Entre
arengas contra el gasolinazo y la carestía fue escuchada una nueva demanda:
“¿Quiénes son los saqueadores, dónde están, quiénes los mandan?”…
La
duda se replicó lo mismo en la protesta frente a una gasolinera en la
delegación Tláhuac que durante una marcha hacia Los Pinos, atajada por policías
locales en Chivatito y Reforma. Y en el recorrido subterráneo de un grupo de
estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, quienes optaron
por abrir las puertas de las estaciones del Metro CU, Merced e Insurgentes y
permitir a los viajeros el acceso sin pago.
Tres
manifestaciones seguidas por Crónica donde no hubo rastro de atracos ni rapiña,
tras un desconocido amanecer bajo helicópteros y sirenas.
Fue
un despertar tenso, con el zumbar de las balas en la imaginación colectiva,
persecuciones, pillaje. Un aroma a chamuscado, la corazonada de salir a la
calle y encontrar vidrios rotos, desabasto y encapuchados con machetes.
SÓLO IMAGINACIÓN…
BOTARGAS
Y PARABRISAS. “Aquí traigo el olimpo (radio control) y no se oye nada, anda
todo muy tranquilo. Hay chance hasta para comprar los juguetes de Reyes”,
presumía el oficial Ruiz, cuya encomienda a bordo de la patrulla DF-600-R2 era
vigilar la zona de Tláhuac, donde también se ubica una tienda Walmart.
Ahí,
entre bailes irrisorios, las botargas promocionaban lácteos y desde la bocina
central se anunciaban las ofertas del día.
Pero
minutos después —alrededor de las 10 de la mañana—, una veintena de vecinos de
la delegación se concentraron en derredor de una gasolinera del corporativo
Hidrosina, en la colonia Los Olivos. Sacaron sus pancartas y comenzaron los
gritos: “Salarios sí, gasolinazo no”. Los más jóvenes cruzaban la calle, pincel
en mano, para escribir condenas en los parabrisas de los autos, previo permiso
del conductor.
El
despistado oficial Ruiz suspendió la compra de regalos y pidió refuerzos. De
pronto, el número de policías superaba al de manifestantes.
Mientras
se recriminaban las tranzas, un hombre cambió el discurso: “A ver, que nos
digan dónde están los saqueadores, aquí somos puros vecinos”.
Era
Juan Rojas, comerciante y en apariencia el líder del grupo.
“Lo
que buscamos es crear conciencia en el pueblo de lo que está pasando, pero de
manera pacífica”.
—¿Qué
hay de los saqueos? —se le preguntó.
—Queremos
saber quién está detrás. Si ya hubo detenidos, que los investiguen, que se
descubra la mano que mece la cuna.
Una
sola era la petición de los uniformados: no obstruir la vialidad.
Aunque
la muchedumbre no impidió la venta de gasolina, el gerente del establecimiento
decidió suspender actividades: “Que tal si se ponen violentos”, decía. Pero
tras un par de horas la botarga siguió con sus bailongos.
VALLAS.
Para entonces, otro contingente de unas cien personas había salido del Ángel de
la Independencia rumbo a la residencia oficial de los Pinos. El Estado Mayor
Presidencial montó un operativo de vigilancia, el cual alcanzó las
inmediaciones del Metro Constituyentes, donde se colocaron cordones y vallas
para impedir el paso libre.
NO SE PERCIBÍA RUIDO ALREDEDOR…
La
multitud había sido detenida a espaldas del Auditorio Nacional. Una cuadrilla
de granaderos instaló en ese punto un doble muro de alambres y fierros. Por el
fervor de quienes marchaban, doña Antonieta, la vendedora de tortas y dulces de
la esquina, vaticinó una escaramuza. Sacó su estampita de la Virgen y susurró
un Padre Nuestro. “¡Cuídanos, señor!”. Era una súplica parecida a la ya
circulante en redes sociales, la cual invitaba a una jornada de oración por
México.
Ni
en el ciberespacio ni en Chivatito ocurrió nada grave. La tortera celebró más
ventas. Los gendarmes aguantaron tras sus fierros. No pasó de una mentada…
Quizá dos.
Hasta
el cerco policial llegó Farina Caro, una diseñadora de modas especialista en
vestidos de noche para dama, cuyo taller se ubica en el centro de la ciudad.
—¿Qué
la movió a estar aquí?
—Sobre
todo la burla: hace unos meses nos decían que no habría aumentos al combustible
ni a la luz, y mire cómo nos la dejaron caer. Hay mucho descontento.
—¿Justificación
para el vandalismo?
—Esos
son pagados. El pueblo no es saqueador, por eso nosotros comenzamos a caminar
con los brazos en alto cuando vimos a los policías. Fue una señal de paz. No
somos provocadores.
También
con las manos al cielo arribaron María Silva y Guadalupe Pérez. La primera,
maestra de educación física en una primaria, y la segunda, profesora de la
preparatoria 103 de Tlalnepantla.
“No
queremos a los grupos de choque”, decía María, mientras Lupita externaba su
miedo: “La toma violenta de gasolineras representa un gran peligro, porque
están aventando petardos y puede haber un incendio. No necesitamos otra
tragedia. ¿Quiénes son estos vándalos?, ¿cuánto les pagan?”.
CINCO
PESOS. Cuando la marcha que fantaseaba con entrar a Los Pinos se disolvió,
alumnos de la UACM e integrantes de la Unión de Vecinos de Chalco habían
liberado las puertas de las estaciones CU y Merced.
“Hoy
el Metro es popular, no se paga”, decían.
Óscar,
uno de los estudiantes, compartía detalles de la estrategia: “Nos reunimos
todos a las 8 de la mañana en Ciudad Universitaria. Somos como 30… Se trata de
llegar a la estación y botar el seguro de la puerta, así, fácil, sin avisarle
al policía ni nada. Y luego dejar pasar a la gente, para que se ahorre cinco
pesos”.
—¿Y
por cuánto tiempo?
—No
dura mucho, tal vez una hora y media por estación. Nos mantenemos atentos del
número de policías, ya cuando vemos que hay mucha tira nos retiramos, para
evitar enfrentamientos. No somos delincuentes, es una forma de mostrar rechazo.
—Otros
chavos han saqueado las tiendas…
—Quieren
espantar, dividir. ¿Dónde están los saqueadores?
Faltaba
Insurgentes. A las 13:00 horas se aplicó ahí el Metro popular.
“La
orden del mando es dejarlos manifestarse, no reprimirlos. Lo más que podríamos
hacer es llevarlos ante un juez cívico, pero nos pidieron calma”, dijo el
sargento Hernández, vigilante en la estación.
Los
empleados del Sistema de Transporte también se replegaron.
No
hubo pistolas ni asaltos. Ni golpes ni lamentos. Los Reyes Magos circularon en
paz, con sus muñecas y coches manejados a control remoto. Sólo se escuchaba, a
lo lejos, el zumbido de los helicópteros…
(DOSSIER
POLITICO/ Tomado de: Daniel Blancas / Crónica/ 2017-01-06)
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