En poco más de dos semanas se
celebrará la Asamblea Nacional del PRI, tras de la cual quedará definida la
ruta del partido para la sucesión presidencial. Los priistas vienen marcando
territorios y definiendo posiciones para debatir –v.g. apertura del método de
selección de candidato y eliminación de candados que abra la puerta grande a un
no militante-, pero están perdidos. Si antes no lograron quitarle o reducirle
el poder metaconstitucional de escoger a su candidato al Presidente Enrique
Peña Nieto, ahora menos. La victoria pírrica en la elección para Gobernador en
el estado de México fue suficientemente contundente, en la correlación de
fuerzas internas, para mantener intacta su atribución. Pero esto no significa,
que dentro del PRI no exista un intento por restarle poder y capacidad de
elegir a su relevo. El elefante en la sala tricolor se llama Carlos Salinas.
El ex Presidente Salinas no
ha dejado de jugar política de altos vuelos desde que terminó su sexenio, aún
desde el auto exilio. Cercano al ex Gobernador Arturo Montiel, acompañó desde
sus inicios a su entonces discreto colaborador Peña Nieto, a quien procuró y
aconsejó. Ya como Gobernador, Salinas libró una lucha con quien fue Secretario
de Finanzas de Peña Nieto, Luis Videgaray, quien luego se convirtió en el jefe
de su campaña presidencial. Salinas presumía a Peña Nieto y a quienes llenaban
el arquetipo del neopriista post baby boomer, y sus conquistas las hacía suyas.
En el caso de Peña Nieto, los lazos eran aún más profundos que con otros de
esos próceres del momento, como el ex Gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina,
porque un incondicional de él, era íntimo amigo del Presidente, el abogado Juan
Collado.
Si bien Salinas estaba claro
que con Peña Nieto no iba a existir el tipo de Maximato que quizás llegó a
idealizar con la frustrada candidatura de Luis Donaldo Colosio, se dio cuenta,
desde la campaña presidencial incluso, que con Peña Nieto las cosas iban a ser
muy distintas. Antes de iniciar el nuevo Gobierno, Salinas mandaba desde
Londres nombres para ocupar cargos en el gabinete, y para puestos de dirección
general al equipo de transición. Al inicio del Gobierno, hablaba directamente
con los secretarios de Estado para cabildear a favor de potenciales
inversionistas. La presencia de Salinas parecía omnipotente en el peñismo,
hasta que le pusieron un alto.
Peña Nieto le encomendó a
Videgaray aclararle a Salinas que las reglas del juego habían cambiado y que no
podía actuar de la manera como lo estaba haciendo. Ese encontronazo dejó la
relación maltrecha, y Peña Nieto buscó minimizar el daño. Lo buscó para decirle
que cuando necesitara algo, no tenía que hablar con nadie, porque como ex
Presidente tenía derecho de picaporte para buscarlo y solicitar todo lo que
requiriera. A Salinas no le gustó esa redefinición del trato, y hubo señales
muy claras del distanciamiento de Salinas, como cuando en una ocasión le
hicieron una invitación para participar en un evento donde Peña Nieto había
llamado a todos los ex presidentes –menos Luis Echeverría-, y que declinó con
la explicación que tenía compromisos previos contraídos en el exterior. El
despecho político que sintió Salinas, se fue convirtiendo gradualmente en una
oposición soterrada a la mecánica y operación de las reformas peñistas.
El distanciamiento de Peña
Nieto se dio fundamentalmente por los choques con Videgaray. Con esa relación
ya deteriorada, se encontraron en una cena muy pequeña para celebrar un
cumpleaños de Collado, a la que, como es su costumbre, Peña Nieto llegó muy
tarde. Durante la espera, Salinas criticó la política económica de Videgaray, y
el todavía Secretario de Hacienda, le respondió fuerte y rechazó sus
observaciones. Más adelante, la forma como Videgaray maltrató a su sobrina,
Claudia Ruiz Massieu, cuando aún tenía la cartera de Relaciones Exteriores en
el contexto de la visita del candidato presidencial Donald Trump a México,
molestó al ex Presidente, según personas cercanas a él. Pero la forma como fue
rudamente cesada como canciller para darle el paso a Videgaray, se convirtió en
algo más grande que un enojo, que detonó en una militancia anti peñista.
Salinas salió a la calle a
tejer alianzas. Fuera del PRI, de acuerdo con priistas y panistas, estableció
una relación con Margarita Zavala, aspirante a la candidatura azul, y ha estado
trabajando con algunos ex jerarcas del PRI para ir construyendo una oposición
al dedazo de Peña Nieto en la sucesión presidencial. Líderes y gobernadores
priistas no dejan de platicar con el ex Presidente, y hay secretarios de Estado
cercanos a él, como Rosario Robles, de Desarrollo Urbano y Territorial, a quien
rescató financieramente cuando querían lincharla en sus tiempos de dirigente
del PRD, y Aurelio Nuño, de Educación, a quien presentó con Peña Nieto. Nuño
tiene en su entorno cercano a un grupo de prominentes salinistas, pero es un
error pensar que, por esa razón, Salinas se encuentra automáticamente detrás de
él. Hace tiempo Nuño hipotecó su futuro con Peña Nieto, quien lo tiene con la
más alta consideración dentro del gabinete.
El ex Presidente Salinas no
hace cuentas fáciles. Es más sofisticado. Conoce al PRI, a los priistas, y
entiende cómo la gestión de Peña Nieto le ha restado capacidad de maniobra.
Pero qué tanta ha perdido para no sobreponerse a los embates que sufre, es lo
que están midiendo sus adversarios dentro del partido, donde el ex Presidente
está siendo considerado por algunos peñistas, como su principal enemigo.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 27/07/2017 | 04:06 AM)
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