Llegó un policía a la oficina
del comandante. No era cualquier policía, tenía grado de oficial. Le dijo al
comandante: jefe, me mandó el patrón, la gente del señor, que quieren que usté
jale con ellos y que no la haga de pedo y aquí está esto, no más porque son
buena gente y para empezar. Lo único que quieren es que los deje trabajar. Y
ya.
El comandante se le quedó
viendo. Volteó a ver el maletín y lo entreabrió. Fajos de billetes sujetados
con ligas peleaban entre sí por asomarse, brincar, salir de ahí. No, le
respondió. No puedo aceptar. No le dijo que ya tenía compromiso ni que era
honesto, ni que él trabajaba para el gobierno y para servir a la ciudadanía.
Simplemente contestó que no: llévate el maletín y haz de cuenta que aquí no pasó
nada, conmigo no hay ninguna bronca.
El policía se fue con la cara
chueca, la boca sellada y el puño de la derecha cerrado. Se despidieron a
distancia, como si no quisieran tocarse más. Elemental cortesía. El agente ni
se cuadró, solo dio la media vuelta, entre pasos que parecían tener prisa por
emprender una torpe retirada.
El comandante lo vio. Levantó
el teléfono y pidió que llamaran a alguien. Entró un uniformado, quien le contó
que ese agente que había salido trabajaba para un capo de una ciudad cercana,
que estaban agarrando fuerzas para entrar a la ciudad y controlarlo todo. Plata
o bala, así están operando, jefe.
Dos semanas después, el
comandante salía de su casa. Sus escoltas lo esperaban en otro automóvil y él
iba en la patrulla asignada. Llevaba a su hijo a la escuela. Temprano porque a
las ocho con diez cierran el cancel. Se escuchó un disparo y luego otro y luego
muchos. Los escoltas se parapetaron para responder. Las balas pasaban por todos
lados, zumbando, guiñando, coquetas y fogosas.
Volteó a ver a su hijo.
Sangre en un brazo. Decidió llevarlo al hospital en medio de esa bruma de
plomo. Los escoltas vigilaron su salida y respondieron al fuego con fuego. El
saldo fue de dos heridos, uno de los polis y el hijo del comandante, y un
supuesto sicario muerto. El escolta y su
hijo estaban fuera de peligro.
El comandante informó que el
ataque se había derivado de su trabajo contra la delincuencia. Se tocan muchos
intereses, dijo a los reporteros. Se incorporó a los pocos días al trabajo y
luego fue citado por la Procuraduría, que ya había iniciado las
investigaciones.
Vamos a investigar, a dar con
ellos. Un funcionario le prometió haremos justicia, comandante. Esto no se va a
quedar así, se lo aseguro. Por eso, le presento al oficial que se hará cargo de
las investigaciones, al frente de un grupo especial. Entró el oficial. El
comandante tembló: era el mismo del maletín. Ah, mucho gusto.
Columna publicada el 12 de agosto de
2018 en el edición 811 del semanario Ríodoce.
(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ 14 AGOSTO, 2018)
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