelolco.
Corrieron
al estacionamiento de un edificio, donde se resguardaron de los disparos entre
los automóviles. Lograron llegar de nuevo al retén. Solo había dos militares
que lo dejaron pasar al verlo uniformado. Ya estaban a salvo.
El
3 de octubre Horacio regresó al cuartel. Fue arrestado y castigado por su
insubordinación. No le importó porque logró salvar a la mujer con la que el
próximo año cumplirá 50 años de matrimonio.
“Si
me hubiera mandado al frente yo creo que no hubiera disparado y creo que ahí
conmigo había compañeros que sí lo hubieran hecho. Porque hay unos que teníamos
un poquito más de cultura”, señaló el hoy abogado, que en 1970 acabó su
contrato con el Ejército.
“Terminé
asqueado, muchos de los compañeros tenían amigos como los tenía yo, tenían
familiares que fueron muertos, desaparecidos y no nos dejaron salir a verlos, a
consolarlos. Fue uno de los factores que me obligó a dejar el Ejército”.
Después
de la masacre su amigo Luis Ramírez estuvo desaparecido por tres días. Le
recriminó pertenecer al sistema que mató, que torturó, que desapreció
estudiantes y familias enteras.
“El
sistema castrense es carente de sentimiento hacia los demás, te castra el
pensamiento y te adoctrina a sólo recibir órdenes, en el ámbito militar te
enseñan que las órdenes se cumplen, no se discuten, te dicen ‘aquí no hay
madre, no hay padre, no hay Dios’. Todo se lo debes a esa bandera y a tu país.
Es un adoctrinamiento no una enseñanza, la enseñanza es para que aprendas a
pensar y el adoctrinamiento es la imposición de un pensamiento”, afirmó.
‘NI PERDÓN NI OLVIDO’
Cada
que puede regresa a esa plaza. Recuerda la sangre, la gente cayendo por todos
lados y las lágrimas brotan. “Perdí amigos ahí, mi esposa también. Era
impresionante ver que iba gente con niños, madres de familia, padres que
acompañaban a sus hijos porque los apoyaban. Fue triste, en verdad muy triste”.
Horacio
estudió en la Facultad de Leyes de la UNAM. Durante su temporada como
estudiante ocultó su pasado inmediato. Salvo su esposa y su familia, nadie más
supo que fue militar.
Pasaron
56 años y Horacio se enteró de la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa,
en Guerrero. Nuevamente el Gobierno es señalado como responsable.
“En
Tlatelolco fueron más estudiantes, hubo más desapariciones, la diferencia es
que en aquel entonces ya se sabía lo que podía pasar por los movimientos
internacionales, en cambio, Ayotzinapa nos agarró de sorpresa. Hasta la fecha
no hay una respuesta y también será una historia difícil de olvidar”, finalizó.
(ZOCALO
/ LUIS DURÓN/ 02/10/2015 - 04:02 AM)
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