“Se pusieron hermosas y se
fueron a divertir en el carro de mi hermana”, afirma la hermana de una de las
dos enfermeras desaparecidas en la Zona Dorada de Mazatlán el fin de semana
pasado. Nada de sus rutinas indica que detrás de ellas haya algo distinto a una
desaparición forzada.
Una más de las de cientos de
hombres y mujeres sinaloenses que un día salieron de sus casas para no volver a
saberse de ellos ellas. Esperemos que no sea el caso de Cindy y Erika.
Hoy sus familias pasan el
trago amargo de la incertidumbre de no saber dónde se encuentran y en qué
condiciones están.
No hay nada de información y
solo queda la espera, una espera que se vuelve tormentosa, angustiante y
sombría.
No obstante, las familias van
de un lado a otro, buscando un indicio, una hebra, un aliento para no caer en
el hoyo de la desesperanza.
Van a la vice-fiscalía donde
se les dice que hay que esperar las 72 horas para estar seguros de que las
personas se encuentran desaparecidas, como si no bastara que son personas de
trabajo y familias, que acostumbran siempre regresar de las fiestas a sus casas.
Pero, bueno, ya pasaron las
72 horas y pronto se cumplirá una semana, y ojalá nos equivoquemos y ellas
regresen con sus familias, si no serán dos casos nuevos de desapariciones
forzadas.
Un tema que le molesta tratar
al gobernador cuando viene a Mazatlán en plan de supervisar las obras del
Centro Histórico, y es que seguramente no hay nada en el aparato judicial, sino
de seguro hablaría de un logro de su gobierno.
Ese es el problema, que
tenemos un gobierno con pocos resultados en materia de inseguridad y hasta se
llega a decir con cierto desparpajo que están bajando los índices de homicidios
dolosos, cuando el número de asesinados superó ya los 1 mil en siete meses y no
hay una cifra precisa del número de desapariciones forzadas.
Sin un cuerpo, no hay un
delito, reza una máxima policial incluso criminal, luego entonces la atención
es mínima por más retórica que se haga sobre cada uno de los temas.
Los familiares insomnes van y
vienen a las autoridades, preguntan sobre los hallazgos, y regresan a casa con
más incertidumbre, con más temor e impotencia.
El perfil profesional de las
desaparecidas permite esbozar posibles hipótesis y es que es probable que hayan
sido levantadas para llevarlas atender una persona que se encuentra herida y es
que algunos grupos criminales escogen a sus víctimas en función de su
profesión.
Recuerdo, por ejemplo, uno de
ellos levantó ingenieros en telecomunicaciones para construir en el noreste una
red de comunicación alterna a las comerciales.
Pero no están ausentes el resto
de los profesionales del área médica, pues alguien debe curar a sus heridos o
sus enfermos. Que en Sinaloa no son pocos de ambos lados.
Entonces, quiero pensar que
la desaparición de las enfermeras tiene que ver con la atención de uno de ellos
y esperemos que cuando terminen su trabajo forzado regresen a casa.
La otra hipótesis es que se
inscriban en un tipo desaparición de alto impacto para “calentar” la plaza de
Mazatlán que debe estar en disputa por los grupos que no terminan de
acomodarse.
Y, si es así, el desenlace es
incierto.
Claro, se podrá decir que
esto es mera especulación, pero es un derecho que tenemos o tienen las familias
de desaparecidos ante la incapacidad frecuente de resolver los casos que se les
presentan.
Ahí está como ejemplo
irresuelto el de la niña Dayana, que con sus seis años desapareció en Navolato
cuando iba a comprar a un abarrote de su barrio.
Y en ese caso, la flamante
Fiscalía General del Estado no ha logrado dar a los familiares ni siquiera una
respuesta razonable, menos otra esperanzadora.
Vamos, hay demasiado llanto
en las familias con desaparecidos, es el momento de que la autoridad se ponga
las pilas.
Y en particular, que Cindy y
Erika vuelvan a casa, tan hermosas como salieron esa noche a divertirse.
(RIODOCE/ ERNESTO HERNÁNDEZ NORZAGARAY /7 AGOSTO,
2017)
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