La incertidumbre y angustia
de cientos que nunca se expresó durante la campaña presidencial, cuando Andrés
Manuel López Obrador prometió que bajaría el 50% de los salarios a todos los
burócratas, cambió cuando un discurso de campaña se convirtió en una realidad
venidera, y a lo largo de las últimas semanas se han venido aireando las
preocupaciones de la alta burocracia. La línea de pensamiento es que la alta
burocracia gana mucho, que el país tiene muchos pobres que necesitan más recursos,
y que la mitad del salario de alrededor de 35 mil burócratas que ganan por
encima del techo señalado, ayudará a cambiar la distribución de la riqueza.
Así, las nóminas serán recortadas a machetazos.
Si López Obrador no cambia el
machete por el bisturí, su promesa de campaña se convertirá en una medida que
por las mejores razones tendrá las peores consecuencias para él, para su
gobierno y para quienes hoy celebran en el ajuste de cuentas salarial que
planea, porque serán quienes junto con el resto de los mexicanos paguen los
efectos que tendrá probablemente la tabula rasa que pretende el próximo
presidente de México, que llevará a una administración pública sin calidad de
gestión y con pérdida de experiencia.
Este alegado ha sido refutado
por López Obrador, quien ha dicho que hay mucha gente que quiere trabajar en su
gobierno, incluso sin salario alguno. Es posible que sea cierto, sobre todo en
aquellos que están ingresando al mercado laboral, lo que trasladaría la
discusión al tema de la experiencia. Quienes ofrecen trabajar sin goce de
sueldo, salvo que sean millonarios filantrópicos, habría que ver de qué
vivirían o de dónde piensan sacar esos recursos que no sean del erario. Las
buenas intenciones no llevan siempre a las mejores soluciones.
Un ejemplo que ilumina la
dimensión de esta medida es el Banco de México, que tiene como misión mantener
controlada la inflación, y cuyo trabajo ayuda a evitar crisis y colapsos
económicos. Todos los días observan los comportamientos de las economías en el
mundo, los efectos que tienen sobre ellas decisiones de otros gobiernos –como
se aprecia la inestabilidad en Turquía por los nuevos arancelarios impuestos
por Estados Unidos-, o incluso aspectos subjetivos como las declaraciones de un
líder, que si atemoriza a los mercados, pega invariablemente a las divisas del
mundo. Esos equilibrios que se dicen rápido, como en esta descripción muy
general de cómo operan algunas de sus áreas, son profundamente complicados.
Esas decisiones se toman a
partir de la información que les dan funcionarios de la alta burocracia que se
han especializado en el análisis de comportamientos específicos. Sus informes y
reportes los revisa la Junta de Gobierno del Banco de México que decide si, por
ejemplo, recorta el dinero que se envía diariamente a los bancos comerciales
para reducir el circulante y contener la inflación, o intervenir en el mercado
de divisas para prevenir inestabilidad cambiaria, que son dos aspectos de alto
impacto sicológico entre los mexicanos. También hay quienes revisan
permanentemente el estado de las reservas internacionales y monitorean sus
flujos.
Quienes hacen ese delicado
desconocido trabajo que afecta a 130 millones de mexicanos, tienen niveles de
especialización que fueron adquiriendo con la expectativa de hacer una carrera
dentro del servicio público que iba a pagarles lo suficiente para poder llegar
a jubilarse, con una pensión suficiente para vivir dignamente y que les
permitiera tener y educar a sus hijos como quisieran. En este momento hay
funcionarios muy angustiados en el Banco de México, con créditos hipotecarios,
con hijos pequeños y lustros de educación por delante, que están viendo cómo la
reducción salarial hará imposible que paguen sus deudas o que sus hijos puedan
seguir la educación que tenía diseñada para ellos apenas hasta hace unos meses.
Su desarrollo profesional
también se verá mermado, no porque pueda perder el trabajo sino porque en el
momento que esté en condiciones de jubilarse, su pensión va a ser la mitad de
lo que esperaba después de haber dedicado dos o tres décadas al servicio
público. No son pocos los que en el Banco de México, como en otras áreas de
especialización, están pensando en renunciar al llegar el nuevo gobierno.
Proporcionalmente, en el sector privado hay evaluaciones para ampliar sus
plazas ejecutivas para emplear a personas altamente capacitadas que se preparan
a dejar el servicio público ante la próxima la pauperización salarial. Un
problema adicional, quizás más grave por el horizonte ominoso a largo plazo, es
que debajo de esos funcionarios, jóvenes que llegaron al Banco de México con un
plan de vida y que en una primera instancia no les afecta la reducción
salarial, entrarán a una fase donde su evolución salarial quedará truncada,
porque jamás podrán ganar más que sus jefes. ¿Cuánto tiempo más se quedarán en
la institución? Con su entrenamiento, ofertas en el sector privado nunca
faltarán.
Suplirlos, cuantitativamente,
podrá no ser problema, como afirma López Obrador. La calidad de su trabajo es
otra cosa. Tomar buenas decisiones bajo presión, con estrés, no se enseña en
las universidades sino en el campo. Cuando alguien tiene que tomar una decisión
de esa naturaleza, sin perder minutos y sabiendo que de lo que haga depende el
bienestar de millones de personas, los años de conocimiento adquirido es lo que
ayuda al temple y a tener la cabeza fría. No se trata de inteligencia, sino de
experiencia y conocimiento aplicado. Eso no se tiene con los salarios que
quiere imponer López Obrador. A esa franja de la alta burocracia le va a pagar
cacahuates. Entonces, cacahuates tendrá.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ ESTRICTAMENTE
PERSONAL/16 DE AGOSTO DE 2018)
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