La burbuja en la que habitan
los presidentes mexicanos siempre los aísla de los estados de ánimo terrenales
de sus gobernados. Pero la burbuja que encierra a Enrique Peña Nieto ha sido
más sólida y hermética, porque no solo fue rehén de sus asesores y el Estado
Mayor Presidencial, sino que por definición y voluntad, así lo quiso. El
desapego del Presidente le costó más de la mitad de su sexenio en entender que
tenía un problema profundo con los mexicanos, al cual tampoco ha logrado
diagnosticar sus causas. Hace no mucho tiempo confió que sabía que por más
cosas positivas que hiciera, no iba a poder revertir la desaprobación con lo
que la mayoría de los mexicanos califica su gestión, por lo cual se mostraba
resignado. Aún así, perforada su jaula de cristal, no parece haber comprendido
en toda su magnitud la realidad de su Presidencia.
El lunes, tras una reunión en
Los Pinos donde fijó su posicionamiento en materia de política exterior, viajó
a Puebla donde inauguró el tren Puebla-Cholula, y el museo regional en ese
municipio colindante con la capital. Antes de hablar en el evento, dijo
cándidamente a su audiencia que “la gente no me odia como yo quería, (y)
ahorita que iba pasando me dieron sus bendiciones”. Peña Nieto se refería a
esos minutos camino al estrado en donde la gente le decía que estaban con él, y
solo le pedían que ya no hubiera más gasolinazos. Sabedor desde hace muchos
años de que esos actos son cuidadosamente higienizados política y socialmente
para evitar situaciones incómodas o agresivas y que se filtra a la gente que
asiste, el Presidente no obstante sintió confort en las caricias de un público
escogido.
La caída en la aprobación del
Presidente Peña Nieto comenzó en noviembre de 2013, con la oposición a la
reforma fiscal, y se acentuó un año después, cuando se reveló la existencia de
su casa blanca. La reforma energética le añadió puntos negativos, y la visita
de Donald Trump a México lo llevó a profundidades de rechazo que no había visto
en su sexenio. Pero nada comparado con el impacto del gasolinazo. La treceava
Encuesta sobre el proceso electoral de 2018, entregada al Presidente el 11 de
enero y filtrada a la opinión pública una semana después, recogió los primeros
días de insatisfacción por la liberalización de los precios de la gasolina.
En las preferencias
electorales por partido, el PRI se desplomó de un respaldo en enero de 2016 de
24.86 por ciento de los mexicanos, a 16.77 por ciento de respaldo, mientras que
Morena, que hace un año tenía el 10.75 por ciento de preferencias de los
votantes, brincó a 16.06 por ciento. El PAN y el PRD se mantuvieron estables en
sus aprobaciones, entre 19 y 20 por ciento en el primer caso y ligeramente
debajo de 10 por ciento en el segundo.
Por cuanto a potenciales
candidatos a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, en cualquier
escenario, apareció en primer lugar, dejando al priista mejor ubicado, el
Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en tercer lugar cuando
aparecen Margarita Zavala o el líder panista Ricardo Anaya contendiendo por el
PAN, y sólo sube al segundo, 10 puntos abajo del tabasqueño, cuando incorporan
en la boleta al Gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle.
La encuesta de la Presidencia
descartaba por completo que el PRI o el candidato de Peña Nieto, pudiera
mantener el poder. Los datos se pusieron peor con el paso de los días. Una
encuesta levantada por el periódico Reforma días después, ubicó al Presidente
con un nivel de desaprobación nacional de 88 por ciento; es decir, sólo 1.2 de
cada 10 mexicanos, aprobaban su gestión. Otra encuesta independiente que se
entregó también en Los Pinos, realizada casi una semana después de la del
diario capitalino, tiró la aprobación de Peña Nieto a 8 por ciento; o sea,
menos de uno de cada 10 mexicanos, lo apoyan.
No se puede decir que el
gasolinazo haya sido el tiro de gracia a la aprobación de Peña Nieto, porque
cada vez que se hace esa afirmación, bajo la presunción de que no puede caer
más porque no puede haber una acción que dañe más que la última, sucede. La
liberalización de los precios de las gasolinas golpeó en el ánimo de Peña Nieto
de una manera como nunca se había visto en el sexenio, de acuerdo con
funcionarios federales, y lo llevó a tomar una decisión, por el momento
secreta, de que el próximo mes, cuando se revisaría una vez más el
comportamiento de los mercados -y el cálculo, por la depreciación del peso
frente al dólar era que subirían 5 por ciento más-, no se toquen los precios y
hacer el ajuste que necesitan para equilibrar las finanzas, mediante un nuevo
recorte presupuestal.
Peña Nieto está preocupado,
no se sabe si porque su legado está colapsándose rápidamente, o si es meramente
electoral, ante la elección en el estado de México en junio, para donde han
sacado de las bóvedas mexiquenses -no del erario, sino de dinero que han
amasado durante años para coyunturas de este tipo- cinco mil millones de pesos,
no registrados, difícilmente rastreados por los órganos electorales y la
oposición, para inyectarle a la campaña del PRI. El Presidente debe entender
que sin Toluca en sus manos, no habrá posibilidades de victoria en las
elecciones de 2018. El bálsamo en Cholula fue una mera caricia. Él lo sabe. Los
mexicanos, si no todos lo odian, la mayoría lo rechaza.
(NOROESTE/ Estrictamente Personal/
Raymundo Riva Palacio/ 25/01/2017 | 04:07 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario