Estamos
en el lugar en que se encuentra el hombre / Estamos en el lugar en que
se asesina al hombre, / en el lugar/ en que los pozos más negros se
sumergen en el hombre (Roque Dalton, 1935-1975, “Canto a Nuestra Posición”)
Vicky Peláez
El anuncio de las temibles bandas juveniles hondureñas pidiendo
tregua con el gobierno, siguiendo el ejemplo de sus colegas, las maras
salvadoreñas iniciado hace un año, requiere una reflexión y un análisis
para entender lo que pasa en estos dos países donde, después de más de
190 años de independencia no se logra la paz.
El tiempo de las guerrillas, revoluciones, contrarrevoluciones e
invasiones norteamericanas, aparentemente ha perdido impulso y ha
agotado posibilidades. El neoliberalismo ha logrado imponer su
ideología del mercado libre con un puño oculto para reforzar su vieja
estrategia del “desarrollo del subdesarrollo” en su “patio trasero” con
el fin de perpetuar el dominio de los globalizadores al servicio de las
trasnacionales.
El nuevo modelo socio económico pudo eliminar la violencia
revolucionaria y la contrarrevolucionaria pero ha creado al mismo tiempo
condiciones para la violencia criminal y el narcotráfico. Según las
Naciones Unidas, Honduras de 8,5 millones de habitantes actualmente es
el país más violento del mundo donde se registra un promedio de 20
homicidios al día y, se calcula que no menos de 600.000 personas
estarían involucrados directa o indirectamente en las pandillas si se
toma en cuenta a los familiares y a las comunidades donde residen los
mareros. Un 90 por ciento de los homicidios es atribuido por las
autoridades a los miembros de MS-13 o a la Mara Salvatrucha y al M-18 o
la mara del Barrio 18.
Los miembros de estas pandillas son contratados por los carteles del
narcotráfico que debe aportar significativamente al presupuesto de
Honduras, si tomamos en cuenta la existencia de más de 300 pistas
clandestinas y que de acuerdo al Comando Sur norteamericano que tiene
cuatro bases militares en el país, en el año 2011 más de 100 aviones
descargaron droga y 275 narcolanchas entraron en Honduras para
llevársela a los Estados Unidos. La Oficina de Asuntos internacionales
de Narcóticos y de la Aplicación de la Ley de EE.UU. estimó que el 79
por ciento de aviones que salen de Colombia con cocaína aterrizan en
Honduras. Sin embargo, en agosto de 2011, el ejército norteamericano
retiró sorpresivamente el radar de vigilancia y alerta temprana
AN-TPS-78 instalado en Puerto Lempira, dejando el cielo de Honduras
abierto para los narcovuelos.
Hasta marzo de 2012, El Salvador con seis millones de habitantes era
el segundo país más violento del mundo por detrás de Honduras. Las
maras eran responsables también por el 90 por ciento de asesinatos que
se incrementaron después de aplicar el gobierno la “mano dura” en 2004.
Se producía diariamente un promedio de 17 asesinatos al día y según el
exministro de Seguridad y uno de los promotores de la tregua con las
maras, David Munguía Payés, aproximadamente medio millón de personas
estarían involucradas tácita o implícitamente en pandillas en El
Salvador. Un año después de las conversaciones entre el gobierno y los
líderes de las maras más violentas del país, los asesinatos has
descendido drásticamente, pasando de 17 homicidios diarios a cinco pero
las extorsiones han continuado.
Por supuesto que tanto en El Salvador como en Honduras ya en los años
1950 y 1960 existieron agrupaciones de jóvenes que se enfrentaban entre
ellas a “puño limpio”, como en otras partes de Centroamérica y
Latinoamérica. Sin embargo, las maras es un fenómeno de los años 1980
cuando más del 25 por ciento de la población salvadoreña trató de salir
del país para escapar de la de la guerra civil que duró de 1980 a 1992.
En aquellos años más de 75.000 habitantes perdieron su vida o se
convirtieron en desaparecidos. El fin de la guerra civil no redujo la
presión para emigrar debido a la crisis económica. Se calcula que
actualmente unos dos millones de salvadoreños viven en el extranjero de
los cuales 1,6 millones, es decir el 26 por ciento de la población
nacional, reside en los Estados Unidos cuyas remesas al país superan
unos 4 mil millones de dólares al año lo que constituye un 10 por ciento
del Producto Interno Bruto (PIB) de El Salvador.
Los inmigrantes salvadoreños al encontrar alojamiento en los
barrios pobres de Los Angeles, Nueva York y otras ciudades
norteamericanas sufrieron el maltrato, el abuso y el desprecio de los
mexicanos, afroamericanos y estadounidenses blancos. Entonces un grupo
de los más aguerridos jóvenes salvadoreños de la calle 13 de Los
Angeles, que sobrevivieron la violencia de la guerra civil, de la cual
aprendieron que las disputas tanto individuales como colectivas las gana
el más fuerte y el más violento, decidieron organizarse formando la
Mara 13 o Salvatrucha para poner fin al abuso. Primero, se enfrentaron a
la Mara 18 de la calle del mismo número compuesta principalmente por
los inmigrantes mexicanos. Después, tuvieron encuentros violentos con
las pandillas afroamericanas los “Crips” y los “Bloods”.
La MS-13 empezó a crecer y adquirir la fuerza haciendo actos de
violencia como asesinatos por encargo, acciones tipo comando de
asaltos, secuestro, robo, extorsiones, venta de armas, contrabando y
comercialización de drogas etc., El común denominador de sus miembros ha
sido su procedencia de hogares pobres afectados por la violencia
intrafamiliar, abandono, maltrato, abuso, la exclusión y marginalización
social. La mayoría de los jóvenes, cuya edad oscila entre 12 y 21
años, sin educación, ni oportunidades laborales, excluidos en El
Salvador, prácticamente no fueron aceptados por la sociedad
norteamericana. Así, instintivamente trataron de juntarse en una
pandilla para asegurar su propia sobrevivencia.
Poco a poco, pero siempre usando extrema violencia, la MS-13 logró
posesionarse en el mundo delictivo norteamericano y dejó de ser
exclusivamente salvadoreña porque aceptaron en sus filas a hondureños,
guatemaltecos y posteriormente algunos mexicanos. Los mareros llamados
“salvatruchos”, es decir “salvadoreños espabilados” atrajeron la
atención de la FBI y la DEA quienes trataron de destruir en vano a la
MS-13 cuya estructura para este momento se expandió tanto, que las
instituciones represivas norteamericanas se sentían impotentes de poner
punto final a esta organización mara. Lo único que les quedó fue
deportar a los mareros detenidos a sus países de origen, que en su
mayoría eran de El salvador, Honduras, Guatemala y México.
Con estas medidas, las autoridades norteamericanas abrieron
posibilidades para la internacionalización de las maras, tanto de la
MS-13 como de la M-18. Al ser deportados a sus países de origen donde no
existían oportunidades para la reeducación y la inserción de los
mareros en la vida productiva del país, no les quedó otra oportunidad
que recurrir al crimen y la violencia en sus países de origen o mejor
dicho el de sus padres ya que la gran mayoría había nacido en los
Estados Unidos. Siguieron allí con sus mismas leyes, costumbres, gestos,
señales, el lenguaje y el tatuaje adoptados en Norteamérica y captando a
miles de jóvenes, arrojaron su país a las garras del crimen, el
secuestro, narcotráfico etc, etc.
Estando la mayoría de sus viejos líderes detenidos y encarcelados
tanto en El Salvador como en Honduras, los cabecillas rivales
encarcelados de la MS-13 y los de la mara del Barrio-18 en El Salvador
hicieron hace un año un pacto de tregua promovido por el obispo
castrense Fabio Colindres y Raúl Mijango, exguerrillero del Frente de
Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN). Pidieron a cambio mejoras en
sus condiciones en la prisión y un relajamiento de la política de la
“mano dura” del gobierno. Aparentemente el gobierno accedió a la
petición de los mareros aunque el presidente Mauricio Funes insistiera
en sus declaraciones a la prensa que su administración no estaba
participando en las negociaciones con los criminales. A pesar de la
retórica gubernamental, las condiciones penitenciarias han mejorado para
los líderes de la MS-13 y la M-18. Como la consecuencia la violencia se
disminuyó pero las extorsiones aumentaron.
Ahora los dirigentes de las ambas maras en Honduras anunciaron el 28
de mayo desde la cárcel de San Pedro Sula una tregua pidiendo perdón a
Dios, la sociedad y a las autoridades, implorando una oportunidad para
detener tanto derramamiento de sangre. También llamaron a las
autoridades a abrir un diálogo para la pacificación del país a cambio de
un espacio de rehabilitación y trabajo para sus miembros. Ofrecieron
“cero violencia en las calles, cero crímenes como un primer paso”.
Sin embargo, el portavoz de la MS-13, llamado Marcos contestó al ser
consultado sobre las extorciones que “no hablemos aún de extorciones,
vayamos paso a paso, vayamos paso a paso, primero cero crimen y cero
violencia que perjudica a los seres humanos, empecemos a hablar de
encontrar la manera de desenvolvernos”. A la vez un representante de la
M-Barrio 18 también dio palabra de cero violencia exigiendo que la
policía “deje de matarnos” como una condición para el diálogo. También
recalcó igual que su colega de la MS-13 que “han sido la falta de
ingresos y trabajo lo que nos empujó a llevar esta mala vida”.
Y allí reside el problema. Ambos países carecen actualmente de
condiciones para reinsertar a los miles de jóvenes mareros en la
sociedad que también es reluctante de hacerlo. En la encuesta del diario
La Tribuna del pasado 30 de mayo, el 32 por ciento de participantes
declararon que la tregua no beneficiará a nadie, el 29 por ciento opinó
que favorecerá a los pandilleros, el 26 por ciento consideraron que
beneficiará a todos y el 13 por ciento, a la sociedad.
¿De otro lado, qué oportunidad puede ofrecer El Salvador a miles de
jóvenes mareros, aparentemente deseosos de poner fin a la violencia y
ser miembros de la sociedad, cuando el 58.6 por ciento de la población
vive en la pobreza y de ellos el 27.7 por ciento en la pobreza extrema?
En seis de los 14 Departamentos (Cabañas, Ahuchapan, La Unión, Morazán,
Chalatenango y San Vicente) dos de cada tres habitantes viven en la
pobreza. En el país no hay generación de empleo mientras que la
población económicamente activa (PEA) ha subido en los últimos cuatro
años en casi 10,000 personas. Hay 600,000 negocios y sólo 161,000 están
registrados en el Ministerio de Economía. Más del 50 por ciento de la
PEA labora en el sector informal y hay un gran porcentaje de
trabajadores en las empresas formales que están empleados como
informales.
En Honduras la situación económica después del golpe de Estado en
2009 contra el presidente legítimamente elegido Manuel Zelaya empeoró.
El índice de la pobreza aumentó del 59 al 65 por ciento y prácticamente
todo el país está en venta. Siguiendo las recomendaciones del Fondo
Monetario Internacional (FMI) el gobierno de Porfirio Lobo recortó el
gasto público, redujo las prestaciones sociales y devaluó la moneda
nacional lempira, lo que generó la disminución de las reservas
internacionales a 200 millones de dólares. Hay pocas oportunidades para
los jóvenes encontrar un trabajo adecuado. Hay 229 maquiladoras
norteamericanas que emplean 139,000 obreros de los cuales 69 por ciento
son mujeres jóvenes.
¿Entonces, de qué reinserción de los pandilleros pueden hablar los
gobiernos si carecen de recursos e infraestructura? En la época de
severa crisis económica el presidente Porfirio Lobo y su homólogo
salvadoreño, Mario Funes están soñando con las donaciones extranjeras
para solucionar este problema, mientras, los europeos están pidiendo
plata a la América Latina y los norteamericanos, tramando nuevas
ganancias para sus transnacionales. Lo que se necesita para encontrar el
espacio adecuado para cada ser humano es transformar la sociedad,
haciendo esta tarea en conjunto y horizontalmente para transformar cada
país en lo que el poeta salvadoreño, Pedro Geoffroy Rivas decía: “Patria
con esperanza, firme, pura y limpia”.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
(RIANOVOSTI/ Vicky Peláez/19:37 31/05/2013)
© Photo Vicky Peláez
© Photo Vicky Peláez
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