Don Raúl Garza Cabello fue un hacendado
del rancho San José de los Nuncio, en Ramos Arizpe, que aún en la década de los
sesenta trataba como esclavos a los campesinos: no pagaba, impuso una tienda de
raya, quitaba cosecha y ganado, prohibía tomar agua del pozo y sacaba a los
niños de la escuela para que repararan un muro de piedra. Familiares de don
Raúl, sin embargo, dicen que él siempre ayudó a su pueblo
Fotos: Vanguardia/Héctor García
Por Jesús Peña
Fotos: Héctor García
Edición: Nazul Aramayo
Diseño en edición impresa: Édgar de la Garza
Cuando los funcionarios de
las dependencias venían a checar el rancho, el patrón los llevaba pa la sierra,
se paraba con ellos, y algunos de sus caporales, en filo del cañón, divisaba y
decía, “mira, ¿ves aquellos montones que están allá?, son las vacas. Mira, todo
eso que se ve allá son vacas”.
No eran vacas, eran las
palmas, los sotoles prietos, pero como a la lejanía no se distinguía bien si
era animal o chaparro, él los hacía pasar por vacas.
Ésta es la escena que, según
los hijos y nietos de los antiguos pobladores de San José de los Nuncio, pinta
mejor a don Raúl Garza Cabello, el cacique mayor de estas tierras.
“Pensaba mi tío Vicente,
‘¿cuáles vacas?’, él le conoció todo el rancho”, cuenta Francisca Álvarez
Rodríguez, hija de don Bartolo Álvarez,
un agricultor del rancho, ya muerto.
Otras veces el patrón llegaba
al rancho con gentes del Gobierno, delegados agrarios, jefes de oficinas
importantes, les hacía un cabrito, un borrego, una carne asada y los
emborrachaba con tequila.
“Yo con una botella de
tequila los contento y los compro”, profería a voces por el pueblo.
Entonces don Raúl era el amo
y señor de las 44 mil hectáreas donde está asentado San José: cobraba con
granos y animales la renta de agostadero y parcelas a los campesinos, y no
pagaba jornales a los hombres que trabajan, de sol a sol, para él en su
aserradero.
“Yo todo el tiempo estuve en
contra y le decía a papá ‘oiga, si usted trabaja las tierras, ¿por qué le da a
él?’, dice ‘no, hijo, es que es el patrón’, ‘pos sí –le dije–, pero si es el
patrón, que le compre semilla o que lo apoye con algo’ y dice ‘no, hijo, ¿pero
cómo?, si nosotros estamos en terrenos de él, por eso le damos’”, dice Agustín
Regino Torres, hijo de Antonio Regino Vallejo, un caporal de San José.
El padre de Agustín era uno
de los que daban la vida por don Raúl, lo que el patrón decía eso se hacía.
Don Teodoro, el papá de Juana
María Calvillo, otra habitante de San José, tenía cabras, y el amo le cobraba
20 ó 30 chivas anuales, como arriendo de las tierras.
Entonces en el rancho
sembraban sólo cada vez que al cielo le deban la gana llover, no había sistema
de riego, aun así don Teodoro, el papá de Juana María, era de los que más
cosechaba y, por ende, de los que más tributaba al señor cacique.
Peticionarios Desde 1969, los campesinos
y ahora sus hijos han pedido al Gobierno las tierras de San José para formar un
ejido. No han recibido respuesta.
LOS LUGAREÑOS LE TENÍAN MIEDO, ERA EL PATRÓN
Corría la década de los
sesentas y en el rancho de San José de los Nuncio, localizado en Ramos Arizpe,
a unos 40 kilómetros de Saltillo, los tiempos de la esclavitud no habían
terminado.
Seguido el cacique irrumpía
en la vieja escuela del rancho, sacaba del salón a varios chiquillos y se los
llevaba a trabajar al monte, a reparar la cerca de piedra del potrero donde los
pobladores criaban el ganado.
Aquella cerca, de la que aún
quedan vestigios, impedía que los animales brincaran a los sembradíos.
Medía 12 kilómetros y llegaba
hasta arriba de la sierra.
Al muchacho que osaba
desobedecer, el amo lo agarraba a patadas y amenazaba a los padres con sacarlos
de su casa y correrlos del lugar.
Como las familias eran pobres
y numerosas, los niños tenían que resignarse a hacer los trabajos forzados, sin
paga de por medio.
Rico hacendado del rancho San
José de los Nuncio, en Ramos Arizpe, allá por los años sesenta.
“Decía papá ‘a dónde me voy
con 15 hijos que tengo que mantener’. Cuando estaba yo en la escuela de la
comunidad, porque aquí nací y aquí me crié, el señor Garza Cabello llegaba,
sacaba a los que éramos de sexto año para ir a reparar cercas. Nos sacaba
porque él era el que mandaba, te gustara o no tú tenías que ir a donde el señor
te llevara. Nos llevaba a reparar la cerca de San Lucas que es de piedra, a
subir las piedras que estaban caídas, nos sacaba de la escuela como si fuéramos
de su propiedad. No lo puedo olvidar”, dice Cruz Calvillo Peña, el presidente
del Comité Particular Ejecutivo Agrario de San José de los Nuncio.
Pa sus fiestas y comilonas en
la casa grande, el señor disponía de los cabritos o los becerros que eran de
los campesinos, sin que nadie se atreviera a levantar la voz.
“Nomás se le ponía y era de
‘vayan con fulano y tráiganse una cabra’ o ‘vayan con zutano y tráiganse un
cabrito o dos cabritos’, por eso comían carne, por eso tenían, porque de la
misma gente del racho se servían”, platica Elizabeth Álvarez Huerta, la hija de
Wenceslao Álvarez, otro labriego de San José, también fallecido.
Algunos agraristas se habían
ido a vivir allá arriba, a la sierra, que entonces era una alfombra de pino,
para trabajar en el aserradero del señor.
Cortaban árboles, los pelaban
y desde la sierra a bajar los potes en burros.
CONFLICTOS POR LA TIERRA:
Elizabeth Álvarez, habitante de San José
de los Nuncio. Fotos: Vanguardia/Héctor García
“Le mandaban hablar a la patrulla por cualquier cosa,
ya sea que anduvieran recogiendo leña para hacer de comer o nada más porque les
daba gana le hablaban a la patrulla”.
Elizabeth Álvarez,
habitante de San José de los Nuncio.
Mariano Medina, ex trabajador de don Raúl Garza.
“Ya cuando no encontraron cargos me dijeron
‘discúlpenos’. Me tuvieron preso dos años
injustamente”.
Mariano Medina, extrabajador de don Raúl Garza.
Rosa Ofelia Garza de la Peña, hija de
Raúl Garza Cabello. Fotos: Vanguardia/Héctor García
“Nunca han pagado renta,
nunca nada, ellos no tenían problema. Mi padre siempre los ayudó muchísimo, a
todos los del rancho los ayudó”.
Rosa Ofelia Garza de la Peña,
hija de Raúl Garza Cabello.
Maldición. Gente asegura que durante el
reinado del cacique don Raúl Garza Cabello, en el rancho no volvió a llover.
EL CACIQUE NO LES PAGABA
Agustín Regino tenía 10 años
y ya andaba con su padre en la sierra.
“Que yo recuerde a mi papá
nunca le pegaron. Ya de grande platicaba yo con mamá, ‘¿cuánto le pagaba Raúl a
papá por la madera?’, dice ‘no, mijo, si vieras cómo batallaba. A veces que tu
papá venia de allá arriba, pero haz de cuenta que no había ido pa allá’, porque
Raúl no le pagaba”.
Llegado el tiempo de la
cosecha, el amo iba hasta las parcelas y cargaba sus camiones con la mitad, a
veces la tercera parte, del maíz y el frijol que los labriegos sembraban para
mantener a sus familias.
Entonces no había tractores y
los campesinos barbechaban con arados.
Era un trabajo duro.
“Mi papá estaba de mediero,
ahí todo el que tenía parcela era mediero, o sea que de la cosecha se le daba
la mitad al patrón y la mitad se quedaba para el que lo cultivaba”, dice
Francisca Álvarez Rodríguez.
Ese era el cacique don Raúl
Garza Cabello.
¿Invasores de tierras? Don
Raúl y sus familiares, previendo el pleito agrario que se venía, vendieron
miles de hectáreas del rancho, unas 23 mil, y culparon a los campesinos,
nacidos y criados allí, de despojo e invasión de tierras.
Abusos. Los niños tenían que
reparar la cerca de piedras que se extendía por 12 kilómetros hasta arriba de
la sierra.
Por eso fue que en 1969 los
campesinos de San José, 39, se levantaron y pidieron la tierra al Gobierno para
formar un ejido.
Al patrón le temblaron las
piernas.
“Vivíamos casi en la misma
casa grande, el señor Raúl Garza iba a tomar café con mamá y una vez hizo un
comentario sobre esto de las tierras; le dice a mis papás ‘no Toño y tú Chelo,
que la gente no se ponga en contra mía porque sí me friegan’, le dice mamá
‘Raúl, pero si tú eres el dueño, no tienen por qué hacerte nada’, dijo, ‘pero
ya ves, si la gente del rancho se me pone en contra, sí me pueden fregar’”.
Desde entonces las cosas en
San José se pusieron más complicadas.
Las familias, parientes, amigos
y vecinos del rancho se dividieron en dos grupos antagónicos: los que estaban
por la emancipación de las tierras y los que estaban a favor del cacique Raúl
Garza; los que vivían en el centro, donde se hallaba el casco de la hacienda, y
los que tenían sus moradas en el sur, rumbo a las parcelas.
El conflicto llegó a tal
grado que cierto día José Ángel, un tío de Francisca Álvarez, se presentó en la
casa de Francisca, mandado por el cacique, para sacar arrastrando del cuello
con una reata a su padre Bartolo.
44 MIL HECTÁREAS DONDE ESTÁ ASENTADO SAN JOSÉ ERAN
PROPIEDAD DE DON RAÚL GARZA CABELLO.
Costumbres. Los adultos trabajadores
recibían un boleto para surtir su despensa en la tienda de raya.
José Ángel era primo hermano
del papá de Francisca.
“Traía la reata, nada más que
no se animó porque mi mamá y yo estábamos con mi padre. Lo iba a lazar del
cuello, lo iba a sacar en rastra. Raúl lo mandó… Nosotros no íbamos a dejar que
hiciera eso con mi papá. Sí, éramos de los mismos, hasta eso llegó…”
El patrón don Raúl Garza
mandó quemar las cercas y tumbar las huertas de los campesinos, quemó la cerca
y tumbó la huerta de duraznos de don Bartolo Álvarez, que era una de las
mejores y más grandes del rancho.
“Pos ya qué hacía mi papá,
aguantar nomás. Tenía muchos duraznos y estaban dando fruto. Mi papá acarreaba
el agua desde el rancho, sus dos tinas para regar de a charquito”, narra
Francisca Álvarez, la hija de don Bartolo.
Don Raúl prohibió a los alzados,
a los que estaban en favor de la formación del ejido, que agarraran agua de los
pozos de la comunidad, siquiera para tomar.
Y ordenó a su gente, la gente
que daba la vida por él, la que no se le había volteado, la que tuvo miedo
sublevarse con los 39 campesinos que habían decidido luchar por la tierra,
apedrear a cuanto rebelde sorprendieran sacando agua de los pozos.
Tributo. El hacendado no
pagaba por el trabajo, pero sí cobraba rentas: se llevaba cosechas y animales
de los labriegos.
Ya no los dejó cortar
candelilla ni lechuguilla en el monte, uno de los pocos oficios que les
permitían a los campesinos sacar algo de dinero.
Y cuando el amo los pillaba
bajando leña de la sierra, que los campesinos llevaban a vender a las
panaderías y las casas de Ramos Arizpe o usaban en sus chimeneas, hacía venir a
la policía para que los detuvieran y los encerrara en la cárcel municipal, de
la que al poco rato salían por falta méritos.
“Le mandaban hablar a la
patrulla por cualquier cosa, ya sea que anduvieran recogiendo leña para hacer
de comer o nada más porque les daba gana le hablaban a la patrulla y ya estaba
la patrulla ahí”, dice Elizabeth Álvarez, la hija de don Wenceslao Álvarez, uno
de los líderes de la lucha por las tierras de San José.
Los muchachos del rancho no
podían salir a dar la vuelta o ir a alguna fiesta porque eran agredidos por los
achichinques del amo, que los perseguían a caballo, los lazaban del pescuezo
con sus reatas y les pegaban.
Gente asegura que durante el
reinado del cacique don Raúl Garza Cabello, en el rancho no volvió a llover, como si hubiera
caído sobre San José una maldición.
Infancia perdida. Los niños
eran sacados de la escuela para trabajar en el monte como si fueran propiedad
del cacique.
Así era la vida en este
pueblo árido.
Los viejos que aún quedan en
el rancho no guardan en su memoria testimonios del pasado remoto de esta
comunidad.
Pero saben de cierto que para
cuando el amo don Raúl Garza Cabello llegó aquí, el rancho ya era rancho.
Y el granero o galerón, los
corrales de manejo y las casas de adobe de los pobladores, enjarradas con arena
y cal, habían sido levantados por sus abuelos, bisabuelos y tal vez
generaciones anteriores.
Terminó la sequía. Cuando el
hacendado murió, hace 15 años, el cielo se puso negro y se soltó un ventarrón;
luego cayó una lluvia torrencial como hacía mucho tiempo no caía en el poblado.
Te daban un boletito de tienda de raya, porque
había tienda de raya, y nada más ahí podías surtir tu mandado”.
CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL
COMITÉ PARTICULAR EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.
Los señores Garza no habían
fundado el rancho, cuya edad se calcula en 200 años.
“No, ya las casas éstas sabrá
Dios quién las haría. Pa cuando yo nací, ya estaban”, relata María Marcos Rocha
Vega, una de las mayores entre los ancianos del lugar.
Los aldeanos habían oído en
pláticas de sus padres, de una tal o un tal Encarnación Dávila, nunca supieron
si era hombre o mujer, que fue el último dueño de estas tierras; y habían oído
también, por boca de sus ancestros, de unos Cabello, los abuelos del patrón
Raúl Garza, que eran los administradores cuando el rancho se llamaba Hacienda
de San José de los Nuncio.
“Decía mi papá que los
Cabello no eran dueños, ellos estaban de administradores. Eran administradores
del mero dueño. No sé cómo estuvo, fallecería el propietario o no sé y ellos se
quedaron con la hacienda. Decía papá, ‘pero es que yo no sé cómo la gente no
entiende, si estos no tienen nada, no son dueños’”, cuenta Francisca Álvarez
Rodríguez.
Cruz Calvillo Peña, presidente del
Comité Particular Ejecutivo Agrario de San José de los Nuncio. Fotos:
Vanguardia/Héctor García
Nos llevaba a
reparar la cerca de San Lucas que es de piedra, a subir las piedras que estaban
caídas, nos sacaba de la escuela como si fuéramos de su propiedad”.
CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL COMITÉ PARTICULAR
EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.
Cruz Calvillo Peña se va
todavía más atrás y dice que San José es un asentamiento humano muy antiguo al
que llegó gente porque había agua, y ahí se quedó.
Pero los lugareños, quién
sabe por qué, se hicieron a la idea de que don Raúl y su familia eran los
dueños de la tierra, de las casas y de las personas.
“Ahí se hacía lo que ellos
decían”, completa Agustín Regino.
Los que lo conocieron dicen
de don Raúl Garza Cabello que era un hombre alto, grueso, güero, calvo y tenía
una hernia inguinal gigantesca que se le movía cuando caminaba.
Hablaba fuerte, muy golpeado,
y le gustaba el trago.
“En ese tiempo a él y a su
hermano les decían ‘los niños’ porque no supieron qué hacer con el dinero que
tenían, más que tomar. Allá en Ramos así los conocían, como ‘los niños’”, dice
Mariano Medina, un campesino que llegó de Zacatecas a vivir a San José en 1968.
Fotos: Vanguardia/Héctor García
Raúl y su hermano Alfredo
habían heredado de sus padres algún ganado, “pero platicaba mi mamá que ellos
en borracheras se lo fueron acabando, hasta que quedaron sin nada”, cuenta
Agustín Regino.
Hacía años que la época de
las haciendas y los hacendados se había terminado, pero en el rancho
sobrevivía, como un mal recuerdo, la tienda de raya que era del patrón don
Raúl.
En aquellos días había en San
José otra tienda propiedad de un señor Jesús Lucio Zamora, al que el amo Raúl
acostumbraba hincar y cachetear, delante del pueblo, cada vez que lo pescaba
vendiendo mandado a los lugareños.
“Te daban un boletito de
tienda de raya, porque había tienda de raya, y nada más ahí podías surtir tu
mandado”, cuenta Cruz Calvillo Peña, hijo de don Teodoro Calvillo Cortés, uno
de los principales gestores del movimiento por el ejido en San José.
El patrón don Raúl siguió
viviendo de las rentas de las parcelas y el agostadero, renta que cobraba con
las cosechas y los pocos animales de los campesinos.
La mamá de Cruz Calvillo
todavía alcanzó a decirle al patrón: “llévatela, infeliz, porque ésta es la
última cosecha que vas a levantar”, y como si hubiera lanzado un juramento,
jamás en el rancho recogieron una producción tan importante como las del padre
de Cruz.
El suegro de Elizabeth
Álvarez, Antonio Flores, tenía mucho ganado, tenía cabras y vacas y, por lo
mismo, debía rendir tributo a don Raúl Garza Cabello.
Ni para tomar. Don Raúl prohibió a los
que querían formar un ejido que tomaran agua de los pozos. Ordenó apedrearlos
si lo intentaban.
“Nada más le daba su gana,
llevaba un comprador y escogía, eran escogidas, no era la que mi suegro
quisiera darle, no, escogía seis o siete cabras de cada gente del rancho y se
las llevaba, que era por la renta. También iba por una o dos vacas o toros o
becerros con el comprador y ya escogiditos”.
Los días se habían hecho tan
insoportables en San José que algunas familias prefirieron migrar de las
ciudades y olvidarse de todo.
Pasó el tiempo y la respuesta
del Gobierno ante la solicitud de las tierras, por parte de los campesinos de
San José, nunca llegó.
Con los años, los abusos del
cacique se intensificaron.
Don Raúl y sus familiares,
previendo el pleito agrario que se venía, vendieron miles de hectáreas del
rancho, unas 23 mil, a particulares y culparon a los campesinos, nacidos y
criados allí, de despojo e invasión de tierras.
“Nos están tachando de
delincuentes, dicen que estamos vendiendo terrenos, que estamos invadiendo. No
es cierto, nosotros aquí nacimos, nuestros antepasados son de aquí desde mi
bisabuelo, ¿quién invadió a quién?
No le debemos nada a nadie”,
dice Cruz Calvillo, el presidente del Comité Particular Ejecutivo Agrario de
San José de los Nuncio.
Las parcelas donde antes
estuvieron las huertas y las labores de los antiguos pobladores fueron ocupadas
por varias empresas avícolas, últimamente Bachoco que, por arreglos con los Garza,
se negaron a dar trabajo a los peticionarios de la tierra y sus descendientes.
En 2006, Rosa Ofelia y Raúl
José Garza de la Peña, los hijos del patrón, iniciaron una persecución en
contra 10 campesinos acusados de haber invadido sus tierras y las de la granja
Bachoco.
Dos fueron encarcelados en el
penal de Saltillo por varios años.
Mariano Medina, ex trabajador
del amo don Raúl, es uno de ellos.
“Le preguntó la juez al
testigo principal que traían los Garza si me conocía de mucho tiempo y dice el
señor ‘no, yo ni lo conocía’. Ya cuando no encontraron cargos me dijeron
‘discúlpenos’. Me tuvieron preso dos años injustamente”.
Control. Los muchachos del rancho no
podían salir a dar la vuelta o ir a alguna fiesta porque eran agredidos por los
achichincles del amo.
Nos están tachando de delincuentes, dicen que estamos
vendiendo terrenos, que estamos invadiendo. No es cierto, nosotros aquí
nacimos”.
CRUZ CALVILLO PEÑA, PRESIDENTE DEL COMITÉ PARTICULAR
EJECUTIVO AGRARIO DE SAN JOSÉ DE LOS NUNCIO.
Al estilo de la vieja
escuela, los familiares del patrón don Raúl Garza han incendiado cercas,
quemado jacales, robado animales y amenazado de muerte a quienes encabezan la
lucha por la tierra en San José.
“Y hace unos días publicaron
en redes sociales que traerían un grupo de choque para desalojarnos”, dice Cruz
Calvillo.
Hoy el conflicto en San José,
entre los peticionarios y los familiares del ya finado señor Raúl Garza
Cabello, se ha tornado aún más virulento.
Hay juicios y sentencias,
papales y más papeles, en los que ambas partes aseguran tener la razón.
Mientras los pobladores
originarios del rancho esperan, contra toda esperanza, que por fin les sea dada
la tierra.
Resignación. Los lugareños se hicieron a
la idea de que don Raúl y su familia eran los dueños de la tierra, de las casas
y de las personas.
‘MI PADRE AYUDÓ
A TODOS LOS DEL RANCHO’
En torno al conflicto por las
tierras en San José de los Nuncio, Rosa Ofelia Garza de la Peña, hija de Raúl
Garza Cabello, manifestó que el rancho ha pertenecido a su familia desde 1891 y
ha ido pasando de generación en generación, hasta la actualidad, que va por la
séptima.
Mencionó que la mayoría de la
gente de San José nunca se sumó al pleito agrario, porque siempre contaron con
parcelas y casas, “nunca han pagado renta, nunca nada, ellos no tenían
problema. Mi padre siempre los ayudó muchísimo, a todos los del rancho los
ayudó”.
Dijo que todo empezó hace 25
años cuando al pueblo llegó, procedente de Zacatecas, una señora de nombre
Elidia Palafox González, quien, en contubernio, con Cruz Calvillo Peña,
descendiente de los antiguos pobladores del rancho, comenzó a invadir y vender
terrenos.
“Llega esta mujer y de ahí
empiezan a quererse apropiar más de lo que tenían asignado, de la casa donde
vivía Cruz”.
Detalló que en 2006 la
autoridad giró órdenes de aprehensión en contra de Elidia Palafox González,
Cruz Calvillo Peña, Marco Antonio Cedillo Calvillo, Luz Muñiz Malacara, Felipe
García, entre otros, por los delitos de invasión y despojo de tierras, en perjuicio
de las familias Garza de la Peña, Garza Cabello y de la empresa Bachoco que,
desde hace años, tiene sus instalaciones
en San José de los Nuncio.
“Elidia y Cruz se esconden,
durante dos años, se desaparecieron del rancho, prescriben las órdenes de aprehensión,
regresan y hacen lo mismo”.
Aclaró que tanto sus abuelos
como su padre, Raúl Garza, siempre se dedicaron a la ganadería, actividad que
ella heredó.
Y mostró, como prueba, el
registro de su fierro de herrar.
Exhibió además una escritura
que acredita a su familia como dueña de la propiedad de San José de los Nuncio,
el pago de predial de 2017 y una sentencia emitida por el Tribunal Agrario
donde dice que el rancho es una “pequeña propiedad inafectable”.
Finalmente hizo un llamado a
la comunidad:
“Le digo a la gente ‘no se
dejen engañar’, esta señora (Palafox) es bastante labiosa, porque a eso se
dedica, a la estafa”.
A su servicio. Para sus fiestas en la
casa, el amo disponía de los cabritos o becerros de los campesinos, sin que
nadie se atreviera a levantar la voz. Fotos: Vanguardia/Héctor García
HABITANTES DEFIENDEN A DON RAÚL
Doña María Marcos Rocha Vega,
una de las mayores entre los viejos de San José, conoció desde niño y acompañó
durante sus últimos días a don Raúl Garza, siendo su empleada doméstica.
“Nunca tuvimos problemas con
él y no hemos tenido problemas con la familia”, dice.
Y dice de él que fue una
persona muy fina, muy legal.
Guadalupe Flores tenía cinco
años cuando sus padres la trajeron a vivir a San José.
“Hemos vivido muy a gusto,
aquí los patrones nunca se metían con uno ni pa bien ni pa mal. Bien lindas
gentes. Estamos viviendo en sus casas, no pagamos renta. Ellos nos dicen que
aquí es de nosotros. Para mí (Raúl Garza), era bien linda gente, quién sabe
para otras personas”.
Y platica, sin que nadie le
pregunte, que en San José no hubo nunca tienda de raya ni los patrones les
pedían parte de animales o cosechas.
“Aquí vivíamos como dueños”.
Martha Regino está contenta
porque dice que la familia del antiguo patrón, los Garza de la Peña, le
prometieron darle en comodato el terreno donde ha construido su casa.
“Para que no haya problemas
al rato, por ese pleito que traen con los ejidatarios”.
Y declara que a los únicos
que reconoce como propietarios del rancho son a los familiares de don Raúl: el
ingeniero Alfredo Garza Cabello y María Esther Garza Cabello.
“Más gente no”.
¿Cómo los trataba el patrón?
Eran muy buena gente. Los
chiquillos no salíamos de con él, ahí nos daba de comer y de almorzar, nos
traía pan, dulces, hacía sus fiestas con bastante carne y nos invitaba a todos.
EPÍLOGO
Algunos pobladores de San
José recuerdan que el día que murió el amo don Raúl Garza, de eso hace ya unos 15
años, el cielo se puso negro y se soltó un ventarrón que casi doblaba los
pirules y los mezquites del rancho.
Cayó luego una lluvia
torrencial como las que hacía tiempo no caían en el poblado.
A partir de entonces volvió a
llover en San José.
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