Jesús Lemus Barajas, periodista que fue
encarcelado injustamente, afirma que dos cosas le fueron de utilidad para
sobrevivir a la cárcel: “Nunca dejé de ser periodista, mientras estuve ahí
siempre pensé que estaba trabajando, que estaba investigando. Eso me ayudó a no
pensar que tenía a cuestas una condena de 20 años, porque si no me hubiera
derrumbado”. Y La otra, es que siempre trató de conservar un bajo perfil.
“El buen periodismo, valiente, honesto,
no tiene sociedad; está solo”: Javier Valdez. Lo mataron
Ciudad de México, 20 de
agosto (SinEmbargo/Infobae).- En mayo de 2008, el periodista mexicano Jesús
Lemus Barajas era director de un medio local en el municipio de La Piedad, en
Michoacán, el estado en el que dos años antes el entonces Presidente de México,
Felipe Calderón Hinojosa, había lanzado su famosa guerra contra el narco, que
se convertiría en el estandarte de su gobierno.
En medio de esta guerra,
Lemus Barajas empezó a publicar información en la que relataba presuntas
relaciones de gente cercana a Calderón con el Cártel de la Familia Michoacana.
Sucedió lo que nunca hubiera
pensado: el 7 de mayo fue detenido en Guanajuato acusado de ser el segundo de
los líderes más importantes de la Familia Michoacana y después enviado a un
penal de alta seguridad donde convivió con jefes narco, secuestradores,
criminales y hasta el asesino confeso de un ex candidato a la presidencia.
En entrevista con Infobae,
asegura que en medio de estos personajes encontró la solidaridad que le
permitió preparar la apelación a través de la cual se reconoció su inocencia,
pero también sobrevivir en medio de un infierno que convirtió en dos libros en
los que platica pasajes desconocidos de estas figuras, pero también la historia
de cómo ha sobrevivido a las persecuciones y amenazas de las que sigue siendo
objeto.
“De la noche a la mañana
terminé siendo secuestrado por la Policía Ministerial de Guanajuato. Me llevan
y termino acusado de narcotráfico. Me ponen en una estructura jerárquica que
diseñó el Ministerio Público en la que primero estaba ‘El Chayo’ (uno de los
fundadores del cártel), luego yo, después ‘La Tuta’ (el último líder) y luego
toda la estructura”, relata.
Las horas siguientes fueron
de terror. Recibió toques eléctricos, fuertes golpes en la cabeza y en la
espalda, lo ahogaban con bolsas de plástico en la cabeza. Fue torturado a tal
grado que su estado físico le impidió firmar una declaración pre fabricada en
la que reconocía pertenecer al grupo criminal.
“Primero querían que firmara
que era miembro de Los Zetas, luego del Cártel del Golfo, luego de la Familia
Michoacana. No podía firmar porque después del proceso de tortura no sentía las
manos, no podía ni levantar ni el lápiz, si hubiera estado más cuerdo a lo mejor
sí hubiera firmado. No fue una decisión consciente no firmar sino natural por
la ‘madriza’ que me pusieron”, recuerda.
Sin una confesión firmada,
Lemus Barajas fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande,
en el estado de Jalisco, a donde llegó “recomendado”, como se dice en México
cuando un reo tiene que recibir un tratamiento “especial”.
A su llegada a la cárcel
recuerda que fue recibido a gritos, obligado a desnudarse enfrente de un grupo
de policías y una enfermera que era la encargada de inspeccionar sus cavidades
corporales. Después de haber ingerido una sustancia que le secó la boca tuvo
que correr esposado por un largo pasillo. Durante seis meses era despertado en
la noche y obligado a correr desnudo en una superficie del tamaño de una cancha
de basquetbol, después lo hincaban para que unos perros le ladraran en las
orejas, no recibía visitas, en días tampoco alimentos o no lo dejaban bañarse
“solo faltó que entrara otro ‘cabrón’ a mi celda a violarme”.
Jesús Lemus fue acusado de pertenecer a
un cártel narco. Foto: Infobae/Especial
COMPAÑÍAS INESPERADAS
En la cárcel todos sabían que
Lemus Barajas era periodista porque a su llegada al pabellón donde estaba su
celda, un guardia lo gritó ante todos los reclusos. Conforme fueron pasando las
semanas empezó a conocer a sus compañeros de las celdas contiguas con los que
sólo interactuaba en las noches, a través de pequeñas charlas mientras no
estaban los guardias.
Entre estos personajes estaba
Rafael Caro Quintero, ahora prófugo, uno de los fundadores del Cártel de
Guadalajara; Alfredo Beltrán Leyva “El Mochomo”, también narcotraficante;
Daniel Arizmendi “El Mocha Orejas”, un secuestrador famoso por mandar las
orejas de sus víctimas a sus familiares; Mario Aburto Martínez, acusado del
asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en 1994; Armando
Amezcua Contreras, del extinto Cártel de los Amezcua; Humberto Rodríguez
Bañuelos “La Rana”, asesino del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo; Álvaro de León
“El Duby”, integrante de una banda llamada “los narco satánicos”; Carlos
Rosales, el fundador de La Familia Michoacana y Noé Hernández “El Gato”, preso
por violar y asesinar a dos niñas.
Recuerda que cuando estaba en
el área de Observación y Clasificación, las charlas nocturnas en la cárcel
giraban en torno a enfrentamientos entre cárteles, muertos, venganzas y
cargamentos de droga. Él no tenía mucho que platicar sobre esos temas se
limitaba a escuchar y a escribir apuntes en pedazos de papel sanitario con una
tiza improvisada sobre los relatos de sus compañeros que después entregaba a su
esposa y a su hija en los locutorios. Para sacarlos de la cárcel los escondían
en los zapatos y así los fueron guardando.
“El Gato”, relata, fue el
primero que se dio cuenta de su inocencia porque en sus charlas, no tenía
muchas historias violentas que contar.
Carlos Rosales pudo confirmar
que no formaba parte de la estructura de la Familia Michoacana, “el siempre me
reconocía que era periodista”, afirma y reitera que es “una víctima de la
guerra del narcotráfico de Felipe Calderón. A mí me llevó a la cárcel ser
periodista”.
Cuando pasó al área de
Procesados ocupaba la celda 159, su vecino de la celda 160 era Caro Quintero
quien ahora es uno de los hombres más buscados de México y Estados Unidos. Fue
precisamente el capo junto con Amezcua quien lo ayudó a preparar su apelación
ante un juez luego de haber recibido una sentencia de 20 años y del asesinato
de sus tres abogados.
Mario Aburto está preso desde 1994
acusado del asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. Foto:
Infobae/Especial
LAS CONFESIONES
Jesús Lemus afirma que dos
cosas le fueron de utilidad para sobrevivir a la cárcel: “Nunca dejé de ser
periodista, mientras estuve ahí siempre pensé que estaba trabajando, que estaba
investigando. Eso me ayudó a no pensar que tenía a cuestas una condena de 20
años, porque si no me hubiera derrumbado”.
La otra es que siempre trató
de conservar un bajo perfil. Por su carácter logró ganarse la simpatía de
muchos reos, “algunos me veían como bufón y por eso les caía bien”. Cuando
recibió sentencia pasó a otra área del penal en la que ya podía interactuar con
otros reos e incluso tener libretas y algo para escribir.
Con la interacción fueron
llegando las confesiones.
Caro Quintero siempre negó
que hubiera participado en el asesinato del agente estadounidense Enrique
Camarena Salazar, en 1985, y por el cuál fue detenido y sentenciado a 28 años
de cárcel.
“El Mocha Orejas” le confesó
que siempre le cortaba las orejas sus víctimas porque a su juicio era la parte
del cuerpo que menos usaba el ser humano.
“Decía que yo era muy
preguntón y me respondía que las orejas eran la parte que menos le duele y que
menos utiliza una persona, ‘si te molesta no tener orejas te compras una
pelucas y te tapas’, decía y se reía”.
Escuchó muchas historias del
canibalismo que se practica entre los cárteles de la droga, desde los narco
satánicos hasta Los Zetas, “que esto generalmente se les atribuye a Los Zetas,
pero yo digo que es algo que lo hacen todos para desaparecer al enemigo”.
Sobre Mario Aburto,
sentenciado a 45 años de prisión por el asesinato de Colosio, asegura que no es
“él no lo mató”.
“Mario Aburto está jodido emocionalmente
por los años que lleva de prisión ni siquiera sabe por qué está allí. El lee
mucho, pero se queda como retraído en las pláticas”, agrega.
Una de las confesiones que
más le sorprendió fue la de “La Rana”, quien en la década de los noventa lo
mismo trabajaba para el Cártel de Sinaloa que para los Arellano Félix.
La versión oficial señala que
el cardenal Posadas murió el 24 de mayo de 1993 durante un fuego cruzado entre
los Arellano Félix y el Cártel de Sinaloa. El prelado habría sido confundido
con “El Chapo” Guzmán, según las investigaciones.
“Lo peor es que me revela que
la instrucción de matarlo fue del mismo gobierno federal y la única razón que
había para matarlo era que estaba traficando armas desde Tijuana hasta Chiapas
para hacerlas llegar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN, del
sub comandante Marcos)”, dice el periodista.
“El Estado le dijo que dejara
de armar a los zapatistas, no hace caso y por eso contratan a ‘La Rana'”,
agrega.
Lemus salió libre luego de
que un juez determinara que no había elementos suficientes para haberlo
condenado por asociación delictuosa y fomento al narcotráfico.
Los 1.100 días que pasó en la
cárcel y las historias que ahí conoció quedaron plasmados en sus libros Los
Malditos, publicado en 2013, y Los Malditos 2, publicado en 2016. Sin embargo,
para él la vida no volvió a ser igual, vive bajo amenazas constantes, no tiene
residencia fija y siempre bajo un protocolo de seguridad que le impide estar
con su familia.
Caro Quintero ayudó a Lemus en la
preparación de su apelación de sentencia. Foto: Infobae/Especial
ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON
AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Infobae.
(SIN EMBARGO/ INFOBAE/ JULIANA FREGOSO/ AGOSTO 20,
2017, 10:48 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario